• Más allá de los coches eléctricos

    Los últimos años están viendo una fiebre favorable a los coches eléctricos, que los ha elevado a la categoría de salvadores de la humanidad ya que supuestamente resuelven muchos de nuestros problemas. Quienes los apoyan aseguran que no contaminan, no hacen ruido y son el futuro, salpicado todo ello de buenismos y anglicismos.

    Llama la atención en primera instancia la ausencia de argumentos técnicos y de cuantificaciones en lo que se cuenta, y en segundo lugar destaca lo que no se cuenta. De modo que resumo en cinco puntos esos dos apartados, porque la parte interesante va mucho más allá de simplemente electrificar coches.

    Un vehículo eléctrico contamina más durante su proceso de fabricación que uno eléctrico. Así de rotundo. De modo que retirar de la circulación ese vehículo térmico que está en casa como segundo coche y recorre pocos kilómetros al año para sustituirlo por uno eléctrico nuevo, hace daño al planeta.

    En segundo lugar, un eléctrico no emite contaminantes durante su uso, aunque sí puede hacerlo en la generación de la energía eléctrica con la que se ha cargado su batería. Y no olvidemos que algunos de los países promotores de los eléctricos generan electricidad por métodos no del todo limpios: el 70% de la energía eléctrica francesa se genera en centrales nucleares; el 44% de la electricidad de Alemania se produce quemando carbón, y en China ese valor llega al 72%

    Desde hace años, la generación de emisiones en el transporte se mide from Well to Wheel, de la fuente de energía a la rueda (WtW). Este valor se divide en dos: from Well to Plug or Tank (WtT), de la fuente a la rueda o al enchufe y from Tank to Wheel, (TtW), del enchufe o el depósito a la rueda. Los vehículos eléctricos (¿los llamamos BEV, de battery eléctric vehicles y así abreviamos?) son peores que los térmicos en el primer sumando, y el resultado se da la vuelta en el segundo.

    El tercer punto es interesadamente ignorado por los fabricantes de automóviles y no lo suelen mencionar los periodistas. La dura normativa europea CAFE (Corporate Average Fuel Economy) que entró en vigor en 2020 multa de modo doloroso a los fabricantes cuya media de emisiones sobrepase los 95 gr/km de CO2. Hay que pagar 95 € de multa por cada gramo de cada coche vendido. Con los datos según se acercaba el cierre de 2020, las previsiones eran espeluznantes: algunos fabricantes se enfrentaban a multas que representaban porcentajes elevados de sus beneficios netos; por ejemplo, el grupo PSA iba camino de una multa por el 25% de su beneficio, y el grupo FCA se acercaba al 20%, según un estudio de UBS.

    Por ello, y desde hace tiempo, algunos grupos de automoción se lanzaron a la carrera del BEV tras llegar a la dura conclusión de que la suma de los costes de I+D y el peso de vender esos BEVs al coste, era más barato que las multas. El primer ejemplo es el grupo VW, muy dieselizado y gravemente perjudicado en su imagen por el Dieselgate, que quiere matar dos pájaros, uno económico y otro de imagen., con un tiro eléctrico: su gama iD. El heterogéneo grupo Stellantis es un segundo mal ejemplo: con unas emisiones de CO2 altas y algunas de sus marcas tecnológicamente atrasadas, los BEVs lanzados a última hora rebajan la media de emisiones y rejuvenecen la imagen de marca.

    Un comentario añadido a este respecto: un fabricante de coches ya establecido puede vender sus BEVs a coste para reducir o eliminar la multa que le correspondería por las emisiones de CO2 de sus vehículos térmicos. Sin embargo, un fabricante solo de BEVs no puede recurrir a esta maniobra, por lo que el PVP de sus BEVs será mayor. O no, puesto que ya en 2020 se dio el caso de fabricantes que estaban por debajo de la media de 95 gr/km de CO2 que vendían sus derechos de emisiones a los que estaban por encima: por ejemplo, Tesla a Fiat.

    La web www.cleantechnica.com publicó un artículo el pasado 15 de Octubre en el que, con números, planteaba un ejemplo nada hipotético: un fabricante comercializa dos millones de vehículos térmicos, que emiten como media más de 95 gr/km, y se enfrenta a una multa de 6.650 millones de Euros. Solo que a esa producción añade 368.421 BEVs que no generan CO2 en su uso. Como en el lanzamiento del programa CAFE un vehículo sin emisiones puntúa doble, esas ventas le eximen del pago de la multa. Es decir, con cada BEV se ahorra 18.050 € de multa, por lo que el punto de equilibrio en sus cuentas aparece si vende cada eléctrico a su coste menos 18.050 €. ¡Absurdo!

    Este juego de ventas interesadas se vio claramente en España en Diciembre pasado: como las multas por emisiones se calculan con las ventas del año natural, Diciembre era el momento final para actuar. El resultado fue que, como media de 2020, los vehículos no térmicos matriculados en España representaban el 22,5% del mercado, solo que en Diciembre han subido hasta el 33,1%, prueba de que las automatriculaciones y las ventas a coste se dispararon al final para reducir las multas. Una aclaración: la estadística dice que esos datos del 22,5% y del 33,1% corresponden, y perdón por la avalancha de siglas, a la suma de vehículos eléctricos de batería (BEV), híbridos (HEV), híbridos enchufables (PHEV), híbridos de autonomía extendida (EREV), vehículos de pila de combustible (FCEV), y los impulsados por gas natural comprimido (GNC) o licuado (GNL) y gases licuados del petróleo (GLP).

    Hay un cuarto punto inevitable, y es que las alabanzas desmesuradas hacia los vehículos eléctricos van acompañadas, de modo explícito o implícito, de críticas a los vehículos con motor térmico. Y en este caso, el avance en los últimos años ha sido inmenso, por lo que merece destacarlo: un vehículo térmico actual, que cumple la normativa Euro 6, emite un 98% menos de NOx que uno de 1990, un 89% menos de CO2 y un 97% menos de partículas. Ya les gustaría a muchos sectores productivos, industriales o no, alcanzar esa mejora en sus emisiones.

    Me gustaría citar, como quinto punto, a dónde nos puede llevar un amor irracional a los vehículos de propulsión eléctrica. Para reducir los insalubres niveles de contaminación de algunas grandes ciudades chinas, se prohibieron los vehículos de dos ruedas con motor térmico. En principio parece razonable, de cara a evitar las emisiones generadas por pequeños motores de dos o cuatro tiempos sin catalizar, de tecnología atrasada y mantenimiento casi inexistente. Han sido sustituidos por 200.000.000 (sí, doscientos millones) de motos eléctricas, baratas de fabricar y para cuya conducción no se exige carnet.

    Todo esto me genera dos preguntas que los bienpensantes no se hacen: ¿cómo y bajo qué normas se han achatarrado y reciclado esos vehículos térmicos de dos ruedas? La segunda se refiere a la recarga de las baterías de los doscientos millones de motos en un país que, como ya se dijo, utiliza carbón para generar el 72% de su electricidad: ¿supone eso más o menos contaminación que las motos térmicas a las que sustituyen? Y dejo en el aire la cuestión referida a que la mayoría de esos 200 millones de motos almacenan la electricidad en baterías de ácido-plomo, las menos eficientes y más contaminantes.

    Voy a cerrar estas puntualizaciones con dos detalles realistas. Por un lado, los BEVs aislados no suponen una gran ventaja, y solo tendrán una efectividad real cuando existan en número elevado y utilicen un sistema de carga inteligente, el V2G, vehicle to grid. Este sistema permite utilizar las baterías de los BEVs enchufados a la red como almacenes de energía cuando hay mucha producción de electricidad barata (días de viento en la eólica, verano despejado en la solar), e igualmente tirar de esas baterías cuando la producción disminuye.

    Y los BEVs no son siempre más silenciosos que los vehículos térmicos: a partir de ciertas velocidades, en cualquier vehículo es mayor el ruido de rodadura o el aerodinámico que el mecánico.


  • El parque móvil en 2020

    También para mi parque móvil, 2020 ha sido el año del coronavirus. Ha influido en las dificultades para utilizar los vehículos día a día y para viajar, para comprarlos y venderlos, para competir con ellos, …

    Aun así, hubo interesantes novedades durante el año, que arrancaron exactamente el 16 de Enero. Ese día entró en mi garaje el primer Lexus que se iba a quedar a vivir en él unos cuantos meses (no días), y la primera moto desde que en 2002 vendí la Honda CBR 1000 F de 1991.

    El Lexus UX 250 h es un vehículo irregular, con detalles estupendos acompañados de lagunas impropias de un coche del segmento premium que tiene dentro de casa la dura competencia de los Toyota C-HR y Corolla. Entre los puntos a favor destacan los excelentes materiales del interior, los bajos niveles de NVH o un diseño diferente, sin entrar en valoraciones subjetivas. Igualmente tiene detalles tan estupendos como una tapa de guantera central que se abre hacia los dos lados, lo que facilita su uso por el conductor y el pasajero; dos tomas USB más una tradicional de 12 voltios, o un lector de CDs. Podemos añadir a los puntos a favor la exclusividad (a días de hoy todo el mundo tiene un BMW, un Audi o un Mercedes), el excelente comportamiento dinámico propio de la estructura TNGA de Toyota o los bajos consumos asociados a la tecnología híbrida de cuarta generación del fabricante. No quiero olvidar que el sistema de aviso de abandono de carril no activa un incómodo pitido, si no una discreta vibración en el volante; igualmente efectiva y bastante más discreta.

    Sin embargo, su habitabilidad interior, especialmente en el maletero, no es la que se espera de un vehículo de 4,5 metros de longitud, y su equipamiento, en relación al precio, está sorprendentemente por debajo de lo que ofrecen sus primos de Toyota: le faltan el sistema de aparcamiento automático, la apertura sin llave y el plegado automático de espejos exteriores al cerrar las puertas. Además, la bandeja superior flexible del maletero es poco premium, y el diseño interior tiene una mezcla heterogénea de botones táctiles y digitales, de tipografías y de formas, como si toda la energía de los diseñadores se hubiera agotado en un exterior creativo y diferente y en algunas de las formas interiores.

    Este año raro me ha impedido hacer el uso normal del UX que me permitiría juzgarle con pleno conocimiento de causa; aun así, hay puntos novedosos que vale la pena mencionar. La incorporación de Android Auto y Apple Car Play convierte la pantalla del vehículo en una extensión de la del teléfono, con lo que disfrutaba de una vista en grande de las explicaciones del navegador Waze en esos primeros días de 2020 en que aun iba y volvía de la oficina en medio de atascos estremecedores. En esos atascos del pasado se mantenía la ventaja de comodidad del sistema híbrido, y en el único viaje del año que merece tal nombre, la comodidad y el silencio de marcha en autovía a velocidades un poquito por encima de las legales permitía llegar descansado al destino.

    La conclusión algo incómoda es que, dada la calidad y el precio de un C-HR o un Corolla, para mis gustos y necesidades el UX está en una posición comprometida.

    A finales del 2019, esos atascos ya obsesivos para ir y volver del trabajo habían pasado de incomodidad anecdótica a problema estructural: un mínimo de dos horas por cada día laborable, que llegaban fácilmente a tres, y me castigaban con madrugones crueles y llegadas a casa tardías y malhumoradas. El primer remedio que se me ocurrió fue un scooter sencillo de segunda mano, pero supondría el riesgo de rodar por los arcenes o entre coches sin el placer de una moto. Y no me iba a apetecer salir los fines de semana a hacer curvas con él, luego lo iba a percibir como un gasto para ir a trabajar con menos esfuerzo, y no como una inversión para disfrutar.

