Si se participa en maratones y ultramaratones de bici de montaña teniendo más de treinta años y no se vive en un gimnasio, en ocasiones se llega a la meta cuando el aparcamiento de participantes ya está casi vacío.
El abanico de participantes en rutas largas para bicis de montaña es más que amplio, y no hay más que mirar alrededor cuando se forma la parrilla de salida para confirmarlo. En las primeras filas se colocan jovencitos dispuestos a dar la vida en la carrera, los que parecen vivir en un gimnasio del que solo salen para competir.
Y en la parte posterior de la parrilla se dejan caer fundamentalmente grupos de amigos con, vamos a decirlo así, otro tipo de forma física, que además se detendrán en el recorrido a hacerse fotos, y convertirán los avituallamientos en tertulias.
Por lo general, los primeros están duchándose en su casa cuando yo llego a la meta, y me encuentro un aparcamiento en el que solo quedan los coches de los segundos.
Con cierta lógica, la proporción entre unos y otros depende de la dureza de la prueba: a mayor dureza, más ciclistas mejor entrenados, lo que para mí supone más posibilidades de terminar entre los últimos.
Arranqué la temporada de 2024 participando, con frío y tras mucha lluvia, en la Clásica de Valdemorillo. A lo largo de sus 33 ediciones, esta prueba se ha ido moviendo entre ruta popular para público en general y carrera exigente solo para tipos duros. En 2024 se acercaba más a la segunda opción, y ofrecían un recorrido largo que se me hacía excesivo, y uno corto en el que me inscribí. Lo que aumentó la dificultad fueron el granito mojado, el barro esporádico y los muchos vadeos de agua fría, como el que me mantuvo los pies helados desde poco después de la salida hasta que me di una ducha caliente ya en casa.
Un mes más tarde me esperaba la Marcha del Cocido. Tras unos años con salida y estupenda organización en Quijorna, para 2024 se trasladaba a Brunete, con un recorrido fundamentalmente nuevo de 52 kilómetros y 770 metros de desnivel acumulado, y un índice de dificultad moderado de 36 puntos en la escala IBP. En principio no iba a ser más que un paseo largo, solo que el viento y el barro se aliaron, y me hicieron falta algo más de tres horas y media para llegar a la meta, a menos de 15 km/h de media.
Mi revancha llegó unos días más tarde, en Los Molinos. Había participado en la edición de 2023, y como para 2024 se repetía el recorrido al milímetro, decidí analizar el resultado anterior con el objetivo de mejorarlo. Los 37,1 km del trazado se formaban con la exigente subida desde el pueblo de Los Molinos hasta el Alto del León, para luego abordar una bajada rápida, y unos kilómetros finales de sube-baja, hasta totalizar 957 metros de desnivel acumulado, con un IBP de 66 puntos.
El año anterior me habían hecho falta 2 horas y 51 minutos para llegar a la meta, y al repasar ese tiempo y lo que hice en él, localicé tres posibilidades de mejora. En primer lugar, la crema de protección solar que me había dado antes de la salida de 2023 me había caído sobre los ojos, y me produjo una irritación que me obligó a parar en tres ocasiones. La grabación del Garmin y mi memoria decían que el largo y rápido descenso desde el Alto del León hasta el pantano de La Jarosa se podía hacer más deprisa arriesgando algo más. Y por último, organizar mejor los avituallamientos permitiría hacer solo dos en lugar de tres. Con todo ello, concluí que el objetivo para 2024 era presentarse en meta 2h y 45’ después de salir.
Mentalizado de este modo y dosificando la energía en la subida larga, le puse interés y algo de atrevimiento en la bajada para presentarme en el segundo y último avituallamiento antes de lo previsto. Esta motivación añadida me permitió ir deprisa en los kilómetros finales y llegar a la meta en 2h 39’.
Eso sí, mientras yo, tan cansado como satisfecho, hacía estiramientos en la zona en la que aparcamos los participantes, estaban llegando los veinteañeros que ya se habían hecho la ruta larga.
La cuarta del año se me atragantó. Sabía que la ruta de Aldea del Fresno, con 57,4 km, 1.055 metros de desnivel y un IBP de 57 iba a ser difícil. Lo que no esperaba era que el precioso recorrido a través de paisajes fantásticos estuviera tan dañado por las lluvias torrenciales de los últimos meses de 2023. Encontré multitud de senderos y hasta caminos que para mi nivel no eran ciclables, de modo que recogí mi medalla de “finisher” a las 4h y 10’ de salir, y cargué la bici en un aparcamiento casi vacío.
Durante el verano me empezó a tentar la posibilidad de entrenarme para participar en alguna prueba especialmente larga y renombrada. Me topé con la dificultad de que estas carreras más duras se organizan pensando en participantes con más nivel y menos edad que yo, de modo que se me hacen incómodas, por decirlo delicadamente. Sin embargo, en mi búsqueda me topé con una tradicional, la Talajara, que parte de Talavera de la Reina y recorre la comarca de La Jara, en la provincia de Toledo, de ahí su nombre. Los 59 puntos de dificultad del recorrido en la escala IBP no vienen, claro, de los solo 846 metros de desnivel acumulado; se deben a los 87 km. de pistas que hay que recorrer. Es un tipo de trazado lejos de mis costumbres porque la Sierra del Guadarrama, en cuyas cercanías vivo, es más de senderos y desniveles para hacer recorridos cortos, que de pistas tirando a planas que invitan a kilometrajes largos.
Planeé por tanto un entrenamiento diferente, centrado en recorridos sencillos y largos, que empezaría a finales de Agosto y debería ir endureciéndose hasta la fecha de la Talajara, prevista para el 5 de Octubre. Solo que el calor tórrido de los últimos días del verano y los viajes de trabajo de Septiembre dificultaron la puesta en práctica de la totalidad del plan.
Había intercalado en el entrenamiento la participación en la ruta larga de La Mequera, tras haber participado en la corta dos años antes. El recorrido previsto era más de senderos y desniveles que el de la Talajara, pero su IBP de 53 puntos serviría de preparación. Lo malo es que me topé con los mismos caminos destrozados por la DANA que en Aldea del Fresno, y a mitad de los 55 km. me encontraba cansado. Por fortuna, me recuperé en los tramos de pista sencilla que venían a continuación, y aunque se me atragantaron los repechos finales de los kilómetros 46 y 49, llegué a la meta con la sensación de haber hecho un buen entrenamiento. No puedo ignorar que llegué a esa conclusión optimista en un aparcamiento casi vacío, porque el nivel medio de los participantes era claramente superior al mío.
Con la sensación de que no había completado el entrenamiento como me gustaría, me presenté en la salida de la Talajara. A falta de preparación física, había estudiado el recorrido para tener claro cómo afrontarlo: mucha calma para no calentarse en los primeros 17 km., totalmente planos; dosificar el esfuerzo en las subidas de los km. 17, 32 y 55; arriesgar lo justo y necesario en las bajadas de los km. 22, 47 y 60 y, si llegaba entero, rodar sin piedad desde el km. 68 hasta la meta. Ese planteamiento me sugería un tiempo de 5 h 30’, a una media de 15,8 km/h.
Lo mejor de todo es que conseguí ajustar esa teoría a la práctica: rodé ligero y sin estridencias las primeras horas, incluyendo la larga subida del kilómetro 32 al 40, y aproveché las llanuras posteriores sin desfondarme en los siguientes repechos. De este modo me planté en el km. 68 con sensación de que me quedaban fuerzas y ganas.
Las piernas decían que podían tirar en los 19 km. que faltaban, y el Garmin marcaba que hasta ese momento la velocidad media era de 15,1 km/h, así que me puse como límite 150 pulsaciones hasta el km. 80 y 155 hasta la meta, y ajusté el ritmo.
Poco a poco la velocidad media iba subiendo y veía que era posible alcanzar la meta en el tiempo objetivo. Y como 19 km. bien hechos dan para mucho, finalmente crucé bajo el arco de llegada en 5 h 18’ a 16,1 km/h de media.
Comí algo, hice estiramientos, recogí la medalla de “finisher” y mi Cannondale Scalpel y yo fuimos al aparcamiento de participantes. Quedaban muchos coches, algo que cuantifiqué esa tarde al consultar la clasificación oficial: unos doscientos corredores llegaron a la meta después de mí.
Con los objetivos de 2024 conseguidos, empieza la búsqueda de los desafíos de 2025.
En los ’80, yo asistía como aficionado a las carreras de lo que entonces se llamaba Mundial de Velocidad. A principios de los ’90, seguía asistiendo, entonces como reportero Tribulete o como miembro de un equipo. Después de tres décadas viendo las carreras solo por televisión, he vuelto a un circuito a ver lo que ahora se llama MotoGP. ¿Qué cambios he encontrado?
Los cambios se pueden resumir en una frase: lo de antes eran carreras de motos a las que asistían aficionados, que en muchas ocasiones iban al circuito en moto; lo de ahora es un espectáculo que se centra en motos que corren mucho, al que acude público en general. Lo pintó con precisión uno de los pilotos participantes durante una entrevista el sábado por la tarde, cuando le preguntaron qué esperaba del domingo: “Vamos a hacer un buen show”.
Está claro gran parte del cambio no surge de las carreras de motos, es un cambio de costumbres y modos de vida. El punto clave es que, en nuestra sociedad, lo importante es vivir experiencias y, sobre todo, contarlas; es decir, que el organizador debe ofrecer mucho más que una carrera de motos (o tres, como es el caso), y a la vez permitir que los asistentes cuenten su experiencia a través de la otra novedad importante: las redes sociales. La consecuencia es que el espectáculo que se ofrece ha de ser participativo, de modo que el espectador no solo lo mire, sino que lo viva, como consecuencia lo grabe y entonces lo comparta. Todo esto condiciona y define lo que ya es la puesta en escena de un espectáculo, algo que va más allá de las carreras de motos.
La actividad comienza ahora el jueves por la tarde, cuando se abre temporalmente la línea de boxes al público para que se haga el pit lane walk: los asistentes lo recorren móvil en mano, fotografían las motos que los equipos han aparcado a la puerta de cada box y las suben a las redes sociales. Muchos de ellos consideran que lo importante es que ellos estén allí y no el Gran Premio en sí, de modo que las fotos que se hacen son selfies en los que aparecen en primer plano ellos y luego las motos.
Algunos pilotos salen a saludar al público y, en medio del revuelo, se hacen unos cientos de selfies más, porque lo importante no es ver al piloto o hablar con él, sino mostrar en las redes sociales que uno está allí, en el espectáculo.
Para entretener al público desde el jueves hasta el domingo, hay una zona cercana a las tribunas llamada Fan Festival, que está formada por Gastro Land, Pit Stop, Fun Land y RockLand. En otros términos y respectivamente, unos chiringuitos para comer, una zona en las que sentarse, algunas atracciones de feria y un escenario en el que a lo largo de los días se turnan pilotos, músicos, DJs y otros artistas, junto a un photo call.
En los tiempos que quedan entre sesiones de entrenamientos o entre carreras, para mantener al público entretenido, las pantallas gigantes del circuito lanzan iniciativas como enfocar con las cámaras al alguien del público para que se ponga a bailar (lo llaman dance cam) o muestran los selfies que el público se ha hecho en el circuito y ha subido a una aplicación a través de un código QR (lo llaman Fan View).
Y el domingo, tras acabar la última carrera, la de MotoGP, se permite una invasión organizada de la pista, de modo que el público que aprovecha esta oportunidad llega a colocarse al pie del podio. Esto genera otro éxito para el organizador en forma de eso a lo que se aspira llamado trending topic, o aparecer muchos en redes sociales, en forma de nueva avalancha de selfies, en los que lo importante no es el podio en sí, lo fundamental es mostrar que se está junto al podio.
Con todo, lo que más me llamó la atención en esta invasión controlada es que muchos espectadores se la tomaron como una peregrinación a un lugar con un significado especial, nada menos que la recta de meta de un circuito de MotoGP, y con ello la parrilla de salida. Hacía mucho que había concluido la ceremonia del podio, y aun había cola para hacerse selfies en la pole position, ese lugar privilegiado de la parrilla en el que se coloca quien ha conseguido el mejor tiempo en los entrenamientos.
Me llamó igualmente la atención que, con ese complejo de inferioridad de los españoles, que nos hace valorar lo que viene de fuera por el mero hecho de que venga de fuera, las novedades se bautizaban en inglés. A estas alturas del texto, la entrada acumula doce anglicismos diferentes, incluyendo el del título. Y dado que noté más espectáculo que carreras de motos, cuantifico ahora que tras unas 800 palabras aun no se ha hablado de motos. Vamos a ello.
