Vagar por las páginas digitales de compraventa me llevó a un coche cuya mejor definición es una frase de madre dirigida a un hijo hechizado por una chica tan atractiva como poco recomendable: “Esa chica no te conviene”.
En mi caso, el coche atractivo y poco recomendable que me hechizó fue un rarísimo FIAT 130 coupé manual, una preciosidad a la que acercarse boquiabierto y de la que huir escaldado.
La historia de este controvertido modelo se inicia a mediados de los ’60, cuando la familia Agnelli, propietaria de FIAT, contempla cómo su marca triunfa en casi todos los segmentos del mercado. Solo se les resistían las berlinas de alto nivel, un área de mercado copada entonces por BMW, Mercedes y, en menor medida, Jaguar. Deciden entonces arrancar el proyecto de una berlina de lujo que terminaría llegando al mercado en 1969 como FIAT 130, bajo el diseño de Gian Paolo Boano. Como no había en el catálogo de la marca un motor adecuado para mover debidamente un coche de este porte, encargaron un V6 a 60º nada menos que a Aurelio Lampredi, que se había encargado de los motores de calle y de carreras de Ferrari de 1946 a 1955. Como si este despliegue fuera poco ambicioso, FIAT decidió también lanzar una versión coupé del 130, cuyo diseño exterior no asumió el Centro Stile FIAT, si no que se subcontrató nada menos que a Pininfarina. Y dentro de este equipo, el proyecto se encomendó a Paolo Martin. Para entonces, Martin ya había diseñado vehículos de serie y prototipos para Ferrari, BMC o Bentley, ya fuera desde el Studio Tecnico Michelotti, Carrozzeria Bertone o Pininfarina, y ese mismo año de 1970 salieron de su tablero de dibujo dos vehículos excepcionales: el FIAT 130 coupé y el Ferrari Modulo.
La producción del 130 coupé se llevó a medias entre las plantas de FIAT en Turín y de Pininfarina en Grugliasco. Arrancó en 1971, justo cuando la crisis del petróleo se llevó por delante los coches de motores grandes y gran parte de la economía mundial. Por ello la producción total, que se cerró en 1977, fue de solo 4.294 ó 4.491 unidades, dependiendo de las fuentes. De ellas, nada más que un 15% montaban un cambio manual.
Por tanto, ese coche atractivo y poco recomendable que me tentaba desde una web se relacionaba con la aristocracia del automóvil, y correspondía a una tirada aun más corta que algunos Ferrari o Lamborghini.
Me precipitaron a la dura realidad las informaciones que localicé a continuación: es prácticamente imposible encontrar un parabrisas, los problemas de oxidación están casi asegurados, la instalación eléctrica tiene un funcionamiento caprichoso, …
Para colmo, el taller de un polígono de Albacete que lo vendía, tras dirigirme dos veces a él, solo me dio por respuesta un número de teléfono y un “Está perfecto de todo. Llámame”. Cerré el mensaje y reanudé la búsqueda.
En el nuevo intento de búsqueda, aprovechando la flexibilidad que ofrecen los filtros de las páginas web, expandí el abanico hacia el pasado, hasta 1975, entre otros motivos para alejarme de la burbuja de precios. Y de repente apareció un candidato inesperado.
No oculto mi debilidad por los coches alemanes, especialmente si son Porsche o BMW. Y, a la vez, reconozco que me atraen poco los Audi (salvo los familiares con motores exagerados, como los RS4 y RS6 Avant), y que no consigo despojar a los Mercedes de su aureola de coche cómodo para señor mayor.
De ahí que me sorprendiera a mí mismo cuando me quedé mirando fijamente la foto de un W123 coupé en la pantalla del ordenador: aspecto sobrio aunque no simple, mezcla de rotundidad y elegancia, y esa maravillosa ausencia de montante B, que aligera el perfil y le hace parecer un descapotable sin serlo, o al menos destaca que es nada menos que un coupé.
Poco después de este descubrimiento investigué sobre esta serie W123 de Mercedes, y me leí del derecho y del revés “Mercedes – Benz W123. The Complete Story”, de James Taylor, para comprender su importancia.