    Después de pensarlo mucho y consultarlo bastante, acabé en un Concesionario BMW Motorrad para probar una F 750 GS. ¿Y por qué no una 850? Para hacer solo carretera, la 750 es más recomendable, por tener menor recorrido de suspensiones y neumáticos de carretera. ¿Y por qué no una boxer? Porque son demasiado de todo para lo que necesito: grandes, potentes, caras y pesadas.

    Los primeros metros de mi prueba con la F 750 GS fueron de una pa-to-si-dad extrema después de 17 años sin montar en moto. Luego me ayudó mucho su bondad, con un motor suave desde 4.000 rpm (por debajo tiene la tosquedad propia de un bicilíndrico), un chasis fácil de llevar, las suspensiones suaves, la respuesta lineal al puño y un manillar ancho sin excesos. Y eso que el día de la prueba se encontraba en el epicentro de la semana del Black Friday, y al caer la tarde el tráfico era una pesadilla. Eso sí, comprobé que en atascos urbanos y deslizándome entre coches la moto era fácil de usar a pesar del peso y del tamaño.

    Lo otro que aprendí ese día, dentro del Concesionario BMW compartido entre motos y coches, es que no son premium ni la marca ni la experiencia de cliente: cada coche expuesto tenía sobre su parabrisas una cartulina con colores no corporativos en la que solo figuraban, escritos a mano, el PVP y el descuento. Me apenó esa sensación de mercado persa, de baratillo, de degradar la sensación de compra premium; casi me dolió ver a un señorial Serie 7 soportando estoicamente un cartel humillante, que rebajaba su precio esos días en 40.000 €. A su lado, un novísimo Z4 2019 tenía un cartel similar, con sus 8.000 € de descuento bien visibles. ¡Qué pena!

    Respecto a la GS, tenía dudas sobre los extras disponibles, individualmente o agrupados. No todos me parecían necesarios, y casi todos se me hacían caros, como el silenciador Akrapovic (492,23 € sin IVA). Los extras agrupados me planteaban una duda clara: en todos ellos encontraba algún elemento interesante (caballete central o luces de LEDes) emparejados a otros claramente prescindibles (control de presión de neumáticos o modos de conducción PRO), solo que no se podían escoger individualmente. O todos o ninguno.

    Pues con todos los extras menos el descuento promocional de fin de año, la oferta que recibí estaba algo por encima de los doce mil Euros. De ahí que negociara una unidad con los extras que me interesaban, llegara a un acuerdo en precio y plazo de entrega, y me despidiera (se acababa el mes de Diciembre de 2019) deseando feliz Navidad y próspero 2020, ya que debía recoger la GS según la había especificado a mediados de Enero. Solo que a primera hora del día siguiente recibí por teléfono una oferta contundente: una unidad con todos los extras, incluso los que había desechado, por un precio inferior al acordado la tarde anterior por una moto solo con algunas opciones. No dudé en firmar.

    Una vez recogida mi moto resplandeciente, el mismo día del estreno del Lexus UX, los primeros kilómetros supusieron un cúmulo de sensaciones. Por ejemplo, confirmar desde la visión de la moto que en los atascos los automovilistas leen el periódico, desayunan, se maquillan, envían mensajes, … y a veces hasta conducen. También que algunos motoristas, en medios de esos mismos atascos, circulan por los arcenes a velocidades para mí insanas. Por prudencia, cuando esto me sucedía, me echaba a un lado en el primer hueco y les dejaba pasar.

    Sobre la moto, me gustó la reacción al puño de gas y a la posición de conducción en las curvas para hacer la trazada menos física: en lugar de meterla y sacarla de las curvas solo tirando del manillar, es más ágil y más fluido hacerlo con el gas y metiendo algo el cuerpo hacia el interior de la curva. También me sorprendió la sensación de aplomo en el apoyo de la rueda delantera.

    Con el tiempo detecté la sensibilidad de la dirección a la presión de la rueda delantera: 200 gramos por debajo de lo ideal volvían a la GS cabezona y lenta de reacciones. Y aprendí las ventajas del ESA, el electronic suspension adjustment, que permite ajustar precarga y el hidráulico de la suspensión trasera desde el puño izquierdo del manillar. Antes de salir de casa yendo solo selecciono precarga para piloto y ajuste Dynamic, y me garantizo poca transferencia de pesos en las aceleraciones sin llevar la incomodidad de muelles duros o mucha precarga. Y si alguien me acompaña para dar un paseo, escojo precarga para dos con hidráulicos en Comfort, y sin hundir las suspensiones tengo hidráulicos enérgicos.

    La siguiente lección la sabía antes de haber recogido la moto del Concesionario: protección aerodinámica tirando a nula, porque el trabajo lo hacía una mínima cúpula que apenas llegaba a tapar la pantalla digital. Con el uso comprobé que por encima de 90 km/h había incomodidad, y pasar de 120 obligaba a agacharse en exceso. Por eso los Reyes Magos se pasaron por el almacén de Wunderlich, la empresa alemana que fabrica y comercializa un desbordante catálogo de accesorios para motos BMW, y escogieron una cúpula Marathon. La enorme caja que me entregó el repartidor dejaba claro el cuidado con se había embalado el producto, lo mismo que su calidad: en una enorme bolsa de tela, que se puede reutilizar para transportar ropa en la maleta, venían la cúpula bien protegida y una cajita de cartón con sus soportes, pasta fija tornillos, y todos los tornillos necesarios, impecablemente mecanizados y con cabeza Torx. Además, unas instrucciones para aclarar el sencillo montaje, pero de las que se entienden, no como las que vienen en muchos productos chinos.

    Después de disfrutar del proceso de montaje, salí a probar y descubrí la enorme diferencia: ahora el viento golpea, yendo erguido, a la altura de la pantalla del caso, no en mitad del pecho, por lo que agachándose un mínimo se rueda con comodidad por encima de 120 km/h. La única pega que le puedo poner a la cúpula es estética, pero queda compensada de sobras por su eficacia.

    A mediados de Julio, con los mil primeros kilómetros recorridos a pesar de confinamientos y pandemias, tocaba la primera revisión. Telefoneé al Concesionario BMW en el que la había comprado para pedir cita, y me dijeron, amablemente, eso sí, que como estaban en un ERTE trabajaban pocas horas y daban fecha para mediados de Agosto. Con una leve insistencia, y dado que era la primera revisión, me hicieron un hueco y me reservaron una moto de sustitución.

    En el momento de la recepción actuaron con trato casi premium, y explicaron el trabajo a realizar respondiendo a la normativa de recepcionistas de BMW Motorrad y a las normas del Covid-19. Según lo prometido, a la mañana siguiente me llamaron para decirme que ya estaba lista y podía recogerla. Y en la recogida fueron especialmente didácticos con explicaciones y consejos, y solo puedo reprocharles que la tarifa aplicada fuera claramente premium.

    Por cierto, la moto de sustitución fue el scooter monocilíndrico de la marca, algo perezoso en baja, pero que no se privaba de hacer 120 km/h con soltura en cuanto encontraba el hueco. Puedo quejarme de la poca estabilidad direccional en frenadas fuertes, y de los frenos de la unidad probada mal regulados: la maneta delantera tenía exceso de recorrido y potencia solo media, y la trasera en pocos milímetros frenaba con rabia. Eso sí, la capacidad de carga ponía en apuros a algunos coches de segmento A.

    Igualmente la vida de la Orbea Oiz en 2020 quedó condicionada por el coronavirus, porque el confinamiento limitó su uso y prácticamente toda la temporada de carreras quedó suspendida. Antes de que se parara el mundo me había inscrito en La Matanza, una prueba con fama de buena organización y recorrido espectacular aunque difícil. El punto clave de lo que me pasó en esa gélida mañana de Enero consistió en la mezcla de la dificultad del recorrido con un viento fuerte y racheado: cada vez que salía de una zona protegida por rocas o árboles, el viento me tambaleaba, y me daba miedo que me tirara en zonas de escalones o roca suelta. Con casi una hora de carrera llegó una caída en la única zona sin piedras desde la salida, y empecé a preocuparme. Y media hora después, en una zona de inacabables losas de granito, un participante que rodaba por delante de mi acabó igualmente en el suelo. No tenía ganas de volver a casa vendado y en una ambulancia de Protección Civil, justo en aquel punto veía, unos kilómetros a la derecha, el pueblo de Valdemanco, donde estaba aparcado mi Lexus UX, y monte arriba me parecía adivinar una carretera que debía llevar al pueblo. Decidí que era mejor aparcar el amor propio y optar por la seguridad, y por segunda vez en mi vida me retiré de una carrera de bicis de montaña.

    De haber sabido lo que iba a suceder en el mundo dos meses después, quizá la decisión hubiera sido otra. Y a lo mejor habría empezado el confinamiento escayolado.

    Una vez encerrado en casa, como sustituto de las salidas de verdad y para descargar tensión, me entregué con insistencia a la bici estática, una especie de tortura para los amantes de los espacios libres. El uso fue tan exhaustivo, que en Abril batí dos tristes récords: 184,4 km de bici estática en un mes, y ninguno con la Orbea. El total del año es igualmente significativo, porque es la primera vez, desde que tengo registros, en que he “recorrido” más kilómetros con la estática (809,7 km) que con la real (695,2 km).

    La mínima revancha tuvo lugar en Noviembre, cuando participé en la marcha del Festibike, la feria de la bicicleta que había sido primero aplazada y luego suspendida. Las lluvias y la poca colaboración de los ayuntamientos forzaron al organizador a cambiar el recorrido varias veces durante la semana previa; es más, la noche anterior lo cambiaron de nuevo. La combinación de terreno blando, con barro y nulo agarre a ratos, con los desniveles y la baja forma por el entrenamiento descolocado, tuvieron como consecuencia un sabor agridulce: sí, había participado, y llegado a meta, pero con sufrimiento y cansancio.

    Eso sí, 2021 será el año de la revancha, y ya estoy inscrito para la prueba conmemorativa del XXX aniversario de la Clásica de Valdemorillo.

    Otro de los puntos clave del parque móvil en el año de Covid fue la venta del Land Cruiser HDJ80, cerrada finalmente en Septiembre después de casi dos años de esfuerzos. Muchos de los curiosos detalles de ese proceso se contaron en una anterior de entrada de este blog. La consecuencia inmediata de la venta del Land Cruiser es que mi parque móvil está en mínimos desde hace dos décadas, con un garaje con cierta tristeza por los huecos. Con la economía en fase de incertidumbre no es momento de aventuras, solo de mantenerse al día de la evolución del mercado. Sí tengo claro que el mundo de la automoción está cambiando, y pasan a ser especies en peligro de extinción los vehículos con motor térmico y cambio manual. Por ello, el pliego de condiciones que ha de cumplir el vehículo que ocupe el hueco del garaje empieza por motor de gasolina, atmosférico, con un mínimo de seis cilindros. Y continua por un cambio manual, propulsión trasera y poca electrónica. Además, debe ofrecer muchas sensaciones y elevada implicación al conductor, sin olvidar que debe ser una compra emocional, un flechazo que ilusione. Como remate, debe ser un vehículo con la fiabilidad necesaria para permitir un uso frecuente, lo que se expresa en un mínimo de comodidad, maletero para un equipaje de fin de semana largo de dos personas, aire acondicionado y calefacción que funcionen, y una relación impecablemente directa entre girar la llave de contacto y que el motor arranque. No hay tantos candidatos que cumplan todas las condiciones, quizá en doce meses uno de ellos esté en mi garaje.