El cambio básico es la enorme complejidad técnica de las motos actuales. Cuando salí del Mundial entraba la electrónica, y ahora lo ha desbordado hasta tal punto que un error en la coordinación de algunos de los diversos sistemas electrónicos (por ejemplo, el sistema antirrebote del embrague y el selector del cambio) puede arruinar una carrera. También mi oído notó el cambio, porque me fui en pleno esplendor del motor de dos tiempos ahora extinguido. Las Moto3 de ahora me recordaban a aquella iniciativa británica llamada Sound ofSingles, una estupenda idea para entretener a pilotos y mecánicos con escaso presupuesto. Las Moto2 me sonaban a una moto de calle con escape bueno y muy afinada, y siento decir que las MotoGP no me sonaban como esperaba, y menos comparadas con las 500 c.c. de dos tiempos. Quizá el motivo es que son tan, pero tan potentes, que ese sonido que se genera a plena carga y máximo régimen solo aparece en una pequeña parte del circuito, mientras que aquellos aullidos de las 500 se oían con más frecuencia. Me viene a la memoria auditiva la Honda NSR500 de Wayne Gardner subiendo gas a fondo desde la profundidad del bosque rico en oxígeno de Brno, haciendo eco entre los árboles y en la boca de mi estómago.
Por fortuna, además del espectáculo que deseaba hacer el piloto de la entrevista del sábado, vi carreras de motos, de las entretenidas. Y, como remate, la de MotoGP la ganó Marc Márquez.
En el fondo, lo que busca un peregrino es comprobar si lo que encuentra en el lugar de peregrinación es lo que imaginaba antes de salir de casa. Si para los anglófilos aficionados al mundo del motor Inglaterra es tierra de peregrinación, ¿lo que he vivido en el viaje de este verano es lo que esperaba?
Hace una media hora que he recogido un Nissan Juke manual de alquiler de las oficinas de Avis cercanas a la terminal 5 del aeropuerto de Heathrow, y no me duelen los nudillos de la mano derecha. Esto funciona.
En anteriores experiencias conduciendo por la izquierda, todo había ido bien hasta el momento de cambiar de marcha. Por una reacción instintiva, tras décadas conduciendo con la palanca a mi derecha, cuando el oído me decía que había que cambiar de marcha la mano derecha salía disparada buscando la palanca de cambios y golpeaba con el guarnecido de la puerta. Después de tres o cuatro errores, el dolor en los nudillos me recordaba que la palanca estaba al lado izquierdo.
Esta vez no solo he aprendido, también conduzco concentrado para evitar este tipo de confusiones, y a la hora de cambiar de marcha solo me encuentro con una dificultad, simplemente ergonómica: el movimiento de la mano izquierda para reducir de marcha impar a par (5ª a 4ª, y 3 a 2ª) no es natural, y debo hacerlo con un cuidado especial: a la vez hacia abajo y alejándola del cuerpo, hacia la izquierda.
También centro la atención en las enormes y complejas rotondas británicas en las que además se circula en sentido horario, al revés que en el continente. Muchas de las que encuentro están en lo que por aquí llamamos autovías, lo que garantiza la existencia de muchos carriles y tráfico abundante, que además viene “por el otro lado”.
Solo hay un punto al que no me termino de acostumbrar: el retrovisor interior está, claro, a mi izquierda, y más de una vez, buscándolo a la derecha, me he topado con el oportuno adhesivo de Avis que me recuerda “Drive on the left”.
El otro punto que me llama la atención a la hora de rodar por las carreteras inglesas es el modo de conducción de los conductores locales: se respeta escrupulosamente la velocidad máxima autorizada en cada lugar, sean 20 millas por hora en zona urbana o 70 en autovías. Es más, cuando alguien se coloca en el carril derecho para adelantar (sí, que no se nos olvide que se adelanta por la derecha), los que vienen detrás no se pegan a él, agobiándole para que despeje de inmediato el carril. Al contrario, esperan con paciencia y a distancia, sin presionar, y solo cuando se acaba la maniobra de adelantamiento, aceleran para recuperar su ritmo.
También se respeta, y mucho, la distancia de seguridad, independientemente del tipo de calzada y de la velocidad a la que se ruede. Y al crearse estos amplios huecos entre coches, se facilita la incorporación de los que se unen a la carretera, porque tienen fácil ocupar esos huecos.
Hace tiempo que la prensa británica del motor insiste en el mal estado de sus carreteras; lo recuerdan especialmente cuando vienen a disfrutar de las vías españolas en las abundantes presentaciones a la prensa que se convocan por aquí. De ahí que no me sorprendiera toparme con tal cantidad de baches, agujeros, parches y ondulaciones, especialmente en las carreteras secundarias, lo que allí llaman “B-roads”.
Sí hubo otras dos peculiaridades que me llamaron la atención. En primer lugar, que muchas de esas carreteras no solo no tienen arcén, es que la calzada está limitada por un bordillo. Esto significa que, en caso de apuro, no solo no contamos con un metro más de anchura de calzada, es que el bordillo será un tope con el que chocarse si pilotamos una moto, o que puede ayudarnos a volcar si conducimos un coche.
El otro punto que me sorprendió es la casi ausencia de señalización horizontal, de líneas pintadas en el suelo. Estoy acostumbrado a utilizarlas como referencia para ubicar el vehículo en el carril, y me sirven de guía de cara a trazar las curvas, pero su práctica inexistencia me obligaba a tomar como referencia el bordillo, el coche que rodaba por delante (si había alguno y lo hacía bien) o mi intuición. La falta de línea central continua en las calzadas de un carril por sentido me preocupaba especialmente, porque esa es mi referencia al conducir por el otro lado: si me siento a la derecha del coche y conduzco por el carril izquierdo, debo ver con claridad esa línea y no pisarla nunca con las ruedas, porque eso significaría que estoy invadiendo el carril contrario. Usar el bordillo como referencia es más difícil y menos seguro, porque lo tapa el coche propio y su color no destaca contra el asfalto.
Para quienes alimentamos la pasión por las motos y los coches fundamentalmente a través del Reino Unido, recorrerlo ofrece la posibilidad de visitar esos lugares que nos muestran, por ejemplo, las revistas especializadas o “You Tube”. Uno de esos sitios es “Caffeine&Machine”, punto de reunión de los aficionados que necesitan pocas excusas para lucir sus juguetes con ruedas mientras cenan y toman unas cervezas. El pretexto el día de mi pereginación a “The Hill”, el local de “Caffeine&Machine” cercano a Statford-upon-Avon, era una reunión de propietarios de Aston Martin.
Ver en España un coche de esta marca se etiqueta como sorpresa o acontecimiento; es de imaginar mi cara cuando, al llegar, conté más de veinte. A falta de los cotizadísimos DB5 y DB6, había unas cuantas unidades de cada uno de los modelos que se lanzaron después, incluyendo los últimos DB11 y DB12. Y hasta dos unidades de la recién lanzada serie limitada “DB11 F1 Edition”, uno en el verde metalizado de los Fórmula 1 de Alonso y Stroll, y otro en verde satinado. No fui capaz de decidir cuál me gustaba más.
Como remate de las rarezas, tres orgullosos propietarios aparecieron con unidades del Rapide, ¡tres! Para ser la primera ocasión en que me topo con un Rapide en vivo, ver tres juntos fue todo un choque. Y por cierto, es tan elegante por fuera como escaso de espacio en las plazas traseras.
En general, el entorno de “Caffeine&Machine” era una versión muy británica de eso que se llama “mezcla de tradición y modernidad”: el edificio de “The Hill” fue primero residencia familiar de un terrateniente local, y luego una venta, lo que por Inglaterra se llama “bed&breakfast”. Enclavado entre colinas perennemente verdes, está a solo dos millas de Stratford-upon-Avon, donde nació William Shakespeare. En las mesas de los alrededores del edificio, desde las que contemplo los Aston Martin, hay grabado un código QR que permite acceder a la carta del “pub”, realizar pedidos y pagarlos. Además funciona, porque sin moverme de la mesa y sin dejar de admirar los coches, me traen una pinta y unos sándwiches.
Parece obligatorio que una peregrinación automovilística por Inglaterra incluya una visita a una de esas fábricas desconocidas por la mayoría y adoradas por el resto, como Morgan. Aun conservan y utilizan la nave original en la que Harry Morgan arrancó la producción de sus coches allá por 1914. El resto de la zona de fabricación son igualmente naves de ladrillo oscuro, ideales para ambientar películas de la era de la revolución industrial, y ubicadas en las afueras de un pueblo llamado Malvern. Dentro de esas naves conviven tecnologías de muchas décadas diferentes. Por un lado, los motores, los cambios y la electrónica son de origen BMW, lo que significa que hay muchos, pero que muchos cables. Esos motores y sus transmisiones se montan sobre bastidores monocasco elaborados según técnicas aeronáuticas: chapas plegadas de aluminio que se unen entre sí mediante adhesivos y roblonado.
Hasta aquí la modernidad, porque ese conjunto se cubre con una carrocería de chapa de aluminio formada a mano sobre un bastidor de madera. De hecho, las naves en las que se fabrica y monta la carrocería utilizan los mismos utillajes de carpintero que un taller de carruajes y diligencias. Visualmente el resultado final es un coche de aspecto tradicional, solo que con luces de leds y tripas actuales.
A lo largo de la visita nos topamos con el prototipo terminado y las dos primeras unidades de producción del Midsummer, lo que empezó como una charla durante la visita de personal de Pininfarina a Morgan, y acabó como un proyecto conjunto limitado a cincuenta unidades. Que, por cierto, se habían vendido 48 después de anunciarse. Sobre la base del Morgan actual, Pininfarina ha creado una carrocería más envolvente y a la vez más sencilla, destacando el uso de la madera a base de dejarla vista en el habitáculo. Toda una delicia para los fanáticos, y una colección de dudas para quien juzgue estos coches desde un punto de vista objetivo, como iba a descubrir al día siguiente.
Me gusta mantenerme cerca de la realidad mezclando, en las proporciones adecuadas, la teoría con la práctica. Para ello había alquilado, durante un día, un Morgan Plus Four, el modelo actual con motor BMW de dos litros y 255 CV para solo 1.007 kilos.
A la hora de montarse se ha de salvar el ancho estribo lateral, y meter la pierna entre la banqueta del asiento y el volante. Una vez dentro, el codo derecho roza con el guarnecido de la puerta, y la rodilla de ese lado queda encajada entre la propia puerta y la columna de dirección.
Para facilitarme la conducción, había escogido la versión con cambio automático, que me ofrecía una ventaja adicional: en una unidad con volante a la derecha, como ésta, la presencia de la caja de cambios deja poco sitio en la zona de los pedales, y solo caben el del acelerador, el freno y un reposapié para el izquierdo. Si el cambio es manual, hace falta un pedal de embrague, y el pie izquierdo se queda sin apoyo.
Al acabar la visita a la fábrica el día anterior había confirmado la reserva del alquiler, y solicitado consejo sobre rutas de los alrededores en los que disfrutar del Morgan Plus Four. De modo que al recoger las llaves me encontré en recepción un sobre a mi nombre con rutas sugeridas, que incluían dos puntos de alto interés. El primero era recorrer “The Costwolds”, una zona que admite la definición de “todo lo que el que no sea inglés imagina como el típico pueblo inglés”. El área cubre cinco condados y efectivamente responde al tópico, como iba a comprobar en la ruta: casitas construidas en piedra color miel, rodeadas de pequeños jardines y enclavadas en pueblos tan idílicos, que estaban a punto de pasar a ser cursis. Lugares donde ancianitas bien arregladas pasean a sus perros y meriendan en grupos de amigas, calles en las que un Ranger Rover parece el coche ideal, un Aston Martin DB11 no desentona, y hasta un McLaren en color naranja papaya está en su ambiente.
El segundo punto a destacar en la ruta propuesta a través de “The Costwolds” es que incluía la recomendada carretera A 46 entre Stow-on-the-Wold y Tewksbury, sobre la que había encontrado elogios en la web “Driven to Write”.
Según me explicaron en la entrega del Morgan, la disposición de los faros y de las aletas delanteras tiene sus ventajas, aun cuando uno vaya sentado sobre el eje trasero y el morro del coche se vea lejos: desde el puesto de conducción los faros y las aletas, que son el punto más adelantado y el más ancho del coche, respectivamente, y son la referencia ideal para situar el Morgan en el carril y maniobrarlo a la hora de aparcar.
La primera sensación al arrancar es de crudeza, de sentir realmente el motor y la rodadura. Al ir sentado tan atrás, parece que hay muchos metros de coche por delante, como gobernando un buque desde el castillete de popa, con el largo capó oficiando de cubierta. Los apenas mil kilos y la estrechez hacen que el Morgan se sienta ágil y maniobrable al salir del aparcamiento de la fábrica y cruzar Malvern camino de las carreteras en las que se va a sentir a gusto.
