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  • El parque móvil en 2017

    Durante 2017 mi parque móvil ha viajado por el espacio y a través del tiempo, unas veces en recorridos por tierra y asfalto, y otras por lo que viene y lo que se va en la automoción, como enfatizando lo ágil del sector y lo deprisa que envejecen los conceptos.

    Un Toyota Prius de 4ª generación habitó mi garaje hasta Agosto, y me acostumbré a sus bajos consumos (entre 4,1 y 4,3 l/100 km reales) y a la suavidad propia de un híbrido. También me parecían normales su comportamiento semiautónomo, gracias a las ayudas al aparcamiento, la cámara trasera, los sensores laterales y el control de crucero activo.

    Después de casi 27.000 km de uso, las críticas objetivas son pocas. Hay una genérica a los coches con buen Cx y escasa superficie frontal: para conseguir buenos valores en ambos parámetros, se suelen inclinar mucho el parabrisas y la luneta trasera; la consecuencia es que su proyección horizontal es grande y, cuando están expuestos al sol, hay mucha radiación que llega al interior. Incluso con el aire acondicionado en marcha y en posición potente, dentro del habitáculo se siente calor rodando en autovía española en verano.

    El RAV4 también híbrido que sustituyó al Prius parece un coche actual, hasta que nos damos cuenta de lo poco que dura la actualidad en los automóviles. El ritmo de introducción de mejoras es tan rápido que cualquier vehículo que tenga más de dos años muestra con rapidez sus “atrasos”. La lista de lo que le falta a este RAV4 es así de larga: para empezar, su sistema híbrido es de 3ª generación (no de 4ª, como en el Prius), y se echan a faltar el empuje a medio régimen y la economía de consumo. Sí, vale, tiene 200 CV, y es más largo, alto y pesado que el Prius, pero había que esforzarse para que el consumo se acercara a los seis litros a los cien kilómetros, y no había quien bajara de ahí. En segundo lugar, pasar de un vehículo con la nueva estructura de plataformas de Toyota y Lexus (TNGA, en jerga interna) a uno que no la tiene, es una estupenda manera de darse cuenta de sus ventajas. El RAV4 balancea más en curvas, no tiene la agilidad de un Prius en secciones enlazadas, y el subviraje se convierte en norma si entramos con ganas en los giros.

    Aunque el RAV4 incorpore ayudas en la conducción, no tiene todas las disponibles a día de hoy (le falta, por ejemplo, la ayuda de aparcamiento), y la ergonomía interior delata que algunos de estos sistemas se han añadido a posteriori, simplemente porque no existían cuando se diseñó el vehículo. Y echaba en falta un botón directo de desactivación del sistema de aviso de abandono de carril, muy útil al rodar por carreteras estrechas, en las que el pitido de aviso funciona de manera irritantemente habitual porque no hay modo de no pisar las líneas laterales.

    Por otro lado, el volumen interior es enorme, tanto en espacio para las piernas en las plazas traseras como en el maletero, y la postura elevada permite una buena visibilidad en la selva del tráfico urbano.

    Un accidente sin importancia envió al RAV4 al taller y le sustituyó un Avensis turbodiésel y manual. Sorprenden las sensaciones que genera en la actualidad este vehículo, o cualquier segmento D turbodiésel y manual, porque eran coches “aspiracionales” cuando no existía esta palabra, y ahora nos parecen antiguos y hasta “viejunos”, ruidosos e incómodos. ¿Por qué este cambio tan radical? Porque antes lo bueno era una berlina y ahora es un SUV, antes era un manual y ahora lo es un automático, y porque antes el diésel era el futuro y ahora se dice que se lo va a cargar. Una vez que se disfruta de las ventajas de un portón trasero, una tapa de maletero es incómoda; una vez que la incomodidad de los atascos se mitiga con la amabilidad y el silencio de un híbrido, el uso de un cambio manual y los ruidos del sistema “Start&Stop” de un diésel parecen recuerdos de épocas pasadas.

    El año del BMW M3 E46 estuvo marcado por algo tan aparentemente simple como un cambio de neumáticos. Cuando lo compré, llevaba unos Falken FK452, claramente por debajo del nivel de calidad dinámica del coche. Ya estaban más que a medio uso, y una vez cansados, el M3 entraba de delante en las curvas como en dos fases, con una especie de subviraje tímido primero, del que luego se arrepentía. Al plantearme el cambio de los neumáticos, la primera duda apareció con las medidas a emplear. El M3 de tercera generación montaba de serie llantas de 18” con neumáticos 225/45 delante y 255/40 detrás, aunque la mayoría de los compradores optaba por la posibilidad de las llantas de 19”. En ese caso, las medidas eran 225/40 delante y 255/35 detrás. Para complicar las cosas, la serie limitada (y deseada) CSL equipaba 235/35 ZR 19 y 265/30 ZR 19, y esas eran las medidas de mi unidad.

    Como nunca me han gustado las anchuras excesivas de neumáticos preferí, aprovechando el cambio, retornar a las medidas originales, lo que supone bajar una medida en anchura y subir una en perfil, y terminé montando unos Dunlop Sportmaxx. Y además equipan flancos protectores de llantas, algo que agradecemos los que adoramos las llantas de los M3 y somos patosos aparcando.

    Las sensaciones, desde la misma salida del taller en el que los monté, fueron de más confort con el mismo tacto de dirección, menos sequedad en irregularidades y algo más de agarre lateral. La entrada en curva ha subido a otro nivel: con velocidades de entrada que el cerebro asocia a subviraje claro y desastre posible, el morro entra de modo nítido y decidido, el volante informa a las manos con precisión, y las secuencias de curvas enlazadas se suceden a un ritmo casi mágico.

    Ser propietario de un vehículo como éste me ha conducido, de modo inesperado, a situaciones diferentes o hasta peculiares o, por decirlo de otro modo, a una vida social distinta. Por ejemplo, que el empleado del camión de basuras que espera, justo a mi lado, a que se ponga el semáforo en verde en una glorieta del centro de Madrid, me diga con una sonrisa sincera: “¡Qué coche más bonito!”. Y que yo se lo agradezca, bajo el sol suave de Septiembre que se disfruta con la capota plegada, casi con orgullo de padre. O recorridos por carreteras de montaña que culminan con comilonas, acompañados de aristócratas italianos provenientes de Maranello, como un 348 tb o un 355 Targa.

    Con todo, el momento cumbre de la vida social del M3 en 2017 fue la presencia en Auto Bello, esa reunión de coches de lujo en la que tan importante es ser como ser visto, en la que comparece lo mejor de lo mejor. Tan mejor, que mi M3 y yo aparcamos en lo más profundo de un aparcamiento lateral.

    No era para menos, ya que los vehículos expuestos suponían los sueños imposibles de un aficionado, sea al tipo de vehículo que sea. Para los seguidores de lo último estaban un Aston Martin DB11 y un Lamborghini Huracan; a los amantes de los clásicos les esperaban un Ferrari F40 y un Citroën DS, y los perseguidores de rarezas disfrutaban con un Porsche 911 50º aniversario y un 356 Cabrio. Tardé varios días en dejar de tener los ojos como platos.

    El Land Cruiser HDJ80 debía haber tenido un año tranquilo hasta que las cosas se torcieron. Disfrutábamos juntos por una excursión a través de pinares arenosos en Segovia, un ecosistema igual al de Doñana, solo que en versión casi desconocida para el gran público y en la que es legal rodar con vehículos todoterreno. La formidable tracción en todas las circunstancias, solo con el bloqueo central conectado, permitió que nos divirtiéramos un montón. Las únicas pegas son el tamaño y el peso; el primero es excesivo en los tramos retorcidos entre árboles, el segundo limita la agilidad cuando hay que corregir repentinamente. Y acabamos contra un duro pino segoviano, que dañó el frontal izquierdo.

    También a la Ghost le esperaba un año sin sobresaltos, e inesperadamente fue la sequía la que definió lo sucedido. El suelo estuvo, casi todo 2017, seco y duro, con un agarre escaso y en ocasiones peligroso. Una ruta por el este de Madrid, realizada en Mayo, convirtió lo que debía haber sido un paseo agradable entre olivares en un continuo susto: no había agarre ni en las subidas ni en las bajadas, y los senderos de ladera eran una invitación a despeñarse.

    Según avanzaba el año y con él la sequía, las condiciones empeoraban: desde el verano el campo se llenó de abrojos, esas plantas llenas de púas que tan mal se llevan con los neumáticos de las bicis de montaña, salvo que lleves “tubeless”. Solo que muchas semanas continuadas de temperaturas altas anularon el efecto del líquido que va dentro de los neumáticos sin cámara, y por primera vez en cientos de kilómetros, ¡pinché llevando “tubeless”! Los abrojos fueron tan crueles que ninguno de mis trucos (pasar los dedos por el interior del neumático buscando pinchos, poner una cámara, …) evitaron el mal rato de volver a casa empujando. Solo me consolé cuando entré en mi tienda habitual para que repararan el desaguisado: el taller estaba llenos de bicis con neumáticos “tubeless” pinchados. Me quité el mal sabor de boca corriendo, un año más, la Ruta Imperial, por El Escorial y sus alrededores.

