Si el mundo en general, y el de la automoción en particular, están revueltos, ¿cómo no iba a ser 2024 un año raro para mi parque móvil?
Lo de “raro” quiere decir, desde el lado práctico, que fui adaptando a lo largo de los meses los planes que elaboré a la realidad. Por ejemplo, si no conseguía vender el Corolla de todos los días porque el mercado está saturado por las ofertas de los flotistas, lo sigo usando y no lo sustituyo por algo con más emoción.
Porque no olvidemos que un Toyota Corolla Touring Sport 125H híbrido en color gris metalizado hace impecablemente su trabajo, aunque sin transmitir emoción alguna. Como mi lavadora. En 2024 lo hizo a lo largo de casi 16.000 kilómetros, en todos los usos comprendidos entre recados urbanos y viajes de ocio y de trabajo, y fue el transporte ideal de la Cannondale para mis carreras de bici de montaña. Como otra de sus características básicas es la fiabilidad, solo necesitó una revisión sencilla y económica en un concesionario de la marca para mantener su funcionamiento y la validez de su garantía.
Al acabar 2024 el Corolla había sobrepasado la barrera significativa de los 50.000 km, y hacía lo que se espera de un Toyota: lo mismo que antes, permanentemente joven. No hay ruidos sospechosos, ni desgastes aparentes, ni otros signos de edad como desgaste en la moqueta del lado del conductor, desajustes en los cierres de puertas o sudores de fluidos en el motor.
La BMW F750 GS de 2020 es igualmente sólida y polivalente, aunque con cierta dosis de emoción. También en 2024 fue un estupendo vehículo para todo, lo que incluye desde soportar los atascos de Madrid a permitirme disfrutar de las carreteras solitarias y retorcidas de la sierra.
Igualmente solo necesitó de su revisión anual en un concesionario BMW para seguir al cien por cien. En esta ocasión me fijé especialmente al ir al concesionario en el trato y las tarifas, ya que la competencia que llega de China comienza a enfrentarse directamente con BMW a precios bastante inferiores. En el trato se percibe un esfuerzo para justificar la calificación y el precio de la etiqueta “premium”, y es de agradecer el servicio de moto de sustitución: aunque la cobren, resulta más barato y rápido que un Uber y más sencillo que recurrir a alguien que me recoja al dejar la moto y que luego me lleve a por ella. Eso sí, el precio de la revisión es alto y hay detalles, como que la caja en la que se paga esté en el extremo opuesto de las instalaciones respecto a la recepción, impropio de una marca de nivel.
La mayoría de las experiencias que mi Cannondale Scalpel 2 y yo compartimos en 2024 quedó expuesta aquí. (Aparcamientos casi vacíos). Está claro que su capacidad es superior a la mía, y por eso disfruto de la sensación de seguridad que transmite. Una prueba de esa diferencia de capacidades es las pocas veces que recurro a usar la tija telescópica, pensada para bajar el sillín en maniobras complejas, como descensos pronunciados.
Lo único que pidió la Cannondale, a cambio de recorrer 1.430 kilómetros sin rechistar fue una revisión rutinaria y una cadena nueva. Las actuales bicis de montaña utilizan un único plato y doce piñones, lo que obliga a montar cadenas más estrechas que además trabajan algo forzadas cuando están engranadas en los piñones más grandes o en los más pequeños; de ahí que se considere que en estas bicis con los cambios llamados 1 x 12 que la cadena viene a durar entre mil y dos mil kilómetros, dependiendo del uso y del cuidado. En mi caso, montamos una Shimano nueva tras casi dos mil kilómetros.
El mantenimiento previo a cada salida no implica más que revisar presiones de neumáticos, a solo 1,3 bar delante y 1,5 detrás, y lubricar la cadena con cera. Y cada dos o tres meses toca ajustar la presión de aire de las suspensiones, para evitar que por las pérdidas se vuelva blanda y haga tope, especialmente detrás al bajar escalones altos.
Algunos de los viajes que realicé en 2024, profesionales o de ocio, me hicieron alquilar algunos vehículos, variados entre sí y que me causaron impresiones también diversas. El primero de ellos fue un Ford Fiesta, que me generó una sensación inicial negativa: no fui capaz de ponerlo en marcha cuando lo recogí, porque en ningún sitio señalaba que, con el mando a distancia en el bolsillo, debía pisar a la vez el embrague y el freno, mientras presionaba el botón de arranque. Tampoco me gustó el tacto del cambio, sobre todo en las reducciones en zig-zag, es decir, de quinta a cuarta y de tercera a segunda. Por el contrario, me encantó el motor, que subía de vueltas como un molinillo, y el chasis, por encima de lo que se espera de un utilitario de 999 cc.
Sí que eché de menos esa época en que se recogían los coches de alquiler en estado impecable y con el depósito lleno: me entregaron el Fiesta con 18 meses y 45.000 km ya con pequeños golpes en la carrocería, las llantas marcadas. Para colmo, la limpieza exterior era solo la justa, el parabrisas estaba sucio por dentro y la autonomía al recogerlo era de solo 100 km. ¡Ah!, y el mano a distancia no tenía siquiera un llavero.
Unos meses más tarde repetí la experiencia de alquilar un coche pequeño, esta vez en circunstancias y con resultados diferentes. Un Nissan Juke con volante a la derecha me permitió recorrer parte de Inglaterra en un viaje que comenté aquí (Peregrinaciones (laicas) por Inglaterra), y que incluyó una inolvidable sesión de conducción en un Morgan Plus Four por los alrededores de su fábrica.
El Nissan hizo lo que se esperaba de él sin más, que es la máxima expectativa hoy en día para un vehículo generalista. El cambio de seis marchas era suficientemente preciso como para no dar guerra manejándolo con la mano izquierda, y el motor corría más de lo poco que se puede correr en el Reino Unido, que es más bien poco. La incomodidad vino del molesto aviso sonoro que aparece cuando se sobrepasa la velocidad permitida en cada zona, sean la velocidad y la zona las que sean. Se puede desactivar manualmente, pero se reactiva solo cada vez que se para el motor. Malditas normas.
El tercer y último vehículo que alquilé en 2024 resultó ser el que mayor huella dejó, y no solo por su enorme tamaño: una autocaravana Camper Castle. La primera impresión fue, obviamente, el tamaño en sus tres dimensiones: 6,98 m de longitud, 2,32 m de anchura y nada menos que 2,84 m de altura. Pedí amablemente que me la sacaran de la nave en que estaba aparcada, porque no me atrevía a que mis primeros metros conduciendo semejante aparato fueran maniobrando marcha atrás en una nave. Sin embargo, y ya en el exterior, la combinación de posición de conducción elevada, enorme parabrisas y los no menos enormes espejos me hicieron cambiar de opinión: conducirla no es tan difícil como parece. Y ya en autovía la conducción es sencilla, mientras uno no olvide que con esa anchura queda poco sitio a cada lado del carril.
A cambio de ese volumen exterior, la comodidad interior es fantástica, tanto al conducir como al dormir, cocinar o utilizando el comedor. Y si el tiempo lo permite, extender el toldo genera una formidable terraza exterior.
Tras algo más de dos años en casa, mis Mercedes CE280 de la Serie W123 me dejaron; conté aquí (hipervínculo) los últimos meses que pasamos juntos. Reconozco que fue una relación inestable, con un fuerte flechazo inicial seguido de momentos de tensión en los largos meses iniciales de trabajo (y de gasto) intenso de mejora. La reconciliación llegaba después, en cada paseo, en cada asistencia a una reunión de vehículos clásicos o especiales en que me permitían presumir. Fueron, en resumen, algo más de cinco mil estupendos kilómetros, que recuerdo mientras les busco un sustituto.
Desde 2022 cuento por aquí mis andanzas y desventuras entre coches clásicos. Este séptimo y por ahora último capítulo se dedica a los meses finales con ellos y a las dos despedidas.
Mercedes Benz fabricó más de 2.700.000 unidades de la Serie W123, y solo cien mil de ellas lucían la carrocería coupé. De esos coupés, un tercio montaba el motor de seis cilindros y casi tres litros con inyección y, durante unos años, dos supervivientes han habitado mi garaje.
En entradas anteriores de este blog narré cómo los escogí y compré, y los trabajos de revisión y restauración. Una vez que terminé o terminamos las labores necesarias para dejarlos estupendos, comenzó la fase de disfrutarlos. Presumí de ellos tanto en la tradicional reunión de coches clásicos del primer domingo de cada mes en Navacerrada, como exponiéndolos en reuniones de cierto nivel, por ejemplo, Autopía. Y como es de esperar con todo vehículo clásico, el placer iba acompañado de trabajos ocasionales, de mantenimientos o sorpresas que van surgiendo. Ahí va un ejemplo: estaba repasando el verde antes de llevarlo a pasar la ITV, y comprobé que fallaban la luz de freno izquierda y la de marcha atrás. El diagnóstico fue el más habitual y más sencillo en los clásicos, porque las conexiones eléctricas se ensucian y se oxidan con los años, y por tanto dejan de conectar, que es para lo que están; resolver el incidente no es más que localizar el punto conflictivo (a veces no es tan fácil), limpiarlo adecuadamente y asunto resuelto.
También fallaba en ocasiones el claxon, de modo que con cara de seguridad en lo que hacía desmonté el volante, limpié sus contactos, repasé fusibles e instalación eléctrica, … y seguía sin funcionar. Se me descolocó la cara de seguridad, porque meses antes me había sucedido lo mismo en el Mercedes azul, y se había resuelto desmontando y montando: en ese caso el fallo se debía a que más de cuarenta años de suciedad acumulada en los contactos tras el volante no permitían cerrar el circuito, y no hubo más que limpiarlos para que todo volviera su ser.
Pero el claxon del verde se negaba a reaccionar, y no me quedó otra que llevarlo a mi taller de clásicos de confianza, que me proporcionó una diagnosis sorprendente: las bocinas que yo veía en el vano motor no eran las que estaban conectadas a la instalación eléctrica del volante, si no otras ocultas por delante del paso de rueda delantero izquierdo, y el correspondiente mazo de cables estaba dañado. Una vez más volví a la reflexión de quién, en qué momento de los 47 años de vida del coche, y por qué, había decidido montar otras bocinas sin quitar las originales, tirar un nuevo mazo de cables sin desmontar el de serie, …
El paso de la ITV tuvo la sorpresa de una calificación desfavorable aunque razonada: la holgura de la rótula de dirección izquierda era excesiva, y sin embargo el estado de la derecha era impecable. Aprovechamos tener el coche en el elevador para reponer pasta de sellado en las juntas del escape, reapretar sus bridas, sellar con Araldit alguna mala soldadura de los silenciadores, y apretar igualmente las bridas de la bomba de combustible, que sudaba.
Con la ITV aprobada hasta Febrero de 2028, fui a lucir mi precioso Mercedes verde al aparcamiento reservado de Classic Madrid, en el Palacio de Cristal de la Feria del Campo.
Finalmente, antes de exponerlo en Retromóvil, me llevé otra sorpresa: estaba mirando el interior del enorme maletero, comprobando si los muchos guarnecidos estaban limpios y ajustaban bien, y si el desagüe del lado derecho cumplía con su función, cuando toqué un tornillo suelto. Estaba en un hueco bajo la cara interior del piloto derecho, y notaba que la tuerca que lo debía fijar no presionaba porque la parte no roscada del tornillo era demasiado larga. Me extrañó mucho que esto sucediera en un coche con una ingeniería tan impecable como era la de los Mercedes de los ’70. Desde fuera del maletero comprobé que el tornillo en cuestión era uno de los cuatro que sujetan un enorme travesaño, al que a su vez se fija el paragolpes cromado mediante otros dos tornillos, cuyas cabezas quedan ocultas bajo las molduras de plástico negro.