Las millas van transcurriendo y, mientras disfruto de la conducción y de los paisajes de “The Costwolds”, pienso si conducir un Morgan por estas carreteras tan británicas es lo que imaginaba meses atrás, cuando organizaba el viaje. Las carreteras están tan descuidadas como me habían pintado, los conductores son más educados de lo que esperaba, y los pueblos que cruzo son exactamente lo que me habían anunciado, el pueblecito británico ideal entre colinas verdes.
Llueve durante casi todo el día (también lo esperaba de Inglaterra) y eso me permite comprobar el mal ajuste de la capota del Morgan, que genera ruido al agitarse con el viento. No olvidemos que es solo una simple capota de tela, de accionamiento manual, y no una de esas elaboradas cubiertas de muchas capas que protegen a algunos descapotables alemanes. Su ruido se suma al aerodinámico, al de rodadura y al de motor, causados por la falta de aislamiento del entorno. Todo ello, con la capota cerrada por culpa de la lluvia, genera una cierta sensación si no de claustrofobia sí de encierro.
Con los limpiaparabrisas continuamente activados, me doy cuenta de un detalle curioso: como el parabrisas es muy bajo, los limpias han de ser cortos para no salirse por arriba, y por ello hacen falta tres para barrer todo el parabrisas.
Por otro lado, el tamaño contenido del vehículo y la relación entre el peso y la potencia, junto con precisamente esa falta de aislamiento, hacen que la conducción sea ligera, viva y directa, que haya conexión entre la carretera, el coche y mis sentidos, y disfrute a bordo.
Para romper el tópico, y ya en plena A 46 saliendo de Stow-on-the-Wold, deja de llover. Tardo nada y menos en plegar y asegurar la capota, y conduzco las últimas millas hasta Tewksbury y la fábrica Morgan dejando que el olor a campo húmedo entre en el habitáculo, y con las nubes altas por techo. Ahora la sensación es otra, el habitáculo es menos opresivo y el coche parece hasta más ágil.
Aun así, ni con este retorno al aire libre dejo de pensar que su utilidad es tan limitada que no me compraría uno, aun teniendo el dinero necesario y pudiendo aguantar la lista de espera. Es demasiado crudo para viajes largos, vulnerable en tráfico urbano y seco en conducción deportiva. Eso sí, no hay nada más británico que un Morgan, ¿o sí?
Es lo que voy pensando mientras, unos días más tarde, conduzco el Nissan Juke de alquiler con rumbo a Hethel, la eterna sede de Lotus, esa marca que en su día fundó Colin Chapman y que, tras pasar por mil manos y otras tantas crisis, es ahora parte del grupo automovilístico chino Geely.
Lotus nación para la fabricación artesana, por el propio Chapman, de coches de carreras. Con los años entró en el mercado de los coches de calle, y su Esprit de 1976 llegó a ese alto honor de ser el coche de James Bond en una de sus películas: Roger Moore paseó a Barbara Bach en “La espía que me amó” en un Lotus Esprit S1.
También la rama de competición de la marca creció hasta llegar a la Fórmula 1, donde el equipo participó durante desde 1958 hasta 1994 con pilotos tan renombrados como Graham Hill, Sir Stirling Moss o Nigel Mansell.
Con el equipo de Fórmula 1 cerrado y la producción de vehículos de calle repartida entre Hethel y China, lo que se puede visitar son las naves de producción del Lotus Emira, porque las del Evija son confidenciales, y el resto de la gama (Eletre y Emeya) se fabrican en las plantas locales de Geely. También es visible el “Lotus Heritage Centre”, la cercana sede en las que se guarda y mantiene en uso una colección de Lotus de F1, propiedad de la marca o de clientes.
La primera impresión que se lleva el peregrino al entrar le deja sin palabras, por la calidad, cantidad, variedad y estado de los coches presentes. Nos recibe el Lotus 49 de finales de los ’60, con los colores de Gold Leaf, y frente a él están esas decoraciones que se han quedado grabadas en nuestra memoria de aficionados: el oro y negro de John Player Special, el amarillo apagado de Camel, …
Mientras Scott, el guía, nos va presentando cada coche, tengo la misma sensación que si estuviera leyendo un fabuloso libro ilustrado con la historia de Lotus, solo que en lugar de leerlo Scott me lo va contando, y en vez de mirar las fotos tengo delante de mí el coche real.
Nos rodean vitrinas con trofeos de carreras y monos de pilotos, maquetas de coches y estanterías llenas de piezas. Con todo, lo que más me atrae son unas hojas sueltas junto a unos lápices y un par de compases: son notas manuscritas de Colin Chapman, en concreto los cálculos de una barra de torsión de uno de sus F1, rodeadas por sus objetos de escritorio.
Después de este viaje a un episodio concreto de lo mejor del pasado de Lotus, recorrer las naves en las que se fabrica el Emira palidece. Sí, me encantan el coche, su tecnología y el método de producción, y me encantaría tener uno a pesar de que está vendida la producción de los dos próximos años. Pero es menos Lotus que un Esprit o un Elan. Claro, que es bastante más utilizable que un Morgan Plus Four.
Sea como fuere, no he ido a Inglaterra de compras sino de peregrinaje, y he regresado anglófilo y convencido. A pesar del estado de las carreteras y con los nudillos de la mano derecha enteros.
La aparición de los relojes de cuarzo, baratos y precisos, obligó a la industria relojera tradicional a reinventarse. ¿Sucederá lo mismo con los coches deportivos a causa de la llegada de los eléctricos?
Hasta la invasión del cuarzo, los relojes eran mecánicos, ya fueran manuales (había que darles cuerda) o automáticos (se cargaban con el movimiento de la muñeca del usuario). Esto les convertía, si querían ser precisos, en objetos caros; a cambio, eran la única manera de saber la hora, excepción hecha de los grandes relojes de los campanarios de las iglesias o de los edificios oficiales.
Desde su llegada, los relojes de cuarzo fueron más pequeños, más precisos, más ligeros y más baratos que los mecánicos, lo que eliminó de repente la razón de ser de éstos. Solo que sus fabricantes crearon un nuevo motivo para su uso: ya no servían solo para saber la hora, se habían convertido en un complemento de moda, otro elemento del atuendo, como los zapatos, el cinturón o los gemelos.
Unos años más tarde hubo que intensificar esta tendencia, ya que aparecieron relojes digitales por todas partes, hasta tal punto que, si uno lo piensa, se está casi siempre delante de un dispositivo que dice la hora: el teléfono móvil, el ordenador, la tableta, el televisor, el microondas, el coche y muchas de las pantallas de publicidad callejera nos recuerdan a la vez qué hora es y que no hace falta fijarse un reloj a la muñeca para saberlo.
Por eso, a día de hoy la relojería de pulsera, en especial la de caballero, centra su diseño más en ser una declaración de intenciones que en envolver una máquina que dice la hora. Se comercializan relojes clásicos y réplicas de clásicos, cronógrafos discretos u ostentosos, fabricados en materiales tradicionales (acero), novedosos (titanio o fibra de carbono) o suntuosos (oro, platino, con añadidos de piedras preciosas), y se lucen lo mismo que las señoras pueden presumir de bolsos o chales.
La razón de ser de los coches deportivos es ofrecer unas prestaciones superiores a las de los demás, se midan en velocidad máxima, aceleración, frenada, manejabilidad o estabilidad. Esas capacidades superiores justifican sus precios elevados, que a su vez crean la siempre importante exclusividad.
A lo largo de los años hemos asociado ciertos valores relativos a esas prestaciones a determinados modelos, de modo que, por ejemplo, la velocidad máxima se asocia a Ferrari y Lamborghini, y la deceleración a Porsche. Y esos son los motivos que sitúan a sus fabricantes en una posición privilegiada de mercado. Hasta la aparición de los coches eléctricos.
Un motor térmico aumenta su potencia y su par con el régimen de giro, lo que proporciona una buena aceleración solo cuando el motor está alto de vueltas. Un motor eléctrico ofrece todo el par disponible desde el arranque, por lo que la aceleración de un vehículo eléctrico es casi siempre superior a la de un térmico.
Por otro lado, las circunstancias actuales del tráfico en Occidente (siento ser tan genérico) están dando cada vez más importancia a disfrutar de la conducción acelerando que por velocidad máxima. Esta se encuentra crecientemente limitada, lo que unido a la elevada densidad del tráfico y al mal estado de las carreteras, hace que no se pueda rodar deprisa de modo constante, y que se conduzca acelerando cuando se puede y despacio el resto del tiempo.
Es decir, que allí donde tradicionalmente los fanáticos de los coches los disfrutan, las circunstancias obran a favor de los eléctricos, reyes en prestaciones puras. Da igual que valores de aceleración queramos medir, los primeros lugares de las clasificaciones los ocupan siempre los eléctricos: un Rimac Nevera alcanza los 100 km/h en 1,8 segundos, mientras que un envidiable Ferrari SF 90 Stradale necesita un 27% más. Si medimos el tiempo hasta alcanzar los 200 km/h, la diferencia es aún un 14%. Ante esta pelea desigual, parece que en lugar de plantar cara o rendirse, los fabricantes tradicionales tantean otro camino, como en su día la industria relojera: prioridad a las sensaciones, a mostrar la maquinaria, a disfrutar del sonido, la vista y el tacto.
Ha sido la reciente presentación del Bugatti Tourbillon, el que sucede al Chiron, la que ha generado ese paralelismo entre la industria del automóvil y la relojera. Hasta la fecha, los Bugatti bajo la pertenencia al grupo VW basaban su existencia en un pliego de condiciones espectacular encaminado a conseguir unas prestaciones únicas. Un motor de 16 cilindros en W, de ocho litros de cubicaje, con cuatro turbos y toda la colección de radiadores, intercambiadores de calor y tubos necesarios para que ese despliegue termodinámico funcione sin autodestruirse. De acuerdo con que se alcanzaban las prestaciones deseadas, pero el peso total se acercaba a las dos toneladas, y había más de exhibición tecnológica que de sensaciones y disfrute.
El nuevo Tourbillon monta un motor, sí, de 16 cilindros y 8,3 litros, solo que atmosférico y en V sencilla, lo que deja al peso, al eliminar turbos y otros complementos voluminosos, en 252 kilos, más o menos la mitad que su antecesor en W.
Añade un funcionamiento híbrido a través de una batería, dos motores eléctricos en el eje delantero y uno en el trasero, para igualar las prestaciones del Rimac Nevera hasta 100 km/h, y dejar el peso total algo por debajo del que lastraba al Chiron.
Hasta ahora, con lo descrito, el Tourbillon ofrece la emoción y el sonido de un vehículo térmico, el silencio de un eléctrico y la versatilidad de un híbrido, ya que permite escoger el modo de conducción.
Y ahora añadimos el resto de las sensaciones: de cara a la vista, el motor térmico se puede admirar desde el exterior, al menos en la medida que lo permite la normativa de atropellos. Y el cuadro de mandos reproduce una tendencia reciente en la industria relojera, la de mostrar la maquinaria, móvil y en funcionamiento, como para evidenciar su dinamismo, la existencia de piezas mecánicas tangibles, al revés que en los elementos eléctricos, que son estáticos e invisibles, ya hablemos de relojes de cuarzo o de coches eléctricos. La tendencia a la que me refería se bautizó en inglés como “skeletonized” (¿”esqueletizado”?), porque parece una representación de un esqueleto humano, y en el Tourbillon está formado por 600 piezas fabricadas y montadas por relojeros suizos, en titanio, rubí y zafiros, que pesa solo 700 gramos, y tiene tolerancias de fabricación de entre 5 y 50 micras.
Y no olvidemos que para cerrar el paralelismo entre relojes y coches, Bugatti ha escogido a propósito el nombre del modelo, tomándolo de un invento de 1795 de Abraham Louis Breguet, de profesión, claro, relojero, y fundador de la marca que todavía lleva su nombre. En aquella época no se había inventado el reloj de pulsera, y los caballeros los utilizaban de bolsillo, que se guardan fijos y en posición vertical. Colocados de ese modo, la gravedad influye negativamente en su precisión. El invento de Breguet, menos necesario en los relojes de pulsera, compensaba esa influencia, y se bautizó como Tourbillon, torbellino en francés.
¿Será el nuevo Bugatti una excepción, o se mantendrá este paralelismo entre coches y relojes? Si lo basamos en conceptos como piezas a la vista y peso total, algunos últimos lanzamientos como los GMA T.50 y T.33 de Gordon Murray, el Aston Martin Valkyrie y el Red Bull RB17, parece que sí. Ojalá se confirme, y volvamos a disfrutar más de las sensaciones que de los números.
Existe un interesante paralelismo entre las clases sociales de los humanos y las de los automóviles: ambas se crean y se destruyen, tienen fronteras que se alzan y se difuminan, y las dos pasan por épocas, como la actual, de turbulencias e incertidumbres.