    En resumen, otro año más disfrutando de la agilidad de las bicis de montaña y de los coches deportivos, de la conducción un poco más al límite por el campo, de las carreteras y caminos de España, … y preparando más diversión sobre ruedas para 2018.


  • Todos somos «premium»

    El sector de la automoción está atravesando la mayor transformación desde que existe, y ese cambio se realiza en diversos planos: se pone en duda el método de distribución, venta y mantenimiento de los vehículos; se propone el uso de varios métodos de propulsión; se cuestiona la mera propiedad de los vehículos. Otra modificación más, relacionada con la evolución de la sociedad compradora, es la deriva de muchas marcas, sean asentadas o recién llegadas o creadas a propósito, por incluirse en el denominado segmento premium, algo así como la burguesía del sector. Las marcas premium (actualmente BMW o Mercedes, por citar dos ejemplos) están por encima de las generalistas (Ford, Toyota o Renault) y por debajo de las de lujo (Ferrari, Aston Martin o Rolls Royce).

    BMW Serie 3

    El motivo económico para esforzarse en acceder a este club es el mayor margen por unidad vendida, y el mayor número de extras y opciones por vehículo, con más beneficio que el coche en sí; ambos factores de especial importancia si consideramos que el segmento generalista está cada vez más saturado y utiliza el descuento como uno de los argumentos básicos de venta.

    El otro motivo, de orden estratégico, es la llegada por debajo de nuevos actores. La base de la pirámide del mercado, las marcas generalistas, vio con miedo cómo la llegada de los coreanos ponía en peligro su situación, con la posible invasión de coches sencillos y baratos. La mejor manera de evitar el riesgo, era trepar por la pirámide, y ofrecer mayor calidad y estatus, aunque subiera el precio.

    A su vez, estos coreanos temían la llegada de los fabricantes chinos, con precios (y calidad) aun menores.

    En medio de esta pelea por la supervivencia de enormes grupos industriales, no podemos caer en la simplificación de pensar que ser una marca premium consiste en poco más que proclamarlo en una reunión de concesionarios y en repetirlo en las notas de prensa, tras añadir cuero, madera y cromados a los modelos ya comercializados como generalistas. Ser premium, en automoción o en cualquier otro sector, es mucho más exigente, y se basa en:

    • El producto tiene una calidad, real y percibida, superior a la de los productos generalistas. Esta calidad se refiere a los materiales y sus ajustes, y se consigue mediante mejores métodos de producción.
    • El producto ofrece mejores prestaciones. Si es un automóvil, hablamos fundamentalmente de potencia y confort.
    • La imagen de marca es fuerte, y resulta visible en el producto.
    • El precio es superior.
    • El servicio del fabricante es igualmente de calidad superior a la media. No olvidemos que el cliente premium de automóviles también lo es de restaurantes, relojes, trajes y hoteles, y exige en su concesionario el mismo trato premium que en la tienda de Prada.

    Ya que actualmente varias marcas pugnan por entrar en este mercado, no estará de más repasar cómo lo ha conseguido Audi, que en unos años ha borrado su mote de “Mercedes de los pobres” y se ha situado como rival de estos competidores.

    Audi partía con dos ventajas. Por un lado, sus productos llevan la prestigiosa etiqueta “Made in Germany”, un punto a favor a la hora de mejorar la imagen de marca. Y por otro, disfruta de una larga historia, ya que proviene de Auto Union; esto, a su vez, le elimina la imagen negativa de arribista (mal visto entre las élites) y le añade la leyenda de la competición desde los años ’30.

    Al principio basó su diferenciación en cuestiones técnicas, como la inyección directa Diésel (TDI), que impactaba claramente en los segmentos D y E con motores diésel, básicos en las ventas en Europa, y en la tracción Quattro de algunas versiones. En este punto los chicos de marketing bordaron su trabajo de crear imagen, porque el motivo técnico de esta tracción integral era muy otro: con motores longitudinales por delante del eje delantero, es muy difícil conseguir tracción por encima de ciertos niveles de potencia, ya que hablamos de un coche tan peculiar como un Porsche 911 puesto del revés. Para reducir el problema, los ingenieros de Audi añadieron la tracción delantera, y los de marketing lo elevaron a la categoría de mito técnico y atributo de marca.

    Con el tiempo, han cimentado la imagen en la aerodinámica (no olvidemos el icónico Audi 100 de 1982), unos interiores impecables en ergonomía y materiales, y la parrilla inspirada en los Auto Union que lucen desde 2004. Y esa evolución de la imagen ha tenido una linealidad en su cambio, una homogeneidad que ha permitido entrever continuidad en la mejora. Lo contrario de las marcas generalistas, que cambian de imagen corporativa cada pocos años, y desmoronan su propia historia: un Ford, Renault o Toyota de hace diez años no tienen rasgos comunes con los actuales.

    En esa pretendida entrada en el mundo premium ha habido numerosos intentos fallidos, y en la actualidad hay varios que no terminan de cuajar. Un vistazo detenido indica claramente las causas. Ford pretendió mejorar su imagen colocando en el frontal de cada modelo el morro corporativo de Aston Martin: nadie se convierte en premium por copiarle un rasgo a quien lo es, por el mismo motivo por el que no se juega mejor al fútbol por llevar la camiseta de Ronaldo. El siguiente intento de Ford se basa en crear versiones mejoradas de sus modelos y darle el nombre de Vignale, en recuerdo de Carrozzeria Vignale, el pequeño carrocero de Turín que solo existió como tal de 1948 a 1969. Tuvo una vida breve y atormentada porque en ese año lo compró De Tomaso, que fue absorbida por Ford en 1973, que a su vez hibernó a Vignale durante décadas, y que ahora la resucita para darle empaque a algunos modelos. Solo que entienden por dar empaque llenar de cuero, madera y cromados modelos ya existentes bajo la marca Ford. Y eso no es suficiente para llegar a premium.

    Algo muy parecido pretende Citroën con su nueva marca DS: bajo el recuerdo de uno de los coches más elegantes de la historia, quiere trepar por esta escalera del prestigio automovilístico añadiendo cromados y techos de otro color, y sobrecargando de formas modelos que ya nacieron como Citroën. Quizá la clave del error sea esa: añadiendo. No olvidemos que el lujo europeo es discreto (y el de los países emergentes, ostentoso) y no se llega a él añadiendo si no, a veces, simplificando.

    Un ejemplo más de esta generación de arribistas es Infiniti, la marca premium del grupo Renault – Nissan. Aun no sabe qué quiere ser de mayor, con esa mezcla de berlinas, SUVs y coupés que utilizan tecnologías de Renault, Nissan y Mercedes, y una imagen más pretenciosa que elegante.

    El único caso, junto con Audi, de llegada exitosa a esta élite del automóvil es Lexus. Nació hace más de 25 años y solo ahora comienza a tener una imagen asentada y firme, que arrancó con la tercera generación de IS, la de 2012, con el frontal en forma de doble punta de flecha (parrilla en huso, en el original en inglés), más definido desde el LC500 de 2017. Aun muestran los Lexus formas postizas, no totalmente integradas, como esos discutibles poliedros en los laterales traseros de RX y NX pero, ¿es imagen de marca o excentricidad? y, por otro lado, cuando BMW lanzó el primer vehículo con doble riñón en el morro, ¿se consideró imagen de marca o excentricidad?

    Si en lugar de centrarnos en las características del vehículo que es premium o que pretende serlo, pensamos en lo que el cliente espera de la marca, la perspectiva es diferente. Al ser ya cliente de marcas premium de otros sectores, trae un prejuicio que no se puede decepcionar. Espera encontrar el mismo entorno arquitectónico y decorativo, el mismo trato, sentirse importante. No es solo el diseño del local de venta, es la actitud de todos los empleados. En este caso la aproximación de Lexus es especialmente acertada: en lugar de autodefinirse como un fabricante de vehículos premium (que le llevaría a compararse con quienes llevan décadas en ese olimpo, y no ser más que un aspirante a rival de los tres alemanes), lo hace como fabricante de productos de lujo. Luego sus colegas, rivales y referentes son Rolex, Carolina Herrera y los hoteles de cinco estrellas. Dado que hoy en día muchos clientes de BMW llevan una gorra puesta hacia atrás, quizá sea ésta la mejor estrategia.


  • La primera travesía del Sáhara en automóvil

    He disfrutado en los últimos días de la lectura de “La primera travesía del Sáhara en automóvil”, en edición de Octubre de 1988, que reproduce fielmente la edición original en español de los años 20. Sí, esa época en que se traducían los nombres propios, por lo que figuran como autores José María Haardt y Luis Audouin-Dubreuil. De haber sido una edición original en francés, y a la vista de las alturas por las que andan las cotizaciones, estaría dudando entre conservarla entre algodones o mejorar mi situación financiera con su venta.

    Además he merodeado por “You Tube” repasando vídeos con las primitivas filmaciones realizadas por los protagonistas de la aventura.

    No hay que confundirla con otras dos parecidas y posteriores, bastante más conocidas: el Crucero Negro cruzó Africa desde Europa hasta Suráfrica entre Octubre de 1924 y Junio de 1925. Y el Crucero Verde que llegó hasta Beijing por el Turkestán y el Desierto de Gobi, salió en Abril de 1931 y llegó en Febrero de 1932.