  • Cien años y un libro

    Por supuesto que no tenía en mente que en 2023 se cumplen cien años de la primera moto BMW. Esa fue una de las sorpresas que incluía el correo electrónico que el pasado mes de Enero de 2020 me envió un conocido. El texto empezaba por ahí, por el centenario, y continuaba contándome que había decidido escribir y editar un libro conmemorativo, uno de esos que tanto me gustan, con formato grande, tapas duras, papel bueno y muchas fotos, de los que se leen con detenimiento y se consultan con frecuencia.

    Tengo en casa unos cuantos de este tipo que compré ilusionado, leí con interés y repaso de vez en cuando, y de algunos he hablado en este blog: la historia de Aston Martin contada por Ulrich Bez (lo compré en la librería que hay frente a la entrada antigua de la fábrica Ferrari en Maranello), la trilogía de Paolo Tuminelli (conseguida en baratillos), y los del Toyota 2000 GT (me hice con él en el museo de Toyota en Japón) y el McLaren F1 (localizado en una librería de Sidney o Melbourne, no lo recuerdo bien).

    El correo me proponía que escribiera la parte técnica del libro. En concreto, un resumen de los avances técnicos de las motos BMW en cada una de las diez décadas.

    Los nombres de los otros dos autores del libro eran a la vez un seguro de éxito y una motivación para estar al nivel. El primero, quien lo promovía y me lo proponía era Gustavo Cuervo, profesional de montar en moto, si se permite la expresión: Gustavo pilota las motos que llevan las cámaras de las vueltas ciclistas o los maratones de las cinco últimas olimpiadas, y organiza viajes en moto por todo el mundo. Y lo de todo el mundo no es una frase hecha, es una expresión geográficamente precisa. El otro autor iba a ser Juan Pedro de la Torre, probablemente el periodista más respetado y documentado en el campo de las competiciones en moto en España. Aunque podría poner ejemplos variados para demostrarlo, prefiero hacerlo con una anécdota: Angel Nieto se retiró de la competición como piloto y siguió ligado al Mundial como jefe de equipo o comentarista de televisión, con lo que supone de tertulias en los circuitos al caer la tarde. Cuando en una de esas charlas informales salía una duda del tipo de si Angel terminó segundo o tercero en el G.P. de Alemania de 125 cc de, digamos, 1978, el Maestro zanjaba la discusión sacando el móvil, marcando el número de Juan Pedro y preguntando, con su acento castizo: “Jotapé, ¿cómo acabé en Alemania en el ’78 con la 125?” Y Juan Pedro le recordaba al Maestro que ganó con la Minarelli por delante de Thierry Espié, un rato después de hacer segundo en 50 cc con la Bultaco por detrás de Tormo. Y que se corrió en el antiguo Nürburgring.

    Sentí a la vez alegría por el ofrecimiento, vértigo por la responsabilidad e ilusión ante la posibilidad de añadir otro libro a mi estantería, solo que esta vez con mi nombre en la cubierta. Estaba dándole vueltas más que a la posibilidad de aceptar la oferta, a de dónde iba a sacar el tiempo necesario para documentarme y redactar, cuando el mundo se paró: el coronavirus nos iba a encerrar en casa durante un tiempo indefinido y, repentinamente, aparecieron ante mí las horas necesarias para documentar y escribir cien años de historia.

    Lo primero fue localizar las fuentes de información, un punto delicado en la era de Internet, donde se publica de todo sin contrastar, y rato después media docena de webs lo han copiado. Por ello basé los datos de los primeros años en un curioso libro que me regalaron nada menos que en Junio de 1984, una historia no oficial de BMW titulada “Libertad sobre dos ruedas. BMW. Carácter de una marca de motocicletas”, escrito por Gerold Lingnau, economista y redactor de motor del Frankfunter Allgemeine Zeitung. Me resultó útil por el añadido de sinceridad al no ser una historia oficial, y por lo detallado de los índices de nombres y modelos.

    El archivo oficial de BMW y su página de prensa resultaron prácticos porque incluyen fotografías antiguas o muy antiguas, además de dossieres de prensa llenos de detalles interesante.

    Para los modelos más actuales y sus interioridades técnicas fueron ilustrativos los artículos de Kevin Cameron en las revistas estadounidenses, especialmente porque Cameron no copia esos dossieres de prensa, si no que pregunta los porqués a los ingenieros que han diseñado las motos.

    Por último, el descubrimiento de cara a organizar la cronología y las fichas técnicas por modelos fue una oscura página web que, bajo el nombre www.bmbikes.co.uk/bmwmodels.htm, ofrece un filón de datos en forma de cientos de fichas técnicas, en las que no fui capaz de encontrar una sola incorrección.

    Con todo esto, dediqué las primeras semanas de documentación y confinamiento a elaborar un listado de modelos y sus principales características técnicas, que me permitiera estructurar un capítulo por década. Y para coordinar el trabajo con Gustavo y Juan Pedro, recurrimos a las reuniones digitales, de las que salió un planillo del libro que iba evolucionando según avanzábamos en las labores de documentación.

    Terminado el confinamiento de la primavera celebramos nuestra primera y única reunión en persona, en la que decidimos lanzar el libro precisamente para estas fechas, la Navidad de 2020 a 2021. Eso suponía terminar de entregar textos a finales de Septiembre, lo que no significaba nada grave: el coronavirus había eliminado de nuestras vidas tanto los atascos para ir a trabajar como los viajes de ocio, y todo ello despejaba las muchas horas necesarias para redactar y escoger fotos.

    Elaboramos entre los tres un pequeño libro de estilo, decidimos añadir un capítulo para la técnica de la inolvidable BMW R 75, conocida como “Guerra”, y el verano pasó escribiendo según el índice final, que incluía el número de páginas de cada capítulo, y seleccionando fotos de entre las muchísimas disponibles.

    Poco después llegaron las primeras maquetas del excelente diseño de Javier Jiménez de Molina, un diseñador gráfico que supo entender el concepto a transmitir por ser motorista, una propuesta de portada que se quedó en proyecto y la portada final . Y cuando me quise dar cuenta, el libro salía de la imprenta, se convocaba una rueda de prensa (digital, claro) y una charla (en Facebook) para presentarlo a los medios de comunicación primero y al público en general después.

    Qué sensación más agradable charlar de nuevo con algunos colegas de la prensa del Mundial de los ’90, hablando en esta ocasión de motos BMW antiguas y actuales, y volver al eterno tema de los vehículos con carácter y los modernos.

    Cuando finalmente tuve el libro físico en mis manos, las sensaciones fueron variadas. Por un lado, el orgullo del trabajo bien hecho y la satisfacción del deber cumplido; por otro la humildad, que me impedía ubicarlo entre aquellos otros libros que había tomado como referencia. Leerlo me llevó, claro, a descubrir algún error y unos cuantos lugares de posibles mejoras; me lo guardo todo ello para una posible segunda edición. Y una vez leído, y acompañado de la modestia, lo he colocado en la estantería en la zona de libros con formato grande, tapas duras, papel bueno y muchas fotos, de los que se leen con detenimiento y se consultan con frecuencia, justo entre la historia del Land Cruiser y la autobiografía de Ulrich Bez.


  • Cómo vender, o no, un Land Cruiser HDJ80

    En el verano de 2017 elaboré y puse en marcha un plan de renovación de mi parque móvil. No voy a discutir ahora sobre si era realista o excesivamente ambicioso, era el que creí más oportuno en aquel momento. Por el lado de las bicis de montaña incluía vender la Ghost y comprar una Orbea Oiz; y en lo tocante a deportivos, suponía dejar el M3 en estado de concurso, hacer un viaje de una semana por carreteras formidables de España con él y venderlo. Por el lado del Land Cruiser HDJ80 de 1991, tocaba disfrutar de un viaje final por Marruecos en la primavera de 2018 y venderlo al regreso.

    La parte de las bicis se cerró con retraso, aunque ciñéndome al plan, en Octubre de 2018, y desde entonces disfruto de una Orbea Oiz. Lo del M3 se contó en este blog, incluyendo que me lo quitaron de las manos a buen precio en Enero de 2019.

             Lo del Land Cruiser no fue tan sencillo, aunque mis expectativas eran las contrarias. Suponía que, en un mundo en el que los todoterrenos de verdad están en peligro de extinción, uno de la vieja escuela y en buen estado se vendería con facilidad. Al regreso de Marruecos, una vez repasado y bien limpio, colgué los correspondientes anuncios en Auto Scout 24, Wallapop y Mil Anuncios, y me puse a esperar ilusionado. Era el otoño de 2018.

    ¡Menudo chasco! Un parte notable de quienes se ponían en contacto conmigo dejaban claro que no sabían qué es un HDJ80, y no caían en que tenía casi treinta años. De ahí que me lanzaran preguntas del tipo si el embrague es el original (¿después de 30 años?), si había cambiado una aleta (¿sin golpes en 30 años?), o parecía que la pintura tenía poco brillo (¿brillo original tras ese tiempo?), … También recibía ofertas económicas de esas que se lanzan por si cuela, que rechazaba con diplomacia en la respuesta y mal humor por dentro. Otros, por el contrario, pedían informaciones detalladas, fotos precisas, hasta vídeos del motor o del interior.

    Muchos de estos interesados no daban señales de vida más allá de ese primer mensaje, pero pasaban las semanas y los meses y me empezaba a cansar de responder correos que se quedaban en el vacío.

    Un año y medio con tanto trabajo y sin frutos me hizo repensar muchas cosas, por ejemplo, el precio. Cierto que un HDJ80 se cotiza más que otros TT de la misma edad, pero los que estaban anunciados por toda Europa, ya que hasta ahí había ampliado mi campo de búsqueda de comprador, se movían en una horquilla de precios amplísima. En su parte baja estaban los descuidados, los de más de medio millón de kilómetros, o con cambio automático fallando, u óxido generalizado por vivir en zonas húmedas, … Y en la alta, los ya restaurados, con el motor hecho, la carrocería pintada, los asientos retapizados, … No quería caer en el error de precipitarme y malvenderlo por bajar el precio, cuando de repente el mundo se paró: llegó el coronavirus, gran parte de la población mundial se quedó encerrada en casa con tiempo de sobra para brujulear por Internet, y se multiplicaron los contactos de interesados en el Land Cruiser. Fuera por teléfono, WhatsApp, Wallapop o correo electrónico, de repente la venta del Land Cruiser comenzó a ocuparme horas cada día, aunque sin avances prácticos. Estaba claro que algunos se habían topado con mi anuncio en medio del confinamiento y claramente no tenían intención de comprar, o al menos eso me parecía a mí. Eso sí, los trataba en mi respuesta como si fueran a pagar de inmediato el precio anunciado.

    Otros sí tenían interés, o con eso me ilusionaba, pero no avanzaban en la negociación por culpa del Covid, ya fuera por imposibilidad o dificultad o miedo en el desplazamiento a Madrid, o dudas sobre su situación económica actual o futura. Y la venta del Land Cruiser se convirtió en una peculiar manera de relacionarme con desconocidos, como si Mil Anuncios o Auto Scout 24 se hubieran convertido en filiales de Tinder o eDarling. Traté con una parejita joven de Barcelona a la que le encantaba el coche, pero se estaban emancipando y el presupuesto no les llegaba a todo; un andorrano afincado en Galicia que me contó su vida por teléfono; y un alemán que buscaba un TT de siete plazas, pero que antes debía vender un UZJ100 o un HZJ77, ambos biplaza.