Cuando hace más de un siglo se inventó el automóvil, su fiabilidad era baja y sus precios, por la producción manual, eran altos. Por tanto, los primeros compradores debían reunir dos características, la primera de las cuales se etiqueta, hoy en día, con ese anglicismo de “early adopters”, o sea, los valientes que para ser los primeros en tener lo último asumen los riesgos necesarios. La segunda peculiaridad de esos primeros compradores era, obviamente, tener mucho dinero, por lo que sus automóviles debieron reproducir los ambientes, materiales y lujos por los que se movían los clientes iniciales. El despliegue de cuero y madera del Bentley de la foto de más arriba es un buen ejemplo, porque recuerda a los exclusivos clubes británicos propios de un usuario de Bentley de los años ’30.
Una vez que todos los “early adopters” con dinero que querían un coche ya se lo habían comprado, es decir, cuando se llenó ese nicho de mercado, la evolución lógica del sector del automóvil era iniciar la fabricación de vehículos más baratos para clases sociales menos pudientes o, en otras palabras, fabricar coches para la burguesía, y no solo para la aristocracia y la realeza. Culminado ese paso se arrancó el siguiente, de modo que primero Henry Ford y su Ford T y más tarde Adolf Hitler y su “coche del pueblo”, el Volkswagen “Escarabajo”, extendieron el uso de automóviles a la mayor cantidad posible de personas.
Con un espectro de posibilidades tan amplio, los fabricantes de automóviles tenían difícil ofrecer modelos para todas esas opciones, además de que ese abanico crearía una imagen de marca indefinida o hasta inexistente. Por eso cada uno prefirió especializarse en un solo lado del mercado.
Corriendo el peligro de toda simplificación, vamos a decir que entonces aparecieron tres niveles de fabricantes, cada uno de los cuales se dirigía a un estrato social determinado o a quien quería parecer miembro de ese grupo. Empezando por arriba se sitúan las marcas de lujo como Rolls Royce, Bentley, Ferrari o Lamborghini. Se distinguen por sus precios elevados, producciones bajas para mantener la exclusividad, y la posibilidad de configurar el vehículo a medida. Solo fabrican vehículos lujosos o deportivos, siempre grandes y caros. Sus clientes habituales son lo que damos en llamar “ricos”, o quienes quieren parecerlo.
Inmediatamente por debajo están los etiquetados como fabricantes “premium”, que son aquellos relativamente exclusivos, con producciones medias, precios altos, y muchos extras entre los que escoger para crear una cierta personalización. Los ejemplos habituales en Europa son los tres alemanes: Audi, BMW y Mercedes Benz. Se dirigen a un cliente que catalogaríamos como miembro de la burguesía, y solo fabricaban vehículos de tamaño grande o, como mínimo, medio.
Y por fin los generalistas, que ofrecen vehículos más sencillos, en series grandes para reducir costes, con menos posibilidades de elección, precios dentro de lo que cabe accesibles, y fundamentalmente pequeños o, como mucho, medianos. Los fabricantes más conocidos por estos lares son SEAT, Ford, Renault, Opel y Toyota.
Estas clases sociales se mantuvieron más o menos estables y separadas durante años, hasta que a principios de los ’90 del siglo pasado llegaron los fabricantes coreanos, como Hyundai o Kia. Gracias al bajo coste de la mano de obra de su país, y centrados en coches sencillos, muchas veces versiones de modelos occidentales ya descatalogados por los fabricantes originales, se situaron por debajo de los precios de los generalistas. La calidad de materiales y la innovación técnica no eran sus mejores bazas, claro, pero resultaban baratos y se hicieron un hueco en el mercado, que se bautizó como “low cost” o “value for money”, ya que su relación entre calidad y precio era buena.
Los fabricantes generalistas europeos vieron en esta situación un peligro a medio y largo plazo: era cuestión de tiempo que los coreanos se asentarían en Europa e igualarían su calidad con la de los europeos, por lo que les iban a comer su mercado. También esa mejora de calidad en los vehículos coreanos era necesaria porque años después iban a llegar al Viejo Continente primero los chinos (que están llegando ahora) y posteriormente indonesios, hindúes y vietnamitas, que no tardarán. Es decir, el mercado empuja desde abajo, y obliga a los que ya están a subir o a perder cuota.
La solución que se implantó desde el inicio por parte de los generalistas europeos consistió en elevar su nivel para acercarse a los “premium”, y ese fue el primer factor que diluyó la frontera que hasta ese momento separaba las dos categorías. La situación llegó al punto de que alguna marca generalista ha creado una sub – marca que se ubica en ese límite indefinido, como por ejemplo SEAT creando Cupra.
Hay quien también ha trabajado en el sentido contrario, es decir, una marca generalista que genera una sub – marca “low cost” para hacerse la competencia y, además, dotar a su concesionario de medios para satisfacer las necesidades de clientes con diferentes poderes adquisitivos. El ejemplo más claro es el de Renault, que compró la marca rumana Dacia para relanzarla con vehículos de nivel y precio inferior al propio.
Mientras tanto, los “premium” pensaban en lo contrario: introducirse en el mercado de los coches de tamaño medio, sin reducir la calidad, para ofrecer una gama más amplia en tamaños y precios. Este movimiento se puso en marcha en 1982, cuando se lanzó ¡un Mercedes pequeño! Esa fue la percepción del mercado, entonces más rígido y clasista que ahora, al anunciarse que Mercedes Benz, nada menos, iba a lanzar un modelo por debajo de su gama de la época, al que se bautizó como Mercedes 190, código interno W201. En contra de los vaticinios de los pesimistas, el 190 fue un éxito arrollador, debido en parte al excepcional trabajo de Bruno Sacco, el respetadísimo director de diseño de la marca.
A la vista del resultado de la apuesta, Mercedes ha ido ampliando su gama por abajo, lo mismo que los otros dos fabricantes alemanes “premium”: al 190 (luego llamado “Clase C”) han seguido las clases A y B, en BMW aparecieron las Series 1 y 2, y Audi ha multiplicado su oferta inferior al A4 con los A3, A2 y A1. Evidentemente, al llegar la moda de los SUV, todas las berlinas mencionadas han encontrado su paralelo “todocamino” en forma de la lista completa de X1 a X7 en BMW, de Q2 a Q8 en Audi, más sus equivalentes en Mercedes. Los que se han unido al club “premium”, como Volvo o Jaguar, han fotocopiado la iniciativa y las gamas.
En todo caso, para que una marca suba de clase social no solo debe desearlo, contarlo en los medios de comunicación y divulgarlo en redes sociales. Hay que adaptar el producto, la gama, el diseño, su línea de comunicación, la red de distribución, la atención al cliente y hasta la manera de hablar de los empleados de los concesionarios. Y todo ello obviamente sin dejar de cumplir con las exigencias de la clase social que deja más abajo. Es decir, si a un generalista se le presupone que el coche no se avería demasiado en sus primeros años de vida y que si sucediera se respetarían las condiciones de garantía, el “premium” y el de lujo como mínimo han de cumplir con eso. Y no vale decir que el cliente de un Aston Martin tiene varios coches más en casa, y una avería en el Vantage le obligará a ir en metro a trabajar; ha pagado por una exclusividad, puede entender que el coche se avería, pero habrá que disculparse, diagnosticar correctamente a la primera, y asegurarse de que el incidente no se repetirá.
En paralelo a estas cuestiones sociales e industriales, apareció en Europa una novedad fiscal que influyó de modo rotundo en el “emborronamiento” de estas clases sociales: el coche de empresa. Cuando un cliente privado compra un coche, sea al contado o financiado, la categoría y el precio del vehículo se relacionan con su capacidad económica, y por tanto le sitúa socialmente como imagen: en la España de finales de los ’80, en la era de los “yuppies”, no era lo mismo moverse en un Renault 18 que en un BMW Serie 3. Además, esa dificultad de acceso creada por la diferencia de precio, hace que una marca “premium” siga siendo exclusiva, un factor que se une al prestigio de ser visto conduciendo uno de esos coches.
Todo esto cambió cuando el coche de empresa comenzó a establecerse como forma de retribución en especie en muchas compañías, que lo incluían como gasto; también los profesionales independientes se acogieron a esta fórmula. Tanto los bancos como las financieras se unieron a la corriente, y crearon todo tipo de fórmulas más o menos complejas y siempre adaptadas a las necesidades de los clientes y a las variables políticas fiscales de cada país: “renting”, “leasing”, más o menos flexible u operativo, de duraciones variables, incluyendo o no seguros y mantenimientos, … las combinaciones son incontables.
La consecuencia sobre el mercado, que se mantiene hoy en día, es que la diferencia de cuota mensual entre un vehículo generalista y su equivalente “premium” ya es poco significativa. El motivo es que, si bien la diferencia de precio de compra es elevada, también lo es el valor residual, es decir, el precio de mercado del coche una vez que acaba el periodo de uso. La consecuencia lógica es que, medido en la cantidad de la cuota mensual, hay poco salto entre generalistas y “premium”, lo que ha generalizado (valga el juego de palabras) la presencia de los “premium” hasta situarlos, en muchos casos, por encima de los generalistas.
Puesto en cifras, vemos que en el mercado español de 2023 Mercedes Benz vendió más unidades que Citroën, y Audi y BMW estaban por encima de Fiat y Ford.
El fenómeno es más intenso en el mercado británico, donde en 2023 la tercera marca más vendida fue Audi y la cuarta BMW, con Mercedes Benz en noveno lugar encajada entre Nissan y Hyundai.
Esta situación elimina o, como mínimo, reduce el tamaño de una de las características que separan a las “premium” de las generalistas: la exclusividad. ¿Dónde está esa exclusividad si en número de unidades vendidas se igualan, si “cualquiera puede tener un BMW”?
Atendiendo a la situación en los concesionarios, no se pueden pretender muchas diferencias si el número de ventas se iguala. Por un lado, habrá tantos concesionarios de marcas “premium” como de marcas generalistas, otro factor en contra de la exclusividad, y el estilo de la venta será similar, al centrarse en el volumen de unidades a vender, y con ello en el precio. No puedo dejar de mencionar una visita que realicé a un concesionario BMW ubicado en una zona cara de Madrid en las cercanías de un “Black Friday”: sobre el parabrisas de cada coche expuesto había un enorme cartel de cartón, de colores vistosos, en el que con un rotulador gordo se había escrito el PVP y, con caracteres voluminosos, el descuento. Vistos en los Series 2 y 3 quedaba feo, en un Serie 7 o un Z4, era casi insultante.
Esto va en contra de lo que el cliente de lujo espera, que es una decoración sobria, y un ambiente delicado y relajante, con pocos colores y algunos detalles sencillos, música suave, flores naturales y ninguna presión de venta: el cliente quiere comprar, no que le vendan; suele ser un directivo o un profesional independiente acostumbrado negociar y cerrar acuerdos, que va al concesionario a hacer un negocio, en el que el objetivo es su propio transporte y su disfrute personal, y quiere transparencia, confianza, sinceridad y ninguna presión.
De cara a la postventa, se repite la situación, ya que la misma recepción del mismo concesionario atiene al BMW Serie 1 con motor diésel pequeño que se paga esforzadamente y por los pelos, que al Serie 7 de motor V8 del Vicepresidente Ejecutivo. Y además en unas instalaciones tan masificadas como las de un concesionario Renault.
Si los fabricantes chinos empujan hacia arriba a los generalistas europeos y coreanos, y éstos a los “premium”, era de esperar que los “premium” lanzaran productos de mayor nivel que traspasaran su frontera superior e invadieran el territorio de lujo. De ahí que aparecieran modelos como los sucesivos Audi R8 o que Mercedes lanzara Maybach como submarca. La consecuencia es que los propios fabricantes de lujo también han crecido por arriba, y han creado ramas aun más exclusivas, a través de las que lanzan series especiales muy cortas, o incluso pueden desarrollar modelos únicos. Al que le parezca poco un McLaren puede ponerse en contacto con MSO (McLaren Special Operations), si la exclusividad de Rolls Royce se le queda pequeña a alguien, siempre existe “Bespoke”, y el mismo tipo de división se ha creado ya en Ferrari, Lamborghini o Pagani.
En paralelo comienzan a abundar esas series limitadas que están vendidas en el momento de anunciarse, como el reciente Aston Martin Valiant o los coches con precios de siete dígitos.
Este nuevo fenómeno del “ultralujo” se asocia a la aparición de “súper-ricos” en países como China o la zona del Golfo Pérsico, y a la utilización de los automóviles como activos de inversión en épocas de baja inflación o de inestabilidad económica.
Estas indefiniciones en las clases sociales del automóvil continuarán en los próximos años por motivos variados. La llegada de nuevas marcas por abajo ya está forzando a los generalistas a subir, la minimización de la clase media impulsa a los tres “premium” alemanes a mirar cada vez más a China como mercado, y el subsector del ultralujo continuará creciendo. ¿Quién dijo que el mundo es estático?