Decidido a aclarar el misterio del tornillo que no presionaba, revisé los otros tres. A estas alturas ya había retorcido mi cuello y mi espalda más allá de los aconsejable para ver el final de los tornillos en el último hueco del maletero, y me había tirado bajo los lados izquierdo y derecho de la parte posterior del coche para ver las cabezas de esos tornillos ocultas tras el paragolpes. Mientras pensaba y recomponía las articulaciones, llegué de nuevo a la conclusión de que alguien, en algún momento de los 47 años de vida del Mercedes verde, desmontó el paragolpes y el travesaño al que se fija, y montó mal dos de los cuatro tornillos, porque había uno largo donde debía haber uno corto y viceversa. Para descubrirlo me había tocado levantar la moldura de plástico negro para acceder a los tornillos exteriores y luego desmontar el paragolpes, para así sacar los tornillos cruzados. Y todo ello con la colección de llaves planas, carracas y de tubo, más mucho WD 40, necesarias para desenroscar tuercas medio oxidadas en rincones recónditos.
Media hora después, con las uñas negras y los nudillos marcados a pesar de los guantes, cada tornillo estaba en su sitio, y el paragolpes trasero de mi Mercedes verde ya no se movía.
Ya se han tratado aquí episodios anteriores en los que lidié con las dificultades propias de vender coches, y repetir el proceso con los dos Mercedes clásicos me metió de nuevo en el mismo bucle, fundamentalmente desagradable. Este desagrado se basa en dos puntos, el primero de los cuales es la inmadurez del mercado español de clásicos. Un mercado maduro se basa, entre otras cosas, en la existencia de tablas de valoración, que dependen de marca, modelo, versión, extras y año de fabricación, y se complementan con un baremo que determina el estado de conservación. Con todo ello, la tabla determina un precio de mercado, dentro de una horquilla con una variación escasa, digamos del 10%. Algo similar a lo que sucede en el mercado inmobiliario o el del arte. En general, España es un país en el que no se suelen comprar productos si no descuentos, por lo que los precios que se anuncian están hinchados para luego cerrar la operación por un 20 ó 25% menos. De ahí la cantidad de ofertas absurdamente bajas que recibí, siempre muy por debajo del precio anunciado.
Otro síntoma de inmadurez del mercado es el desconocimiento del mundo de los vehículos clásicos. Si alguien inicia la conversación sobre el anuncio de un clásico preguntando por el consumo de combustible o preguntando si “está perfecto”, no sabe la escasa importancia del consumo frente a los otros costes de un clásico, y no entiende que, salvo que haya pasado por una cara y meticulosa restauración, un clásico siempre tiene o está a punto de tener, trabajo pendiente. Ver si no los párrafos anteriores.
El segundo punto que hace desagradable estas ventas es la falta de educación, quizás amparada en el anonimato propio de los portales digitales, sean Wallapop, AutoScout24 o cualquier otro. No es de recibo que un desconocido, oculto tras un seudónimo, escriba: “Hola. Teléfono”, con el objetivo de que le envíe mi número de teléfono personal. O que diga: “Hola. Te ofrezco xxx €”, con una oferta un 35% por debajo del precio de mercado, sin más argumentación.
El otro aspecto asociado a la falta de educación es el comportamiento que los anglófilos llaman “ghosting”, que consiste en, simplemente, desaparecer en medio de la conversación, o despedirse a la francesa. Hay quien desaparece después de aclarar una duda inicial o de lanzar una primera oferta económica, pero también hay quien solicita datos, fotos, fechas, vídeos, detalles y, después de días o semanas suministrándole información, se desvanece.
El más inquietante de estos casos lo viví con un marroquí joven. Cruzamos unos mensajes apresurados en los que manifestaba no solo interés en el coche, también prisa. A las 48 horas mantuvimos una cita a la que llegó acompañado de un amigo, igualmente joven y marroquí. A él le gustó mucho el coche que probamos, también hablamos del otro coche, comenzó a manejar la posibilidad de comprar los dos a la vez, iniciamos la negociación de un precio conjunto, y esa tarde volvimos a cruzar mensajes y llamadas de teléfono.
A mí me causaron desazón algunos detalles, como que en absoluto parecían coleccionistas de coches clásicos, junto al hecho indiscutible de que el mercado marroquí de los Mercedes es diésel al 100%.
La mañana siguiente a la cita, cuando el interesado debía responder a mi oferta por los dos coches, arrancó con una sorpresa, porque el cruce de mensajes que había mantenido con el marroquí joven a través de WhatsApp ¡había desaparecido de mi móvil! Enredando en los perfiles y configuraciones descubrí que “N. Alex” utiliza una opción según la cual “los mensajes nuevos desaparecerán de este chat después de 24 horas de haber sido enviados”. Luego no queda constancia escrita de nada de lo tratado con semejante individuo. Por supuesto, no volvió a haber contacto.
Por todo esto, cuando una tarde de lunes de principios de Octubre me entró un mensaje por WhatsApp de un neoyorquino que decía estar interesado en que quedáramos para ver los Mercedes ese mismo miércoles, le presté escasa credibilidad. Como tenía interés en vender los dos coches respondí amablemente, le dije que sí a todo y me puse a su disposición, aunque me lo creía lo justo. Sin embargo, 48 horas más tarde le recogía en el centro de Madrid con el Mercedes verde, y fuimos a mi casa para que viera el azul. Después de dar una vuelta también con éste, se los quedó mirando en el garaje, se decidió por el azul, pactamos un precio razonable y a la mañana siguiente, frente a unos cafés junto a su hotel cumplimentábamos todos los documentos que piden las burocracias de los dos lados del Atlántico: el Departament of Motor Vehicles del Estado de Nueva York, y la Dirección General de Tráfico española. Y después de firmar también los papeles de la aduana, me despedí del Mercedes azul que dejó mi casa en la plataforma que lo iba a llevar al puerto de Tarragona, en el que embarcaría rumbo a Nueva York.
Mientras tanto seguían los contactos con los interesados en el otro Mercedes, el verde. Un mejicano educado se quedó maravillado con su estado de conservación, y no cerró el trato porque le parecía demasiado coche para usarlo casi a diario. Un francés residente en Ibiza charló un rato y desapareció. Un belga cruzó muchos mensajes y luego se compró un CE280 automático cerca de su casa. Y, claro, unos cuantos españoles escribieron, dudaron, hicieron ofertas absurdas o preguntaron por el consumo, hasta que un madrileño se quedó prendado del coche en Retromóvil y lo compró.
De modo que a día de hoy mi garaje vuelve a tener el coche de todos los días como único ocupante de cuatro ruedas, y no puedo negar que echo de menos la elegancia sobria de “mis” CE280 coupé, su andar cómodo y ligero, con las suspensiones propias de las carreteras de la época y los neumáticos de perfil 70, avanzados en esos tiempos. Aun no he definido con precisión qué es lo que les va a sustituir, así que paseo por las webs de coches en venta en busca de inspiración. Eso sí, sin escribir a nadie mensajes absurdos y luego desvanecerme.
En las últimas semanas, Jaguar ha mostrado más información sobre su nueva imagen y su futuro, y ha recibido numerosas críticas, aunque seguimos sin saber si el resultado final del proceso será el éxito o pondrá en peligro a la marca.
Lo que Jaguar ha comunicado hasta el momento es solo un anticipo de una de las etapas del proceso de transformación que se inició años atrás y que culminará a finales de 2026. Por tanto, opinar sobre las informaciones recientes como elementos aislados es, a mi juicio, atrevido y hasta erróneo. Repasemos por tanto el proceso completo.
En Europa Occidental y otros mercados tradicionales del automóvil, las marcas “premium” eran fundamentalmente las tres alemanas (Audi, BMW y Mercedes), con otras añadidas dependiendo del lugar, tales que la propia Jaguar, Volvo o Lincoln. Las tres alemanas decidieron en su día ampliar su gama hacia abajo, con modelos más pequeños, lo que les condujo a ubicarse en volúmenes de venta similares a los de las marcas generalistas y, con ello, a que nos preguntáramos dónde está la exclusividad asociada a una marca “premium”.
Este fenómeno ha coincidido en el tiempo con la contracción de la clase media en esos mercados tradicionales de las marcas “premium”, lo que ha tensionado el segmento.
Por lo que se refiere al producto, Jaguar se mantuvo fiel a sus berlinas cuando el sector giraba hacia los SUVs, en una reacción lenta que recuerda a la de Aprilia y los “mega-scooters”: el fabricante italiano de motos los consideraba una moda, y por tanto temporal, y los ignoró en su gama. Cuando se percató de la realidad era tarde, el mercado de “mega-scooters” ya estaba copado por la competencia, y solo quedaba esperar que el grupo Piaggio comprara los restos de una Aprilia en bancarrota.
Ante esta situación demográfica y de producto, en Jaguar debieron pensar que el camino correcto no era el de los alemanes, y decidieron que ni “premium” de volumen ni SUVs: había que convertirse en fabricante de coches de lujo, solamente eléctricos, y con carrocerías alternativas o al menos diferentes.
Este largo proceso ya ha completado muchas fases. A inicios del pasado verano se detuvo la producción de la gama actual, que actualmente liquida la red de concesionarios. En paralelo, esta red está reduciendo su tamaño, para adecuarse a los futuros niveles de ventas. Y en los últimos días se ha comenzado a mostrar el futuro de la marca mediante un vídeo, el nuevo logotipo y un prototipo poco avanzado que insinúa el primer vehículo de la nueva gama, un GT eléctrico denominado “Type 00” (léase “Type Zero Zero”).
Dado que la versión de producción de este “Type 00” se pondrá a la venta, más o menos, según señala Jaguar, a finales de 2026, quedan aun dos años para liquidar el actual stock, redimensionar la red e implantar en ella la nueva imagen corporativa.
Esta nueva imagen, y en especial el vídeo, han desatado una colección de críticas, algunas hasta envenenadas. Se comenta en especial la ruptura con el rico pasado de Jaguar y su cliente tradicional, lo que va en línea con la afirmación de la marca de que desde 2026 el 80% de los compradores serán nuevos clientes. También se asocia la imagen que transmite el vídeo con los conceptos “woke”, lo que choca con la reciente victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EE.UU. y el auge de la derecha en Europa. Sin contar con la duda sobre la aceptación de esta imagen en otros mercados objetivo de Jaguar, como China o los países árabes ricos.
Una de las escasas críticas razonadas, y elaboradas desde el conocimiento, es la de James Cooper en su blog “MAD Mostly About Driving”. Cooper señala la contradicción entre modificar el logotipo y su tipografía, cambiar la paleta de colores y con ello el objetivo demográfico, y sin embargo mantener como base de la comunicación una frase atribuida al fundador de la marca: “Copy nothing” (parece ser que Sir William Lyons sostenía que Jaguar nunca debe ser una copia, para acentuar su personalidad).
Sobre el nuevo logo, James Cooper es duro. Destaca que la pequeña línea descendente de las dos “a” será poco visible desde lejos, lo que las convertirá en “o”. También dice que la “j” inicial es igual a la “r” final girada 180º, y que no entiende porqué la “G” y la “U” son o parecen mayúsculas y el resto de las letras son minúsculas. Es decir, que en el fondo se corre el riesgo de que se lea “joGUor”.
No sería el único error reciente cometido en un logo de un fabricante de automóviles. En Junio de 2021 la coreana KIA modificó el suyo, y aunque la letra K estaba clara, las formas de la I y de la A generaban confusión, y hay quien las percibía como una N, de modo que aparecieron consultas en Google sobre una nueva marca de coches llamada KN.
A continuación, y volviendo a Jaguar, Cooper confronta su nuevo logo con el de marcas tradicionales asociadas al lujo, como Rolex, Aston Martin, Porsche o Breitling, y claramente el de Jaguar flaquea. Sin embargo, frente a marcas más populares como Playmobil o Smart parece encontrarse más cómodo.
Y tras la presentación del vídeo y del logo a finales de Noviembre, el lunes 2 de Diciembre, en el Miami Art Week se presentó el prototipo “Type 00”, anticipo del primer modelo de la nueva gama.