    Esta travesía es la primera por que tuvo lugar antes: arrancó de Touggourt (Argelia) el 17 de Diciembre de 1922, a donde regresó el 6 de Marzo de 1923. En su recorrido bajó por In Salah hasta Tombouctou, recorriendo permanentemente lo que entonces eran colonias francesas.

    Leído casi un siglo después, llaman la atención muchos aspectos de este viaje. Uno de ellos es la simplicidad logística de la expedición: no hay camiones de apoyo, ni helicópteros de seguimiento, ni radio para comunicarse, menos aun teléfonos vía satélite o sistemas GPS. Claro, nada de eso existía en 1922. Simplemente las pequeñas orugas de Citroën, cargadas de comida, agua, herramientas y repuestos. El único apoyo con que contaron era la naciente estructura colonial francesa, que les permitía alojarse en los puestos militares en los que se reabastecían, y utilizar los fiables guías locales.

    A pesar de lo que parecen indicar las fotos, los pequeños Citroën con orugas eran ágiles y no tan lentos como imaginamos, resultaban maniobrables por ser cortos y sus ángulos eran excelentes.

    Otro elemento impactante del relato es el ambiente en que se desarrolla y el tono en el que se redacta el libro. Los hechos suceden en los felices años veinte, una vez cerradas las heridas de la I Guerra Mundial y cuando aun no se presentía la segunda. El colonialismo francés en Africa se estaba asentando, no olvidemos que aun duraría cuatro décadas más y abarcaría de Argelia a Senegal pasando por Mauritania. Esto se refleja en el paternalismo que emana el libro, la permanente sensación de que el ser humano es superior y los habitantes locales unos afortunados porque los franceses han decidido dedicar su tiempo y su esfuerzo a llevarles por el camino del bien. El mismo tono que se respiraría unos años más tarde cuando Holywood decidió ambientar sus películas en Africa.

    El poso amargo que deja el libro es que ahora, cuando sí tenemos GPS y equipos de comunicaciones, no podemos hacer estos viajes. Es curioso que estos días son otros franceses los que recorren ese mismo desierto: los paracaidistas de la Operación Serval, lanzada desde Malí para liberar los territorios de la invasión de los extremistas islámicos.


  • El parque móvil en 2016

    La estrella del parque móvil en 2016 ha sido el Toyota Prius de cuarta generación que llegó justo antes del verano para sustituir a un Auris Touring Sport, también híbrido. Quizá para los ajenos a los híbridos y a la marca, este Prius no sea más que otro Prius y un híbrido más; para los iniciados y los tecnófilos representa dos avances cuantitativos y cualitativos.

    Toyota ha sido desde su fundación, hace casi 80 años, una marca que ha triunfado gracias a su conservadurismo, camuflado por maniobras aparentemente atrevidas aunque muy racionales: la invención de los todocaminos con el RAV4, la creación de Lexus o la de los híbridos, la gama deportiva, …

    El actual presidente, Akio Toyoda, está dándole emoción tanto a Lexus como a Toyota, y los últimos productos lo demuestran. Para mejorar el dinamismo en la conducción (y reducir los costes de producción y también lograr flexibilidad de gamas) se estrena con el Prius de 4ª generación la fabricación por módulos TNGA (Toyota New Global Architecture). En principio, la tecnología híbrida de 4ª generación es, en su arquitectura, igual que las tres anteriores; sin embargo, de acuerdo con la tradición de la marca, no ha quedado un tornillo de la generación anterior. ¿Cuál es el resultado de todo esto en la vida diaria, tras unos doce mil kilómetros compartiendo viajes y atascos?

    Empecemos por lo bueno. Las ventajas de TNGA son palpables desde el inicio. Por fin un Toyota que no es un GT86 tiene buen tacto de dirección y, aun con mucha asistencia y de origen eléctrico, el Prius se nota asentado en las curvas rápidas y no subvira salvo a ritmo impropio de este coche y lejos de lo que permite el Código de la Circulación. En rotondas la mejora es espectacular: se puede entrar mucho más deprisa que en un Prius de 3ª generación o un Auris híbrido de 2ª, la velocidad de paso por curva es más alta y se abre gas mucho antes sin que te saque.

    Respecto al paso de tecnología híbrida de 3ª generación a 4ª, parece mentira que el sistema sea el mismo, porque la mejora te hace pensar que hablamos de algo fundamentalmente distinto. El punto clave es el aumento de potencia a medio régimen, que permite una mejor aceleración en la vida real (no necesariamente en las pruebas de aceleración desde parado ni en la aceleración desde velocidad media), lo que a su vez supone reducir la cantidad e intensidad de situaciones en que se generaba el efecto de resbalamiento de convertidor. Esa mejora de respuesta a medio régimen y la inmediatez de reacción del acelerador, sin necesidad de recurrir al modo “Power”, hacen que el Prius parezca mucho menos híbrido que sus antecesores.

    También el capítulo de consumos está lleno de alegrías. He hecho 64.000 km en Auris de 2ª generación con tecnología híbrida de 3ª anotando los consumos en función del tipo de vía y la velocidad. En el uso interurbano del día a día, el consumo está en el entorno de 5,4 l/100 km, y en autovía a velocidades algo por encima de lo legal, alrededor de 6,0. Los mismos recorridos a las mismas velocidades, con un Prius de 4ª generación, suponen 4,39 l/100 km y 5,30, respectivamente. Es decir, una rebaja del 18% en un caso y del 12 % en el otro. ¡Formidable! Para ponerlo en perspectiva, mi último Toyota moderno antes de hibridizarme fue un RAV4 2.0D de 2012, y en las mismas circunstancias los consumos eran 6,6 (-33%) y 6,8 l/100 km. (-22%)

    Los sistemas de seguridad que monta el Prius y que forman el embrión del vehículo autónomo son, en líneas generales, estupendos, aunque requieren matices. Por seguridad es mejor regular el PCS (“Pre Collision System”) con la máxima sensibilidad (que salte pronto, para evitar sustos) y sin embargo el ACC (“Active Cruise Control”) funciona mejor en carretera en la 2ª posición de las tres; el motivo es que esta tercera posición implica dejar demasiada distancia entre nuestro coche y el coche liebre, de modo que con asiduidad se cuelan otros coches en el hueco y eso hace que el sistema se active: corta la potencia, llega a frenar hasta que se abre la distancia necesaria, y solo entonces acelera de nuevo.

    Por su lado, el LDA (“Lane Departure Alert”) salta permanentemente en carreteras estrechas al ser casi inevitable pisar las líneas, por lo que el usuario suele desconectarlo. Y como el recordatorio de desconexión no es más que un testigo apagado en medio de un cuadro enorme lleno de luces, se suele olvidar de que está apagado. Además, cada vez que se apaga o la velocidad del vehículo baja de 50 km/h (algo muy frecuente en tráfico urbano) se superpone en la pantalla de TFT (“Thin Film Transistor”) un aviso que oculta a todos los demás, lo que resulta incómodo.

    El BSM (Detector de ángulo muerto) es todo un descubrimiento para quienes frecuentamos vías de tres y cuatro carriles generalmente atascadas, porque avisa sin error alguno si hay un vehículo oculto u ocultándose en el ángulo muerto. Hasta tal punto es útil el sistema, que ahora me siento indefenso cuando conduzco vehículos que no lo incorporan.

    Para terminar el capítulo, un detalle sorprendente: mi coche equipa neumáticos Toyo Nanoenergy R41 en medida 215/45 R17 87W, con un curioso reborde de caucho en el perfil. En uso urbano (aparcando con frecuencia entre bordillos de cemento o granito) y con neumáticos de perfil bajo, es habitual dañar las llantas de aleación, lo que afea y envejece al coche. Estos rebordes de los Toyo actúan como protectores de las llantas, que a estas alturas siguen impecables. Ojalá lo tuviera en el M3.

    Como se comprueba, la mayoría de los puntos positivos del coche han supuesto un gran esfuerzo en ingeniería y producción, tanto en horas hombre como en inversiones. Por eso sorprende (y decepciona) que los puntos de mejora que voy a citar a continuación no solo se refieran a cuestiones menores, si no que sean aspectos resueltos con brillantez en otros modelos de la marca.

    Empezamos por la visibilidad trasera. De acuerdo que el perfil Kamm y el portón trasero con dos lunetas son características de diseño de un Prius. Esta forma tan peculiar hace que la mitad de la visión del conductor a través del retrovisor interior tenga lugar a través de la luneta superior, muy inclinada y que sí tiene limpiaparabrisas, y la otra mitad por la luneta inferior, vertical y sin parabrisas.  Medidas en vertical, cada luneta tiene unos 12 cm de altura.

    Si pasamos de la teoría a la práctica, vemos que los reposacabezas traseros, en la posición más oculta, tapan la mitad de la luneta inferior, es decir, el 25% del campo de visión. Una silla para niños Römer para Toyota (accesorio original) cubre toda la luneta inferior y parte de la superior, y dos sillas dejan libre más o menos el 25% del campo de visión. Cuando llueve, esta luneta inferior recibe las salpicaduras de las ruedas traseras, por lo que pierde la transparencia en poco tiempo.

    El portón trasero es realmente grande, lo que facilita la carga del maletero. A cambio, una vez abierto alcanza una gran altura, por lo que puede golpear con el techo de muchos garajes: el portón de un Auris Touring Sports llega a 193 cm de altura, y el de un Prius a 215 cm.