El pasado 13 de Marzo nos dejó, a sus 85 años, Marcello Gandini, al que muchos consideran el mejor diseñador de coches. Un repaso a sus obras lo confirma.
Aun a riesgo de simplificar, puede decirse que hay tres campos básicos de actuación en el trabajo de un diseñador de automóviles, cada uno con sus peculiaridades. El primero son los prototipos que, aunque no entran en producción, crean tendencia, marcan caminos y hacen soñar. Hace falta imaginación no desbordante para triunfar en este apartado, que cuenta con la ventaja de no estar limitado por las normativas de homologación ni por los costes y cortapisas de la producción.
El segundo campo son los coches de serie limitada y precio ilimitado, esos que se aparcan en los garajes de pocos y habitan en los sueños de muchos. Respecto al apartado anterior se distinguen en que sí han de ser “fabricables” y matriculables, aunque el coste sea una barrera menor.
Y finalmente el grupo de producción en grandes series, que debe satisfacer necesidades tan variadas como coste razonable, que guste a muchos, y reparabilidad sencilla, además de todo eso de la facilidad de producción y la homologación.
Quienes saben de diseño de automóviles aseguran que para triunfar en el gremio hay que hacerlo en estos tres apartados, como muestra de la adaptabilidad y la visión amplia.
A la hora de juzgar la obra de Marcello Gandini bajo este prisma, debemos considerar que gran parte de su carrera profesional se desarrolló como consultor independiente que trabajaba en proyectos encargados por fabricantes conocidos. Eso significa que aproximadamente dos terceras partes de ese trabajo están bajo secreto profesional. Teniendo en cuenta esta limitación, si juzgamos su trabajo conocido, es automático concluir que sí, que es uno de los grandes.
Demostrarlo repasando su obra permite utilizar el filtro de mis gustos personales, y escoger mis favoritos entre sus creaciones. Empezando por los prototipos, me quedaría con el Alfa Romeo Carabo (1968) y el Lancia Stratos Zero (1970). El Carabo se construyó con la limitación de su base, el chasis del Alfa Romeo 33 Stradale, y anticipó dos elementos de diseño que crearon escuela: las puertas de tijera y el diseño en cuña (“wedge design”), que siguió todo tipo de fabricantes. El único ejemplar del Carabo que se fabricó puede disfrutarse actualmente en el Museo Storico Alfa Romeo de Arese (Italia), y con sus solo 99 cm. de altura parecía un coche bajo hasta que apareció el Lancia Stratos Zero, que mide nada más que 864 mm. Con el Stratos Zero, Gandini dio un paso más en el diseño en cuña y apuró el concepto de limpieza de líneas. Dio la casualidad de que en ese momento Lancia quería regresar al Mundial de Rallies con un coche específico, por lo que Gandini recibió el encargo de transformar su prototipo en un coche de calle. El resultado fueron las 492 unidades fabricadas entre 1973 y 1978, que en la versión de carreras patrocinada por Alitalia y con los colores de la bandera local forma parte de la iconografía del automóvil.
Ya dentro del capítulo de vehículos de serie limitada, la obra de Gandini arranca con uno de los mejores diseños de todos los tiempos: el Lamborghini Miura. El motor V12 de Paolo Stanzani montado sobre el chasis de Gianpaolo Dallara se presentó en el Salón de Turín de 1965 con un éxito tal que a Ferruccio Lamborghini no le quedó otra que terminar el trabajo e iniciar la producción. Para definir el aspecto exterior, contrató los servicios de la empresa de diseño de Nuccio Bertone, que encargó el trabajo a un Marcello Gandini recién llegado a la casa. Es imprescindible destacar que cuando el resultado final se presentó en el Salón de Ginebra de 1966, Dallara y Stanzani tenían 30 años, y Gandini y Wallace, el ingeniero de pruebas, solo 28. Eso es precocidad.
Hay poco que añadir a los que se ha escrito sobre el Miura: creó escuela, generó una nueva categoría de coches para la que se acuñó el término “supercar”, y su combinación de curvas cóncavas y convexas sigue enamorando. Sin olvidar las anécdotas asociadas a un desarrollo atropellado, para que entrara cuanto antes en producción: desde las pestañas que camuflaban el origen humilde de los faros, a la escasa resistencia torsional de las primeras unidades, que Dallara resolvió aumentando el espesor de la chapa. Faltaba mucho para que llegaran el cálculo de estructuras por ordenador y los bancos de pruebas de chasis.
El mérito del sucesor del Miura, el Lamborghini Countach (1974 – 1990), reside en no ser un mero sucesor. Gandini podía haber repetido la fórmula de las curvas infinitas y, sin embargo, se fue al lado contrario: una forma en cuña creada a base de rectas o curvas de gran radio, claramente asociada al brutalismo que triunfaba en la arquitectura de la época. El prototipo del Countach es el que mejor expresa la idea basada en la limpieza de formas, con el añadido dramático de las puertas de tijera.
El sobrecalentamiento del motor en la fase de pruebas obligó a mejorar su refrigeración, por lo que se añadieron unos cajones sobre los pasos de rueda traseros, que interrumpen visualmente la cuña. Con todo, la evolución en los 16 años de producción fue a peor, hasta llegara a la desafortunada versión final sobrecargada de Horacio Pagani, cuando aún trabajaba en Lamborghini.
La marca volvió a fichar a Gandini para encargarse del sucesor del Countach. Solo que entregó el trabajo cuando la propiedad pasó a manos de Chrysler, y desde Detroit decidieron retocarlo. El resultado, que llegó a la serie como Lamborghini Diablo, quedó tan reblandecido que Gandini nunca lo reconoció como suyo. Sin embargo, la idea no acabó en el olvido. Poco después, Giorgio Moroder (compositor, productor musical, creador de la música disco y coleccionista de coches) se unió a Claudio Zampolli (ex ingeniero de Ferrari afincado en California) para crear el CiZeta Moroder V 16T: CiZeta viene de las iniciales en italiano de Claudio Zampolli, Moroder puso su apellido, y el motor que idearon estaba formado por dos V8 que se unían al cambio en forma de T. Del diseño se encargó Gandini, que aprovechó su propuesta rechazada del Diablo y los adaptó a las nuevas dimensiones, especialmente a la muy voluminosa parte trasera.
El largo historial de diseño de Gandini es también ancho, porque no solo hay deportivos biplaza de motor central. El capítulo de los Gran Turismo, esos coches de cuatro plazas, dos puertas y altas prestaciones, pensados para viajes largos, queda cubierto con el Alfa Romeo Montreal y los Lamborghini Marzal y Espada.
En el Salón de Montreal de 1967, Alfa Romeo presentó un prototipo sin nombre. El punto más impactante eran unas tapas que cubrían parcialmente los faros, nada más que un truco para, manteniendo una forma visualmente agradable, cumplir con las normas de la época sobre altura de faros. Cuando los faros, que eran fijos, se encendían, las tapas bajaban y se ocultaban, dejando iluminar a la totalidad del faro.
El éxito de ese prototipo “de Montreal” fue tan grande que Alfa Romeo decidió llevarlo a la serie, y convirtió el apodo en su nombre comercial. El vehículo inicial montaba un motor de cuatro cilindros en línea y solo 1.600 cc, que permitía un capó bajo y plano. Como la potencia que proporcionaba era escasa para un GT prestigioso, en el de serie se instaló un V8 a 90º de 2.600 cc, que obligó a crear una fea chepa en el capó para hacerle sitio. Con el objetivo de disimularla, Gandini añadió una toma NACA no operativa; no olvidemos que este tipo de tomas de aire, proveniente de las investigaciones de la NASA, aparecerían cuatro años más tarde en los laterales de otro proyecto de Gandini, el Countach.
En esos mismos años se presentó otro GT, esta vez de Lamborghini: el Marzal. Se vio por primera vez en el Salón de Ginebra de 1967, lucía el perfil en cuña que se iba a poner de moda, y unas puertas acristaladas que aligeraban la forma. En paralelo el periódico británico “The Daily Mail” había encargado a Bertone que diseñara “el coche ideal”, y el resultado se presentó en el Salón de Londres también de 1967 bajo el nombre de Bertone Pirana o Piranha, que las fuentes no se ponen de acuerdo sobre el nombre original.
Cuando Ferruccio Lamborghini decidió llevar a la producción su GT, le dio el nombre de Espada (1968 – 1978), y Gandini cogió ideas del Marzal y del Pirana o Piranha. Eso sí, el acristalamiento inferior de las puertas no llegó a la serie, porque al Sr. Lamborghini no le parecía bien que se les vieran las piernas a las señoras que montaban en sus coches. No olvidemos que en aquellos tiempos, los pantalones eran minoría respecto a las faldas en el armario de la ropa de las mujeres, y la minifalda ya se había inventado.
El tercer posible campo de actuación de un diseñador de automóviles es el de vehículos de precio asequible producidos en grandes series, y también aquí brilló Marcello Gandini.
Quizá el más popular, y que menos se le atribuye, sea la segunda generación del Renault 5 (1984 – 1996). Pretendía heredar el buen nombre de la primera, y aunque su arquitectura era por completo distinta, la recuerda a la vez que la moderniza. Hay que tener en cuenta que el Renault 5 inicial, rompedor en su estética, se basaba internamente en el R 4, con su motor delantero longitudinal, con la caja de cambios por delante, lo que condicionaba enormemente la pugna entre habitabilidad, dinamismo y proporciones: avanzar el conjunto motor – cambio – transmisión ganaba espacio interior a cambio de alargar el morro y la distancia entre ejes; atrasarlo mejoraba el aspecto y la agilidad, comprometiendo el espacio. Aun así, el resultado fue formidable.
El punto de partida de la segunda generación era la plataforma compartida con los Renault 9 y 11, con motor y transmisión en ubicación transversal, que facilitó el compromiso entre habitabilidad, dinamismo y proporciones.
Otro éxito de elevada producción de Gandini para una marca francesa fue el Citroën BX (1982 – 1994). Hacía falta un heredero asequible de joyas del diseño como el DS o el SM, y Gandini se basó en dos trabajos previos que no llegaron a la serie: el FW11 (1977) que Reliant estaba desarrollando para la marca turca Otosan, y el Volvo Tundra concept (1979). El resultado fue una mezcla de diseño en cuña con recuerdos de sus antecesores, basado en formas planas, que no simples, fáciles de estampar.
No podían faltar vehículos italianos entre la producción en serie de Gandini. Recordemos el pequeño Autobianchi A112 (1969 – 1986) sobre una plataforma encogida de Fiat 128, que únicamente se vendió con carrocería de tres puertas. Debido a su éxito, aguantó muchos años en el mercado, y hubo que desarrollar el Y 10 (vendido como Autobianchi o como Lancia) para que cesara su producción.
Y del prototipo Autobianchi A112 Runabout, del propio Gandini, se derivó el X 1/9, fabricado entre 1978 y 1982 por Fiat, y desde entonces hasta 1989 por Bertone. Era una versión a escala de los superdeportivos de la época, con motor central transversal, línea en cuña, biplaza y con faros escamoteables. A cambio de no tener apertura exótica de puertas, era descapotable.
Rematamos el repaso de los subjetivamente mejor de la obra de Gandini con la mención de dos berlinas de segmento D producidas en gran cantidad. La primera es el Fiat 132, fabricado y vendido también como Seat en España, en un intento de ambas marcas por ascender en la pirámide social del automóvil.
La segunda es el BMW Serie 5 código interno E12 (1972 – 1981), prueba de que Gandini trabajó también con alemanes. Aunque para ser más preciso habría que decir que trabajó para alemanes, ya que el E12 se desarrolló bajo la supervisión del francés Paul Bracq, que llegó en 1970 a BMW para cubrir la baja por jubilación de Wilhelm Hoffmeister, el que inventó el montante en C con esa peculiar forma que le hace llamarse “Hoffmeister kink”. Bracq había triunfado en Mercedes (1957 – 1967), de donde salió para diseñar el TGV, el tren de alta velocidad francés. Cuando legó a BMW se encontró con la propuesta inicial de Gandini, basada en el BMW 2200 tii Garmisch presentado en Ginebra en 1970, y que el propio Gandini había diseñado en Bertone. El resultado final fue un digno sucesor del rompedor “Neue Klasse” (1962 – 1972) y marcó el aspecto de las berlinas medias de BMW hasta hoy.
Es difícil encontrar, en un único diseñador, una obra tan amplia y variada, por tipos de vehículos, arquitecturas, lenguajes de diseño y tipos, En esta época de sequía de ideas y exageración de formas, echaremos de menos al maestro Gandini.
Mientras los políticos nacionales y los de Bruselas siguen cultivando su obsesión con las emisiones, la realidad del parque automovilístico español dice que cada año es más viejo porque se estira la vida útil de los vehículos.