Aunque aun está a dos años de lo que llegará a los concesionarios, hay que reconocer que es impactante, llama la atención y huye de la monotonía de los SUVs. También genera dudas, como para qué tiene un morro tan largo si es eléctrico puro, o cómo se podrá homologar un interior con separación rígida entre conductor y pasajero, algo que hasta ahora solo se había visto en algunas categorías del Mundial de Resistencia.
Hay otros puntos por definir que invitan a reservarse las opiniones para más adelante. Por ejemplo, algunos materiales del interior, como el mármol travertino, no son homologables y sí pesados, un punto crítico en los coches eléctricos necesitados de autonomía. O que en el exterior no haya retrovisores, y las cámaras de visión trasera se oculten tras los nuevos logos del jaguar saltando, en la parte inferior de las aletas delanteras, por lo que solo serían operativas al desplegarse, lo que no es útil ni legal.
Por último, si admitimos como hipótesis que ese larguísimo morro es total o parcialmente maletero, el umbral de carga es terriblemente alto, y la cara superior de las aletas corre el riesgo de rayarse al meter y sacar la carga. Y que no se me olvide: ¿por qué el cubo de rueda no tiene el jaguar saltando ni su cabeza, como era tradicional, y sí esa “j” y esa “r”?
Muestra de la ambigüedad o indefinición en este inicio de lanzamiento son los colores elegidos para los “Type 00” de las fotos que se han hecho públicas. Bajo la misma perspectiva del vídeo, se puede decir que un coche es rosa pálido y el otro azul eléctrico, mirando hacia un posible futuro. Y sin embargo la nota de prensa basa los colores elegidos para la presentación en la herencia de la marca, y menciona que cuando el Jaguar E-Type se presentó en el Salón de Ginebra de 1961, se expusieron dos unidades; que un “Type 00” está pintado en color “Satin Rhodon Rose”, apodado “Rosa Miami”, en honor a la arquitectura Art Decó de la ciudad en la que se ha presentado, y que el otro luce un “Azul Londres” inspirado en los azules plateados de los ’60, para reflejar la herencia británica de Jaguar.
Como bien dice Harry Metcalfe en su canal de “You Tube”, a día de hoy aun hay más preguntas que respuestas. Sobre la red de concesionarios habría que saber cómo va a rematar la liquidación de stock y qué va a hacer hasta que llegue el inicio de la nueva gama a finales de 2026. Respecto a la imagen de marca, queda por saber si lo estruendoso de lo que se ha presentado hasta el momento tenía por objetivo más llamar la atención que mostrar la realidad, de modo que cuando ésta llegue será más prudente. Por lo que se refiere a los vehículos en sí, es atrevido juzgar toda una gama tomando como base un prototipo al que le falta un año de desarrollo hasta llegara a la congelación del diseño. Y eso sin olvidar los cambios de los próximos 24 meses en economía, demografía, legislación y política.
Si se participa en maratones y ultramaratones de bici de montaña teniendo más de treinta años y no se vive en un gimnasio, en ocasiones se llega a la meta cuando el aparcamiento de participantes ya está casi vacío.
El abanico de participantes en rutas largas para bicis de montaña es más que amplio, y no hay más que mirar alrededor cuando se forma la parrilla de salida para confirmarlo. En las primeras filas se colocan jovencitos dispuestos a dar la vida en la carrera, los que parecen vivir en un gimnasio del que solo salen para competir.
Y en la parte posterior de la parrilla se dejan caer fundamentalmente grupos de amigos con, vamos a decirlo así, otro tipo de forma física, que además se detendrán en el recorrido a hacerse fotos, y convertirán los avituallamientos en tertulias.
Por lo general, los primeros están duchándose en su casa cuando yo llego a la meta, y me encuentro un aparcamiento en el que solo quedan los coches de los segundos.
Con cierta lógica, la proporción entre unos y otros depende de la dureza de la prueba: a mayor dureza, más ciclistas mejor entrenados, lo que para mí supone más posibilidades de terminar entre los últimos.
Arranqué la temporada de 2024 participando, con frío y tras mucha lluvia, en la Clásica de Valdemorillo. A lo largo de sus 33 ediciones, esta prueba se ha ido moviendo entre ruta popular para público en general y carrera exigente solo para tipos duros. En 2024 se acercaba más a la segunda opción, y ofrecían un recorrido largo que se me hacía excesivo, y uno corto en el que me inscribí. Lo que aumentó la dificultad fueron el granito mojado, el barro esporádico y los muchos vadeos de agua fría, como el que me mantuvo los pies helados desde poco después de la salida hasta que me di una ducha caliente ya en casa.
Un mes más tarde me esperaba la Marcha del Cocido. Tras unos años con salida y estupenda organización en Quijorna, para 2024 se trasladaba a Brunete, con un recorrido fundamentalmente nuevo de 52 kilómetros y 770 metros de desnivel acumulado, y un índice de dificultad moderado de 36 puntos en la escala IBP. En principio no iba a ser más que un paseo largo, solo que el viento y el barro se aliaron, y me hicieron falta algo más de tres horas y media para llegar a la meta, a menos de 15 km/h de media.
Mi revancha llegó unos días más tarde, en Los Molinos. Había participado en la edición de 2023, y como para 2024 se repetía el recorrido al milímetro, decidí analizar el resultado anterior con el objetivo de mejorarlo. Los 37,1 km del trazado se formaban con la exigente subida desde el pueblo de Los Molinos hasta el Alto del León, para luego abordar una bajada rápida, y unos kilómetros finales de sube-baja, hasta totalizar 957 metros de desnivel acumulado, con un IBP de 66 puntos.
El año anterior me habían hecho falta 2 horas y 51 minutos para llegar a la meta, y al repasar ese tiempo y lo que hice en él, localicé tres posibilidades de mejora. En primer lugar, la crema de protección solar que me había dado antes de la salida de 2023 me había caído sobre los ojos, y me produjo una irritación que me obligó a parar en tres ocasiones. La grabación del Garmin y mi memoria decían que el largo y rápido descenso desde el Alto del León hasta el pantano de La Jarosa se podía hacer más deprisa arriesgando algo más. Y por último, organizar mejor los avituallamientos permitiría hacer solo dos en lugar de tres. Con todo ello, concluí que el objetivo para 2024 era presentarse en meta 2h y 45’ después de salir.
Mentalizado de este modo y dosificando la energía en la subida larga, le puse interés y algo de atrevimiento en la bajada para presentarme en el segundo y último avituallamiento antes de lo previsto. Esta motivación añadida me permitió ir deprisa en los kilómetros finales y llegar a la meta en 2h 39’.
Eso sí, mientras yo, tan cansado como satisfecho, hacía estiramientos en la zona en la que aparcamos los participantes, estaban llegando los veinteañeros que ya se habían hecho la ruta larga.
La cuarta del año se me atragantó. Sabía que la ruta de Aldea del Fresno, con 57,4 km, 1.055 metros de desnivel y un IBP de 57 iba a ser difícil. Lo que no esperaba era que el precioso recorrido a través de paisajes fantásticos estuviera tan dañado por las lluvias torrenciales de los últimos meses de 2023. Encontré multitud de senderos y hasta caminos que para mi nivel no eran ciclables, de modo que recogí mi medalla de “finisher” a las 4h y 10’ de salir, y cargué la bici en un aparcamiento casi vacío.
Durante el verano me empezó a tentar la posibilidad de entrenarme para participar en alguna prueba especialmente larga y renombrada. Me topé con la dificultad de que estas carreras más duras se organizan pensando en participantes con más nivel y menos edad que yo, de modo que se me hacen incómodas, por decirlo delicadamente. Sin embargo, en mi búsqueda me topé con una tradicional, la Talajara, que parte de Talavera de la Reina y recorre la comarca de La Jara, en la provincia de Toledo, de ahí su nombre. Los 59 puntos de dificultad del recorrido en la escala IBP no vienen, claro, de los solo 846 metros de desnivel acumulado; se deben a los 87 km. de pistas que hay que recorrer. Es un tipo de trazado lejos de mis costumbres porque la Sierra del Guadarrama, en cuyas cercanías vivo, es más de senderos y desniveles para hacer recorridos cortos, que de pistas tirando a planas que invitan a kilometrajes largos.
Planeé por tanto un entrenamiento diferente, centrado en recorridos sencillos y largos, que empezaría a finales de Agosto y debería ir endureciéndose hasta la fecha de la Talajara, prevista para el 5 de Octubre. Solo que el calor tórrido de los últimos días del verano y los viajes de trabajo de Septiembre dificultaron la puesta en práctica de la totalidad del plan.
Había intercalado en el entrenamiento la participación en la ruta larga de La Mequera, tras haber participado en la corta dos años antes. El recorrido previsto era más de senderos y desniveles que el de la Talajara, pero su IBP de 53 puntos serviría de preparación. Lo malo es que me topé con los mismos caminos destrozados por la DANA que en Aldea del Fresno, y a mitad de los 55 km. me encontraba cansado. Por fortuna, me recuperé en los tramos de pista sencilla que venían a continuación, y aunque se me atragantaron los repechos finales de los kilómetros 46 y 49, llegué a la meta con la sensación de haber hecho un buen entrenamiento. No puedo ignorar que llegué a esa conclusión optimista en un aparcamiento casi vacío, porque el nivel medio de los participantes era claramente superior al mío.
Con la sensación de que no había completado el entrenamiento como me gustaría, me presenté en la salida de la Talajara. A falta de preparación física, había estudiado el recorrido para tener claro cómo afrontarlo: mucha calma para no calentarse en los primeros 17 km., totalmente planos; dosificar el esfuerzo en las subidas de los km. 17, 32 y 55; arriesgar lo justo y necesario en las bajadas de los km. 22, 47 y 60 y, si llegaba entero, rodar sin piedad desde el km. 68 hasta la meta. Ese planteamiento me sugería un tiempo de 5 h 30’, a una media de 15,8 km/h.
Lo mejor de todo es que conseguí ajustar esa teoría a la práctica: rodé ligero y sin estridencias las primeras horas, incluyendo la larga subida del kilómetro 32 al 40, y aproveché las llanuras posteriores sin desfondarme en los siguientes repechos. De este modo me planté en el km. 68 con sensación de que me quedaban fuerzas y ganas.
Las piernas decían que podían tirar en los 19 km. que faltaban, y el Garmin marcaba que hasta ese momento la velocidad media era de 15,1 km/h, así que me puse como límite 150 pulsaciones hasta el km. 80 y 155 hasta la meta, y ajusté el ritmo.
Poco a poco la velocidad media iba subiendo y veía que era posible alcanzar la meta en el tiempo objetivo. Y como 19 km. bien hechos dan para mucho, finalmente crucé bajo el arco de llegada en 5 h 18’ a 16,1 km/h de media.
Comí algo, hice estiramientos, recogí la medalla de “finisher” y mi Cannondale Scalpel y yo fuimos al aparcamiento de participantes. Quedaban muchos coches, algo que cuantifiqué esa tarde al consultar la clasificación oficial: unos doscientos corredores llegaron a la meta después de mí.
Con los objetivos de 2024 conseguidos, empieza la búsqueda de los desafíos de 2025.
En los ’80, yo asistía como aficionado a las carreras de lo que entonces se llamaba Mundial de Velocidad. A principios de los ’90, seguía asistiendo, entonces como reportero Tribulete o como miembro de un equipo. Después de tres décadas viendo las carreras solo por televisión, he vuelto a un circuito a ver lo que ahora se llama MotoGP. ¿Qué cambios he encontrado?
Los cambios se pueden resumir en una frase: lo de antes eran carreras de motos a las que asistían aficionados, que en muchas ocasiones iban al circuito en moto; lo de ahora es un espectáculo que se centra en motos que corren mucho, al que acude público en general. Lo pintó con precisión uno de los pilotos participantes durante una entrevista el sábado por la tarde, cuando le preguntaron qué esperaba del domingo: “Vamos a hacer un buen show”.