    Una vez abierto el portón y cargado el maletero, hay que cerrarlo; este es un movimiento cuya dificultad para el cliente depende del espacio disponible y de su altura y fuerza. Un Auris Touring Sport tiene dos huecos en el portón para meter la mano y bajarlo, situados a 184 cm. del suelo; el Prius de 4ª generación tiene solo uno (el de 3ª tenía dos), a la derecha (¿y los zurdos?) ubicado a 193 cm.

    Con el portón trasero abierto nos encontramos las dos mayores decepciones del Prius, especialmente para quien hemos sido usuarios de Avensis y Auris TS. Empezamos por la rejilla: el Avensis y especialmente el Auris Touring Sport tienen una rejilla autoenrrollable de aspecto sólido, cómoda de uso y, en el caso del Auris, con posición de carga de maletero. Que además tiene la posibilidad de ser almacenada en el fondo del maletero, y encima añade una rejilla de separación de carga, que se puede plegar, o extender y anclar al techo, y hasta utilizarse cuando se han plegado los asientos al fijarse en el respaldo de los asientos traseros. Toda una demostración de ingenio y practicidad.

    Por su todo esto fuera poco, el Auris TS tiene fondo de maletero de madera forrada que da paso a un hueco enorme, en el que guardar un paraguas, las cadenas para la nieve, las bolsas del supermercado, las cinchas para atar la bici cuando se lleva en el maletero y mil pequeños objetos más. Y lo que no quepa ahí encuentra alojamiento en dos huecos laterales con tapa independiente. Todo esto significa que el cuerpo principal del maletero va siempre despejado, lo que reduce el ruido en curvas.

    Sin embargo, el novísimo Prius de 4ª generación tiene una rejilla fofa de posición única y difícil de fijar, no tiene rejilla de separación de carga, y ni un solo hueco bajo el maletero, que se tapa con una simple moqueta.

    Una buena manera de conocer un coche es lavarlo a mano, y en ese sentido las formas peculiares del Prius proporcionan sorpresas. Los limpiaparabrisas delanteros se ocultan en un hueco entre el capó y la base del parabrisas, con dos objetivos: reducir ruidos aerodinámicos y mejorar la estética, algo similar a lo que buscaba Seat en el Altea al esconderlos en el montante A. En el Prius la suciedad se acumula en ese hueco, y los rodillos de un túnel de lavado no llegan al fondo del hueco; solo desplegando los limpias y con algo de paciencia con la esponja se queda limpio en un lavado manual

    La parte posterior del coche merece otros dos comentarios. Como la base del portón está retranqueada respecto a los pilotos, se crea otra zona de acumulación de suciedad que solo se puede limpiar abriendo el portón, para limpiar por partes cada una de ellas. Y por último, el limpia de la luneta superior trasera ¡no es retráctil!, solo se puede levantar unos 10 cm y no se queda fijo por lo que limpiar esta luneta (no lo olvidemos, nos jugamos casi toda la visibilidad trasera con ella) es incómodo.

    Lo más destacado del año con el M3 fue un viaje de fin de semana por La Rioja, toda una prueba de versatilidad: ¿de verdad es, a la vez, una cómoda berlina para viajar como cualquier otro Serie 3, un Cabrio para pasear y un deportivo que merece llevar la letra M? Lo de cabrio se quedó en duda por la lluvia, el resto se aclaró favorablemente.

    A la hora de viajar por autovía a velocidades levemente ilegales, es delicioso. Las únicas críticas se refieren al ruido generado por la capota y al de rodadura de los enormes neumáticos traseros, a partir de 140 km/h de marcador. El consumo es bajo para ser una gasolina de más de tres litros, y bajo el agua en carreteras secundarias transmite confianza y seguridad, sin asomo de subviraje al entrar, y solo pierde tracción en horquillas de segunda en pendiente.

    Como todos los coupés, las puertas son más largas, lo que mejora la estética y facilita el acceso; a cambio, es más fácil golpearlas cuando se aparca en batería o en los aparcamientos subterráneos. El maletero es más que suficiente para fines de semana y admite equipajes de más de dos personas para más de dos días.

    El final del año vio el único incidente con el M3 Cabrio desde su compra, hace ahora dos años: una maniobra de aparcamiento rozó la punta derecha del paragolpes delantero, y se rompió el soporte inferior del paso de rueda. El uso en autovía lo presionó hacia atrás hasta que rozó con la rueda y terminó desapareciendo una parte de la pieza. Hasta que conseguí el recambio, no quedó otra que un remedio con cinta americana al estilo McGyver.

    Y como todo M3 E46 que se precie, hay que reponer medio litro del exquisito aceite Castrol Edge Titanium FST 10W-60 cada mil kilómetros. O arriesgarse a romper el motor.

    Gran parte de las andanzas de la Ghost en 2016 quedaron reflejadas en las entradas de este blog referidas a la Carrera Africana de La Legión en Melilla. Después de esos meses tan intensos (1.383 km de entrenamiento en la Ghost y 401 más en la bici estática), el resto del año fue más suave. Eso sí, gracias al cambio a neumáticos sin cámara, la caja de los parches no ha vuelto a salir de la mochila. ¡Bien!

    Justo antes de la Ruta Imperial, a finales de Octubre, le tocó cadena nueva por kilometraje, y ya está lista para muchos kilómetros más.

    El veterano Land Cruiser HDJ80 cumplió en 2016 los 25 años, y sigue estupendamente bien en lo principal, salvo ciertos achaques lógicos. La batería izquierda, con un borne sulfatado hace tiempo, terminó falleciendo y llevándose por delante a su compañera del lado derecho. Por fortuna, largas sesiones de cargador permitieron que ésta se recuperara, de modo que la avería se resolvió con una enorme batería nueva de 70 Ah, un borne también nuevo y una buena sesión de limpieza.


  • Peregrinaciones (laicas) por Alemania

    Mejor dicho, por Baviera, que no se corresponde por completo con el estereotipo que de Alemania tiene el resto de Europa. Los que simplifican dicen que los bávaros son los andaluces de Alemania, pero esa frase elimina matices que tienen mucho peso, de modo que mejor entremos en detalles.

    Sí, los bávaros son industriosos, trabajadores, organizados, … lo que se espera de un alemán, solo que además quieren disfrutar del nivel de vida al que esa actitud les conduce. Ese es el motivo por el que hay tantos restaurantes en las calles, y tiendas de ropa y coches caros. Muchos coches y bastante caros.

    De acuerdo que también hay coches normalitos y con unos cuantos años encima, solo que con una frecuencia mayor que la habitual en España te topas con esos vehículos que nos hacen girar a los aficionados la cabeza hasta que crujen las cervicales. Quizá no sea más que una versión muy equipada u potenciada de un coche generalista, pero demuestra que el propietario tiene dinero y le gustan los coches. O a lo mejor es un 911 de una buena añada, o un discreto M3.

    Cierto que el paisaje es distinto en Maximilianstrasse y sus alrededores, la zona de tiendas de marcas caras en Munich. La calle en cuestión es céntrica y ancha, y están todas las marcas de lujo habituales y alguna más, ubicadas en tiendas de superficie generosa (mejor no pensar en el precio de los locales) y con decoración discreta. Hasta ahí todo medio normal, las novedades comienzan al mirar a los clientes que llegan y los coches en que lo hacen: los primeros son, en abrumadora mayoría, árabes de los dos sexos, vestidos ellos como si pasearan por Rodeo Drive y ellas como si lo hicieran por Kabul. Suponen la mayoría de los clientes de la zona, algo que se comprueba con sorpresa al echar un vistazo apresurado al interior de las tiendas cuando el de seguridad les abre la puerta. Los coches que dejan fuera son tan envidiables como las cuentas corrientes que nutren sus compras, y llama la atención que las árabes ricas vestidas de afganas tratadas con machismo por árabes ricos vestidos de occidentales den de comer a los empleados europeos y a sus marcas de lujo.

    La siguiente etapa de mi peregrinación es la zona de la ciudad donde nació BMW, la fábrica bávara de motores. En las cercanías de la fábrica y de la oficina central se abrió en 1973 un museo que ha sido recientemente reformado, y al lado se abrió en 2007 (y se renovó en 2012) BMW Welt, un ostentoso edificio para acoger la actualidad del grupo en sus ramas: BMW motos y coches, Mini, Rolls Royce y ahora la rama i, los automóviles eléctricos. Por supuesto, confitado con tiendas, visitas organizadas incluso a la fábrica, tres restaurantes y un café y referencias permanentes a la imagen de marca, el futuro, la responsabilidad social y la sostenibilidad. Faltaría menos.

    Tanto la arquitectura como el contenido muestran el poderío alemán y el orgullo de marca, pero matizado por el complejo de culpa medioambiental que ahora atenaza a la industria del automóvil.