    Otro contacto curioso fue el del vicepresidente de una compañía constructora de Virginia (Estados Unidos), que hacía muchas obras en Washington D.C., al que la pandemia le impidió continuar con la negociación. Con todo, el contacto más peculiar fue el de un violoncelista bielorruso de una orquesta de Stuttgart, al que el confinamiento le cogió en su casa de Minsk. Estaba francamente interesado, hasta tal punto que llegó en enviarme una señal por PayPal, y me llamaba casi cada 48 horas. En condiciones normales la venta no habría sido tan compleja, porque el violoncelista pasaba largas temporadas en Stuttgart, que tiene buena comunicación con Madrid, y además disfrutaba de los veranos en la casa de unos amigos en Castellón. Hubo que esperar hasta el 1 de Julio a que se abriera el espacio aéreo y volara desde Minsk hasta Stuttgart, desde donde condujo de una sentada hasta Castellón. Allí dejó a la familia, continuó hasta Madrid, vio el Land Cruiser, y dijo que no pasaría la ITV alemana de históricos y que no lo compraba. ¡Otra decepción!

    Retomé los contactos que estaban en marcha, y seguí hablando con belgas, austriacos y más alemanes. Como Oliver, bastante pesado, que dudaba entre mi HDJ80 y otro similar a casi el mismo precio, que había localizado en Mallorca. O como Christian, alemán afincado en Canarias que le compraba Land Cruisers a un amigo, este sí residente en Alemania, que los restauraba. Crucé con Christian decenas de mensajes por WhatsApp, tuvimos casi diez llamadas de teléfono, y terminé enviándole en total una descripción detallada del coche, tres vídeos específicos que me pidió y un total de 67 fotos. Y desapareció.

    En paralelo trataba con un francés afincado en Cataluña, al que su exceso de trabajo le impedía responder a mis WhatsApp en menos de quince días; si necesitaba dos semanas para contestar a un mensaje, ¿de dónde iba a sacar el tiempo para venir a Madrid a recoger el coche en caso de comprarlo?

    La conversación digital cuando el supuesto interesado demostraba desconocimiento solía ser más leve, como por ejemplo ésta:

    • “Buenas estoy interesado en el hdj cada cuantos meses pasa ITV”, así, con un irreverente ahorro de tildes y signos de puntuación.
    • “Buenos días, el HDJ80 pasa la ITV cada doce meses, la actual es válida hasta Noviembre de 2020.”
    • “De motor embrague trasmisiones chapa podridos que le as reparado”, manteniendo la economía en el uso hasta de las haches.
    • “Te paso un resumen del estado del coche que responderá muchas de tus preguntas”, y le adjuntaba una descripción digna de la venta de una Aston Martin DB5 exBond. Y añadía; “Y no tiene óxido”. Por supuesto, el diálogo acabó aquí.

    De Berlín llegó otro interesado bastante distinto, sobre el que un paseo por Google me dio un punto de vista fascinante: Andreas (por discreción me guardo el apellido) es un educado y culto arquitecto berlinés, cuyo interés en mi Land Cruiser quedó frenado, como el de tantos otros, por las restricciones generadas por el coronavirus. Pero me encantó descubrir a y tratar con una persona cuya foto en el perfil de WhatsApp le presenta asistiendo a un concierto de música clásica, y abarca profesionalmente un amplio tipo de obras y diseños. La que más me gustó fue la restauración de unos baños diseñados por Karl Reichle y Karl Badberger y abiertos en 1938 al sur de Berlín, que incluían la mayor piscina cubierta de Europa en su momento. Originalmente fueron utilizados como lugar de entrenamiento del SS Leibstandarte, y posteriormente por las tropas aliadas estacionadas en Berlín.

    Tras Andreas, llegó Claus August, igualmente alemán, educado y abierto, además de muy interesado en mi HDJ80. Hizo muchas preguntas y pidió muchas fotos, y en paralelo organizaba su viaje a Madrid para recoger el coche y me remitía copia de su pasaporte para iniciar el papeleo de la compra. A cambio me solicitó mis datos y copia de mi documentación, porque se la solicitaba su banco. Ese fue mi error, porque poco más tarde me enteré de que Carl August existía pero no era la persona con la que yo trataba, que alguien había conseguido copia de su pasaporte para hacerse pasar por él, que ese alguien había colgado las fotos de mi Land Cruiser en eBay, que lo estaba subastando haciéndose pasar por mí, y que quien lo compró en la subasta ingresó el valor de la puja en una cuenta corriente abierta a mi nombre. Todo un timo internacional elaborado y documentado brillantemente para obtener unos miles de Euros.

    Me asusté y me preocupé a la vez, y no quedó otra que pedir a eBay que cerrara la puja (demasiado tarde), denunciarlo a la Guardia Civil, y ponerme serio cada vez que, desde ese momento, alguien me pedía información sobre el coche; pensé que todos querían timarme.

    En esas llegó Tobi, otro alemán educado, al que de inmediato relacioné con una posibilidad de timo, por lo que me negué a darle copia de la documentación del coche, en la que figuraba que todas las modificaciones realizadas estaban legalizadas. Tobi rompió mis dudas poniéndose en contacto conmigo esta vez a través de LinkedIn: su perfil era antiguo, por lo que me pareció menos probable que se hubiera creado exprofeso para un timo, además de que hacía referencia a instituciones académicas y empresas reales. Debo mencionar que esta extrema sensibilidad a los timos que desarrollé en el momento de la falsa subasta de mi coche en eBay, coincidió con el disfrute de ver las cuatro temporadas de una formidable serie francesa de TV a la que su título en español desprestigia. “Oficina de inflitrados” es un título más propio una serie cutre de Tele 5, y sin embargo es, para muchos, la mejor serie francesa de la historia, una formidable exploración sobre los servicios de inteligencia y la política internacional y el comportamiento humano. Después de unas semanas frente al televisor aprendiendo cómo se crea una persona (su vida, su historia, su familia, sus documentos, …) para luego infiltrarlo como agente en otro país, ni un impecable perfil antiguo de LinkedIn ni una charla por teléfono con un número de Munich me disipaban todas las dudas.

    Por eso mis dudas, el Land Cruiser y yo nos presentamos una mañana de Septiembre en un triste y vacío aeropuerto de Barajas, dispuestos a venderle el coche a Tobi, o a lo que resultara de la cita. Tobi repasó cuidadosamente el coche por arriba y por abajo, por dentro y por fuera, lo probamos, acordamos un precio y llegó el momento del pago.

    Una parte la hizo en efectivo, y cuando iba a hacer el resto del pago a través de PayPal, ¡nos falló la informática! A partir de ahí, entramos en una mañana absurda, tirando de teléfonos e Internet, dando vueltas por Madrid en busca de cajeros automáticos que le permitieran sacar algo más de efectivo, comprobando por PayPal, banca electrónica, WhatsApp y Hotmail que una mezcla de medios digitales y buena voluntad podían cerrar una venta difícil que se acercaba a su segundo año.

    Finalmente, Tobi pagó una parte en efectivo con dinero que había traído de Munich, otra con efectivo que sacó de un cajero de la calle de Alcalá, algo más con una transferencia suya de PayPal, otro poco con una transferencia de PayPal hecha por su hermano, y la remató su cuñada también a través de PayPal. Cuando me monté en el Hyundai de Uber camino de casa, tenía sentimientos enfrentados: había dado un paso más, importante y duro, en mi plan de renovación del parque móvil, y a la vez cerraba veinte años de presencia de Land Cruisers en mi garaje.

    Unos días después, Oliver, el alemán pesado, me volvió a escribir: enviaba un informe detallado sobre el HDJ80 de Mallorca y casi treinta fotos, que mostraban fallos eléctricos y bastantes puntos de oxidación. Fue todo un placer responder a su pregunta “¿Está tu coche mejor que éste?” diciendo que sí, pero que ya lo había vendido.


  • No era mi intención

    Cómo iba a serlo. El viaje estaba saliendo de maravilla, y no había por qué darle un final amargo. Tenía la sensación de que aquella fabulosa Honda Pan European ST1100 y yo llevábamos meses haciendo honor a su nombre, y casi era verdad. Acababa la tercera semana de viaje y habíamos recorrido Alemania, Hungría, la República Checa y Austria, y no faltaba más que volver a casa. Me resultó muy agradable la estancia en Munich, un lugar por el que tengo debilidad. A continuación nos fuimos a dos Grandes Premios consecutivos, los de Brno y Hungaroring, y recordé aquellos tiempos en que viajaba en moto a los circuitos, como un aficionado. Esta vez cubría la información para Motociclismo, y llevaba en el bolsillo el soñado pase de prensa.

    El remate del viaje fue Viena, aunque terminé durmiendo en una ciudad llamada Baden, 30 kilómetros al sur, porque la capital, en los últimos días de Agosto, tenía ocupado cualquier lugar en el que se pudiera dormir con mi presupuesto.

    El cierre del viaje iba a ser dos días para hacer 2.400 km. Puede sonar a que son muchos, solo que para una devoradora de autopistas como la PanEuro, no pasaba de aperitivo.

    Cuando Honda lanzó este modelo, en la revista Motociclismo nos gustó tanto que no solo decidimos someterla a una prueba de larga de duración de 25.000 km, sino que duplicamos la dosis. En los meses que duró esa prueba, los redactores y colaboradores nos turnamos al manillar y, literalmente, recorrimos Europa entera. Si no me falla la memoria, mi turno llegó cuando Gustavo Cuervo volvió de Grecia, y terminó en el momento en que Ildefonso García apuntó hacia Gran Bretaña.

    Y esa mañana de finales de Agosto de 1990, con una lluvia suave cayendo fuera, agrupaba mi equipaje en un hotel de Baden, para emprender el regreso a casa.

    Cuando un motorista viaja, la persona, el vehículo y sus pertenencias están a la vista y formando un conjunto. Una vez que se detiene, ese conjunto se disgrega en mil pequeños elementos: se baja de la moto, y se quita el casco y los guantes. Se va a comer o a repostar, y de algún sitio sale una cartera para pagar. Si llega a un hotel, desmonta las maletas laterales y la bolsa sobredepósito. Y una vez en la habitación, lo que sale del equipaje se distribuye por armarios, repisas, … o el suelo.

    En esas estaba yo, guardando en las maletas de la PanEuro el neceser, la ropa ya sucia y el calzado de calle. En la bolsa, los mapas de varios países y las monedas y billetes de esos países (¡estamos hablando de la época en que no había navegadores ni Euros!), y pensando en que no sería difícil hacer ese día la mitad del recorrido previsto. El cálculo era sencillo: la mitad son 1.200 km, que por autopista a una media tranquila e incluyendo paradas, eran menos de diez horas. Podía hasta dar una vuelta de despedida por Munich, o visitar el Museo Porsche de Stuttgart.

    Vestido con el Goretex y con todas mis pertenencias agrupadas en dos maletas y una bolsa, bajé a la calle. La fiel PanEuro me esperaba, como cada mañana. Arranqué el motor para que ronroneara y cogiera temperatura, mientras fijaba el equipaje y me colocaba casco y guantes. Mi optimismo sufrió la primera grieta al alcanzar la autopista que nos iba a llevar, con rumbo oeste, a cruzar Austria, porque el tráfico era denso y la lluvia cabezota. Se hacía difícil pasar de 100 km/h.

    La ilusión me hacía pensar que el tráfico denso se acabaría al entrar en Alemania, pero no era más que ilusión. La lluvia y los atascos continuaban, y algo cansado llegué a la frontera francesa en Mulhouse diez horas después de arrancar, y con solo 900 km. encima.