Está claro gran parte del cambio no surge de las carreras de motos, es un cambio de costumbres y modos de vida. El punto clave es que, en nuestra sociedad, lo importante es vivir experiencias y, sobre todo, contarlas; es decir, que el organizador debe ofrecer mucho más que una carrera de motos (o tres, como es el caso), y a la vez permitir que los asistentes cuenten su experiencia a través de la otra novedad importante: las redes sociales. La consecuencia es que el espectáculo que se ofrece ha de ser participativo, de modo que el espectador no solo lo mire, sino que lo viva, como consecuencia lo grabe y entonces lo comparta. Todo esto condiciona y define lo que ya es la puesta en escena de un espectáculo, algo que va más allá de las carreras de motos.
La actividad comienza ahora el jueves por la tarde, cuando se abre temporalmente la línea de boxes al público para que se haga el pit lane walk: los asistentes lo recorren móvil en mano, fotografían las motos que los equipos han aparcado a la puerta de cada box y las suben a las redes sociales. Muchos de ellos consideran que lo importante es que ellos estén allí y no el Gran Premio en sí, de modo que las fotos que se hacen son selfies en los que aparecen en primer plano ellos y luego las motos.
Algunos pilotos salen a saludar al público y, en medio del revuelo, se hacen unos cientos de selfies más, porque lo importante no es ver al piloto o hablar con él, sino mostrar en las redes sociales que uno está allí, en el espectáculo.
Para entretener al público desde el jueves hasta el domingo, hay una zona cercana a las tribunas llamada Fan Festival, que está formada por Gastro Land, Pit Stop, Fun Land y RockLand. En otros términos y respectivamente, unos chiringuitos para comer, una zona en las que sentarse, algunas atracciones de feria y un escenario en el que a lo largo de los días se turnan pilotos, músicos, DJs y otros artistas, junto a un photo call.
En los tiempos que quedan entre sesiones de entrenamientos o entre carreras, para mantener al público entretenido, las pantallas gigantes del circuito lanzan iniciativas como enfocar con las cámaras al alguien del público para que se ponga a bailar (lo llaman dance cam) o muestran los selfies que el público se ha hecho en el circuito y ha subido a una aplicación a través de un código QR (lo llaman Fan View).
Y el domingo, tras acabar la última carrera, la de MotoGP, se permite una invasión organizada de la pista, de modo que el público que aprovecha esta oportunidad llega a colocarse al pie del podio. Esto genera otro éxito para el organizador en forma de eso a lo que se aspira llamado trending topic, o aparecer muchos en redes sociales, en forma de nueva avalancha de selfies, en los que lo importante no es el podio en sí, lo fundamental es mostrar que se está junto al podio.
Con todo, lo que más me llamó la atención en esta invasión controlada es que muchos espectadores se la tomaron como una peregrinación a un lugar con un significado especial, nada menos que la recta de meta de un circuito de MotoGP, y con ello la parrilla de salida. Hacía mucho que había concluido la ceremonia del podio, y aun había cola para hacerse selfies en la pole position, ese lugar privilegiado de la parrilla en el que se coloca quien ha conseguido el mejor tiempo en los entrenamientos.
Me llamó igualmente la atención que, con ese complejo de inferioridad de los españoles, que nos hace valorar lo que viene de fuera por el mero hecho de que venga de fuera, las novedades se bautizaban en inglés. A estas alturas del texto, la entrada acumula doce anglicismos diferentes, incluyendo el del título. Y dado que noté más espectáculo que carreras de motos, cuantifico ahora que tras unas 800 palabras aun no se ha hablado de motos. Vamos a ello.
El cambio básico es la enorme complejidad técnica de las motos actuales. Cuando salí del Mundial entraba la electrónica, y ahora lo ha desbordado hasta tal punto que un error en la coordinación de algunos de los diversos sistemas electrónicos (por ejemplo, el sistema antirrebote del embrague y el selector del cambio) puede arruinar una carrera. También mi oído notó el cambio, porque me fui en pleno esplendor del motor de dos tiempos ahora extinguido. Las Moto3 de ahora me recordaban a aquella iniciativa británica llamada Sound ofSingles, una estupenda idea para entretener a pilotos y mecánicos con escaso presupuesto. Las Moto2 me sonaban a una moto de calle con escape bueno y muy afinada, y siento decir que las MotoGP no me sonaban como esperaba, y menos comparadas con las 500 c.c. de dos tiempos. Quizá el motivo es que son tan, pero tan potentes, que ese sonido que se genera a plena carga y máximo régimen solo aparece en una pequeña parte del circuito, mientras que aquellos aullidos de las 500 se oían con más frecuencia. Me viene a la memoria auditiva la Honda NSR500 de Wayne Gardner subiendo gas a fondo desde la profundidad del bosque rico en oxígeno de Brno, haciendo eco entre los árboles y en la boca de mi estómago.
Por fortuna, además del espectáculo que deseaba hacer el piloto de la entrevista del sábado, vi carreras de motos, de las entretenidas. Y, como remate, la de MotoGP la ganó Marc Márquez.
En el fondo, lo que busca un peregrino es comprobar si lo que encuentra en el lugar de peregrinación es lo que imaginaba antes de salir de casa. Si para los anglófilos aficionados al mundo del motor Inglaterra es tierra de peregrinación, ¿lo que he vivido en el viaje de este verano es lo que esperaba?
Hace una media hora que he recogido un Nissan Juke manual de alquiler de las oficinas de Avis cercanas a la terminal 5 del aeropuerto de Heathrow, y no me duelen los nudillos de la mano derecha. Esto funciona.
En anteriores experiencias conduciendo por la izquierda, todo había ido bien hasta el momento de cambiar de marcha. Por una reacción instintiva, tras décadas conduciendo con la palanca a mi derecha, cuando el oído me decía que había que cambiar de marcha la mano derecha salía disparada buscando la palanca de cambios y golpeaba con el guarnecido de la puerta. Después de tres o cuatro errores, el dolor en los nudillos me recordaba que la palanca estaba al lado izquierdo.
Esta vez no solo he aprendido, también conduzco concentrado para evitar este tipo de confusiones, y a la hora de cambiar de marcha solo me encuentro con una dificultad, simplemente ergonómica: el movimiento de la mano izquierda para reducir de marcha impar a par (5ª a 4ª, y 3 a 2ª) no es natural, y debo hacerlo con un cuidado especial: a la vez hacia abajo y alejándola del cuerpo, hacia la izquierda.
También centro la atención en las enormes y complejas rotondas británicas en las que además se circula en sentido horario, al revés que en el continente. Muchas de las que encuentro están en lo que por aquí llamamos autovías, lo que garantiza la existencia de muchos carriles y tráfico abundante, que además viene “por el otro lado”.
Solo hay un punto al que no me termino de acostumbrar: el retrovisor interior está, claro, a mi izquierda, y más de una vez, buscándolo a la derecha, me he topado con el oportuno adhesivo de Avis que me recuerda “Drive on the left”.
El otro punto que me llama la atención a la hora de rodar por las carreteras inglesas es el modo de conducción de los conductores locales: se respeta escrupulosamente la velocidad máxima autorizada en cada lugar, sean 20 millas por hora en zona urbana o 70 en autovías. Es más, cuando alguien se coloca en el carril derecho para adelantar (sí, que no se nos olvide que se adelanta por la derecha), los que vienen detrás no se pegan a él, agobiándole para que despeje de inmediato el carril. Al contrario, esperan con paciencia y a distancia, sin presionar, y solo cuando se acaba la maniobra de adelantamiento, aceleran para recuperar su ritmo.
También se respeta, y mucho, la distancia de seguridad, independientemente del tipo de calzada y de la velocidad a la que se ruede. Y al crearse estos amplios huecos entre coches, se facilita la incorporación de los que se unen a la carretera, porque tienen fácil ocupar esos huecos.
Hace tiempo que la prensa británica del motor insiste en el mal estado de sus carreteras; lo recuerdan especialmente cuando vienen a disfrutar de las vías españolas en las abundantes presentaciones a la prensa que se convocan por aquí. De ahí que no me sorprendiera toparme con tal cantidad de baches, agujeros, parches y ondulaciones, especialmente en las carreteras secundarias, lo que allí llaman “B-roads”.
Sí hubo otras dos peculiaridades que me llamaron la atención. En primer lugar, que muchas de esas carreteras no solo no tienen arcén, es que la calzada está limitada por un bordillo. Esto significa que, en caso de apuro, no solo no contamos con un metro más de anchura de calzada, es que el bordillo será un tope con el que chocarse si pilotamos una moto, o que puede ayudarnos a volcar si conducimos un coche.
El otro punto que me sorprendió es la casi ausencia de señalización horizontal, de líneas pintadas en el suelo. Estoy acostumbrado a utilizarlas como referencia para ubicar el vehículo en el carril, y me sirven de guía de cara a trazar las curvas, pero su práctica inexistencia me obligaba a tomar como referencia el bordillo, el coche que rodaba por delante (si había alguno y lo hacía bien) o mi intuición. La falta de línea central continua en las calzadas de un carril por sentido me preocupaba especialmente, porque esa es mi referencia al conducir por el otro lado: si me siento a la derecha del coche y conduzco por el carril izquierdo, debo ver con claridad esa línea y no pisarla nunca con las ruedas, porque eso significaría que estoy invadiendo el carril contrario. Usar el bordillo como referencia es más difícil y menos seguro, porque lo tapa el coche propio y su color no destaca contra el asfalto.
Para quienes alimentamos la pasión por las motos y los coches fundamentalmente a través del Reino Unido, recorrerlo ofrece la posibilidad de visitar esos lugares que nos muestran, por ejemplo, las revistas especializadas o “You Tube”. Uno de esos sitios es “Caffeine&Machine”, punto de reunión de los aficionados que necesitan pocas excusas para lucir sus juguetes con ruedas mientras cenan y toman unas cervezas. El pretexto el día de mi pereginación a “The Hill”, el local de “Caffeine&Machine” cercano a Statford-upon-Avon, era una reunión de propietarios de Aston Martin.
Ver en España un coche de esta marca se etiqueta como sorpresa o acontecimiento; es de imaginar mi cara cuando, al llegar, conté más de veinte. A falta de los cotizadísimos DB5 y DB6, había unas cuantas unidades de cada uno de los modelos que se lanzaron después, incluyendo los últimos DB11 y DB12. Y hasta dos unidades de la recién lanzada serie limitada “DB11 F1 Edition”, uno en el verde metalizado de los Fórmula 1 de Alonso y Stroll, y otro en verde satinado. No fui capaz de decidir cuál me gustaba más.
Como remate de las rarezas, tres orgullosos propietarios aparecieron con unidades del Rapide, ¡tres! Para ser la primera ocasión en que me topo con un Rapide en vivo, ver tres juntos fue todo un choque. Y por cierto, es tan elegante por fuera como escaso de espacio en las plazas traseras.
En general, el entorno de “Caffeine&Machine” era una versión muy británica de eso que se llama “mezcla de tradición y modernidad”: el edificio de “The Hill” fue primero residencia familiar de un terrateniente local, y luego una venta, lo que por Inglaterra se llama “bed&breakfast”. Enclavado entre colinas perennemente verdes, está a solo dos millas de Stratford-upon-Avon, donde nació William Shakespeare. En las mesas de los alrededores del edificio, desde las que contemplo los Aston Martin, hay grabado un código QR que permite acceder a la carta del “pub”, realizar pedidos y pagarlos. Además funciona, porque sin moverme de la mesa y sin dejar de admirar los coches, me traen una pinta y unos sándwiches.
Parece obligatorio que una peregrinación automovilística por Inglaterra incluya una visita a una de esas fábricas desconocidas por la mayoría y adoradas por el resto, como Morgan. Aun conservan y utilizan la nave original en la que Harry Morgan arrancó la producción de sus coches allá por 1914. El resto de la zona de fabricación son igualmente naves de ladrillo oscuro, ideales para ambientar películas de la era de la revolución industrial, y ubicadas en las afueras de un pueblo llamado Malvern. Dentro de esas naves conviven tecnologías de muchas décadas diferentes. Por un lado, los motores, los cambios y la electrónica son de origen BMW, lo que significa que hay muchos, pero que muchos cables. Esos motores y sus transmisiones se montan sobre bastidores monocasco elaborados según técnicas aeronáuticas: chapas plegadas de aluminio que se unen entre sí mediante adhesivos y roblonado.