Ya se ha tratado en este blog el preocupante envejecimiento del parque móvil español, y lo que ello supone de cara al aumento de emisiones contaminantes y de la reducción de la seguridad de quienes se montan en esos vehículos.
Hace escasos día que Anfac, la asociación española de fabricantes de automóviles y camiones, ha publicado su tradicional informe sobre el parque de nuestro país ya con los datos de la DGT correspondientes a 2023. Los resultados, como era de esperar, son tristes, ya que se mantienen las tendencias detectadas en años anteriores.
Si empezamos a leer el informe por una cifra tan global como la edad media de los vehículos en circulación, vemos cómo ha subido de 13,9 años en 2022 a 14,2 en 2023; no olvidemos que en 2007, antes del inicio de la crisis financiera, estaba en ocho años justos. Clasificar los vehículos por edad afina este análisis, ya que está claro que si se matricula cada año menos de un millón de turismos en un parque de 26 millones, habrá más envejecimiento que rejuvenecimiento, y las cifras lo demuestran: en 2002 el 47,2% del parque tenía quince o más años, y en 2023 ese valor es del 48,3%.
Se puede hacer un análisis similar clasificando los vehículos por su tipo de etiqueta medioambiental aunque, como es de esperar, el resultado es el mismo: el 29% no tiene etiqueta, casi el 30% luce una tipo B, y el 35% solo llega hasta la C, lo que nos lleva a una conclusión obvia: la suma de las etiquetas ECO y “0” no llega al 6%.
Si se alarga la vida de los vehículos, está claro que la edad a la que finalmente se achatarran es mayor. Según los datos de la DGT y de las asociaciones del sector, como Sigrauto, la edad media de los vehículos achatarrados en 2011 era de 15,17 años, en 2017 llegó justo a los 18, y para 2022 ya estaba en 20,52 años. Por supuesto, el número de vehículos achatarrados por año está a la baja: solo 637.210 en 2022, lo que supone un 21,7% menos que en 2020.
Evidentemente si el parque envejece, sus costes de mantenimiento, solo para mantenerlo vivo, crecen. Así lo demuestran los datos de las asociaciones de talleres, que detectan un aumento de la facturación media por orden de reparación, así como de las intervenciones denominadas “mecánica pesada”, las que van más allá de los mantenimientos periódicos.
Pasando de la información a su análisis, vemos en primer lugar que los tipos de interés altos han dificultado en los últimos años la compra de vehículos por un doble motivo, ya que han encarecido las compras en sí, y a la vez han reducido la renta disponible de muchos compradores potenciales, que al hacer frente al encarecimiento de su hipoteca han aplazado la compra de un coche. Por otro lado, la subida del precio de los vehículos nuevos desde 2020 debido al mayor coste de las materias primas y los transportes, y a la reducción de los descuentos en un entorno inflacionario, es superior a la escasa subida de los salarios. En otros términos, con menos dinero no se compran coches más caros.
Vamos a situarnos ahora en la realidad que no contemplan los políticos nacionales ni los de Bruselas: sea un ciudadano español que es titular de un vehículo de más de veinte años de edad que, atención a la frase, le “hace el servicio”, es decir, cumple con sus requerimientos de transporte. Ese vehículo tendrá un valor en el mercado claramente inferior a cinco mil Euros, y su equivalente nuevo, de unos 25.000 €. Considerando el sueldo medio en España, hay escasas posibilidades de que ese ciudadano achatarre o venda el vehículo que le es útil para, si le conceden el crédito correspondiente, cambiarlo por uno nuevo.
Obviamente hay soluciones para, al menos, rejuvenecer algo el parque, reduciendo las emisiones contaminantes y mejorando la seguridad, aunque van en la línea opuesta a la marcada en las últimas décadas. Sería necesaria una sustanciosa rebaja fiscal que no se limitara a la supresión del impuesto de matriculación, si no que además afectara intensamente al IVA. Esto supondría reducir el precio de compra de los vehículos nuevos, y a la vez habría que presionar por el lado opuesto, subiendo el impuesto de circulación, para retirar del mercado los de uso escaso. Esta es la política fiscal que se sigue en muchos otros países de la UE, solo que en España se chocaría con el reparto de las tasas, ya que el IVA y el impuesto de matriculación van a Hacienda, y el de circulación lo cobran los ayuntamientos, por lo que debería haber un acuerdo entre ellos para equilibrar sus cuentas.
En paralelo, sería necesario un nuevo plan Renove, de cobro inmediato, que bonificara el achatarramiento de vehículos viejos y su sustitución por nuevos, ya sean clasificados por edad, emisiones o tipo de etiqueta.
Y respecto a estas últimas, se hace ya imprescindible una reforma de su método de clasificación, que castiga a los vehículos viejos y favorece a los nuevos solo por serlo.
Mis disculpas por el titular irónico están acompañadas por la alegría al saber que los mercados entienden que el vehículo eléctrico es una de las muchas soluciones parciales a los problemas del sector. Ni mucho menos la única, ni mucho menos.
El inicio de 2024 ha visto un elevado número de noticias relacionadas con los vehículos eléctricos, que ponen en duda su validez como solución universal a algunas cuestiones relacionadas con el sector de la automoción, así como su capacidad para desarrollarse a corto plazo, entendiendo como tal en la mitad de esta década.
Las noticias más destacadas eran la cancelación o reducción de las ayudas fiscales a los vehículos eléctricos (VE) en algunos países, como Alemania o Noruega, y la decisión de la empresa de alquiler Hertz de reducir sustancialmente el número de VE de su flota y sustituirlos por otros con motor de combustión (ICE), a pesar del voluminoso contrato de compra de unidades eléctricas que tiene firmado con Tesla.
A la vez llegaban comentarios sobre las subidas de las primas de seguros para los VE, y las quejas de algunos usuarios de estos coches sobre la reducción de autonomía con la bajada de temperaturas propia del invierno.
Una visión más amplia de la situación señala que, ya en 2023, la mayoría de los early adopters, las personas que quieren ser de los primeros en tener lo último, y que contaban con suficiente capacidad de compra, se habían hecho con un vehículo eléctrico. Llegaba, por tanto, el momento de extender los VE a la siguiente capa demográfica, fenómeno que se ha topado con dos barreras. La primera es la desconfianza hacia una tecnología aun no asentada y que mejora deprisa, lo que hace que muchos compradores potenciales prefieran esperar a la llegada de esos avances. La segunda barrera es la meramente económica: la mayoría de los VE disponibles sitúan su PVP por encima de los 80.000 €, lo que les aleja de gran parte de la población, eso sin contar la carga de los elevados tipos de interés.
Esta cuestión económica se agrava al abordar el coste de las primas de seguro. Las aseguradoras se han encontrado, en primer lugar, con que muchos de los VE disponibles en la actualidad ponen en manos de usuarios normales (dicho sea con el debido respeto) vehículos que no solo tienen 500 o más caballos, es que además soportan pesos en vacío hasta por encima de las dos toneladas y media. Y conducir aparatos de esas características requiere de una concentración y una habilidad que no siempre se tiene o se usa: lo mismo que hay que calcular con cuidado la distancia de seguridad con el resto de los vehículos al acelerar con 500 CV bajo el pie derecho, hay que calcular las distancias de frenado para reducir la inercia de esos tonelajes. La consecuencia es que la elevada tasa de siniestralidad preocupa en las aseguradoras, que reaccionan subiendo las primas.
El siguiente punto, una vez que se ha producido un accidente, es comprobar lo que ya sabíamos: un VE tiene menos piezas y más caras que un ICE, luego el coste de reparación puede ser mayor. Y como hay menos unidades rodando, los tiempos de llegada de las piezas al taller aumentan, con lo que el tiempo de cesión de coche de cortesía al cliente sube en igual medida, lo que de nuevo aumenta el coste de la reparación y, con él, el de la prima de seguro.
La decisión de Hertz de reducir el número de vehículos eléctricos en su oferta y subir la de ICEs, se produce después de una cascada de bajadas de precio de los eléctricos nuevos, que ha descolocado las cuentas de Hertz y de cualquier comprador de VE, sean alquiladores, renting o usuarios finales.
¿Cuál es la relación entre ambas cuestiones? El precio de un alquiler o un renting se calcula, explicado de manera simplificada, tomando en primer lugar los costes: precio del vehículo nuevo, más impuestos por la compra o la posesión en el periodo a considerar, más las primas de seguro y el coste del mantenimiento previsto. A la suma se le resta el valor residual (VR) previsto, se divide por el periodo, y el resultado es el coste mensual del renting, el coste diario del alquiler, …
Si baja de modo repentino y sustancial el PVP, lo hace también el valor residual, porque de haber poca diferencia de precio entre nuevo y usado, nadie compra usado. Si además suben las primas de seguros, los números de Hertz y del resto del sector señalan que cada vez que alquila un VE pierde dinero.
En paralelo a esta situación, el respetado y sensato youtuber Harry Metcalfe anuncia que, a la hora de renovar su coche de renting, deja de lado las opciones eléctricas y las híbridas enchufables, y escoge ¡un diésel! A partir de ahí enumera sus razones, que son un completo e indiscutible alegato sobre la realidad de los sistemas de propulsión de vehículos disponibles en la actualidad. Metcalfe empieza por el principio, planteando lo que necesita: un coche en el que quepa la familia y que le permita arrastrar remolques grandes, sean los de su granja o los que utiliza para transportar coches clásicos, y que a la vez le ofrezca la autonomía para viajar en esas circunstancias. Es decir, no le sirve un VE de 600 CV con 300 km de autonomía real en invierno.
Acto seguido pasa a analizar los precios de los renting en el Reino Unido, para llegar a una conclusión obvia: para un mismo modelo, es más cara la versión eléctrica que la de motor de combustión. Y muestra la conclusión a la que esto conduce: su nuevo coche es un Range Rover Sport diésel.
Otro punto de sus explicaciones en el que coincido con él es en lo injusto de las comparaciones que se realizan entre VE e ICE. En los primeros se alaba la autonomía, y en los segundos las bajas emisiones, que en los eléctricos se suponen inexistentes. En realidad, si comparamos autonomías, los ICE ganan y aun pueden mejorar, porque no solo suelen aguantar unos 800 km entre repostajes y éstos son rápidos, es que sus disminuciones de consumo en los últimos años han llevado a reducir el tamaño de sus depósitos de combustible. En otras palabras, que a costa de, por ejemplo, maleteros más pequeños, los ICE podrían tener autonomías medidas en miles, no en cientos, de kilómetros.
Por otro lado, en los VE casi nadie mide consumos, expresados por ejemplo en kilómetros recorridos por cada kWh cargado, que equivaldría a la tradicional medición de litros consumidos para recorrer 100 km en los ICE. Menos aún la eficacia de las cargas, entendida como electricidad cargada frente a electricidad consumida, o la degradación de las baterías con el tiempo.
Es aquí cuando resulta necesario presentar a Bjorn Nyland, que nació en 1979 hijo de tailandesa y chino, y reside en Noruega, paraíso de los VE, desde los cuatro años. Vive de ser youtuber y, si esto tiene importancia, diré que tiene 318.000 suscriptores y 173 millones de visualizaciones (aunque Angel Gaitán tiene 430.000 y 62 millones, respectivamente).
El caso es que Nyland lleva años analizando el panorama de los VE, y las conclusiones a las que llega son para pararse a pensar: las temperaturas de su zona reducen de modo notable la autonomía, de tal modo que muy pocos vehículos pasan de valores reales superiores a 400 km, la mitad que un ICE.
Por una coincidencia, la edición inglesa de la revista Car insiste en este punto, al probar recientemente en una comparativa al Tesla Model 3, el Polestar 2 y el BYD Seal, en pleno invierno británico. Los datos de autonomía real obtenidos están contundentemente lejos de los teóricos, porque el vehículo estadounidense recorre 280 km entre cargas tras declarar 509, el sueco aguanta 224 aunque declare 650, y el chino llega a 283 km después de prometer 566.
Al hilo de esto, Car publica igualmente los datos de consumos medido y oficial, lo que se convierte en otra fuente de sorpresas: el Tesla es capaz de recorrer 4,6 km con cada kWh, el Polestar solo 2,8 (aunque declara de 6,24 a 6,72) y el BYD 3,42, bastantes menos de los 6,24 km/kWh de su catálogo.
Otro aspecto preocupante que analiza Nyland es la degradación de la batería con el tiempo, es decir, qué capacidad de carga y con ello qué autonomía tiene el vehículo pasados unos años. Los datos aun ofrecen mucha dispersión, en parte porque son escasos y por ello estadísticamente insuficientes. Aun así hay que destacarlos, con valores como el 8,4% que pierde un Mercedes EQC400 de 2020 en dos años, el 14,8% que se le escapa a un Tesla Model S de 2013 en diez años, o el 23,8% de mengua en un Nissan Leaf de 2012 en nueve años. Hay que echarle imaginación para comparar el fenómeno en un ICE: ¿depósitos de combustible que encogen con el tiempo?