    En el BMW Museum se nota el equilibrio para agradar en su visita tanto al público en general como a los fanáticos. Como miembro del segundo grupo, subespecie raritos, me detengo ante joyas que me llaman la atención: una GS (bóxer, claro) del Dakar africano con el logotipo de Paris Match en el dorsal como patrocinador, el elegantísimo 507, el 2000 que marcó el inicio de lo que hoy llamamos agonizante segmento D, la BMW R50/2 de la Polizei, … Por supuesto hago una parada especial, llena de suspiros, en la zona M, donde me encuentro con mi propio coche. Qué sensación la de ver un coche como el propio expuesto en un museo, en el museo de la marca que lo fabricó. En este lado M del museo, rodeado entre otros por un M3 E30 y un auténtico M1, posa orgulloso un M3 E46 CSL, aquella serie limitada tan difícil de vender en su día y tan cotizada ahora. Y en la zona de competición descansan de sus éxitos un precioso y humilde 2000 TI del ’66, un 3.0 CSL del ’75, otro M3 E30, y el M3 E46 GTR de las 24 Horas de Nürburgring de 2004, vitaminado hasta el extremo, con un alerón trasero mayor que muchas barras de bar, unas vías ensanchadas con anabolizantes, y un motor que daba 500 CV durante 24 horas. Echo de menos el mío, sin alerones, con solo 341 CV, en discreto azul oscuro, aparcado ahora en el garaje de casa, a varios miles de kilómetros de donde suspiro entre estas joyas.

    Cruzo la Lerchenauer Strasse por el puente peatonal y me planto frente a BMW Welt. Antes de entrar, caigo en la tentación de sentarme y probarme las motos expuestas en la entrada. La S1000 XR se me hace excesiva, la bóxer de carretera sin carenado se me hace poco, y caigo rendido, una vez más, ante una formidable GS 1200 R con su colección de maletas metálicas, la moto ideal para dar la vuelta al mundo o, en su defecto, disfrutar de las carreteras retorcidas más cercanas a la casa de cada uno.

    Una vez en el interior del Welt, lo primero que aparece son dos de las novedades en una marca que precisamente en 2016 celebra su centenario: Mini y los coches eléctricos. La exposición de Mini exalta el carácter británico, tradicional y chic del concepto, algo a destacar ahora que los Minis son alemanes, modernos y cada vez menos minis; eso sí, el despliegue es envolvente, retrae a los años ’60 y te hace olvidar que estamos en Alemania.

    La parte i, la rama eléctrica de BMW muestra un orgullo humilde y un toque moderno sin pasarse; a todo el mundo le gustan los coches novedosos pero espera que otros se los compren antes, el porcentaje de “early adopters” no es tan alto. En BMW saben, ahora que se han puestos a vender eléctricos, cómo lo han pasado Toyota y Lexus para vender híbridos, y lo que le falta a Tesla para afianzar su negocio de vehículos eléctricos.

    Me detengo, claro, en la zona M, donde un grabado deja claro que mi M3 E46 cabrio se produjo de 2001 a 2006, y me monto en el M2, para muchos críticos el sucesor espiritual de los M3 “auténticos”, las series E30, E36 y E46, antes de que llegaran las dos siguientes generaciones, más grandes, potentes, y con menos placer de conducir, el antiguo lema de la marca. Y sí, en el M2 me siento como en mi coche: acogido, envuelto, implicado en la conducción incluso estando parado, notando que hay comunicación con el coche.

    Sigo dando vueltas por los varios miles de metros cuadrados de este “Mundo BMW” y en la segunda planta me topo de nuevo con las motos. Vuelvo a probármelas, todas pero todas, y se reavivan antiguos sentimientos. La RR me parece tan excesiva en planteamiento y postura como las Rs japonesas de los ’90, y la R1600 GT me parece una alternativa a una autocaravana, tal es la sensación de enormidad que me transmite. Las percepciones cambian cuando voy hacia una moto aparentemente olvidada que me sorprende: la razonable GS800 bicilíndrica, con la estética de la hermana mayor bóxer solo que con tamaño y peso contenidos. De repente, me surgen malos pensamientos y peores planes, y antes de liarla me alejo de la zona de motos.

    Lo último que veo en el BMW Welt me deja pensativo: al final de la planta baja, en una zona un tanto aislada, con una puesta en escena enormemente más discreta que el resto de la instalación, está la gama X. Sí, la que ha disparado ventas, facturación y beneficios en los últimos años, la que se convirtió en objeto de deseo en esos años en que nos creíamos que éramos ricos y que esto no se iba a acabar nunca. Pues allí, en fila y medio escondidos, posan un X5, un X3 y un X1. El X6 ni está ni se le espera. Afortunadamente. Salgo del BMW Welt pensando que la asignación de espacios la ha hecho un purista, o al menos un aficionado con algo de sentido de culpabilidad.


  • ¿Fanáticos o contables?

    Para ser directivo de una empresa de automóviles, ¿es más importante saber mucho de coches o mucho de dirección de empresas? A lo largo de la historia ya centenaria del sector hay ejemplos en ambos sentidos, y en mi caso he disfrutado y padecido experiencias interesantes al respecto.
    El primer nombre público que se viene a la mente al plantear este tema es el de Elon Musk, presidente y fundador de Tesla, del que a estas alturas nadie (ni los expertos ni las bolsas de valores) se atreve a etiquetar ni como el visionario que cambió el mundo ni como el mayor batacazo en mucho tiempo. Otros que aparecen en el listado son Sergio Marchionne, CEO de FCA, y Torsten Müller-Ötvös, supremo de Rolls Royce que en ocasiones parece más un modelo maduro que un directivo.


    La característica común a todos, sean fanáticos o contables, es un ego enorme, con sus ventajas y sus inconvenientes. Entre las primeras, la capacidad de liderar, arrastrar y convencer, de poner en marcha una empresa y a su plantilla, independientemente de su tamaño. Entre las segundas, una escasa permeabilidad a las ideas ajenas, ser refractario a las críticas sobre las propias, y un cansino culto al ego, ya que no solo están convencidos de que saben mucho del asunto profesional (sean coches o dirección de empresas), es que también dan clases sobre motos, relojes, corbatas, mujeres, gastronomía o equipos de sonido. E incluso de todo ello a la vez.
    Sin citar nombres propios, puedo decir que he convivido con dos que implantaron en la empresa un régimen de república presidencialista (“o conmigo o contra mí”), y con otro que se creía un gurú del sector, con sus corbatas setenteras (debo decir que sucedió ya en los noventa), el aspecto de estar siempre muy ocupado tomando decisiones importantes y muy estirado, para compensar que era bajito. Me topé con uno alto, guapo, elegante y sinvergüenza, y otro igualmente elegante, que no se bajaba del pedestal, buen gestor de negocio pero que en lo referido a Recursos Humanos solo conocía la gestión del miedo. No todos han sido así, tuve un presidente brillante como fanático, decente como contable, solo que no sabía calibrar su excesiva capacidad para generar ideas. Su sucesor no sabía de coches ni de educación, pero era tan bueno en los negocios que ahora es miembro del consejo de administración de un gran fabricante.
    Como aficionado siento debilidad por los fanáticos más que por los contables, pero la historia del sector muestra sus peligros. Lamborghini nunca levantó cabeza mientras estuvo dirigida por fanáticos, y solo se ha estabilizado desde que depende de los contables de Ingolstadt: gama razonable, producto con fiabilidad, red de concesionarios capilarizada y con beneficios, postventa existente, … Y Ducati dio bandazos hasta que pusieron orden primero Investindustrial y luego Audi, aunque a cambio de parte de la magia.
    Las marcas españolas de motos son otro buen ejemplo. Las mantuvo vivas el proteccionismo, y vivían tan bien que se les olvidó organizar el negocio para cuando cayeran las barreras. Por eso, sin guardaespaldas económico, duraron poco.
    En ocasiones, el cambio de rumbo de una marca lo determina el que su presidente o sus accionistas pasen de ser fanáticos a ser contables, o viceversa. Mazda pasó de ser una marca original y con personalidad a simplemente sosa en la época en que perteneció a Ford Motor Co.; su nueva libertad financiera y accionarial le ha sentado más que bien. También Volvo se adocenó cuando era parte del PAG (Premier Automotive Group) de Ford Motor Co. (¡sí, otra vez!) y, en contra de lo esperado, su actual pertenencia a un grupo chino le ha devuelto a su antigua personalidad, eso sí, actualizada, y a tener claro cuál es su hueco en el mercado.
    Porque en una economía globalizada, con exceso de capacidad de producción y zonas del mundo con gustos delicados y estables (Europa), generalistas y estables (EE.UU.) y ostentosos y cambiantes (Golfo Pérsico y economías emergentes), saber qué se quiere vender a quién y si ya hay alguien que lo hace y a qué precio es básico.
    Como decía antes, ese fue el error de las marcas españolas de motos y el acierto de Bianchi, Morri y Tamburini al crear Bimota: las motos japonesas de la época eran fiables, con unos motores excelentes, una parte ciclo mediocre y un diseño sin personalidad. En Bimota tomaron motores japoneses, los rodearon de chasis, frenos y suspensiones europeos de primera, y vistieron el conjunto de elegancia italiana a precio de lujo. Todo fue bien hasta que, unos años después, no se dieron cuenta de que los japoneses ya habían aprendido la lección y hacían bimotas por una fracción del precio de la original. Lotus sigue buscándose, y afortunadamente sin Danny Bahar al frente; parece que Lexus está redefiniendo con éxito su posición en el mapa, y ha dejado atrás su obsesión por seguir a los tres alemanes que solo le conducía a ser eso, una versión japonesa de los tres alemanes. Casi desde su fundación Lexus ha tenido el mérito de ofrecer beneficios, lo que dice mucho de sus directivos contables. Pero le ha faltado la pasión de un fanático para convertirse en una marca con personalidad propia. El paso de Katsuaki Watanabe a Akio Toyoda en la presidencia de Toyota Motor Corporation, el paso en definitiva de un contable a un fanático, ha sido el detonante.
    No puedo dejar de citar otro caso emblemático, el de Aprilia. Alberto Beggio fundó una marca de bicicletas en Noale (Italia, no lejos de Venecia), que evolucionó hacia las motos pequeñas. Cuando la heredó su hijo Ivano, le dio tal empujón que la convirtió en la mayor marca de Europa entre 1997 y 2003, con primicias técnicas, prestigio en el mercado y unos arrolladores éxitos en competición. Llegó a comprar lo que quedaba de Laverda y Guzzi, pero el deslumbramiento del éxito le impidió ver un cambio en el mercado: los jóvenes cada vez montaban menos en moto, por lo que eran menos necesarias las motos para aficionados, sobre todo las deportivas; y un segmento emergente, el de los maxiscooters urbanos, centrados en no-motoristas que huían de los atascos de las ciudades europeas, era el futuro. Cuando Beggio quiso hacer caso a su equipo y a los estudios de mercado ya era tarde, y lo que quedaba de Aprilia se había vendido a precio de derribo al grupo Piaggio.