Hasta aquí la modernidad, porque ese conjunto se cubre con una carrocería de chapa de aluminio formada a mano sobre un bastidor de madera. De hecho, las naves en las que se fabrica y monta la carrocería utilizan los mismos utillajes de carpintero que un taller de carruajes y diligencias. Visualmente el resultado final es un coche de aspecto tradicional, solo que con luces de leds y tripas actuales.
A lo largo de la visita nos topamos con el prototipo terminado y las dos primeras unidades de producción del Midsummer, lo que empezó como una charla durante la visita de personal de Pininfarina a Morgan, y acabó como un proyecto conjunto limitado a cincuenta unidades. Que, por cierto, se habían vendido 48 después de anunciarse. Sobre la base del Morgan actual, Pininfarina ha creado una carrocería más envolvente y a la vez más sencilla, destacando el uso de la madera a base de dejarla vista en el habitáculo. Toda una delicia para los fanáticos, y una colección de dudas para quien juzgue estos coches desde un punto de vista objetivo, como iba a descubrir al día siguiente.
Me gusta mantenerme cerca de la realidad mezclando, en las proporciones adecuadas, la teoría con la práctica. Para ello había alquilado, durante un día, un Morgan Plus Four, el modelo actual con motor BMW de dos litros y 255 CV para solo 1.007 kilos.
A la hora de montarse se ha de salvar el ancho estribo lateral, y meter la pierna entre la banqueta del asiento y el volante. Una vez dentro, el codo derecho roza con el guarnecido de la puerta, y la rodilla de ese lado queda encajada entre la propia puerta y la columna de dirección.
Para facilitarme la conducción, había escogido la versión con cambio automático, que me ofrecía una ventaja adicional: en una unidad con volante a la derecha, como ésta, la presencia de la caja de cambios deja poco sitio en la zona de los pedales, y solo caben el del acelerador, el freno y un reposapié para el izquierdo. Si el cambio es manual, hace falta un pedal de embrague, y el pie izquierdo se queda sin apoyo.
Al acabar la visita a la fábrica el día anterior había confirmado la reserva del alquiler, y solicitado consejo sobre rutas de los alrededores en los que disfrutar del Morgan Plus Four. De modo que al recoger las llaves me encontré en recepción un sobre a mi nombre con rutas sugeridas, que incluían dos puntos de alto interés. El primero era recorrer “The Costwolds”, una zona que admite la definición de “todo lo que el que no sea inglés imagina como el típico pueblo inglés”. El área cubre cinco condados y efectivamente responde al tópico, como iba a comprobar en la ruta: casitas construidas en piedra color miel, rodeadas de pequeños jardines y enclavadas en pueblos tan idílicos, que estaban a punto de pasar a ser cursis. Lugares donde ancianitas bien arregladas pasean a sus perros y meriendan en grupos de amigas, calles en las que un Ranger Rover parece el coche ideal, un Aston Martin DB11 no desentona, y hasta un McLaren en color naranja papaya está en su ambiente.
El segundo punto a destacar en la ruta propuesta a través de “The Costwolds” es que incluía la recomendada carretera A 46 entre Stow-on-the-Wold y Tewksbury, sobre la que había encontrado elogios en la web “Driven to Write”.
Según me explicaron en la entrega del Morgan, la disposición de los faros y de las aletas delanteras tiene sus ventajas, aun cuando uno vaya sentado sobre el eje trasero y el morro del coche se vea lejos: desde el puesto de conducción los faros y las aletas, que son el punto más adelantado y el más ancho del coche, respectivamente, y son la referencia ideal para situar el Morgan en el carril y maniobrarlo a la hora de aparcar.
La primera sensación al arrancar es de crudeza, de sentir realmente el motor y la rodadura. Al ir sentado tan atrás, parece que hay muchos metros de coche por delante, como gobernando un buque desde el castillete de popa, con el largo capó oficiando de cubierta. Los apenas mil kilos y la estrechez hacen que el Morgan se sienta ágil y maniobrable al salir del aparcamiento de la fábrica y cruzar Malvern camino de las carreteras en las que se va a sentir a gusto.
Las millas van transcurriendo y, mientras disfruto de la conducción y de los paisajes de “The Costwolds”, pienso si conducir un Morgan por estas carreteras tan británicas es lo que imaginaba meses atrás, cuando organizaba el viaje. Las carreteras están tan descuidadas como me habían pintado, los conductores son más educados de lo que esperaba, y los pueblos que cruzo son exactamente lo que me habían anunciado, el pueblecito británico ideal entre colinas verdes.
Llueve durante casi todo el día (también lo esperaba de Inglaterra) y eso me permite comprobar el mal ajuste de la capota del Morgan, que genera ruido al agitarse con el viento. No olvidemos que es solo una simple capota de tela, de accionamiento manual, y no una de esas elaboradas cubiertas de muchas capas que protegen a algunos descapotables alemanes. Su ruido se suma al aerodinámico, al de rodadura y al de motor, causados por la falta de aislamiento del entorno. Todo ello, con la capota cerrada por culpa de la lluvia, genera una cierta sensación si no de claustrofobia sí de encierro.
Con los limpiaparabrisas continuamente activados, me doy cuenta de un detalle curioso: como el parabrisas es muy bajo, los limpias han de ser cortos para no salirse por arriba, y por ello hacen falta tres para barrer todo el parabrisas.
Por otro lado, el tamaño contenido del vehículo y la relación entre el peso y la potencia, junto con precisamente esa falta de aislamiento, hacen que la conducción sea ligera, viva y directa, que haya conexión entre la carretera, el coche y mis sentidos, y disfrute a bordo.
Para romper el tópico, y ya en plena A 46 saliendo de Stow-on-the-Wold, deja de llover. Tardo nada y menos en plegar y asegurar la capota, y conduzco las últimas millas hasta Tewksbury y la fábrica Morgan dejando que el olor a campo húmedo entre en el habitáculo, y con las nubes altas por techo. Ahora la sensación es otra, el habitáculo es menos opresivo y el coche parece hasta más ágil.
Aun así, ni con este retorno al aire libre dejo de pensar que su utilidad es tan limitada que no me compraría uno, aun teniendo el dinero necesario y pudiendo aguantar la lista de espera. Es demasiado crudo para viajes largos, vulnerable en tráfico urbano y seco en conducción deportiva. Eso sí, no hay nada más británico que un Morgan, ¿o sí?
Es lo que voy pensando mientras, unos días más tarde, conduzco el Nissan Juke de alquiler con rumbo a Hethel, la eterna sede de Lotus, esa marca que en su día fundó Colin Chapman y que, tras pasar por mil manos y otras tantas crisis, es ahora parte del grupo automovilístico chino Geely.
Lotus nación para la fabricación artesana, por el propio Chapman, de coches de carreras. Con los años entró en el mercado de los coches de calle, y su Esprit de 1976 llegó a ese alto honor de ser el coche de James Bond en una de sus películas: Roger Moore paseó a Barbara Bach en “La espía que me amó” en un Lotus Esprit S1.
También la rama de competición de la marca creció hasta llegar a la Fórmula 1, donde el equipo participó durante desde 1958 hasta 1994 con pilotos tan renombrados como Graham Hill, Sir Stirling Moss o Nigel Mansell.
Con el equipo de Fórmula 1 cerrado y la producción de vehículos de calle repartida entre Hethel y China, lo que se puede visitar son las naves de producción del Lotus Emira, porque las del Evija son confidenciales, y el resto de la gama (Eletre y Emeya) se fabrican en las plantas locales de Geely. También es visible el “Lotus Heritage Centre”, la cercana sede en las que se guarda y mantiene en uso una colección de Lotus de F1, propiedad de la marca o de clientes.
La primera impresión que se lleva el peregrino al entrar le deja sin palabras, por la calidad, cantidad, variedad y estado de los coches presentes. Nos recibe el Lotus 49 de finales de los ’60, con los colores de Gold Leaf, y frente a él están esas decoraciones que se han quedado grabadas en nuestra memoria de aficionados: el oro y negro de John Player Special, el amarillo apagado de Camel, …
Mientras Scott, el guía, nos va presentando cada coche, tengo la misma sensación que si estuviera leyendo un fabuloso libro ilustrado con la historia de Lotus, solo que en lugar de leerlo Scott me lo va contando, y en vez de mirar las fotos tengo delante de mí el coche real.
Nos rodean vitrinas con trofeos de carreras y monos de pilotos, maquetas de coches y estanterías llenas de piezas. Con todo, lo que más me atrae son unas hojas sueltas junto a unos lápices y un par de compases: son notas manuscritas de Colin Chapman, en concreto los cálculos de una barra de torsión de uno de sus F1, rodeadas por sus objetos de escritorio.
Después de este viaje a un episodio concreto de lo mejor del pasado de Lotus, recorrer las naves en las que se fabrica el Emira palidece. Sí, me encantan el coche, su tecnología y el método de producción, y me encantaría tener uno a pesar de que está vendida la producción de los dos próximos años. Pero es menos Lotus que un Esprit o un Elan. Claro, que es bastante más utilizable que un Morgan Plus Four.
Sea como fuere, no he ido a Inglaterra de compras sino de peregrinaje, y he regresado anglófilo y convencido. A pesar del estado de las carreteras y con los nudillos de la mano derecha enteros.
La aparición de los relojes de cuarzo, baratos y precisos, obligó a la industria relojera tradicional a reinventarse. ¿Sucederá lo mismo con los coches deportivos a causa de la llegada de los eléctricos?
Hasta la invasión del cuarzo, los relojes eran mecánicos, ya fueran manuales (había que darles cuerda) o automáticos (se cargaban con el movimiento de la muñeca del usuario). Esto les convertía, si querían ser precisos, en objetos caros; a cambio, eran la única manera de saber la hora, excepción hecha de los grandes relojes de los campanarios de las iglesias o de los edificios oficiales.
Desde su llegada, los relojes de cuarzo fueron más pequeños, más precisos, más ligeros y más baratos que los mecánicos, lo que eliminó de repente la razón de ser de éstos. Solo que sus fabricantes crearon un nuevo motivo para su uso: ya no servían solo para saber la hora, se habían convertido en un complemento de moda, otro elemento del atuendo, como los zapatos, el cinturón o los gemelos.
Unos años más tarde hubo que intensificar esta tendencia, ya que aparecieron relojes digitales por todas partes, hasta tal punto que, si uno lo piensa, se está casi siempre delante de un dispositivo que dice la hora: el teléfono móvil, el ordenador, la tableta, el televisor, el microondas, el coche y muchas de las pantallas de publicidad callejera nos recuerdan a la vez qué hora es y que no hace falta fijarse un reloj a la muñeca para saberlo.
Por eso, a día de hoy la relojería de pulsera, en especial la de caballero, centra su diseño más en ser una declaración de intenciones que en envolver una máquina que dice la hora. Se comercializan relojes clásicos y réplicas de clásicos, cronógrafos discretos u ostentosos, fabricados en materiales tradicionales (acero), novedosos (titanio o fibra de carbono) o suntuosos (oro, platino, con añadidos de piedras preciosas), y se lucen lo mismo que las señoras pueden presumir de bolsos o chales.
La razón de ser de los coches deportivos es ofrecer unas prestaciones superiores a las de los demás, se midan en velocidad máxima, aceleración, frenada, manejabilidad o estabilidad. Esas capacidades superiores justifican sus precios elevados, que a su vez crean la siempre importante exclusividad.
A lo largo de los años hemos asociado ciertos valores relativos a esas prestaciones a determinados modelos, de modo que, por ejemplo, la velocidad máxima se asocia a Ferrari y Lamborghini, y la deceleración a Porsche. Y esos son los motivos que sitúan a sus fabricantes en una posición privilegiada de mercado. Hasta la aparición de los coches eléctricos.