Los expertos admiten este fenómeno y lo asocian a dos factores. El primero es que las cargas degradan las baterías, las rápidas más que las lentas, cuando son las rápidas las preferidas por los usuarios, al reducir el tiempo de inmovilización. Y el segundo es la temperatura ambiental alta igualmente las daña, por lo que se recomienda refrigerar las baterías; de hecho, hay VE que tienen circuitos de aire acondicionado específicos para las baterías.
Y el remedio final que proponen esos expertos me parece casi peor que la enfermedad, ya que pasa por no cargar las baterías por encima del 80% de su capacidad ni dejarlas bajar por debajo del 20%; es decir, utilizar solo el 60% de sus posibilidades, lo que mengua aún más su autonomía.
El aspecto final de las reclamaciones de los usuarios de VE es el coste de las recargas, muy inferior en los cargadores domésticos que en los públicos. En el Reino Unido, el coste en casa se sitúa entre 0,23 y 0,35 €/kWh, mientras que en los públicos está alrededor de 0,81 €/kWh.
Mi conclusión es que las marcas fabrican y quieren vender vehículos eléctricos en Europa porque según la normativa actual no tienen emisiones de CO2; con eso reducen sus emisiones medias y se evitan multas. Pero ya hemos llegado a la situación en que esos VE fabricados no se venden, se quedan atascados en los concesionarios, que deben hacer descuentos sustanciales para venderlos, con lo que bajan sus valores residuales. Y por fin quienes se lanzaron de cabeza a apoyar los VE se dan cuenta de que fueron demasiado lejos y demasiado deprisa, e inician cambios de actitud: Volvo comienza a alejarse de Polestar, su segunda marca centrada exclusivamente en eléctricos; el Primer Ministro británico Rishi Sunak retrasa la fecha de prohibición de los ICE; y Bjorn Nyland no es el único que habla de degradación de baterías.
Abriendo el objetivo, y mirando no solo a Europa occidental, ¿resuelven algo los VE en Somalia o la Pampa? No, allí siguen haciendo falta vehículos diésel, porque la tecnología en los VE es aún inmadura, no es suficientemente competitiva ni siquiera en Europa occidental, se quiere hacer popular por motivos políticos, y se estrella contra la realidad económica.
Durante 2023 prácticamente nada de lo previsto para mi parque móvil ha sucedido, y a la vez han surgido algunas sorpresas. Así han sido doce meses sobre ruedas.
Desde el primer trimestre de 2020, el mundo en general, y el de la automoción en particular, no han vuelto a ser el mismo. Primero estaban paradas las fábricas, luego no había piezas, y ahora los tipos de interés altos y sus consecuencias paralizan el mercado. ¿Influye eso en mi parque móvil? Claro que sí, y lo repaso vehículo a vehículo.
Mi coche de todos los días ha seguido siendo un Toyota Corolla híbrido de carrocería Touring Sport en acabado Active Tech matriculado en el verano de 2020. Todo lo que tiene de soso, especialmente en ese color gris metalizado, lo tiene de práctico y fiable. Con 37.000 kilómetros a finales de 2023 sigue cumpliendo sin tacha sus funciones, aunque no me excita lo más mínimo. Por ello decidí en Septiembre pasado ponerlo a la venta, aprovechando su buen estado y la escasa oferta de vehículos jóvenes en el mercado de ocasión.
Ahí me topé por primera vez con la realidad: las empresas de alquiler y “renting” ya han renovado sus flotas bloqueadas en 2020, 2021 y 2022, que han puesto a la venta a través de los cauces habituales. Solo que los tipos de interés altos impiden a muchos compradores potenciales lanzarse al mercado y comprar esos coches, de modo que mi Corolla es uno de los muchos vehículos que se acumulan en las páginas digitales de venta de coches usados.
Para cuantificar esta situación con un ejemplo, repito un argumento económico que leí recientemente: la subida media de un pago mensual de hipoteca en España equivale al pago mensual del préstamo por la compra de un coche. En otras palabras, que muchas familias no renuevan su coche viejo para poder pagar la hipoteca.
La consecuencia en mi caso es que el plan para sustituir un coche práctico por otro más emocionante se ha parado, y seguiré usando el Corolla hasta que la situación cambie.
Por el lado de las bicis, la situación es similar. Arranqué el año con mi fiel Orbea Oiz M30 de 2018, solo que con tentaciones de cambio. La primera vez que le puse un dorsal en 2023 fue en Quijorna (Madrid), para participar una vez más en la Ruta del Cocido. Se repetía el recorrido de años anteriores, lo que suponía que los primeros treinta kilómetros eran sencillos por pistas con escaso desnivel, y los veinte restantes, que transcurrían por senderos y con bastante desnivel, resultaban duros. Apliqué la misma receta de los años previos, consistente en tomarme con calma el inicio, sin pasar de un ritmo cardiaco de 150 pulsaciones y dejando que me adelantaran, y tirar en el resto. El único punto negativo del día estuvo en que ya en Febrero se notaba la sequía, y el terreno empezaba a estar seco, polvoriento y con poco agarre.
En Marzo disfrutamos de un recorrido precioso, salvo en algunos pasos estrechos, en Soto del Real, y en Abril participé en el último maratón en bici de montaña con la Orbea, al salir en la Marcha de Colmenar Viejo, un sube y baja suave en un día con 20ºC y cielo despejado, sin viento tras dos semanas de vendavales. Me divertí en el recorrido y me encantó que la meta se ubicara en el albero de la plaza de toros local.
Y en Mayo llegó a casa, con bastante retraso, eso sí, una preciosa Cannondale Scalpel SE2, con cuadro de carbono en color mango, tija telescópica y 120 milímetros de recorrido de suspensiones delante y detrás.
Con la sequía ya en toda su crudeza, el suelo comenzaba a estar pétreo y sin agarre, por lo que aún no podía aprovechar un neumático delantero que agarraba más que la Orbea. Al principio tampoco sacaba todo el partido a la tija telescópica, entre otros motivos porque solo baja si se está sentado y presionando el sillín, por lo que no vale de nada presionar el mando cuando uno ya se ha puesto de pie al llegar a una dificultad.
En paralelo a esta adaptación, hice los complicados reglajes de suspensiones (precarga y extensión delante y detrás) y de presiones de neumáticos. No quería destinar el 20% de incremento de recorrido de suspensión de la Cannondale respecto a la Orbea a rodar por trazados más duros, al contrario: el objetivo era aumentar la comodidad en el mismo tipo de recorridos. Como es recomendable al hacer reglajes de suspensión en cualquier vehículo, anoté cuidadosamente cada cambio, con la idea de no perderme en un laberinto de números y sensaciones y, en el caso de evolucionar a peor, conservar una referencia de partida. Y para agilizar el proceso, en las primeras salidas llevaba encima la pequeña bomba de hinchado de las suspensiones.
Finalmente encontré un equilibrio de comodidad sin hacer topes y con presiones de neumáticos más bajas que en la Orbea, gracias al incremento de balón: la Oiz lleva 2,2” delante y detrás, mientras que las gomas de la Scalpel se van a 2,4” delante y 2,25” detrás.
Debuté con la Cannondale con un dorsal en la Ruta de la Teja, que salía de Cubas de la Sagra, ya cerca de la provincia de Toledo. Un trazado largo, más de 56 km., y tirando a llano, menos de 600 metros de desnivel acumulado, con pistas lisas, anchas y llanas, en las que salían medias por encima de 20 km/h. Por eso no saqué partido al mayor recorrido de suspensión, ni utilicé la tija telescópica. Resultó agradable gracias a la lluvia de los días previos, ya que el terreno, árido y poco compacto, habría resultado hasta peligroso por su poco agarre de haber estado seco.
Unos días después tomamos la salida en Los Molinos, para darnos el gustazo de subir, casi siempre por pistas y entre pinos, hasta el Alto del León. Esa primera parte del recorrido fue preciosa, salvo por el fuerte calor desde la salida, debido a que corríamos en plena ola de calor. Y de ahí en adelante, una aburrida bajada por una pista parcialmente asfaltada.
La temporada de maratones en bici de montaña se frustró al final por las lluvias torrenciales de Septiembre y Octubre, que aplazaron o directamente cancelaron bastantes pruebas. Por los pelos participamos en la Ruta del Aguila, por Valdeolmos y Alalpardo, que improvisó un recorrido medianamente ciclable la noche anterior, esquivando los enormes barrizales de la zona.
Y mientras tanto, la Orbea seguía a la venta, lo mismo que el Corolla: escasas respuestas al anuncio, y los que se lanzaban a hacer una oferta, tiraban el precio por los suelos. En el caso del mercado de las bicis de montaña, el exceso de existencias de bicis nuevas en las tiendas ha provocado una oleada de descuentos, que ha frenado la venta de bicis usadas.
La BMW F750GS siguió demostrando, en su cuarto año en mi garaje, que cumple con su papel de vehículo multiuso: desde recados urbanos a viajes por Marruecos, solo o con acompañante, vale para todo en su equilibrio de no ser nunca perfecta y ser siempre adecuada. El punto cumbre de la GS en 2023 fueron diez formidables días en Marruecos, que merecieron una detallada narración en este blog.
Durante unos días de la primavera, el lugar de la GS en el garaje lo ocupó una Ducati Monster SP 1000 de 2023. Me monté por primera vez en ella según me bajé de la BMW, y eso dejó claro que en términos de manejabilidad estaban en puntos opuestos: en la Monster tenía la sensación de ir apoyado en la rueda delantera, no en la trasera, y de caerme hacia dentro en las curvas gracias a una inmensa agilidad. Desde el inicio me llamó la atención la enorme anchura del manillar frente al hecho de no montar protección alguna para el piloto, ni siquiera un cupolino o un derivabrisas. Tanto me sorprendió ese manillar que quise cuantificar el origen de esa sensación y me llevé una sorpresa: entre puntas, el manillar de la Ducati, al fin y al cabo una moto de carretera, medía 830 mm, mientras que el de mi GS mide solo 5 mm menos siendo una trail. Ya que estaba en el garaje y con el metro en la mano, medí las bicis: el manillar de la Orbea se estira hasta los 725 mm, y el ancho y moderno de la Cannondale llega a 770 mm. ¡Es más ancho el manillar de una moto de carretera que el de una bici de montaña!
El motor de la Monster demuestra que el italiano es un idioma tan bonito que hasta los términos técnicos conservan la musicalidad y suenan poéticos: se le conoce como “testastretta”, que suena de maravilla, mientras que si lo llamáramos “culata estrecha”, “narrow head” o, peor aún, “KleingeistZylinderkopf”, no pasaría de tecnicismo áspero para amantes de la mecánica. El sonido es precioso a cualquier régimen, da tirones hasta 2.000 rpm, empuja poco hasta cuatro mil, y al acercarse a la zona roja enamora.
La combinación de estos factores encaja perfectamente con ese latinajo de abogados que reza “contradictio in terminis”:si es una moto urbana y de paseo (asiento bajo, manillar ancho, ni derivabrisas), ¿por qué un motor potente y puntiagudo? Y al revés, si es una deportiva, ¿por qué no una cúpula y un manillar bajo? Sea como fuere, la frase que más oí en los días que la tuve fue “¡Qué moto más bonita!”, y en los tramos lentos y retorcidos de la Sierra del Guadarrama, como la subida al puerto de Las Lanchas, con asfalto malo, todo en segunda y tercera con curvas ciegas de primera, me lo pasé en grande con el manillar ancho, porque no rodaba a más de 100 km/h. Mis cervicales tienen otra opinión sobre el regreso a casa por carreteras más rápidas.
Por cierto, si la moto pertenecía a la flota de prensa de Ducati España, y la recogí y devolví en un concesionario de la marca, ¿por qué no entregaban la llave como mínimo con un llavero corporativo?
Tampoco por el lado de los coches clásicos ha sido 2023 un año que haya transcurrido dentro de lo previsible. Mis dos Mercedes CE280 de la Serie W123 arrancaron en plena fase de mejora, como ya se ha comentado en este blog. A la altura de la Semana Santa habían concluido los trabajos, tanto los que iba a realizar yo como los que encargaba a especialistas, y llegaba el complicado momento de decidir cuál me quedaba y cuál ponía en venta. Como en ambos veía motivos para conservarlo y, a la vez, prescindir de él, opté finalmente por una decisión salomónica: publicar anuncios de los dos y que fuera el criterio del comprador el que decidiera.