    Estas reflexiones sobre cómo dirigir las empresas de automoción y sus consecuencias en el producto y la imagen de la marca han surgido al enfrentarme a la lectura de “Making Aston Martin”, un libro escrito por Ulrich Bez con la colaboración de Paolo Tumminelli (sí, ya lo sé, tengo pendiente una entrada en este blog sobre su trilogía de diseño de automóviles). Lo del tamaño del ego de los directivos se refleja en los 24 x 30 cm del libro (Editorial TeNeues, Kempen, Alemania, 2013), en sus 2.750 gramos de peso y en que el Sr. Bez aparece en la portada y en 71 fotos del interior.
    Parece que Aston Martin no existió hasta que llegó él, y que él era el mejor probando coches, tratando a los clientes y estableciendo el plan de negocio a corto, medio y largo plazo. Y que si se hubiera puesto a barrer la fábrica o a cuidar el jardín de la entrada, también sería el mejor. Y que no se interprete esto como una crítica a Ulrich Bez, al que admiro, sino como un reflejo del peligro que estos egos tienen, ya que pueden resucitar y liderar enormes empresas y a miles de empleados y conducirles al éxito, pero eclipsan a sus equipos hasta tal punto que se anula cualquier opinión que no sea “sí, señor”. Claro, que si mi jefe fuera CEO de Fiat, Chrysler, Jeep, Dodge, Alfa Romeo, Ferrari y Maserati, viniera a trabajar todos los días con un jersey negro, y a la pregunta de por qué viste así respondiera “Me levanto todos los días a la cinco de la mañana y no estoy como para perder el tiempo escogiendo ropa”, creo que solo sería capaz de decir “sí, señor”. (La frase y el vestuario no son una broma, corresponden ambos a Sergio Marchionne, CEO de FCA).
    La actuación de la empresa se deteriora si bajo una de estas grandes personalidades hay un equipo de directivos que no da la talla, porque la labor de éstos se limita a mantener el puesto de trabajo, nada más que una anodina lucha por la supervivencia profesional, sin otra aportación que suspiros de alivio por cada trimestre que pasa dentro del edificio corporativo. Porque, no lo olvidemos, sean mediocres o brillantes, fanáticos o contables, todos los empleados buscan una retribución material y otra emocional. Aunque se crean llamados a resolver los problemas del mundo.
    Y como compensación a Ulrich Bez por los comentarios anteriores, ahí va su biografía: fue el líder de I+D en Porsche, responsable del 911 Turbo, del Carrera RS 2.7, del 968 y el 963, fundador y director de BMW Technik y por tanto creador del inigualable BMW Z1, y convirtió a Daewoo gracias a su trabajo entre 1993 y 1998 en una marca global y respetada. Sobre su paso por Aston Martin (Julio de 2000 hasta 2014) vale con decir que de 1913 a 2000 la marca vendió la tercera parte de vehículos que en los trece años en los que Bez estuvo al frente. Eso le perdona el exceso de ego y pesa más que el libro.


  • Vuelve Alfa, ¿otra vez?

    ¿Cuántas veces ha dicho Alfa Romeo que vuelve?, y de esas, ¿cuántas nos las hemos creído? Pues para mí, en este nuevo retorno de Alfa, el de 2016, la pregunta clave no es ninguna de esas dos, ni siquiera la de si esta vez es la buena, si este intento es el que va a funcionar. A mi juicio, la pregunta fundamental es por qué tantas personas tienen tantas ganas de que vuelva Alfa. Yo mismo, por ejemplo.

    Gran parte de los aficionados actuales no han vivido la época buena de Alfa, y solo los más mayores han disfrutado y sufrido, simultáneamente, los coches de sus mejores momentos. Quizá lo que nos atrae es el encanto de las leyendas, o que el sector de mercado de coches atractivos, eficaces y deportivos de tamaño medio lo han monopolizado los alemanes, y anhelamos otro estilo, más atrevido.

    Sea como fuere, soy uno de los que se han unido al deseo de que este retorno salga bien, y aproveché las circunstancias para viajar por el pasado y al presente de la marca.

    No pude ir a la inauguración del “Museo Storico Alfa Romeo” en Arese, así que me conformé con la visita a la exposición que la marca organizó en Madrid bajo el nombre “museo delle emozioni”, así, con minúsculas. Instalada en el Palacio de los Duques de Pastrana, la exhibición mostraba una elegancia sencilla y a la vez emocional, con un orgullo de marca diferente del que plantean los alemanes, aire premium sin dejar de ser italiana.

    Se mostraban algunos de los modelos míticos de la marca, prototipos y unidades de carreras, como el exagerado Alfa 75 que ganó el DTM a base de esteroides en forma de aletines y alerones. Había ejemplos bastante más discretos y mucho más elegantes, diseñados en casa o con la colaboración de carroceros italianos, como Zagato.

    Luego pasé a la acción y tuve el placer de rodar en el Circuito del Jarama con dos versiones del nuevo Giulia, el primer vehículo de esta nueva era de la marca. Ha nacido rodeado de la leyenda, con eso de que el equipo que lo ha creado, liderado por Philippe Krief, es el mismo que se encargó del Ferrari 458, un coche unánimemente alabado por la crítica. Para empezar, me subí en el Giulia Quadrifoglio, la versión dirigida al epicentro del corazón de los rivales alemanes: si hay que quitarle ventas al BMW 320d y al Mercedes Clase C 220d, parece que alguien dijo en Arese, tenemos que crear un rival de sus hermanos mayores, el M3 y el AMG C63 S. Por eso existe el Giulia Quadrifoglio, con un motor V6 de 503 CV, que oficialmente está “inspirado” en Ferrari, y para muchos es el del 488 GTB V8 con dos cilindros menos.

    Desde fuera este “QV” está en el límite de la discreción, con su colección de salidas y entradas de aire. Las formas generales, las mismas del Giulia convencional, son armoniosas y proporcionadas, solo que en este formato se llevan a la frontera entre la elegancia y la exageración; al menos se queda en el lado bueno. Para empezar la prueba me dio una vuelta, a su ritmo, Miguel, el hijo de “Kuru” Villacieros. Llevar ese apellido debe pesar en este mundillo (el primer título de su padre data de 1972, y es el Campeonato de España Renault 8 TS), aunque no hubo tiempo para hablar de ello. Mientras comentamos el buen tacto de dirección en una zona en la que tiene tanta importancia como la secuencia de Farina y Le Mans, encaramos la subida a la rampa Pegaso a un ritmo que me sorprendió: nunca pensé que una berlina de calle fuera capaz de entrar con tal decisión en esa curva. Y a partir de aquí se sucedieron las sorpresas, porque tampoco esperaba que tras coronar Pegaso en tercera a fondo aun subiera a cuarta y llegara deprisa de verdad a las eses de la Hípica o frenara preocupantemente tarde. En la redonda de arriba me maravilló la suavidad en el comportamiento del control de estabilidad, cortando solo lo justo para no cruzar el coche y dejándolo correr y mucho.

    Al llegar mi turno, y consciente de las diferencias en nivel de pilotaje, me di cuenta de la buena posición de conducción, bajita y cómoda, la excelente ergonomía y la calidad de los materiales. Lo más destacado es la integración de la pantalla de TFT con el cuadro, por delante de cualquier competidor alemán o japonés. Ya en marcha, hay que insistir en la sinceridad del tacto de la dirección, la enorme linealidad entre el desplazamiento del acelerador y la entrega de potencia (y es un motor turbo), la confianza del chasis, la estirada del motor. No encaré la rampa Pegaso a la velocidad de “Villa”, como le llaman sus colegas, pero la relación entre la velocidad a la que lo hice y la sensación de confianza que me transmitió el coche fue formidable; tampoco aguanté el gas en la entrada de la Hípica como él, y sin embargo no sentí que me fuera a comer la curva.