    Otra vez apareció la ilusión para decirme que, como en Francia las autopistas son de peaje, estarían más despejadas y recuperaría algo del tiempo perdido. Esta vez las ilusiones se quedaron cortas, porque la autopista estaba vacía y además salió el sol, por lo que, jugándome una multa de radar, le pedí a la PanEuro que subiera el ritmo, con el objetivo de quitarle kilómetros a un segundo día de viaje que se empezaba a poner cuesta arriba. Porque el domingo por la noche, sin opción posible, la moto y yo debíamos dormir en Madrid.

    Los kilómetros iban cayendo, a la vez que el sol y mis energías. Había pasado de la fase de agrado a la de incomodidad a bordo, y de ésta a la de molestias generales con dolores en algunas partes del cuerpo que no hace falta detallar. Y como el objetivo de los 1.200 km en el día ya estaba conseguido, negocié conmigo mismo y llegué a un acuerdo: en muchas áreas de servicio de las autopistas francesas hay hoteles sencillos, de modo que me pararía a cenar y dormir en el primero que encontrara pasadas las nueve de la noche. Ya era suficiente paliza y no quería conducir cansado y de noche.

    Satisfechos por el acuerdo, la PanEuro y yo nos relajamos en el ánimo, que no en el ritmo. Los kilómetros seguían cayendo y la hora límite estaba cada vez más cerca. Pasábamos por las áreas de servicio y sus hoteles, pensando en que poco después descansaríamos, ella en el aparcamiento y yo en una cama.

    Se acercaban las nueve de la noche y mi cuerpo había abandonado el estado de molestias para pasar al de dolores y de éste al de insensibilidad. Estaba hecho un cuatro rígido, y solo las ganas de rematar bien el día me hacían aguantar. Solo que a partir de las nueve, y ya con claro rumbo sur hacia España, las áreas de servicio dejaron de tener hoteles. De repente y todas.

    Mi cuerpo insensible aguantaba como podía, y los kilómetros seguían pasando. Cada señal que anunciaba la proximidad de un área de servicio me abría la esperanza; cada área de servicio sin hotel me parecía una jugada sucia de quien hubiera decidido su reparto. Finalmente, con el optimismo en un estado similar al de la espalda, me detuve en un área de servicio con hotel 1.750 km y tres países después de arrancar. Cualquier absurdo récord de tiempo o distancia en moto en un día que pudiera tener había sido desintegrado.

    Como un autómata ocupé la habitación, cené y me metí en la cama. Y arranqué el día siguiente con la fuerza que me daba pensar que solo quedaban 700 km hasta casa. Pero qué kilómetros.

    Como despedida de la PanEuro, decidí sacarle partido a lo que había descubierto en dos semanas de viaje: la capacidad de viajar ininterrumpidamente a su velocidad máxima. ¿Seríamos capaces de recorrer toda la autopista, desde el peaje a la salida de Barcelona al de la entrada a Zaragoza a fondo riguroso?, ¿a unos 215 km/h reales? De haber tenido alguna duda, se abría disipado de inmediato. Con depósito lleno, cielo despejado, viento en calma y poco tráfico, resultó tan sencillo como divertido. Y me queda el recuerdo de haber hecho, como travesura, lo que ahora es claramente ilegal.

    Solo que en Zaragoza se acababa la autovía y hasta Madrid me esperaba una pesadilla de baches, parches, contraperaltes, camiones y el resto de los ingredientes que tanta mala fama le dieron a la N II. Y esta vez aderezado con un granizo casi doloroso, a punto de reventar el parabrisas de la PanEuro, y que convirtió el asfalto en una pista de patinaje blanca.

    Dejó de llover y salió el sol, todo a la vez, cuando ya estaba en la Avenida de América, entrando en Madrid, como si mi ciudad quisiera darme la bienvenida. El equipo de Goretex que llevaba, formado por chaqueta y pantalón unidos por cremallera, había sido completamente impermeable. Solo que tantas horas bajo la lluvia, tantos litros de agua resbalando, permitieron que entrara humedad por el cuello, las botas y la bolsa sobredepósito. Cuando entré en casa, dejé en el tendedero el pasaporte y los billetes de varios países. Y sin embargo la PanEuro estaba impecable, como el día que salimos de casa, como el día que salió de la fábrica.


  • ¿A dónde va el sector premium?

    Hasta que terminó la primera década del siglo XXI, el concepto de marca premium en automoción era fácil de definir y sus valores estaban claros. Lo formaban marcas europeas establecidas, antiguas, con vehículos fiables de diseño elegante y discreto, que se vendían a un precio superior al de las marcas generalistas, justificado por la imagen, la calidad y la fiabilidad. Por encima de estas marcas quedaban las de lujo (Rolls Royce o Bentley, Ferrari o Lamborghini), y por debajo todas las demás. Así de sencillo era el mundo.

    Este club premium nació en el entorno de Mercedes Benz, luego se unió BMW y más tarde Audi. Por su presencia en el Reino Unido y su elegancia dejaríamos entrar a Jaguar (a pesar de su fiabilidad), le haríamos también un hueco a Volvo, y finalmente otro a Lexus. Land Rover terminó entrando en el club cuando dejó de ser el fabricante de verdaderos todo terrenos duros para granjeros y paso a ser el proveedor de imagen para británicos acaudalados y quienes quieren parecerlo.

    Este club premium nació en el entorno de Mercedes Benz, luego se unió BMW y más tarde Audi. Por su presencia en el Reino Unido y su elegancia dejaríamos entrar a Jaguar (a pesar de su fiabilidad), le haríamos también un hueco a Volvo, y finalmente otro a Lexus. Land Rover terminó entrando en el club cuando dejó de ser el fabricante de verdaderos todo terrenos duros para granjeros y paso a ser el proveedor de imagen para británicos acaudalados y quienes quieren parecerlo.

    Este club premium nació en el entorno de Mercedes Benz, luego se unió BMW y más tarde Audi. Por su presencia en el Reino Unido y su elegancia dejaríamos entrar a Jaguar (a pesar de su fiabilidad), le haríamos también un hueco a Volvo, y finalmente otro a Lexus. Land Rover terminó entrando en el club cuando dejó de ser el fabricante de verdaderos todo terrenos duros para granjeros y paso a ser el proveedor de imagen para británicos acaudalados y quienes quieren parecerlo.

    La última característica de estas marcas que resulta necesario reseñar es que solo fabricaban vehículos de segmento D o superior. Los coches “pequeños” los dejaban para los generalistas.

    Mercedes 190 W201, 1982

    Entonces comenzaron los cambios, de todo tipo. Para empezar, las marcas premium querían ganar mercado por abajo, con coches algo más pequeños, con los que atraer a una clase media que no llegaba a sus productos tradicionales. El lanzamiento del Mercedes 190 (el W201 de 1982) fue para los puristas una pérdida de categoría; qué dirán ahora cuando en Stuttgart fabrican Clase A y B, y hasta tienen otra marca, Smart, para coches aun más pequeños. Por no mencionar los Audi A1 y Q2, o los BMW Serie 2 y X1.

    Otro cambio fue de mentalidad: es más importante ganar dinero que hacer buenos coches, lo que hizo bajar la calidad y la fiabilidad, mientras subían las de los generalistas.

    Con estos dos primeros puntos, la frontera anteriormente rígida entre premium y generalistas comenzaba a hacerse borrosa en los territorios del tamaño y la calidad.

    Mercedes 300 W186, 1951, conocido como Adenauer

    El tercer cambio se refiere al aspecto de los vehículos. Los clientes iniciales de las marcas premium eran europeos de clase media alta que apreciaban la elegancia discreta y el lujo prudente, lo que condujo a diseños tan atractivos como el Mercedes 300 Adenauer (el W186 de 1951) o el BMW Neue Klasse de 1962, diseñado por Wilhelm Hofmeister con ideas de Giovanni Michelotti. Fue el primer BMW en utilizar el “Hofmeister kink” aun en uso: la forma en C del último montante, el que cierra el lateral acristalado y lo une a la luneta trasera.

    BMW 1500 Neue Klasse, 1962

    Pero a día de hoy los nuevos territorios de caza comercial de las marcas premium son las economías emergentes, en las que más es más, y se tiene que notar que el propietario del coche tiene dinero. De ahí algunas formas angulosas y excesivas de Mercedes actuales, las parrillas desmesuradas de BMW o la tensión en las líneas y la complicación en las superficies de Audi, tan lejos de la pureza de Bauhaus del Audi 100 de 1982 (denominación interna C3) o del primer TT, el de Tipo 8N de 1998.

    Audi 100 C3, 1982

    También el resto de las marcas ha cambiado. Por un lado, se unen algunas al club premium, como la ya citada Land Rover. Salvo el Defender tradicional, toda la gama es o pretende ser premium, aunque ahora la propiedad de la compañía, igual que Jaguar, recaiga en la hindú Tata, ¡una antigua colonia! Los que quieren llegar al club son las marcas chinas que solo fabrican vehículos 100% eléctricos, como Byton. Y los que ya están dentro son las marcas con pretensiones de los fabricantes generalistas japoneses, que con más o menos éxito se han ido haciendo un hueco, más en Estados Unidos que en Europa: Mazda no triunfó con Xedos y tiró la toalla, Acura continúa de la mano de Honda en algunos mercados, Nissan ha retirado a Infiniti de Europa para centrarse en mercados más favorables, y Lexus continúa avanzando junto a Toyota.

    Range Rover 1970

    Como remate de las convulsiones en el lado de los competidores está la fiebre de las segundas marcas también entre los europeos. Unos lo hacen por potenciar el lado deportivo, como AMG para Mercedes; otros para destacar los esfuerzos en nuevas tecnologías, como Volvo, que vende sus eléctricos bajo el nombre Polestar; y otros, por fin, son generalistas con ánimo de subir lo que intenta, con éxito moderado por ahora, Citroën con su DS.

    A los cambios entre los fabricantes hemos de sumar los que suceden en la sociedad, cuya escala de valores, especialmente entre los jóvenes, se separa de la que tenían los compradores originales de premium.

    Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el automóvil es un símbolo externo de nivel social, a la vez que una declaración de situación económica y de intenciones. Y todos esos símbolos externos son especialmente notables en el sector premium. Solo que en la segunda década del siglo XXI el concepto de posesión se está sustituyendo por el de uso, sea temporal o compartido, y tener “un buen coche” puede ser tan válido como tener uno práctico.

    En ocasiones, ese significado social del coche se percibe cercano a la ostentación, mientras crecen valores como la humildad o la solidaridad. Vamos a enlazar ahora este punto con la desmesura y la complejidad de algunos diseños actuales: ¿entiende un milenial solidario el porqué de las formas estruendosas de un BMW X6?

    Igualmente el uso de vehículos premium ya no se enlaza necesariamente con una situación social, por dos motivos. En primer lugar, las marcas premium han crecido en volumen y en cuota de mercado, hasta codearse con, e incluso sobrepasar, a muchas generalistas. En un país no precisamente rico, como la España posterior a la crisis de la década pasada, los premium matricularon uno de cada siete coches nuevos vendidos en 2018. ¿Dónde está la exclusividad? Los datos son aun más concluyentes en mercados como el Reino Unido, donde las ventas del sector premium supusieron en 2019 el 31,5% del mercado, uno de cada tres coches.

    Y por otro, este incremento de volumen se ha conseguido en parte por las ventas a flotas, que han convertido en coches de empresa, e incluso de comerciales o representantes, a lo que deberían ser símbolos de éxito social, lo que genera una disociación entre el usuario y el estatus del vehículo, en el que siempre pierde la marca: un Audi A4 es ya un coche de representante, lo mismo que en Munich un Serie 5 es un taxi.