Un motor térmico aumenta su potencia y su par con el régimen de giro, lo que proporciona una buena aceleración solo cuando el motor está alto de vueltas. Un motor eléctrico ofrece todo el par disponible desde el arranque, por lo que la aceleración de un vehículo eléctrico es casi siempre superior a la de un térmico.
Por otro lado, las circunstancias actuales del tráfico en Occidente (siento ser tan genérico) están dando cada vez más importancia a disfrutar de la conducción acelerando que por velocidad máxima. Esta se encuentra crecientemente limitada, lo que unido a la elevada densidad del tráfico y al mal estado de las carreteras, hace que no se pueda rodar deprisa de modo constante, y que se conduzca acelerando cuando se puede y despacio el resto del tiempo.
Es decir, que allí donde tradicionalmente los fanáticos de los coches los disfrutan, las circunstancias obran a favor de los eléctricos, reyes en prestaciones puras. Da igual que valores de aceleración queramos medir, los primeros lugares de las clasificaciones los ocupan siempre los eléctricos: un Rimac Nevera alcanza los 100 km/h en 1,8 segundos, mientras que un envidiable Ferrari SF 90 Stradale necesita un 27% más. Si medimos el tiempo hasta alcanzar los 200 km/h, la diferencia es aún un 14%. Ante esta pelea desigual, parece que en lugar de plantar cara o rendirse, los fabricantes tradicionales tantean otro camino, como en su día la industria relojera: prioridad a las sensaciones, a mostrar la maquinaria, a disfrutar del sonido, la vista y el tacto.
Ha sido la reciente presentación del Bugatti Tourbillon, el que sucede al Chiron, la que ha generado ese paralelismo entre la industria del automóvil y la relojera. Hasta la fecha, los Bugatti bajo la pertenencia al grupo VW basaban su existencia en un pliego de condiciones espectacular encaminado a conseguir unas prestaciones únicas. Un motor de 16 cilindros en W, de ocho litros de cubicaje, con cuatro turbos y toda la colección de radiadores, intercambiadores de calor y tubos necesarios para que ese despliegue termodinámico funcione sin autodestruirse. De acuerdo con que se alcanzaban las prestaciones deseadas, pero el peso total se acercaba a las dos toneladas, y había más de exhibición tecnológica que de sensaciones y disfrute.
El nuevo Tourbillon monta un motor, sí, de 16 cilindros y 8,3 litros, solo que atmosférico y en V sencilla, lo que deja al peso, al eliminar turbos y otros complementos voluminosos, en 252 kilos, más o menos la mitad que su antecesor en W.
Añade un funcionamiento híbrido a través de una batería, dos motores eléctricos en el eje delantero y uno en el trasero, para igualar las prestaciones del Rimac Nevera hasta 100 km/h, y dejar el peso total algo por debajo del que lastraba al Chiron.
Hasta ahora, con lo descrito, el Tourbillon ofrece la emoción y el sonido de un vehículo térmico, el silencio de un eléctrico y la versatilidad de un híbrido, ya que permite escoger el modo de conducción.
Y ahora añadimos el resto de las sensaciones: de cara a la vista, el motor térmico se puede admirar desde el exterior, al menos en la medida que lo permite la normativa de atropellos. Y el cuadro de mandos reproduce una tendencia reciente en la industria relojera, la de mostrar la maquinaria, móvil y en funcionamiento, como para evidenciar su dinamismo, la existencia de piezas mecánicas tangibles, al revés que en los elementos eléctricos, que son estáticos e invisibles, ya hablemos de relojes de cuarzo o de coches eléctricos. La tendencia a la que me refería se bautizó en inglés como “skeletonized” (¿”esqueletizado”?), porque parece una representación de un esqueleto humano, y en el Tourbillon está formado por 600 piezas fabricadas y montadas por relojeros suizos, en titanio, rubí y zafiros, que pesa solo 700 gramos, y tiene tolerancias de fabricación de entre 5 y 50 micras.
Y no olvidemos que para cerrar el paralelismo entre relojes y coches, Bugatti ha escogido a propósito el nombre del modelo, tomándolo de un invento de 1795 de Abraham Louis Breguet, de profesión, claro, relojero, y fundador de la marca que todavía lleva su nombre. En aquella época no se había inventado el reloj de pulsera, y los caballeros los utilizaban de bolsillo, que se guardan fijos y en posición vertical. Colocados de ese modo, la gravedad influye negativamente en su precisión. El invento de Breguet, menos necesario en los relojes de pulsera, compensaba esa influencia, y se bautizó como Tourbillon, torbellino en francés.
¿Será el nuevo Bugatti una excepción, o se mantendrá este paralelismo entre coches y relojes? Si lo basamos en conceptos como piezas a la vista y peso total, algunos últimos lanzamientos como los GMA T.50 y T.33 de Gordon Murray, el Aston Martin Valkyrie y el Red Bull RB17, parece que sí. Ojalá se confirme, y volvamos a disfrutar más de las sensaciones que de los números.
Existe un interesante paralelismo entre las clases sociales de los humanos y las de los automóviles: ambas se crean y se destruyen, tienen fronteras que se alzan y se difuminan, y las dos pasan por épocas, como la actual, de turbulencias e incertidumbres.
Cuando hace más de un siglo se inventó el automóvil, su fiabilidad era baja y sus precios, por la producción manual, eran altos. Por tanto, los primeros compradores debían reunir dos características, la primera de las cuales se etiqueta, hoy en día, con ese anglicismo de “early adopters”, o sea, los valientes que para ser los primeros en tener lo último asumen los riesgos necesarios. La segunda peculiaridad de esos primeros compradores era, obviamente, tener mucho dinero, por lo que sus automóviles debieron reproducir los ambientes, materiales y lujos por los que se movían los clientes iniciales. El despliegue de cuero y madera del Bentley de la foto de más arriba es un buen ejemplo, porque recuerda a los exclusivos clubes británicos propios de un usuario de Bentley de los años ’30.
Una vez que todos los “early adopters” con dinero que querían un coche ya se lo habían comprado, es decir, cuando se llenó ese nicho de mercado, la evolución lógica del sector del automóvil era iniciar la fabricación de vehículos más baratos para clases sociales menos pudientes o, en otras palabras, fabricar coches para la burguesía, y no solo para la aristocracia y la realeza. Culminado ese paso se arrancó el siguiente, de modo que primero Henry Ford y su Ford T y más tarde Adolf Hitler y su “coche del pueblo”, el Volkswagen “Escarabajo”, extendieron el uso de automóviles a la mayor cantidad posible de personas.
Con un espectro de posibilidades tan amplio, los fabricantes de automóviles tenían difícil ofrecer modelos para todas esas opciones, además de que ese abanico crearía una imagen de marca indefinida o hasta inexistente. Por eso cada uno prefirió especializarse en un solo lado del mercado.
Corriendo el peligro de toda simplificación, vamos a decir que entonces aparecieron tres niveles de fabricantes, cada uno de los cuales se dirigía a un estrato social determinado o a quien quería parecer miembro de ese grupo. Empezando por arriba se sitúan las marcas de lujo como Rolls Royce, Bentley, Ferrari o Lamborghini. Se distinguen por sus precios elevados, producciones bajas para mantener la exclusividad, y la posibilidad de configurar el vehículo a medida. Solo fabrican vehículos lujosos o deportivos, siempre grandes y caros. Sus clientes habituales son lo que damos en llamar “ricos”, o quienes quieren parecerlo.
Inmediatamente por debajo están los etiquetados como fabricantes “premium”, que son aquellos relativamente exclusivos, con producciones medias, precios altos, y muchos extras entre los que escoger para crear una cierta personalización. Los ejemplos habituales en Europa son los tres alemanes: Audi, BMW y Mercedes Benz. Se dirigen a un cliente que catalogaríamos como miembro de la burguesía, y solo fabricaban vehículos de tamaño grande o, como mínimo, medio.
Y por fin los generalistas, que ofrecen vehículos más sencillos, en series grandes para reducir costes, con menos posibilidades de elección, precios dentro de lo que cabe accesibles, y fundamentalmente pequeños o, como mucho, medianos. Los fabricantes más conocidos por estos lares son SEAT, Ford, Renault, Opel y Toyota.
Estas clases sociales se mantuvieron más o menos estables y separadas durante años, hasta que a principios de los ’90 del siglo pasado llegaron los fabricantes coreanos, como Hyundai o Kia. Gracias al bajo coste de la mano de obra de su país, y centrados en coches sencillos, muchas veces versiones de modelos occidentales ya descatalogados por los fabricantes originales, se situaron por debajo de los precios de los generalistas. La calidad de materiales y la innovación técnica no eran sus mejores bazas, claro, pero resultaban baratos y se hicieron un hueco en el mercado, que se bautizó como “low cost” o “value for money”, ya que su relación entre calidad y precio era buena.
Los fabricantes generalistas europeos vieron en esta situación un peligro a medio y largo plazo: era cuestión de tiempo que los coreanos se asentarían en Europa e igualarían su calidad con la de los europeos, por lo que les iban a comer su mercado. También esa mejora de calidad en los vehículos coreanos era necesaria porque años después iban a llegar al Viejo Continente primero los chinos (que están llegando ahora) y posteriormente indonesios, hindúes y vietnamitas, que no tardarán. Es decir, el mercado empuja desde abajo, y obliga a los que ya están a subir o a perder cuota.
La solución que se implantó desde el inicio por parte de los generalistas europeos consistió en elevar su nivel para acercarse a los “premium”, y ese fue el primer factor que diluyó la frontera que hasta ese momento separaba las dos categorías. La situación llegó al punto de que alguna marca generalista ha creado una sub – marca que se ubica en ese límite indefinido, como por ejemplo SEAT creando Cupra.
Hay quien también ha trabajado en el sentido contrario, es decir, una marca generalista que genera una sub – marca “low cost” para hacerse la competencia y, además, dotar a su concesionario de medios para satisfacer las necesidades de clientes con diferentes poderes adquisitivos. El ejemplo más claro es el de Renault, que compró la marca rumana Dacia para relanzarla con vehículos de nivel y precio inferior al propio.
Mientras tanto, los “premium” pensaban en lo contrario: introducirse en el mercado de los coches de tamaño medio, sin reducir la calidad, para ofrecer una gama más amplia en tamaños y precios. Este movimiento se puso en marcha en 1982, cuando se lanzó ¡un Mercedes pequeño! Esa fue la percepción del mercado, entonces más rígido y clasista que ahora, al anunciarse que Mercedes Benz, nada menos, iba a lanzar un modelo por debajo de su gama de la época, al que se bautizó como Mercedes 190, código interno W201. En contra de los vaticinios de los pesimistas, el 190 fue un éxito arrollador, debido en parte al excepcional trabajo de Bruno Sacco, el respetadísimo director de diseño de la marca.
A la vista del resultado de la apuesta, Mercedes ha ido ampliando su gama por abajo, lo mismo que los otros dos fabricantes alemanes “premium”: al 190 (luego llamado “Clase C”) han seguido las clases A y B, en BMW aparecieron las Series 1 y 2, y Audi ha multiplicado su oferta inferior al A4 con los A3, A2 y A1. Evidentemente, al llegar la moda de los SUV, todas las berlinas mencionadas han encontrado su paralelo “todocamino” en forma de la lista completa de X1 a X7 en BMW, de Q2 a Q8 en Audi, más sus equivalentes en Mercedes. Los que se han unido al club “premium”, como Volvo o Jaguar, han fotocopiado la iniciativa y las gamas.
En todo caso, para que una marca suba de clase social no solo debe desearlo, contarlo en los medios de comunicación y divulgarlo en redes sociales. Hay que adaptar el producto, la gama, el diseño, su línea de comunicación, la red de distribución, la atención al cliente y hasta la manera de hablar de los empleados de los concesionarios. Y todo ello obviamente sin dejar de cumplir con las exigencias de la clase social que deja más abajo. Es decir, si a un generalista se le presupone que el coche no se avería demasiado en sus primeros años de vida y que si sucediera se respetarían las condiciones de garantía, el “premium” y el de lujo como mínimo han de cumplir con eso. Y no vale decir que el cliente de un Aston Martin tiene varios coches más en casa, y una avería en el Vantage le obligará a ir en metro a trabajar; ha pagado por una exclusividad, puede entender que el coche se avería, pero habrá que disculparse, diagnosticar correctamente a la primera, y asegurarse de que el incidente no se repetirá.