A principios de los ’70, la gama de la marca estaba formada por la Clase S y por lo que ahora llamaríamos Clase E, en sus versiones W114 (con motores de seis cilindros) y W115 (cuatro cilindros de gasolina, o cinco en ciclo diésel), fueran berlinas o coupés.
Para suceder a estos dos últimos con un único proyecto, se pusieron manos a la obra Hans Scherenberg como responsable técnico de la marca y Friedrich Geiger al frente del equipo de diseño. Cuando Geiger se retiró en Diciembre de 1973 y le sustituyó Bruno Sacco, el proyecto estaba prácticamente cerrado, y Sacco respetó el trabajo de Geiger. La impresionante huella de Sacco en el lenguaje de diseño de Mercedes arrancó justo tras el W123, se plasmó inicialmente en el Clase S de 1979 (W116) y se extendió hasta su jubilación en 1999.
El resultado del trabajo de Scherenberg y Geiger en el W123 se materializó en tres carrocerías (berlina, coupé y familiar) y diez motores, fabricados en tres países: Alemania, Suráfrica y China. En total, la producción entre 1976 y 1985 en Alemania (hasta 1988 en los otros dos países) ascendió a 2.775.092 unidades. A día de hoy, tras años sirviendo como taxis en Europa Central, muchos W123 berlina con motor diésel siguen batallando como taxis en Africa.
La versión que me había cautivado, la de carrocería coupé, solo se fabricó en Alemania, y en cantidad bastante limitada: 84.375 vehículos. Y si me fijaba en las que llevaban el motor de seis cilindros en línea de gasolina de 2,8 litros con inyección K-Jetronic, la buena, hablamos de solo 32.138 coches, nada más que el 1,6% de la producción.
Había encontrado, otra vez, el coche clásico que buscaba; ya solo faltaba localizar una unidad en buen estado y a precio razonable. La primera dificultad con la que me topé se refería a cómo nombrar el coche: en algunos anuncios se clasificaba como CE280 sin mencionar la serie W123, en otros al revés, o aparecía como 280 lo que en realidad era un 250, o una berlina figuraba bajo el filtro de los coupés. Una vez que aprendí a filtrar en las diversas webs, me fijé en un ejemplar excelente, ubicado en Torremolinos, en un precioso color verde oscuro metalizado, con opciones tan tentadoras como aire acondicionado original, llantas de aleación y techo corredizo. Solo que se anunciaba como restaurado y con un precio de partida de 16.000 €. Lo archivé.
El siguiente candidato tenía un perfil distinto, al ser casi un “barn find”. El propietario de varios coches, digamos, veteranos, había fallecido tras unos cuantos años sin darles uso, y el que había comprado esa pequeña colección la puso a la venta. El CE280 en cuestión “tiene trabajo”, me confesó el vendedor: al menos la laca de gran parte de la carrocería estaba deteriorada, y en algunas zonas también la pintura, y la tapicería de cuero azul presentaba cortes en los dos asientos delanteros. El estado de la mecánica era un misterio, porque no existía historial de mantenimiento; además, sin ITV ni seguro, y ubicado “en un pueblo de Guadalajara”, el plan estaba más cerca de un viaje al que iba a seguir un traslado en grúa y una restauración, que al objetivo de disfrutar en un breve plazo de los placeres de un clásico.
Por otro lado, una ilusión común a los seguidores de los coches clásicos es un “barn find”, encontrar un coche apetecible en estado malo aunque recuperable y, dedicándole tiempo y dinero, llevarlo de vuelta a su estupendo estado inicial. Con esta ilusión evalué costes de las intervenciones de carrocería y tapicería, más las de un mantenimiento integral, que abarcaría no solo cambiar todos los filtros y todos los fluidos, también un detenido vistazo a pastillas y latiguillos de freno, manguitos de refrigeración, y apoyos de goma de transmisión y suspensiones. Con los números iniciales delante, y con un precio de partida de 7.500 € no negociables, la posibilidad estaba fuera de mercado.