Ya se ha comentado por aquí la baja calidad media de los anuncios de venta de vehículos que publican los particulares: textos escasos que no proporcionan la información mínima necesaria para entender qué se vende, y fotos que ni explican ni tientan. Y lo de tentar es fundamental, porque en el caso concreto de coches y motos clásicos, lo que se vende no es el vehículo en sí, es una ilusión, una cuenta pendiente, un capricho: tener por fin el coche con el que se soñaba en la adolescencia, el mismo que tenía aquel familiar al que se admiraba, el del póster de la habitación de la juventud, …
De modo que escribí un texto que respondía a todas las preguntas que yo me haría al buscar un coche por capricho, y añadí casi treinta fotos de cada coche limpios por fuera y por dentro, tanto generales como de detalle, y en ninguna se veía la sombra del fotógrafo.
Con los dos anuncios subidos a webs españolas y extranjeras, generalistas y exclusivas, me choqué una vez más con la realidad. El primer punto es que la pérdida de poder adquisitivo generada por la inflación ha frenado el mercado, especialmente el de caprichos, como los coches clásicos. El segundo es que Alemania, el mayor mercado de clásicos de Europa, había por entonces entrado en recesión. El tercero se basa en que la burbuja de precios de los años de bonanza no ha explotado, y siguen pidiéndose cantidades exageradas por coches sencillotes, en mal estado, o sencillotes en mal estado; no hay más que ver los anuncios de los Land Rover Santana.
En el caso del intento de venta de mis Mercedes me choqué además con personas que no tenían del todo claro qué buscaban, o estaban desorientados por la burbuja de precios que, por un efecto de rebote, les llevaba a algunos a lanzarme ofertas hasta un 40% por debajo del precio de mercado.
La primera cita para enseñar un Mercedes tuvo lugar con alguien que no había caído en que buscaba algo no disponible en España en este momento: un CE280 de la Serie W123 en estado de concurso. Le sugerí quedarse uno de los míos en buen estado, pero aseguraba que no era eso lo que quería. Le sugerí traerse de Alemania, donde sí están disponibles, uno restaurado, pero “no quería liarse con papeles”. Le sugerí mejorar la calidad de algunos de los míos en un restaurador español, pero “no quería liarse con talleres”.
En la segunda cita me encontré a una persona que guardaba buenos recuerdos del Mercedes Serie C112 que tuvo su padre (la generación anterior a los míos), y al que le gustaba mucho el C124 (la generación posterior a los míos). Y solo estando delante de uno de mis C123 se dio cuenta de ello.
A esto hay que añadir, también en el caso de la venta del Corolla y de la Orbea, a los que practican eso que ahora se llama “ghosting” y que siempre se ha llamado mala educación: los que se ponen en contacto por teléfono, correo electrónico, o WhatsApp, piden información adicional (fotos, vídeos, informaciones detalladas, …) y no vuelven a dar señales de vida. Guardo una larga colección de mensajes sin responder, tras promesas de interés en los vehículos, y hasta de viajes a Madrid para verlos y cerrar la compra.
Respecto al uso y disfrute de los dos Mercedes, hubo de todo. Lo mejor fue lucirlos en reuniones de coches clásicos, como Autopía 2024, a donde acudí con el de carrocería verde. Y lo peor, la avería de los frenos del de carrocería azul, un incidente habitual en coches de esta edad y tecnología, a causa de juntas y retenes que se vuelven rígidas con los años (o las décadas) de uso. El asunto no pasó de un susto y una cara reparación del sistema.
De modo que se cierra 2023 entre maleducados que se mueven en un mercado débil e inmaduro, en el que no vender tres coches y una bici está frenando otros planes. Ojalá en 2024 pueda llevarlos a cabo.
Lavar en casa, con calma y a mano, tanto coches como bicis y motos, permite aprender sobre ingeniería y diseño de vehículos. Y además los deja limpios.
Es posible que lo de lavar, en casa y a mano, coches, motos y bicis, sea otra de esas actividades en vías de extinción, como leer revistas en papel o hablar respetando las reglas de la gramática. En mi caso, lo hago no solo porque me guste conservar limpio el parque móvil, también porque sirve para repasar su estado. Deslizar la mano que maneja una esponja o un cepillo por un vehículo permite, al tacto y al oído, notar desajustes y juegos; y si por ejemplo al limpiar el interior de un coche se encuentran agua o polvo, está claro que hay gomas o juntas que no están en buen estado.
Más allá de estas labores de mecánica preventiva, la limpieza del parque móvil me ilustra sobre la evolución del diseño, tanto en forma como en materiales. Los coches sencillos de los ’80, con estampaciones de chapa poco elaboradas, tenían muchas superficies planas, fáciles de limpiar. Sí requerían más tiempos los paragolpes y los biseles cromados de los faros y pilotos, o los tornillos que fijaban estos últimos, que aun se roscaban desde el exterior. Como siempre, hay excepciones: limpiar los huecos interiores de los pilotos traseros de mis Mercedes Benz W123 lleva su tiempo. Para compensar, los tapacubos de plástico de las llantas de chapa requerían de poco esfuerzo.
En la actualidad, las formas angulosas de las carrocerías siempre tienen huecos que se escapan a los cepillos de los túneles de lavado, e incluso en el lavado a mano aparecen dificultades. Están en primer lugar los abundantes pliegues de carrocería, o los cambios de superficie cóncava a convexa o viceversa, en los que se acumulan las salpicaduras de agua. No podemos olvidar detalles como los capós que ahora carenan el alojamiento de los limpiaparabrisas: en ese hueco se acumulan suciedad y hojas, difíciles de sacar.
Otro punto conflictivo son las zonas bajo el alerón trasero en las carrocerías “hatchback”; esos alerones prolongan el techo sobre la luneta, y al hueco que crean no solo no llega el cepillo del túnel de lavado, es que lavando a mano hay que esforzarse por limpiar la parte superior de la luneta y la cara inferior del alerón, sin olvidar que por ahí se esconden la tercera luz de freno, que también merece cuidado, y hasta el lavaluneta trasero.
Si pasamos a la aerodinámica frontal, ahora tenemos una colección de apéndices de plástico en forma de faldones, que además incorporan huecos, la mayoría de mentira, para permitir la refrigeración de frenos, motor y otros. Limpiar esas superficies casi a la altura del suelo, llenas de recovecos, requiere de paciencia, y permite comprobar la cantidad de roces contra los bordillos que los faldones se llevan al aparcar.
Hace años, esta zona de los coches era metálica y formaba parte de la carrocería, además de situarse a mayor altura que en la actualidad. Por ello era más difícil que recibiera golpes y, si eso sucedía, había que recurrir al chapista. En la actualidad, esta zona es una gran pieza plástica, sujeta con tornillos y grapas a las zonas frontal y lateral de la carrocería. Por reducción de costes de fabricación y de producción, cada vez se fija con menos elementos, y al pasar la mano, con esponja o cepillo, se perciben unas deformaciones inimaginables en los coches de hace cuarenta años.
Las formas geométricas y los filos en estas formas de los coches actuales producen sensaciones bruscas en las muñecas al lavarlos con una esponja o secarlos con una gamuza. Justo lo contrario que sucede al lavar vehículos de formas fluidas, casi orgánicas. Me vienen a la memoria otros juguetes que han vivido en mi garaje, como un Toyota Celica Sainz Replica, o una Honda CBR 1000F de 1990. Recuerdo esta moto con especial interés al hablar de su limpieza, porque el carenado integral estaba formado por una sucesión de curvas suaves, y resultaba tan agradable como fácil de dejar impecable. Eso sí, la suciedad acumulada en su interior solo se quitaba de verdad desmontando algunas de sus piezas. Y los sucesivos montajes y desmontajes, más los años y los kilómetros, deterioraban las uniones de las piezas de tal modo que tuve que repararlas varias veces.
La limpieza de las llantas de aleación merece párrafo exclusivo. Lo mismo que unas llantas de aleación bonitas embellecen cualquier vehículo, unas llantas sucias destacan negativamente. Y es una obviedad decir que las llantas se ensucian con facilidad, porque están en el suelo y también porque reciben el polvo grisáceo de las pastillas de freno, especialmente en las ruedas delanteras.
Una llanta de cinco radios, gruesos y separados, es fácil de limpiar, porque hay huecos grandes entre los radios y éstos no suelen tener formas convexas que acumulen suciedad. Otra historia bien distinta son las llantas de muchos radios pequeños, como las preciosidades de 19” que montaba mi M3 E46. Dejarlas limpias suponía no solo utilizar un producto limpiallantas y algunos cepillos específicos para tal uso; recurría además con frecuencia a uno de los elementos para limpieza más útiles que hay: los cepillos de dientes que he desechado de su uso principal.
También las llantas de moto tienen sus peculiaridades a la hora de dejarlas bonitas. La dificultad en las delanteras suele residir en que los discos de freno molestan al limpiar el buje y el arranque de los radios, lo mismo que el guardabarros, la horquilla y las pinzas de freno crean complicaciones para limpiar el aro.
Detrás el problema es otro: la mayoría de las motos transmiten la potencia a la rueda trasera mediante una cadena, que conviene tener engrasada. Solo que la cadena salpica por centrifugación el aro de la llanta y la ensucia. ¿Cómo es posible tener la cadena engrasada y la llanta limpia? La Honda CBR 1000F que mencioné antes montaba una llanta especialmente bonita, además de color blanco. Mi procedimiento pasaba por eliminar las manchas de la llanta con una combinación de Fairy y paciencia, para luego aclarar con agua y secar con gamuza. Para engrasar la cadena sin salpicar la llanta recién limpiada, subía la moto al caballete lateral, arrancaba el motor, metía primera, sujetaba con una mano un cartón cuidadosamente recortado a medida entre la corona y la llanta, y con la otra lubricaba con aceite en aerosol la cara interna de la cadena. El procedimiento no solo funcionaba, es que además conservo los diez dedos de las manos.
La otra cara de la limpieza de las motos aparece cuando las carrocerías no son integrales (las actuales “motos transformer” son un buen ejemplo), ya que existen superficies interiores claramente visibles y sin embargo difíciles de limpiar: parte posterior del bloque motor y superior del cárter, interiores de cúpulas, la parte posterior del cuadro de mandos que se ve a través de la cúpula, los soportes de maletas y cofres, … hay una multitud de zonas de difícil acceso que son complicadas de limpiar, más allá de con agua a presión.
La lista de herramientas que empleo en estas funciones de limpieza se inicia, claro está, con una manguera estrecha, más ligera y fácil de manejar que las gruesas de jardín, y con menos tendencia a enredarse, equipada con una pistola de salida con ángulo de chorro regulable. No puede faltar una Kärcher con sus accesorios: pistola de presión igualmente regulable, y depósito para champú de carrocerías incorporado, para esas limpiezas intensas y a la vez delicadas.
El capítulo de herramientas de mano lo cubro con un juego de cepillos variados originalmente pensados para bicicletas de montaña, y que dan un servicio excelente también a coches y motos. Utilizo complementos menos habituales, como cepillos de dientes dados de baja para limpiar pequeños huecos, como llantas de muchos radios, o sábanas viejas troceadas que sirven como trapos para limpiar cristales.
Por lo que se refiere a los productos, soy más práctico que escrupuloso: champú para carrocerías como base, limpiador desengrasante para la bici, y limpiacristales.
Al entrar a hablar del interior de los automóviles, el trabajo de limpieza cambia. A la hora de limpiar moquetas y tapicerías, dan igual la edad y el estilo del vehículo: simplemente se coloca la boquilla más adecuada en el mástil del aspirador, y a trabajar con paciencia para asegurar el éxito. Solo puede haber dificultades en los estrechos y eternos huecos entre asientos y consolas, mandos de freno de mano, anclajes de cinturones, etc.
Los coches más veteranos utilizan interruptores y botones, tanto en los paneles como en las puertas, y éstos presentan huecos en los que se acumulan polvo y suciedad. Qué difícil se hace dejar limpio el entorno de los pulsadores de una radio de los ’70 o los ’80, o los mandos giratorios que controlan la temperatura de la calefacción.
Claro que eso no es nada comparado con las infinitas pantallas táctiles de los coches actuales, en las que se acumulan las huellas dactilares de los usuarios, por más frecuencia con que se limpien. Es decir, que solo están limpias los segundos posteriores a pasar un paño, o durante la sesión de fotos del catálogo para el fabricante.
Como limpiador esporádico de motos, bicis y coches, ¿podría hacer alguna sugerencia a sus diseñadores e ingenieros? Sí, unas cuantas, como no exagerar el hueco del portón trasero entre la luneta y el alerón, o hacer más fluidas las falsas entradas del alerón frontal, de modo que no acumulen suciedad. O dejar huecos de más de dos centímetros entre el anclaje del carril de los asientos y sus laterales, o diseñar soportes de cúpulas, carenados y portaequipajes de motos que permiten limpiar sus interiores, o pensar en cómo acceder a las roldanas del cambio de las bicis para quitarles el barro, …