En paralelo a estas cuestiones sociales e industriales, apareció en Europa una novedad fiscal que influyó de modo rotundo en el “emborronamiento” de estas clases sociales: el coche de empresa. Cuando un cliente privado compra un coche, sea al contado o financiado, la categoría y el precio del vehículo se relacionan con su capacidad económica, y por tanto le sitúa socialmente como imagen: en la España de finales de los ’80, en la era de los “yuppies”, no era lo mismo moverse en un Renault 18 que en un BMW Serie 3. Además, esa dificultad de acceso creada por la diferencia de precio, hace que una marca “premium” siga siendo exclusiva, un factor que se une al prestigio de ser visto conduciendo uno de esos coches.
Todo esto cambió cuando el coche de empresa comenzó a establecerse como forma de retribución en especie en muchas compañías, que lo incluían como gasto; también los profesionales independientes se acogieron a esta fórmula. Tanto los bancos como las financieras se unieron a la corriente, y crearon todo tipo de fórmulas más o menos complejas y siempre adaptadas a las necesidades de los clientes y a las variables políticas fiscales de cada país: “renting”, “leasing”, más o menos flexible u operativo, de duraciones variables, incluyendo o no seguros y mantenimientos, … las combinaciones son incontables.
La consecuencia sobre el mercado, que se mantiene hoy en día, es que la diferencia de cuota mensual entre un vehículo generalista y su equivalente “premium” ya es poco significativa. El motivo es que, si bien la diferencia de precio de compra es elevada, también lo es el valor residual, es decir, el precio de mercado del coche una vez que acaba el periodo de uso. La consecuencia lógica es que, medido en la cantidad de la cuota mensual, hay poco salto entre generalistas y “premium”, lo que ha generalizado (valga el juego de palabras) la presencia de los “premium” hasta situarlos, en muchos casos, por encima de los generalistas.
Puesto en cifras, vemos que en el mercado español de 2023 Mercedes Benz vendió más unidades que Citroën, y Audi y BMW estaban por encima de Fiat y Ford.
El fenómeno es más intenso en el mercado británico, donde en 2023 la tercera marca más vendida fue Audi y la cuarta BMW, con Mercedes Benz en noveno lugar encajada entre Nissan y Hyundai.
Esta situación elimina o, como mínimo, reduce el tamaño de una de las características que separan a las “premium” de las generalistas: la exclusividad. ¿Dónde está esa exclusividad si en número de unidades vendidas se igualan, si “cualquiera puede tener un BMW”?
Atendiendo a la situación en los concesionarios, no se pueden pretender muchas diferencias si el número de ventas se iguala. Por un lado, habrá tantos concesionarios de marcas “premium” como de marcas generalistas, otro factor en contra de la exclusividad, y el estilo de la venta será similar, al centrarse en el volumen de unidades a vender, y con ello en el precio. No puedo dejar de mencionar una visita que realicé a un concesionario BMW ubicado en una zona cara de Madrid en las cercanías de un “Black Friday”: sobre el parabrisas de cada coche expuesto había un enorme cartel de cartón, de colores vistosos, en el que con un rotulador gordo se había escrito el PVP y, con caracteres voluminosos, el descuento. Vistos en los Series 2 y 3 quedaba feo, en un Serie 7 o un Z4, era casi insultante.
Esto va en contra de lo que el cliente de lujo espera, que es una decoración sobria, y un ambiente delicado y relajante, con pocos colores y algunos detalles sencillos, música suave, flores naturales y ninguna presión de venta: el cliente quiere comprar, no que le vendan; suele ser un directivo o un profesional independiente acostumbrado negociar y cerrar acuerdos, que va al concesionario a hacer un negocio, en el que el objetivo es su propio transporte y su disfrute personal, y quiere transparencia, confianza, sinceridad y ninguna presión.
De cara a la postventa, se repite la situación, ya que la misma recepción del mismo concesionario atiene al BMW Serie 1 con motor diésel pequeño que se paga esforzadamente y por los pelos, que al Serie 7 de motor V8 del Vicepresidente Ejecutivo. Y además en unas instalaciones tan masificadas como las de un concesionario Renault.
Si los fabricantes chinos empujan hacia arriba a los generalistas europeos y coreanos, y éstos a los “premium”, era de esperar que los “premium” lanzaran productos de mayor nivel que traspasaran su frontera superior e invadieran el territorio de lujo. De ahí que aparecieran modelos como los sucesivos Audi R8 o que Mercedes lanzara Maybach como submarca. La consecuencia es que los propios fabricantes de lujo también han crecido por arriba, y han creado ramas aun más exclusivas, a través de las que lanzan series especiales muy cortas, o incluso pueden desarrollar modelos únicos. Al que le parezca poco un McLaren puede ponerse en contacto con MSO (McLaren Special Operations), si la exclusividad de Rolls Royce se le queda pequeña a alguien, siempre existe “Bespoke”, y el mismo tipo de división se ha creado ya en Ferrari, Lamborghini o Pagani.
En paralelo comienzan a abundar esas series limitadas que están vendidas en el momento de anunciarse, como el reciente Aston Martin Valiant o los coches con precios de siete dígitos.
Este nuevo fenómeno del “ultralujo” se asocia a la aparición de “súper-ricos” en países como China o la zona del Golfo Pérsico, y a la utilización de los automóviles como activos de inversión en épocas de baja inflación o de inestabilidad económica.
Estas indefiniciones en las clases sociales del automóvil continuarán en los próximos años por motivos variados. La llegada de nuevas marcas por abajo ya está forzando a los generalistas a subir, la minimización de la clase media impulsa a los tres “premium” alemanes a mirar cada vez más a China como mercado, y el subsector del ultralujo continuará creciendo. ¿Quién dijo que el mundo es estático?
El pasado 13 de Marzo nos dejó, a sus 85 años, Marcello Gandini, al que muchos consideran el mejor diseñador de coches. Un repaso a sus obras lo confirma.
Aun a riesgo de simplificar, puede decirse que hay tres campos básicos de actuación en el trabajo de un diseñador de automóviles, cada uno con sus peculiaridades. El primero son los prototipos que, aunque no entran en producción, crean tendencia, marcan caminos y hacen soñar. Hace falta imaginación no desbordante para triunfar en este apartado, que cuenta con la ventaja de no estar limitado por las normativas de homologación ni por los costes y cortapisas de la producción.
El segundo campo son los coches de serie limitada y precio ilimitado, esos que se aparcan en los garajes de pocos y habitan en los sueños de muchos. Respecto al apartado anterior se distinguen en que sí han de ser “fabricables” y matriculables, aunque el coste sea una barrera menor.
Y finalmente el grupo de producción en grandes series, que debe satisfacer necesidades tan variadas como coste razonable, que guste a muchos, y reparabilidad sencilla, además de todo eso de la facilidad de producción y la homologación.
Quienes saben de diseño de automóviles aseguran que para triunfar en el gremio hay que hacerlo en estos tres apartados, como muestra de la adaptabilidad y la visión amplia.
A la hora de juzgar la obra de Marcello Gandini bajo este prisma, debemos considerar que gran parte de su carrera profesional se desarrolló como consultor independiente que trabajaba en proyectos encargados por fabricantes conocidos. Eso significa que aproximadamente dos terceras partes de ese trabajo están bajo secreto profesional. Teniendo en cuenta esta limitación, si juzgamos su trabajo conocido, es automático concluir que sí, que es uno de los grandes.
Alfa Romeo Carabo (1968)Lancia Stratos Zero (1970)Lancia Stratos (1973)
Demostrarlo repasando su obra permite utilizar el filtro de mis gustos personales, y escoger mis favoritos entre sus creaciones. Empezando por los prototipos, me quedaría con el Alfa Romeo Carabo (1968) y el Lancia Stratos Zero (1970). El Carabo se construyó con la limitación de su base, el chasis del Alfa Romeo 33 Stradale, y anticipó dos elementos de diseño que crearon escuela: las puertas de tijera y el diseño en cuña (“wedge design”), que siguió todo tipo de fabricantes. El único ejemplar del Carabo que se fabricó puede disfrutarse actualmente en el Museo Storico Alfa Romeo de Arese (Italia), y con sus solo 99 cm. de altura parecía un coche bajo hasta que apareció el Lancia Stratos Zero, que mide nada más que 864 mm. Con el Stratos Zero, Gandini dio un paso más en el diseño en cuña y apuró el concepto de limpieza de líneas. Dio la casualidad de que en ese momento Lancia quería regresar al Mundial de Rallies con un coche específico, por lo que Gandini recibió el encargo de transformar su prototipo en un coche de calle. El resultado fueron las 492 unidades fabricadas entre 1973 y 1978, que en la versión de carreras patrocinada por Alitalia y con los colores de la bandera local forma parte de la iconografía del automóvil.
Lamborghini Miura, boceto.Lamborghini Miura, detalle de los faros.
Ya dentro del capítulo de vehículos de serie limitada, la obra de Gandini arranca con uno de los mejores diseños de todos los tiempos: el Lamborghini Miura. El motor V12 de Paolo Stanzani montado sobre el chasis de Gianpaolo Dallara se presentó en el Salón de Turín de 1965 con un éxito tal que a Ferruccio Lamborghini no le quedó otra que terminar el trabajo e iniciar la producción. Para definir el aspecto exterior, contrató los servicios de la empresa de diseño de Nuccio Bertone, que encargó el trabajo a un Marcello Gandini recién llegado a la casa. Es imprescindible destacar que cuando el resultado final se presentó en el Salón de Ginebra de 1966, Dallara y Stanzani tenían 30 años, y Gandini y Wallace, el ingeniero de pruebas, solo 28. Eso es precocidad.
Hay poco que añadir a los que se ha escrito sobre el Miura: creó escuela, generó una nueva categoría de coches para la que se acuñó el término “supercar”, y su combinación de curvas cóncavas y convexas sigue enamorando. Sin olvidar las anécdotas asociadas a un desarrollo atropellado, para que entrara cuanto antes en producción: desde las pestañas que camuflaban el origen humilde de los faros, a la escasa resistencia torsional de las primeras unidades, que Dallara resolvió aumentando el espesor de la chapa. Faltaba mucho para que llegaran el cálculo de estructuras por ordenador y los bancos de pruebas de chasis.
Lamborghini Countach, prototipoLamborghini Countach (1974), ya con los «cajones» para refrigeraciónCiZeta Moroder V16 T (1991)
El mérito del sucesor del Miura, el Lamborghini Countach (1974 – 1990), reside en no ser un mero sucesor. Gandini podía haber repetido la fórmula de las curvas infinitas y, sin embargo, se fue al lado contrario: una forma en cuña creada a base de rectas o curvas de gran radio, claramente asociada al brutalismo que triunfaba en la arquitectura de la época. El prototipo del Countach es el que mejor expresa la idea basada en la limpieza de formas, con el añadido dramático de las puertas de tijera.
El sobrecalentamiento del motor en la fase de pruebas obligó a mejorar su refrigeración, por lo que se añadieron unos cajones sobre los pasos de rueda traseros, que interrumpen visualmente la cuña. Con todo, la evolución en los 16 años de producción fue a peor, hasta llegara a la desafortunada versión final sobrecargada de Horacio Pagani, cuando aún trabajaba en Lamborghini.
La marca volvió a fichar a Gandini para encargarse del sucesor del Countach. Solo que entregó el trabajo cuando la propiedad pasó a manos de Chrysler, y desde Detroit decidieron retocarlo. El resultado, que llegó a la serie como Lamborghini Diablo, quedó tan reblandecido que Gandini nunca lo reconoció como suyo. Sin embargo, la idea no acabó en el olvido. Poco después, Giorgio Moroder (compositor, productor musical, creador de la música disco y coleccionista de coches) se unió a Claudio Zampolli (ex ingeniero de Ferrari afincado en California) para crear el CiZeta Moroder V 16T: CiZeta viene de las iniciales en italiano de Claudio Zampolli, Moroder puso su apellido, y el motor que idearon estaba formado por dos V8 que se unían al cambio en forma de T. Del diseño se encargó Gandini, que aprovechó su propuesta rechazada del Diablo y los adaptó a las nuevas dimensiones, especialmente a la muy voluminosa parte trasera.