Unas semanas más tarde entendí que la expresión “no negociable” tiene diferentes sentidos, según quién y cuándo la pronuncie, porque me llegó que la operación se cerró en 5.500 €. Partiendo de esa cantidad, mi esperanzado planteamiento de un “barn find” sí habría tenido sentido. Aprendí la lección.
El tercer candidato fue el primero que vi y probé: una unidad de 1982, con 253.000 km en el marcador, techo eléctrico, carrocería blanca con llantas de chapa y esos preciosos tapacubos cromados y en el color de la carrocería; además, tapicería en tela verde, libro del usuario y dos llaves. Aunque el color me hacía sentir taxista rodando por Madrid mientras lo probaba, me gustó mucho. Además, el precio, también no negociable, era de 9.500 €. Solo me echaba para atrás que era un cuatro marchas sin aire acondicionado, y de cara a los posibles viajes me había puesto como condición que la unidad escogida debía cumplir al menos una premisa de las dos: cinco marchas o aire acondicionado, es decir, bajo ruido y menos consumo pasando calor en verano, o ruido y consumo pero fresquito.
La frustración más intensa de todo el proceso de búsqueda llegó con el CE280 azul que localicé en Sevilla: una de las últimas producciones (1983) con tratamiento anticorrosión mejorado, 193.000 km., cinco marchas, aire original, elevalunas eléctrico, cierre centralizado, interior en tela beige y un razonable precio de salida de 12.000 €. Tras varios cruces de correos electrónicos, y cuando estaba a punto de comprar el billete de AVE que me llevaría a Sevilla a hacerlo mío, el dueño me dijo que se arrepentía y que no lo vendía.
Paso de soslayo respecto a dos unidades que demostraron la baja profesionalidad de algunos de los autodenominados vendedores de clásicos. Localicé una estupenda unidad en Tenerife, pero el vendedor no respondió a mis correos ni a mis mensajes telefónicos. Y un ejemplar rojo que aparecía con un aspecto penoso y abandonado en las fotos de la web, merecía solo este esfuerzo por parte del vendedor: “Lo tendré aquí la semana que viene. Llámame y te cuento más cosas del coche”.
Con escasa fe probé una unidad automática con carrocería color champagne o, en la denominación oficial de Mercedes, el código 419 “Ikonengold”, a la que acompañaba una curiosa historia. Había pertenecido a un señor que lo compró por capricho y que utilizó esporádicamente. Tras su fallecimiento, la viuda, también mayor, lo cubrió con una lona y lo dejó durante varios años en su plaza de garaje de un enorme estacionamiento en el centro de Madrid.
Un buen día, otro usuario de ese estacionamiento se encontró, al aparcar su coche, con un gatito desvalido que se había colado en el garaje. Pensando en que al gatito le costaría trabajo encontrar la salida, si la encontraba, y con ello algo de comer, comenzó a perseguir al gato asustado para guiarlo hacia el exterior. En la persecución del gato se encontró con el CE280 con la lona cubierta de polvo y las ruedas deshinchadas. Se quedó prendado del coche y, a través del vigilante del garaje, se puso en contacto con la viuda. En principio, la señora no tenía interés alguno en venderlo, hasta que le preguntó al interesado cómo había localizado el coche y, al escuchar la historia del gatito perdido, se ablandó hasta tal punto que se lo vendió.
Mientras yo lo probaba pregunté al propietario por qué ahora a su vez él lo vendía, y me confesó: “Tengo cuatro hijos, dos perros y una empresa, y no me da la vida.”
El estado general del coche, producción de 1978, era bueno, solo que se acumulaban un montón de pequeños peros: puerta derecha repintada sin igualar el color, golpecitos en las dos aletas traseras, aire acondicionado original con un compresor que no arrancaba, el velocímetro sí funcionaba y el odómetro no, cambio automático angustiosamente lento, guarnecido de la puerta izquierda roto y holgura de dirección. La prueba fue agradable, me sentía cómodo en el coche, me cautivó su confort, su buen rodar, su maletero enorme, … pero había mucho trabajo por delante y no encajaba con los 10.000 € que pedían.