    Ahora, tras estos razonamientos, parece llegado el momento de obtener conclusiones, y aunque nadie tiene claro el rumbo próximo de estas marcas, sí hay algunos puntos claros:

    • Los vehículos premium ofrecen más margen comercial que los generalistas. Por ello las marcas que están no se quieren ir, y otras quieren entrar.
    • Los valores asociados a estas marcas son distintos dependiendo de los mercados, y las marcas deben adaptarse, lo que mismo que ya lo hacen las de moda y relojes.
    • La evolución de valores en Europa debe tener consecuencias claras en aspectos como la forma externa de los coches, el tamaño o los materiales. ¿De verdad que en 2020 se percibe que un coche es mejor porque tenga más cuero en su interior?, ¿no sería más contemporáneo hablar de materiales reciclados o fibras naturales?

    La movilidad está cambiando hacia la flexibilidad y alejándose de la posesión, lo que apunta a la línea de flotación del sector premium. Y todo esto, sin tener en cuenta el efecto contundente e inesperado del coronavirus, que va a suponer un cambio de actitud, de rumbo e intensidad aun desconocidos.


  • El parque móvil en 2019

    Un año peculiar para el parque móvil, porque coincidieron situaciones imprevistas con otras aceleradas, y no sucedió lo que se esperaba.

    A finales de 2018 puse a la venta el BMW M3 E46 Cabrio. En un momento del mercado con los precios al alza, lo que ofrecía era una unidad en estado impecable, con poco kilometraje, al día de mantenimiento y campañas en Concesionario, y con neumáticos de calidad nuevos.

    Se pusieron en contacto pocos curiosos; al contrario, el que escribía hacía preguntas concretas, propias del que sabe. Me llegaron contactos incluso fuera de España, y dedicaba parte de las noches, después del trabajo, a realizar y enviar las fotos de detalle que me pedían, y a responder interrogatorios digitales.

    Finalmente, el primero que decidió verlo hizo una oferta razonable, para tristeza de los varios que aun se lo estaban pensando. Y desde entonces, mediados de Enero de 2019, no tengo un deportivo en casa.

    Todo lo contrario ha sucedido con el Land Cruiser HDJ80. La publicación de los primeros anuncios, en Octubre de 2018, ha coincidido con el inicio de las restricciones de tráfico en Madrid; y hace años que la afición al todoterreno ha caído en España. Además, algunos indocumentados han criminalizado a los motores diésel, por lo que casi los únicos interesados en un vehículo de este estilo son quienes lo quieren para bajar de vez en cuando a Marruecos. Y ya tienen un coche para ello.

    A pesar de las sucesivas bajadas de precio el HDJ80 sigue en casa. Y no será porque no han llegado respuestas a los anuncios. Eso sí, la mayoría de los supuestamente interesados seguían el siguiente patrón: correo electrónico comunicando el interés en el coche, preguntando si aun está a la venta, y solicitud de informaciones precisas o fotografías insólitas: hace cuántos kilómetros se cambió el aceite del diferencial delantero, fotos de los faros o de la salida de la transfer, preocupaciones diversas sobre posibles focos de oxidación, … Y nada más. Es decir, después de tenerme recopilando informaciones dispares o haciendo fotos de noche tirado bajo el Land Cruiser, nada. Ni una excusa sobre por qué se para la operación.

    Me llamó la atención la escasa preparación de los interesados, al contrario que en el caso del M3: no se valora la dificultad y el coste de pasar el sistema de aire acondicionado de un coche de 1990 a R-134, o que sigan funcionando el techo eléctrico, el cierre centralizado y los cuatro elevalunas.

    En absoluto esperaba esta dificultad en la venta, de modo que variaré la estrategia para cerrar la operación.

    Por el lado de los turismos, siguió habiendo en casa un Toyota C-HR. El día a día de un coche plantea diferencias respecto a lo que suelen contar los informadores tras las pruebas apresuradas que hacen para las revistas de coches. Hace un año, en este blog, ya lo mencioné, y ahora insisto sobre otro punto: la impactante forma del montante C le da un cierto aire de coupé al C-HR, y camufla el tirador de la puerta trasera, además de dificultar enormemente la visión del conductor. Por fortuna, las dos unidades que he utilizado montaban BSM (“Blind Spot Monitoring”), el sistema que avisa de la presencia de otro vehículo en el ángulo muerto, y sus habilidades compensaban con creces las pegas de ese montante C.

    A tiempo para el viaje del verano cambié el segundo C-HR por un Corolla cinco puertas 2019, igualmente con TNGA, solo que con el nuevo motor híbrido de dos litros y 180 CV, que tan buenas críticas había recibido en la prensa.

    Para empezar, su comportamiento es distinto al de cualquier otro híbrido de Toyota o Lexus, sea de la generación que sea. Hasta ese momento, los híbridos por lo general funcionaban como eléctricos con baja carga y batería cargada, pasaban a ser térmicos cuando la exigencia era más alta o la batería estaba baja, y utilizaban los dos motores cuando el conductor solicitaba mucha potencia.

    En este nuevo dos litros, la actuación no es tan lineal, y menos aun predecible. Puede ser solo eléctrico hasta velocidades más elevadas, aunque en ocasiones reserva la batería y desde el arranque se porta como un térmico. Y también tirar de ambos motores desde abajo. El otro cambio fundamental es que ha desaparecido casi por completo la sensación de resbalamiento de convertidor de par o de CVT, e insisto en lo de sensación porque los híbridos de Toyota y Lexus nunca han tenido ni convertidores de par ni sistemas CVT.

    Con ello, el par disponible desde abajo es muy superior al de cualquier otro híbrido de las marcas, lo que arroja dos consecuencias. Por un lado, la conducción es más ágil, con arranques más rápidos y salidas de rotondas impensables hasta ahora. Y en carreteras de curvas, es hasta divertido. Y por otro lado, el mayor par disponible a bajo régimen permite acelerar menos, lo que conduce a rebajas sustanciales en los consumos. Si comparo el C-HR de 122 CV con el Corolla de 180, en los mismos recorridos a las mismas horas, los consumos bajan casi un 10%. Y de haberlos cronometrado, seguro que hasta mejoraban los tiempos.

    Lo más destacado de la vida de la Orbea M50 de 2018 ya se contó en “Asignaturas pendientes: Aragón Bike Race 2019”, una pesadilla deseada que nos llevó a ambos más allá de los límites razonables. Antes de esa carrera, y como entrenamiento, disfruté de recorridos estupendos por ejemplo en la XXVIII Edición de La Clásica de Valdemorillo, que mezclaba paisajes atractivos, subidas desafiantes y bajadas con su dosis de miedo. Y para cerrar el año, manteniendo la tradición, la Ruta Imperial de El Escorial, que para 2019 cambiaba el trazado: en esta ocasión, había que subir por Robledondo hasta coronar Abantos, quedarse absorto arriba viendo el Monasterio a tus pies, y a continuación tirarse con mucha fe en los frenos. El resultado fue formidable, como para mantener la costumbre de tomar parte todos los años.

    Un viaje otoñal a Canarias me situó al volante de un coche de alquiler, en el sentido más puro del término: un vehículo sencillo, sin cromados, sin llantas de aleación, con equipamiento justo y mucho plástico. Eso sí, un vehículo honesto, porque ofrecía lo necesario para moverse por una isla pequeña y con un coste bajo.

    Llamaba la atención la cantidad de guarnecidos ausentes en el maletero, el tacto indefinido del cambio de cinco marchas (lento, con la palanca fofa), las prestaciones lineales y justas de un motor atmosférico y pequeño de gasolina, y las hectáreas de plástico que parecía plástico del habitáculo. Pero, ¿hace falta algo más para unas vacaciones en una isla?, ¿cómo me habría sentido, después de pagar una fortuna, de haber recorrido la isla en un X6 hasta arriba de extras?

    Y de repente, en los últimos días de 2019, y aun sin vender el Land Cruiser, el garaje se revolucionó, hasta cambiar sustancialmente en la primera mitad de Enero de 2020. Los detalles y las consecuencias las contaré en un año.


  • Otra de fronteras

    La carretera N2 de Mauritania comunica la capital, Nouakchott, con Rosso, ya en la orilla del río Senegal y en la frontera con el país del mismo nombre, y marca la transición del desierto al sahel, que es como se llama la sabana de Africa Occidental. Los alrededores de Nouakchott mantienen el aspecto muchas veces de erg, el desierto de dunas, otras de hamada, las llanuras pedregosas, con acacias espinosas bajas y dispersas, y manadas de camellos, cabras y burros. Unos kilómetros más adelante sobresaltaba darse cuenta de que, sobre las dunas de arena rojiza, ya crecía algo de monte bajo, y las acacias eran mayores y más abundantes. Luego se veía una vaca. Más tarde manadas enteras pastando entre los matojos que crecían sobre la arena, y hasta un pájaro. Ya cuando se sentía la presencia verde y húmeda del río Senegal, estallaba una tormenta de vida y color: vacas de cuernos largos, grupos de facoceros, bandadas de pájaros, manglares, arrozales, humedales. Nuestros ojos se sorprendían después de diez días por la mitad norte de Mauritania, acostumbrados a los ocres, tostados, rojizos y a las piedras calcinadas, paisajes en los que los pocos animales uniformizaban sus colores. Ahora destelleaban distintos tonos de verdes, y hasta el azul de las aguas del río Senegal, paralelo al cual corría la pista que habíamos tomado. Las personas se contagiaban de este esplendor de vida, y el vestuario era un arrebato de colores en los estampados, algo más discreto en ellos, explosivo en ellas, y en el brillo de su piel, y en su sonrisa. Y al ver sonrisas francas respondiendo a cada saludo, me daba cuenta de que en Mauritania apenas se sonreía, quizá para seguir la línea de un entorno seco, adusto e inexpresivo.

    Con el fin de evitar la atestada frontera de Rosso y el conflictivo transbordador del río Senegal, optamos por tomar la pista que bordea la orilla del río y cruza en su desembocadura en Diama, donde está la presa que regula el caudal del agua empleada en los regadíos, y la central hidroeléctrica que abastece de energía tanto a Mauritania como a Senegal, desde Nouakchott hasta Saint Louis. Alcanzamos el puesto fronterizo cuando el sol empezaba a caer a nuestra derecha, del lado del Atlántico. Frente a nosotros, las ya conocidas barracas, una de Aduanas y otra de Policía, y el ceremonial de pasaportes, “carte grisse”, sellos, algún soborno discreto, caligrafía colonial en grandes cuadernos de contable antiguo, oficinas decrépitas que son también cocina, salón y dormitorio, mucho “oui, monsieur” y bastante “merci beaucoup”. Cruzamos la presa, salimos de Mauritania y alcanzamos lo previsto como el mayor escollo del viaje: la entrada en Senegal.