Alfa Romeo «Montreal», prototipo (1967)Alfa Romeo Montreal, detalle de los faros.
El largo historial de diseño de Gandini es también ancho, porque no solo hay deportivos biplaza de motor central. El capítulo de los Gran Turismo, esos coches de cuatro plazas, dos puertas y altas prestaciones, pensados para viajes largos, queda cubierto con el Alfa Romeo Montreal y los Lamborghini Marzal y Espada.
En el Salón de Montreal de 1967, Alfa Romeo presentó un prototipo sin nombre. El punto más impactante eran unas tapas que cubrían parcialmente los faros, nada más que un truco para, manteniendo una forma visualmente agradable, cumplir con las normas de la época sobre altura de faros. Cuando los faros, que eran fijos, se encendían, las tapas bajaban y se ocultaban, dejando iluminar a la totalidad del faro.
El éxito de ese prototipo “de Montreal” fue tan grande que Alfa Romeo decidió llevarlo a la serie, y convirtió el apodo en su nombre comercial. El vehículo inicial montaba un motor de cuatro cilindros en línea y solo 1.600 cc, que permitía un capó bajo y plano. Como la potencia que proporcionaba era escasa para un GT prestigioso, en el de serie se instaló un V8 a 90º de 2.600 cc, que obligó a crear una fea chepa en el capó para hacerle sitio. Con el objetivo de disimularla, Gandini añadió una toma NACA no operativa; no olvidemos que este tipo de tomas de aire, proveniente de las investigaciones de la NASA, aparecerían cuatro años más tarde en los laterales de otro proyecto de Gandini, el Countach.
En esos mismos años se presentó otro GT, esta vez de Lamborghini: el Marzal. Se vio por primera vez en el Salón de Ginebra de 1967, lucía el perfil en cuña que se iba a poner de moda, y unas puertas acristaladas que aligeraban la forma. En paralelo el periódico británico “The Daily Mail” había encargado a Bertone que diseñara “el coche ideal”, y el resultado se presentó en el Salón de Londres también de 1967 bajo el nombre de Bertone Pirana o Piranha, que las fuentes no se ponen de acuerdo sobre el nombre original.
Cuando Ferruccio Lamborghini decidió llevar a la producción su GT, le dio el nombre de Espada (1968 – 1978), y Gandini cogió ideas del Marzal y del Pirana o Piranha. Eso sí, el acristalamiento inferior de las puertas no llegó a la serie, porque al Sr. Lamborghini no le parecía bien que se les vieran las piernas a las señoras que montaban en sus coches. No olvidemos que en aquellos tiempos, los pantalones eran minoría respecto a las faldas en el armario de la ropa de las mujeres, y la minifalda ya se había inventado.
El tercer posible campo de actuación de un diseñador de automóviles es el de vehículos de precio asequible producidos en grandes series, y también aquí brilló Marcello Gandini.
Renault 5, 2ª generación (1984)Volvo Tundra concept (1979)Citroën BX (1982)
Quizá el más popular, y que menos se le atribuye, sea la segunda generación del Renault 5 (1984 – 1996). Pretendía heredar el buen nombre de la primera, y aunque su arquitectura era por completo distinta, la recuerda a la vez que la moderniza. Hay que tener en cuenta que el Renault 5 inicial, rompedor en su estética, se basaba internamente en el R 4, con su motor delantero longitudinal, con la caja de cambios por delante, lo que condicionaba enormemente la pugna entre habitabilidad, dinamismo y proporciones: avanzar el conjunto motor – cambio – transmisión ganaba espacio interior a cambio de alargar el morro y la distancia entre ejes; atrasarlo mejoraba el aspecto y la agilidad, comprometiendo el espacio. Aun así, el resultado fue formidable.
El punto de partida de la segunda generación era la plataforma compartida con los Renault 9 y 11, con motor y transmisión en ubicación transversal, que facilitó el compromiso entre habitabilidad, dinamismo y proporciones.
Otro éxito de elevada producción de Gandini para una marca francesa fue el Citroën BX (1982 – 1994). Hacía falta un heredero asequible de joyas del diseño como el DS o el SM, y Gandini se basó en dos trabajos previos que no llegaron a la serie: el FW11 (1977) que Reliant estaba desarrollando para la marca turca Otosan, y el Volvo Tundra concept (1979). El resultado fue una mezcla de diseño en cuña con recuerdos de sus antecesores, basado en formas planas, que no simples, fáciles de estampar.
Autobianchi A112 (1969)Fiat 132 (1972)BMW Serie 5 (E12) (1972)
No podían faltar vehículos italianos entre la producción en serie de Gandini. Recordemos el pequeño Autobianchi A112 (1969 – 1986) sobre una plataforma encogida de Fiat 128, que únicamente se vendió con carrocería de tres puertas. Debido a su éxito, aguantó muchos años en el mercado, y hubo que desarrollar el Y 10 (vendido como Autobianchi o como Lancia) para que cesara su producción.
Y del prototipo Autobianchi A112 Runabout, del propio Gandini, se derivó el X 1/9, fabricado entre 1978 y 1982 por Fiat, y desde entonces hasta 1989 por Bertone. Era una versión a escala de los superdeportivos de la época, con motor central transversal, línea en cuña, biplaza y con faros escamoteables. A cambio de no tener apertura exótica de puertas, era descapotable.
Rematamos el repaso de los subjetivamente mejor de la obra de Gandini con la mención de dos berlinas de segmento D producidas en gran cantidad. La primera es el Fiat 132, fabricado y vendido también como Seat en España, en un intento de ambas marcas por ascender en la pirámide social del automóvil.
La segunda es el BMW Serie 5 código interno E12 (1972 – 1981), prueba de que Gandini trabajó también con alemanes. Aunque para ser más preciso habría que decir que trabajó para alemanes, ya que el E12 se desarrolló bajo la supervisión del francés Paul Bracq, que llegó en 1970 a BMW para cubrir la baja por jubilación de Wilhelm Hoffmeister, el que inventó el montante en C con esa peculiar forma que le hace llamarse “Hoffmeister kink”. Bracq había triunfado en Mercedes (1957 – 1967), de donde salió para diseñar el TGV, el tren de alta velocidad francés. Cuando legó a BMW se encontró con la propuesta inicial de Gandini, basada en el BMW 2200 tii Garmisch presentado en Ginebra en 1970, y que el propio Gandini había diseñado en Bertone. El resultado final fue un digno sucesor del rompedor “Neue Klasse” (1962 – 1972) y marcó el aspecto de las berlinas medias de BMW hasta hoy.
Es difícil encontrar, en un único diseñador, una obra tan amplia y variada, por tipos de vehículos, arquitecturas, lenguajes de diseño y tipos, En esta época de sequía de ideas y exageración de formas, echaremos de menos al maestro Gandini.
Mientras los políticos nacionales y los de Bruselas siguen cultivando su obsesión con las emisiones, la realidad del parque automovilístico español dice que cada año es más viejo porque se estira la vida útil de los vehículos.
Ya se ha tratado en este blog el preocupante envejecimiento del parque móvil español, y lo que ello supone de cara al aumento de emisiones contaminantes y de la reducción de la seguridad de quienes se montan en esos vehículos.
Hace escasos día que Anfac, la asociación española de fabricantes de automóviles y camiones, ha publicado su tradicional informe sobre el parque de nuestro país ya con los datos de la DGT correspondientes a 2023. Los resultados, como era de esperar, son tristes, ya que se mantienen las tendencias detectadas en años anteriores.
Si empezamos a leer el informe por una cifra tan global como la edad media de los vehículos en circulación, vemos cómo ha subido de 13,9 años en 2022 a 14,2 en 2023; no olvidemos que en 2007, antes del inicio de la crisis financiera, estaba en ocho años justos. Clasificar los vehículos por edad afina este análisis, ya que está claro que si se matricula cada año menos de un millón de turismos en un parque de 26 millones, habrá más envejecimiento que rejuvenecimiento, y las cifras lo demuestran: en 2002 el 47,2% del parque tenía quince o más años, y en 2023 ese valor es del 48,3%.
Se puede hacer un análisis similar clasificando los vehículos por su tipo de etiqueta medioambiental aunque, como es de esperar, el resultado es el mismo: el 29% no tiene etiqueta, casi el 30% luce una tipo B, y el 35% solo llega hasta la C, lo que nos lleva a una conclusión obvia: la suma de las etiquetas ECO y “0” no llega al 6%.
Si se alarga la vida de los vehículos, está claro que la edad a la que finalmente se achatarran es mayor. Según los datos de la DGT y de las asociaciones del sector, como Sigrauto, la edad media de los vehículos achatarrados en 2011 era de 15,17 años, en 2017 llegó justo a los 18, y para 2022 ya estaba en 20,52 años. Por supuesto, el número de vehículos achatarrados por año está a la baja: solo 637.210 en 2022, lo que supone un 21,7% menos que en 2020.
Evidentemente si el parque envejece, sus costes de mantenimiento, solo para mantenerlo vivo, crecen. Así lo demuestran los datos de las asociaciones de talleres, que detectan un aumento de la facturación media por orden de reparación, así como de las intervenciones denominadas “mecánica pesada”, las que van más allá de los mantenimientos periódicos.
Pasando de la información a su análisis, vemos en primer lugar que los tipos de interés altos han dificultado en los últimos años la compra de vehículos por un doble motivo, ya que han encarecido las compras en sí, y a la vez han reducido la renta disponible de muchos compradores potenciales, que al hacer frente al encarecimiento de su hipoteca han aplazado la compra de un coche. Por otro lado, la subida del precio de los vehículos nuevos desde 2020 debido al mayor coste de las materias primas y los transportes, y a la reducción de los descuentos en un entorno inflacionario, es superior a la escasa subida de los salarios. En otros términos, con menos dinero no se compran coches más caros.
Vamos a situarnos ahora en la realidad que no contemplan los políticos nacionales ni los de Bruselas: sea un ciudadano español que es titular de un vehículo de más de veinte años de edad que, atención a la frase, le “hace el servicio”, es decir, cumple con sus requerimientos de transporte. Ese vehículo tendrá un valor en el mercado claramente inferior a cinco mil Euros, y su equivalente nuevo, de unos 25.000 €. Considerando el sueldo medio en España, hay escasas posibilidades de que ese ciudadano achatarre o venda el vehículo que le es útil para, si le conceden el crédito correspondiente, cambiarlo por uno nuevo.
Obviamente hay soluciones para, al menos, rejuvenecer algo el parque, reduciendo las emisiones contaminantes y mejorando la seguridad, aunque van en la línea opuesta a la marcada en las últimas décadas. Sería necesaria una sustanciosa rebaja fiscal que no se limitara a la supresión del impuesto de matriculación, si no que además afectara intensamente al IVA. Esto supondría reducir el precio de compra de los vehículos nuevos, y a la vez habría que presionar por el lado opuesto, subiendo el impuesto de circulación, para retirar del mercado los de uso escaso. Esta es la política fiscal que se sigue en muchos otros países de la UE, solo que en España se chocaría con el reparto de las tasas, ya que el IVA y el impuesto de matriculación van a Hacienda, y el de circulación lo cobran los ayuntamientos, por lo que debería haber un acuerdo entre ellos para equilibrar sus cuentas.
En paralelo, sería necesario un nuevo plan Renove, de cobro inmediato, que bonificara el achatarramiento de vehículos viejos y su sustitución por nuevos, ya sean clasificados por edad, emisiones o tipo de etiqueta.
Y respecto a estas últimas, se hace ya imprescindible una reforma de su método de clasificación, que castiga a los vehículos viejos y favorece a los nuevos solo por serlo.