    Volví a la realidad conduciendo el diésel, la versión que sí van a vender. En la opción de 170 CV está claro que emociona menos que su primo de 503 CV, pero no está a años luz en eficacia, no es en absoluto un diésel lento y ruidoso, y el chasis permite divertirse en un entorno tan exigente como el Jarama.

    Volviendo a la pregunta del inicio, ¿por qué queremos que Alfa vuelva? Precisamente por lo que sentí rodando con sus coches en el Jarama: por la emoción y por romper con el monopolio alemán. En el aparcamiento del Jarama había dejado mi M3 al lado de otro, igualmente E46 y cabrio, y cuando llegué a él para regresar a casa, coincidí con el propietario. Además del M3 tenía dos Alfas, y el nuevo Giulia le había encantado. Como a mí. “¿Y si lo comparas con el M3?”, le pregunté. “Son tan diferentes que tendría los dos”, me respondió. Y yo.


  • El coche autónomo está a la puerta de nuestros garajes (y no nos hemos dado cuenta)

    En la actualidad concebimos el coche autónomo como algo lejano en el tiempo, ya que los medios de comunicación nos lo han asociado con la espectacularidad del vehículo que se conduce por completo a sí mismo, sin intervención alguna del conductor. Es lógico, a todos nos gustaría tener a KITT en el garaje. Sin embargo, el camino hacia ese vehículo, que llegará al mercado alrededor de 2030, es una larga escalinata que comenzamos a subir sin darnos cuenta hace años. Y estamos más arriba de lo que creemos.

    A día de hoy no nos llama la atención que los limpiaparabrisas se pongan en marcha solos y adecuen su cadencia a la intensidad de la lluvia. O que las luces se enciendan por sí mismas, o cambien de cruce a carretera ellas solitas. Un control de crucero activo, el que adapta la velocidad escogida por el conductor a las características de la vía, es novedoso, no sorprendente. Y en poco tiempo, el sistema que avisa sobre el abandono involuntario de carril ha pasado de simplemente lanzar un pitido a mover levemente el volante, luego a centrar el coche sobre el carril y está a punto de mantenerlo entre las líneas de la carretera hasta ciertas velocidades.

    Muchos vehículos medios actuales (segmentos C y D de fabricantes generalistas) entran en la definición de vehículo autónomo pasivo, el que es capaz de reconocer la situación del entorno, tomar decisiones simples, informar de ello al conductor, que es el último responsable a bordo, y solo interferir con él en caso de seguridad. Este último punto tiene como mejor ejemplo el sistema que controla la posibilidad de impacto por alcance: hay un vehículo detenido o circulando más despacio, nos acercamos a él, y el conductor o no se ha dado cuenta o no reacciona. En un vehículo autónomo pasivo, primero se emiten avisos sonoros y visuales, con una anticipación que puede ser programada por el usuario. Si éste no reacciona, se corta la potencia y se inicia una frenada suave. Si el conductor sigue sin reaccionar y el impacto es inminente, frena con toda la deceleración disponible, activa los pretensores de los cinturones y reubica los reposacabezas. Depende del sistema de detección y su calidad la distancia y la velocidad a la que puede actuar; los más simples evitan por completo la colisión hasta a 40 km/h.

    Este sistema es también es un buen ejemplo por lo que supone de interrelación de cámaras, radares, frenos, motor, cambio, sistema híbrido si lo hay, cinturones de seguridad y otros.

    De hecho, el paso del autónomo pasivo al autónomo limitado se basa en que la interacción de sistemas no se circunscriba a informar al conductor o a actuar solo en una emergencia, sino que actúe en un espectro más amplio de circunstancias. Por ejemplo, los sistemas de abandono involuntario de carril pasarán a mantener el vehículo en el centro del carril salvo a velocidades elevadas en autopista. Y solo se inhibirán si el conductor deja clara su intención de salir del carril para efectuar un adelantamiento o cambiar de vía.

    Estos vehículos autónomos limitados comenzarán a llegar a finales de la década, en un principio solo de la mano de fabricantes premium. Seguirán necesitando un conductor activo, bien por causas legales (¿quién es el responsable en caso de accidente?), por el estado de las infraestructuras (líneas del suelo borrosas o borradas, señalización vertical ilegible, pocos vehículos interconectados) o la inseguridad de los compradores potenciales ante una nueva tecnología. No debemos olvidar que, por edad, los compradores de vehículos premium no son ni tecnófilos ni ávidos seguidores de últimas tendencias.

    Se prevé que unos diez años después de los autónomos activos comiencen a llegar los autónomos completos, los que de verdad no necesitarán conductor. Esta realidad técnica tendrá más consecuencias cuantas más vueltas le demos: los camiones podrán rodar permanentemente porque no habrá camioneros que se cansen, la señalización física (vertical y horizontal) se sustituirá por instrucciones de uso de la vía transmitidas a los vehículos y entre ellos, … Desde el punto de vista del diseño, desaparecerán los principios básicos de la ergonomía: volantes, palancas, botones, visibilidad, … ¿para qué? Y el conductor dudará sobre si poseer un vehículo, alquilarlo por días u horas, o simplemente contratar un servicio de movilidad, además de utilizar los tiempos de desplazamiento para informarse, dormir o charlar. Como ahora en un tren o un avión.

    Con todo, la mayor barrera en el despliegue de estos vehículos es la ética y sus consecuencias legales. Se ha escrito mucho sobre cómo han de actuar los vehículos autónomos en caso de colisión inminente, y sus implicaciones judiciales y de cara a los seguros. Desde que se inventó el carro, los humanos asumen esa responsabilidad según su criterio, y generan o sufren daños; la duda actual, en el fondo, reside en poner negro sobre blanco ese criterio, y luego convertirlo en un algoritmo.

    Y otro aspecto legal a considerar, no tan desagradable, eso sí, es el del respeto a la intimidad y a la libre competencia. Hace años que es técnicamente posible que el vehículo detecte que sus neumáticos necesitan ser sustituidos, que puede informar de ello al Concesionario que lo vendió, que éste puede saber si tiene ese neumático entre sus existencias, y las horas de taller disponibles. Nada más fácil, pues, que enviar un mensaje al cliente ofreciéndole cita para un cambio de neumáticos. Solo que no es legal, ya que se considera una limitación a la competencia entre talleres y a la intimidad del propietario por la manera de obtener la información.

    Otro ejemplo sobre los límites del respeto a la intimidad es que el e-call no estará disponible en la Unión Europea hasta el 31 de Marzo de 2018, tras años de debate. El sistema relaciona sensores del vehículo, especialmente los del airbag, con una tarjeta SIM embarcada de serie y el GPS del navegador. Si el vehículo sufre un accidente que haga saltar los airbags, el objetivo es alertar cuanto antes a los servicios de emergencia para socorrer a las víctimas cuanto antes. Solo que eso supone revelar la ubicación del vehículo. El modo de encontrar el equilibrio entre el respeto a la intimidad y la reducción de la mortalidad en carretera es que el sistema, en primera instancia, se comunicará con el conductor y le ofrecerá la posibilidad de ponerle en contacto con los servicios de emergencia. Si el conductor no responde, el sistema tomará la iniciativa y enviará un mensaje de emergencia al 112, que incluirá la ubicación tomada del GPS.

    Hasta aquí todo bonito y legal. Solo que acabamos de montar en el coche a un intruso que sabe cuándo vamos a dónde y a qué velocidad, y cuánto tiempo estamos parados dónde. Y que le puede al Concesionario de nuestra marca si vamos a un taller independiente, a Alcampo si vamos a Mercadona, a la DGT si sobrepasamos los límites de velocidad, a nuestro jefe si hacemos menos kilómetros de los que consignamos en la nota de gastos, … Cómo me estoy acordando de George Orwell y “1984”.

    Antes de deambular por esos territorios inciertos y aun algo lejanos, es más interesante poner los pies en la tierra y probar el día a día de un coche autónomo pasivo. Los elementos más simples, como el limpiaparabrisas autónomo o el sistema que controla el encendido y el cambio de luces sirven fundamentalmente para reducir la carga de trabajo del conductor. Su eficacia depende de la rapidez de respuesta, de los umbrales de activación y de la capacidad de regularlos a gusto del conductor. La mayoría de los limpias automáticos que he probado actuaban cuando yo lo habría hecho, por lo que me limitaba a activar la función AUTO al recoger el coche y confiar en ellos.

    Sobre las luces automáticas, gran parte de los sistemas que he probado se activaban después de lo que yo lo habría hecho y no son regulables. Apagaban las luces en un amanecer cuando yo las habría mantenido, o las encendían en un atardecer o al entrar en un túnel más tarde de lo que me gustaba.

    Sin embargo los cambios de largas a cortas los suelen hacer a mi gusto. Además, como en carreteras de curvas la necesidad de mover la palanca para pasar de carretera a cruce coincide con el momento de mover el volante en la curva en la que de repente aparece un coche de cara, el sistema ahorra trabajo y stress al conductor.

    Los sistemas de reconocimiento de la señalización, sea vertical u horizontal, se enfrentan a una mayor distancia entre teoría y práctica. En el caso de la vertical, porque su estado la puede hacer ilegible para las cámaras, o porque su ausencia confunda al conductor. Por ejemplo, si tras recorrer una zona urbana limitada a 30 km/h nos incorporamos a una carretera limitada a 90 km/h, pero no hay indicación específica, la pantalla seguirá diciendo al conductor que la velocidad máxima es 30. Si el coche fuera autónomo activo en lugar de pasivo, impediría al conductor pasar de 30.