    A lo largo del mucho tiempo dedicado a la organización de este viaje se plantearon diversas dificultades, y hasta llegaron momentos en los que lo más adecuado parecía dejar de lado nuestras ideas de viajes africanos. Al principio, la elección del recorrido se hizo por eliminación, al descartar los países o zonas de visita poco recomendable por lo arriesgado, como Argelia, Costa de Marfil, Liberia, Sierra Leona, el norte de Malí, o la Casamange en el sur del Senegal. Después de establecido un recorrido y, cuando el plan estaba avanzado, un intento de golpe de estado en Mauritania cerró las fronteras del país y nos invitó a limitar el ámbito del viaje a Marruecos. Meses más tarde, supimos a través de la Embajada española en Nouakchott que no había motivo alguno para evitar la visita, y reanudamos los planes. Sin embargo el mayor escollo nos esperaba más al sur. Hacía tiempo que algún africano y bastantes europeos practicaban un curioso negocio en el Africa francófona, de Argelia a Senegal, pasando por Marruecos, Mauritania y aun otros países. Compraban en Europa vehículos de cierta edad, como Peugeot 505, Renault 18 y 21, Mercedes Clase E de cuando no se llamaban Clase E, Land Cruisers y Monteros veteranos, furgonetas, camioncitos, … A continuación viajaban hasta esos países conduciéndolos, los vendían, y con el margen se pagaban unos días de vacaciones y el billete de regreso a casa. El beneficio no daba para montarlo como negocio a gran escala, pero sí para que se realizara con cierta frecuencia. El perjudicado era el sector local de la venta de vehículos y el Gobierno, que veían a los clientes de estos países pobres decidirse por la compra de antiguallas a precio razonable, antes que por la adquisición de vehículos nuevos duramente gravados con impuestos.

    Con el fin de proteger este sector y de cobrar impuestos, el Gobierno senegalés prohibió desde mediados del año 2003 la entrada de vehículos de más de cinco años, salvo que existiera constancia de su permanencia temporal en el país. Esta constancia se expresaba, aparentemente, en una autorización de admisión temporal emitida por la Dirección de Estudios y Legislación de la Dirección General de Aduanas del Ministerio de Economía y Finanzas de la República de Senegal. O al menos eso es lo que ponía en el encabezamiento del papel que tanto trabajo nos costó conseguir, porque dada la veteranía de nuestros coches nos era imprescindible. Fueron largos cruces de faxes, correos electrónicos sin respuesta, y conversaciones telefónicas en idiomas mezclados, que arrojaron como resultado final ese documento que guardábamos como oro en paño, con la firma al pie del director de todo eso que cité antes. No resultó fácil obtenerlo, ya que si es difícil juntar en una misma frase las palabras “Africa” y “organización”, ya es para nota lidiar con la burocracia africana. Al final nos llegó el documento y con él en el bolsillo y una sonrisa optimista, cruzamos el río Senegal por la presa de Diama, alcanzamos su orilla sur y con ello el otro lado de la frontera.

    El oficial de la aduana era un negro alto, joven, delgado y barbilampiño, de uniforme verde oscuro y unas enormes gafas de pasta que habían pasado de moda antes de que él naciera. Nos había recibido en la caseta de ladrillo que actuaba como oficina de aduanas, miró y remiró la autorización con minuciosidad de entomólogo, y con frialdad distante dijo que no podíamos pasar con los coches. Tirar la toalla a mitad de un viaje es lo último que se puede hacer, y perder la esperanza lo penúltimo, así que empezamos a apretar. La primera respuesta fue no, y la segunda que telefoneáramos a su jefe en Saint Louis, de modo que le pedimos el número y lo hicimos. Hablamos con el jefe, el oficial de la aduana también lo hizo, y el resultado fue negativo de nuevo. Cerca de las casetas entre las que se desarrollaba este rifirrafe burocrático había varios coches de matrícula europea, más de cinco años de edad y aspecto de haber quedado varados en una tormenta legal, lo que nos daba muy mala espina. Parecía que no quedaban posibilidades, pero uno de los aduaneros comentó que si íbamos a Saint Louis a ver personalmente al jefe, era casi seguro que nos dejarían pasar. Decidimos entonces que Ahmed, el guía mauritano que nos acompañaba, iría hasta la ciudad a hacer un intento más en su Toyota Hilux, que con menos de cinco años podía pasar la frontera sin pegas. La otra posibilidad era probar a la mañana siguiente en la frontera de Rosso, quizá más benevolente por su concurrencia, ¡o resignarse y volver conduciendo hasta Madrid! Más de cuatro mil kilómetros de aburridísima conducción por la ruta más corta y con el rabo entre las piernas me parecía un final triste para un viaje en el que habíamos puesto mucha ilusión. Ahmed se puso manos a la obra, con el sellado de pasaportes y la contratación de su seguro para el coche, ya que tampoco Senegal participa de los acuerdos internacionales sobre seguros de vehículos.

    Una vez que el Hilux pasó la barrera y sus luces rojas se perdieron en la carretera que se internaba en el país, me sentí cansado. Ya había anochecido, el calor húmedo comenzaba a agobiar, y los mosquitos parecían deleitarse con nuestra sangre europea, por lo que me refugié en el coche. Cerré la puerta, subí las ventanillas, y entonces me fijé en lo que me rodeaba. A la izquierda, la caseta de las Aduanas senegalesas. A la derecha, la de la policía senegalesa. Delante, una barrera metálica, muy cerrada. Detrás de ésta, tres farolas iluminaban a medias el inicio de la red de carreteras de Senegal. Al fondo, una cabaña con techo de paja y muchos carteles de Coca Cola era el primer establecimiento hostelero del país en el que queríamos entrar. No se veía nada más, con las ventanillas subidas hacía mucho calor dentro del Land Cruiser y me quedé dormido.

    Al despertarme, y con los ojos ya adaptados a la oscuridad, veía luces entre los árboles, oía voces que debían venir de un poblado cercano, policías que se movían entre las casetas, y pasó un grupo de personas seguido por un mono. Salí del coche para hacer entre los árboles lo que se suele hacer entre los árboles, y noté que el viento fresco que se había levantado alejaba los mosquitos, y que las voces que llegaban del poblado sonaban alegres. Un rato después llegó el papel que nos faltaba, y reanudamos los intentos para salir de Mauritania y entrar en Senegal.

    Conseguir el sí del responsable en Saint Louis no suponía automáticamente la entrada en el país; era imprescindible soportar antes el purgatorio burocrático. Empecé por la caseta de la aduana, y me encontré en ella, a solas, con el oficial que nos había negado la entrada unas horas antes. Había ido a un poblado cercano, donde probablemente vivía, a romper el ayuno del Ramadán, y a su regreso había cambiado el uniforme verde oscuro por una ropa occidental oscura también. Mantenía sus descomunales gafas de pasta, como de azafata del «Un, Dos, Tres», su mirada escrutadora, y escribía sobre un gran cuaderno con la misma caligrafía de escuela colonial de sus colegas del resto de Africa. Le miraba en silencio, no quería turbar su ensimismamiento y reavivar con ello el incidente fronterizo, por lo que se me iban los ojos al ruidoso televisor que había colocado cobre un taburete y en el que la RTS, la Radiodifussion Télévision Sénégalaise emitía un programa de música de los años 50 y 60. Tenía ante mí dos consecuencias de la interacción entre blancos y negros. En vivo, el senegalés educado con el estilo de la metrópoli practicando una adaptación de la burocracia occidental. En la pantalla del televisor, la música de los negros de esta zona que fueron esclavizados y mezclaron su cultura en los Estados Unidos con los instrumentos musicales de los blancos.

    Tras esta escena, y una vez sellados los pasaportes en la caseta de Policía, nos quedaba el seguro. En Europa sería impensable contratar un seguro un sábado por la noche en medio del campo. Pero esto era Africa: en un poblado cercano, una mujer extendía las pólizas de seguro en su propia casa, a cualquier hora. Hasta allí nos dirigimos por una pista rapidísima, franqueamos un obstáculo que haría volcar a cualquier incauto, y nos presentamos en su casa. Da igual que la mujer estuviese durmiendo; salió del interior en bata y nos cumplimentó los formularios del seguro en el porche, junto a un grupo de jóvenes que escuchaban embobados la música de Bob Marley a un volumen tal que se debía oír en Camerún. Volvimos a la frontera, mostramos una vez más los papeles, y la barrera se levantó ante el morro de nuestros coches. Estábamos en Senegal. m Grid 3 Accen


  • Coches enfadados y faros en C

    La irrupción de los leds como tecnología de iluminación en los automóviles supone la posibilidad de añadir una expresividad hasta ahora inexistente en las vistas anterior y posterior de los coches. E incluso la creación de un nuevo lenguaje de diseño, válido hasta de noche. Es el cuarto paso de una evolución en el diseño comandada siempre por la tecnología de iluminación existente.

    Alfa Romeo Tonale

    Los primeros sistemas se basaban la luz generada por una lámpara, convencional al principio y halógena después, que se concentraba y se reflejaba en una parábola. Como la tecnología de aquel momento solo fabricaba parábolas de sección circular, todos los faros eran redondos. Recordemos los Simca 1000 o Seat 124, con esos frontales tan condicionados que generaban no solo una imagen antropomórfica, por el parecido entre los grandes faros redondos en los extremos con la cara de humano y sus ojos, sino de bebés, por ser los faros grandes y redondos.

    Otro factor limitador es que esa luz reflejada por la parábola de sección circular se guiaba ópticamente mediante un cristal o plástico tallado a tal efecto, y que cerraba el faro. De este modo, la luz era guiada hacia el lado correcto de la calzada, no se perdía en la cuneta y reducía el deslumbramiento en la medida de lo posible. Pero ese mismo tallado era el que impedía ver el interior del faro, lo que creaba la impresión de un ojo con cataratas, o al menos restaba sinceridad a la mirada.

    El primer avance técnico en la iluminación que dio libertad a los diseñadores fue la posibilidad de fabricar parábolas con otras secciones. No fue una revolución, aunque la menos se comenzaron a ver faros cuadrados (Seat 1430), rectangulares (Renault 12) o poligonales, como en los Citroën GS y Peugeot 304.

    Unos años después llegaron los faros limpios o transparentes: al estar tallada la parábola, la lente era transparente, y se veía el interior del faro. Obviamente no supuso un cambio en las formas, aunque sí en la expresividad: esa transparencia aumentaba la sinceridad del frontal y hacía más amigable la interpretación antropomórfica del diseño.

    Y de repente, los leds. Súbitamente no hay un elemento que genere una luz y ésta no necesita guiarse; la luz se genera ya orientada, se puede jugar con esa orientación y con la ubicación de los leds. Además, la desaparición de la pieza que refleja la luz hace que el tamaño de los faros y pilotos se reduzca significativamente. De golpe desaparecen limitaciones en aerodinámica frontal, incompatibilidad con radiadores o cajas de fusibles, se gana volumen de maletero, la parte trasera del faro no interfiere con los triángulos de suspensión ni con la rueda al girar, … y así mil interacciones más.

    Por si esto fuera poco, los leds y las formas que permiten crear abren una nueva posibilidad: la firma nocturna como imagen de marca. Con luz, cuando el coche se ve, existe una imagen de marca, esas formas o proporciones que se repiten en todos los modelos de una misma marca y la hacen reconocible. A oscuras, y cuando todos los faros y pilotos eran casi iguales, la imagen de marca se diluía. Pero con leds se puede crear una imagen de marca con luz, y algunos han sido especialmente brillantes en ello. A día de hoy, es fácil distinguir de noche, por delante o por detrás, un Audi, un Seat o un Renault.

    Lo que más me sorprende es que, dentro de las muchas posibilidades de expresión que ofrecen los leds, la mayoría de los fabricantes han escogido las de significados más dinámicos o activos, tirando hacia atléticos, contundentes y hasta amenazadores. Las calles y las carreteras están llenas de coches enfadados, coches que cuando están parados parecen un felino a punto de lanzarse sobre su presa, y que en movimiento son como las escenas de leones y gacelas de los reportajes de National Geographic.

    Las fotos que he escogido como ilustraciones son una muestra de ello: da igual el segmento, el origen geográfico o cultural de la marca, si es generalista o premium. En todos los casos son frontales ceñudos, que atemorizan al verlos aproximarse por el retrovisor.

    Algo similar sucede en la parte posterior, donde proliferan los pilotos con forma de C, en los que el lado convexo sobresale hacia el exterior. Al estar ubicados en la línea de cintura, generan unas formas musculares, de atleta en el cajón de salida, de espalda con hombros musculados. Nuevamente atlético, contundente, hasta amenazador. Por delante y por detrás.

    Solo se liberan de estos extremismos los modelos que tiene los faros redondos como imagen de marca: Mini y 911.

    Y baten todos los récords de exageración en forma y dimensiones, acercándose al ridículo, los últimos frontales de BMW, con faros desafiantes y riñones grotescamente sobredimensionados. Ahora Chris Bangle y su flame surfacing nos parecen conservadores.

    Mi sorpresa se basa en que este tipo de diseño triunfa en una sociedad que es y presume de serlo, abierta, solidaria y generosa, que dice huir de la intolerancia y apoya la diversidad, que colabora con ONGs, dona órganos y destina parte de su tiempo libre al voluntariado.

    Lamento no ser sociólogo para interpretar cómo, quien compra un Alfa Romeo Stelvio colabora con Caritas, o el dueño de un Honda Civic es socio de Save the Children. Está mucho más cerca de la realidad social el diseño del Suzuki Lapin: frontal amistoso y sencillo, amable con sus faros redondos, trasera limpia y confiable, y un interior hasta con repisa de madera, que recuerda el cuarto de estar de una abuela de cuento infantil.


  • Dakar: capítulo tercero

    El Rallye Dakar se ha convertido en una leyenda de tal calado que, aunque no pase por la ciudad de Dakar desde 2007, mantiene ese nombre porque trasciende a la ciudad. Es lo que en Marketing llaman “el poder de la marca”.

    Desde su primera edición en 1979 se asoció la carrera a sus recorridos iniciales por el noroeste de Africa, y algunos aprendimos a recitar, como un rosario laico, el recorrido de esas etapas de los ‘80: El Golea, In Salah, Tamanrasset, … más Atar y Tombuctú. En nuestro imaginario, las montañas del Assekrem nos parecían ubicadas en otro planeta, y nos sonaba que Níger se debía encontrar en una galaxia cercana. Luego la carrera se sumergía en países que solo parecían existir en los libros de historia y de viajes: Malí, Níger, Chad, Burkina Fasso, … para reaparecer en territorio conocido, recorrer pistas de Senegal y alcanzar, por fin, el lago Rosa y Dakar

    La fascinación que generó este primer capítulo del Dakar, el capítulo africano, se basa en dos puntos. Por un lado, se recorrían territorios con los que los seguidores europeos tenían una ligazón basada en la época colonial y la cercanía geográfica. Por otro, muchos aficionados tuvimos la oportunidad, por esa cercanía, de visitar en persona algunas zonas de la carrera.

    La organización francesa se movía a finales de los 70 y principios de los 80 con relativa comodidad por sus antiguas colonias (Argelia, Marruecos, Mauritania y Senegal) aprovechando relaciones comerciales, mismo idioma, y facilidad para las comunicaciones por barco y avión. Además, la zona era política y socialmente estable, y los regímenes (dictaduras militares que, en bastantes casos, habían llegado al poder tras una guerra o un golpe de estado) veían con buenos ojos el paso de la carrera por su país por dos motivos: mejora de la imagen internacional y notables ingresos en divisas. No debemos nunca olvidar este factor económico, que se cuantifica en la siguiente cifra asombrosa: los dos o tres días que el Dakar tardaba en pasar por Níger, suponían el 1% de PIB anual del país.

    La cercanía emocional tras la época colonial, no exenta de paternalismo, también suponía una ventaja. Para los franceses se recorrían los territorios naturales de la Legión Extranjera, del padre Charles de Foucauld y de Antoine de St. Exupery, más el hecho de que algunos de los seguidores e incluso participantes habían nacido en las zonas de carrera en esa época colonial.

    Como consecuencia de todo ello pasaron a la categoría de mito muchos lugares de paso de la carrera. De entre ellos escojo como ejemplo destacado y peculiar el Bidón V: en 1923, una expedición organizada por la Compañía General Transahariana buscaba el recorrido más directo entre Argelia y Sudán, y decidió crear balizas y puntos de reavituallamiento desde Reganne (actual Argelia), último punto habitado en el desierto. Así aparecieron los bidones I, II, III, … hasta cubrir los poco más de mil kilómetros que hay hasta Gao (Níger) por el Tanezrouft.

    Unos años más tarde, y para facilitar los viajes, la Compañía General Transahariana ubicó depósitos de agua y de combustible en el Bidón V, que se rellenaban gracias a los aviones que aterrizaban en la pista de tierra que se construyó al lado.

    Y en Noviembre de 1930 ya existía una gasolinera Shell, y unas carrocerías de coches que servían como refugio. Las fotos de la época generan una mezcla de nostalgia, solidaridad aventurera y pena: con los vehículos de los años ’30, sin más ayuda de navegación que una brújula y un mapa impreciso pero, eso sí, con pamela, se podía ir de Reganne a Gao.

    El segundo punto de cercanía de los Dakares africanos a los aficionados europeos, la posibilidad de recorrer etapas por uno mismo, ha sido determinante para su asentamiento en la leyenda. Durante años, miles de aficionados, especialmente del Sur de Europa, hemos bajado una y otra vez al Norte de Africa, para rodar con reverencia y algo de miedo por los mismos lugares que nuestros ídolos. Las dunas del Erg Chebbi o el lago Iriki, en Marruecos, siguen siendo lugar de peregrinación y entrenamiento, y continúan utilizándose como sede de otras carreras, incluso organizadas por la ASO, la misma empresa que monta el Dakar.

    En Argelia, cuando era posible ir, se ha disfrutado de la ruta hacia el Sur, bien por la Transahariana, a través de Ghardaia, In Salah y Tamanrasset, bien por el Tanezrouft, desde Adrar y Reganne a Gao pasando, claro, por el bidón V.

    Mauritania ofrecía el tenebroso cruce del muro creado por los marroquíes durante la guerra contra el Polisario y su zona minada, más las pistas cercanas a Atar y el paso de Nema.

    Más al Sur, alcanzaron nivel mítico nombres como Agadez o Niamey en Níger, Gao y Bamako en Malí, o Bobo Dioulasso en Alto Volta.

    Rodando con mi Land Cruiser LJ70 en las dunas del Lago Rosa

    Y el máximo en geografía dakariana lo tienen, sin duda alguna, dos topónimos senegaleses, cercanos geográficamente: la ciudad que le da nombre a la carrera y uno de los pequeños lagos que hay en sus afueras, al noreste, junto a la costa atlántica: el lago Retba, que conocemos como Lago Rosa por el color que toman sus aguas por la presencia de un alga salina. Durante muchos años, la última etapa, el objetivo final y sueño de muchos, era hacer el corto recorrido por las cercanías del Lago Rosa, los últimos metros tras días de placer y sufrimiento.

    Las últimas viñetas de la última etapa del último Dakar africano.

    He tenido el placer de recorrer, en moto y en coche, algunos de esos lugares tan señalados, sintiendo aunque con más lentitud que los pilotos del Dakar, el placer de cruzarlos. Los preciosos cordones de dunas de todos los tamaños en el Erg Chebbi, de Marruecos; la sensación de irrealidad del lago Iriki, también en Marruecos; y la magia de Atar, lejos de cualquier parte aunque administrativamente se localice en Mauritania. Tengo un recuerdo intenso de la soledad que supone bajar, kilómetros y kilómetros, por las pistas vacías que configuran la Transahariana, antes de llegar a Tamanrasset, y nunca olvidaré el ascenso, desde esa ciudad, hasta la Ermita del Padre Foucauld, en lo más alto de las montañas del Assekrem: perdí la cuenta de las veces que me caí en esa cuesta arriba inacabable, kilómetros de pista de piedra, como subir una escalinata de catedral que ascendiera más de mil metros en vertical. Y sin olvidar las dunas del Gran Erg Oriental, al sur del Chott El Jerid, en Túnez, la mención especial solo puede ir al Lago Rosa, esa meta soñada, en la que mi Land Cruiser LJ70 y yo disfrutamos por las dunas como si nos esperara el escalón más alto del podio de la carrera.

    En paralelo a todo ello se han publicado decenas de libros sobre este Dakar africano, que han contribuido a documentar la leyenda. Es cierto que algunos carecen de sustancia o andan sobrados de egolatría, pero otros ilustran desde dentro la carrera y las sensaciones de un viaje africano acelerado. Con modestia quiero mencionar mi participación en esta bibliografía, ya que se editó de modo limitado el blog que tuve la oportunidad de escribir, en directo desde la carrera, en el Dakar de 2007, cuando nadie sabía que iba a ser el último africano.

    A continuación, el Dakar llegó a Hispanoamérica, y apenas ha generado leyenda o bibliografía, y menos aun componentes míticos. El apartado de los viajes para disfrutar del recorrido no se ha cultivado en Europa, tanto por la distancia y los costes, como por la dificultad de desplazar hasta allí los vehículos propios. Además, no ha habido apoyo en la historia, cuyo contacto occidental es España, y apenas en las tradiciones locales, que se perciben como lejanas desde aquí. Por ello, y tras once años en el continente, el Dakar abandona América sin haber creado leyenda y sin dejar poso, y se traslada a la península arábiga. Y, ¿qué va a encontrar allí?

    No hay un pasado colonial, como en el Norte de Africa o en el Sur de América, y la relación emocional casi no existe. Hasta los años ’50 del siglo pasado, la región era muy pobre, y estaba habitada por pescadores que aun utilizaban dhow, el pequeño barco de vela triangular de origen egipcio, además de pastores de cabras y algunos camelleros. Wilfred Thesiger fue uno de los pocos occidentales que recorrió la zona y su libro “Arenas de Arabia” es una de las escasas referencias previas al descubrimiento de petróleo hace ahora poco más de cien años.

    Con este escaso conocimiento de una zona prácticamente deshabitada, aventurar de dónde vendrán los mitos de este tercer capítulo del Dakar es arriesgado. Por lo que ha adelantado la organización, la carrera saldrá del puerto de Yedda, en la costa del Mar Rojo, bien comunicado con Europa a través del Mediterráneo y el Canal de Suez. A continuación tomará rumbo Norte, aunque deberá esquivar la ciudad de Medina, prohibida a los no musulmanes. Se desviará hacia las montañas de Al Hijaz y tendrá mucha arena hasta llegar a Riad, la capital de Arabia Saudí.

    Lo mejor podría empezar aquí, al acercarse al Territorio Vacío (“Ar Rub Al Khali”), la inmensa zona del sur del país, deshabitada e inhóspita como el desierto del Teneré, uno de los lugares míticos del Dakar africano. Pero está cerca del territorio de Yemen, inmerso desde 2015 en una guerra civil, que cuenta con la intervención no declarada de otros países, como la propia Arabia Saudí, Estados Unidos o Irán, y del apoyo de Al Qaeda.

    Por fin, el Dakar 2020 terminará en Al Quiddiya, una ciudad en construcción, parte del plan Visión 2030 de modernización del país, que se inaugurará en 2022: se sitúa a 40 minutos de Riad, tendrá ocho millones de habitantes y un parque temático de juegos y deporte de 334 km2, lo que viene a ser cien veces Central Park, solo que en medio del desierto, no en medio de Manhattan. Sí, será el fin del recorrido, aunque dudosamente pasará a la lista de mitos del Dakar.