    La señalización horizontal no tiene como única limitación que su mal estado de conservación la puede hacer invisible para las cámaras. Además, en una carretera estrecha sin arcenes, o con éstos de anchura limitada, el coche permanentemente pisa las líneas y el sistema actúa. La consecuencia es que el conductor apaga el sistema, y lo más probable es que se olvide de reactivarlo cuando salga de ese tramo. Por otro lado, esos usuarios que conducen en régimen de eslalon permanente, sobre todo en ciudad, y siempre sin hacer uso de los intermitentes, son candidatos a desconectar el sistema para no aguantar sus correcciones el día en que recogen el coche del concesionario, y dejarlo así para siempre.

    Por último, un detalle sobre el aprendizaje: si un parche de asfalto recién puesto ha hecho desaparecer un par de metros de impecable línea continua pintada en el suelo, el cerebro humano “rellena” el trozo de línea que falta. Las cámaras solo detectan que no hay línea, porque hoy en día la electrónica de abordo tiene una capacidad de aprendizaje limitada.

    Los sistemas anticolisión no se utilizan, afortunadamente, en el día a día. Salvo algún caso patológico que juega en los atascos a arrimarse, como en un baile de pueblo, hasta que salta la primera fase del aviso, solo se activan en caso de susto de origen real. En mi experiencia en tráfico abierto, durante esa primera fase de activación (simplemente aviso acústico y visual) hay tiempo suficiente para detener el vehículo. En pruebas en pista cerrada he llegado más allá: en caso de ignorar el siguiente aviso (corte de potencia y frenada suave), el sistema detiene el vehículo con una deceleración de hasta 1 G, a velocidades de hasta 40 km/h. Eso sí, la impresión tarda en olvidarse. Y si durante la segunda fase de aviso se inicia una maniobra de esquiva del obstáculo detectado, el sistema se inhibe y permite la esquiva.

    Los controles activos de crucero sí se utilizan con asiduidad, especialmente si emplean sensores de alta calidad, como un radar de onda milimétrica en lugar de un láser, que permite que la velocidad umbral sea cero km/h. Es decir, que si programamos el sistema, el vehículo de referencia se detiene y a continuación reanuda la marcha, nuestro vehículo le imita. Es decir, de gran utilidad en el atasco nuestro de cada día. Insisto en la importancia del sistema de detección, ya que algunos solo son válidos por encima de 40 km/h, no tienen precisión de noche o con motos, lo que supone que si la velocidad del vehículo de referencia baja de 40 km/h se desactivan, y en la reanudación de la marcha hay que volver a programarlos, lo que los inhabilita en los atascos.

    La experiencia de rodar de noche con el control activado y que se adapte a la velocidad de una moto a la que nos aproximamos, impresiona tanto como el que el vehículo tome vida propia en un atasco y nos limitemos a sujetar el volante. Más que nada por si acaso.

    Dejo para el final el sistema de precolisión con detección de peatones, ya que por ahora es el menos preciso de los que he probado. Reconocer a un peatón (solo uno) cruzando, solo por la silueta, limita enormemente sus posibilidades y las de no atropellarle. Cierto que este sistema ya se considera en la puntuación de EuroNCAP 2016, pero la prueba aun peca de haberse adaptado a las capacidades de detección, ya que éstas no se adaptan del todo a la realidad. Eso sí, la sensación de dirigirse, con el acelerador pisado y el volante bien agarrado, hacia un maniquí vestido de persona, que cruza distraído, te hace repetir internamente: “Soy un probador, no un psicópata”.


  • El parque móvil en 2015

    El año 2015 se recordará en el parque móvil por ser el periodo en el que se fue el Toyota Celica Carlos Sáinz Réplica de principios de los ’90 y llegó el BMW M3 Cabrio de 2002. Me dio mucha pena dejar irse al Celica, un coche de coleccionista y un mito del Mundial de rallyes cunado no se llamaba WRC, pero soy consciente de que llego a poseedor temporal de coches, no a coleccionista. Además, el viaje por Marruecos que hicimos con él a finales de 2014 (ver “Celica to the Sahara” en este blog) le dio un significado al tiempo que lo tuve que le sobrevivirá.

    También se contaron en este blog (“Con 29 años de retraso”) la llegada del M3 y sus primeros meses en el garaje. Al final de esa entrada, el M3 estaba reparado de una avería inexistente y yo buscaba un cargador Pioneer de seis CDs. Como lo utilizaron varias marcas de coches y se caracterizaba por su baja fiabilidad, no fue difícil encontrar uno en el nutrido mercado de segunda mano en Internet. Temía que me vendieran un equipo tan defectuoso como el que tenía, de modo que desmonté el que fallaba y dejé todas las conexiones sueltas en el maletero, para que fuese sencillo probar, sobre el terreno y antes de pagarlo, el que encontrase. Acordé la cita con el vendedor a través de WhatsApp en un lugar que para mí era tan poco habitual como la plaza de toros de Parla, una ciudad del cinturón industrial de Madrid. Por centrar el asunto: los actuales propietarios de los M3 E46 se dividen en dos tipos. Unos son jovencitos aficionados al automóvil del género tunero, habitualmente con novia poligonera; otros son veteranos aficionados, casi siempre expilotos, y que peinan canas. Un miembro del primer grupo estaría en su salsa en el lugar de la cita; yo llegué con cierto reparo y los ojos muy abiertos. Y más que los abrí cuando vi llegar al vendedor: Skoda Octavia blanco cargado de años del que se baja un marroquí. Menos mal que el arranque de la conversación acabó con los prejuicios: era un chapista de Casablanca que, después de varios años desempeñando su profesión en España, se había quedado sin trabajo y explotaba un curioso nicho de mercado: al conocer los elementos electrónicos con mayor índice de fallo en las marcas Premium alemanas, recorría los desguaces desmontando esas piezas: unidades electrónicas de motor, transmisión y carrocería, navegadores y sus pantallas, motores de elevalunas y techos, unidades hidráulicas, cargadores de CDs, … El que sacó del maletero del Octavia era exactamente igual al de mi M3, y lo conectó con la soltura del que está acostumbrado a hacerlo. Y mientras me demostraba que el equipo cargaba y seleccionaba CDs, y que el clásico “Even in the quietest moments” sonaba de maravilla en el equipo Harman Kardon del M3, me ofrecía sus servicios: “Si te falla el techo plegable no te vuelvas loco, es la unidad hidráulica y yo te la consigo por la mitad de precio que la original. BMW te vende el conjunto del navegador y el equipo de sonido; yo te vendo la pantalla suelta si te hace falta”. Y así despiezó el M3 y sus posibles averías electrónicas.

    Ya con sonido de calidad a bordo, el resto del año ha visto cómo se disfruta con naturalidad un deportivo lujoso y descapotable. Salvo por la dureza del embrague, es cómodo en los atascos, y en el maletero se pueden transportar los regalos del día de Reyes camino de una reunión familiar.

    El mejor momento del M3 en 2015 fue una cita, entre gastronómica y rutera, con amigos propietarios de primos hermanos de mi coche. Los tres vehículos eran deportivos, lujosos y alemanes: un Mercedes SLK 55 AMG y un SL AMG, además de mi M3. Una vez establecida la similitud inicial, empiezan las diferencias. El SL es más un coupé de lujo que corre mucho que un deportivo. Por tamaño, tarados de suspensiones, tacto de dirección y entrega de potencia, te traslada con suavidad majestuosa a velocidades delictivas. Pero no le pidas maravillas si la carretera se estrecha y retuerce, porque no es ese su hábitat natural.

    El SLK está a mitad de camino entre ambos. Más pequeño y ligero que el SL, más potente que el M3, el V8 atmosférico le hace correr pero que mucho.

    Desde el volante del M3, los más de 200 kilómetros de curvas de aquella mañana fueron un desbordamiento de placer de conducción. El tacto de dirección y chasis permiten colocar las cuatro ruedas con precisión de láser, y la disponibilidad de potencia suave en un arco de casi cuatro mil vueltas genera una interacción con el conductor más que placentera. Salvo horquillas en que la segunda se quedaba larga, el M3 se movía con fluidez, con facilidad, dócil a los movimientos del volante. Con unos 24ºC, cielo azul y techo abierto, esa mañana por carreteras de Avila habituales en el Campeonato de España de Rallyes fue un placer intenso y suave a la vez, porque el motor es tan tratable y el chasis tan noble, que el conductor no se aturulla salvo error grave de conducción, a pesar de lo alto del ritmo.

    Para terminar la sesión, relajarse y hablar de coches, un festival gastronómico en el restaurante del Parador de Gredos, seguido de un café, solo y en taza pequeña, servido en la terraza de la fachada posterior, con vistas a pinares sin fin.

    Durante 2015 terminó su estancia en el garaje el Auris Touring Sport híbrido estrenado el año anterior. Los casi 25.000 km compartidos me reafirmaron en la creencia de que los híbridos son ideales en tráfico urbano y en los anillos de las grandes ciudades. La suavidad, el silencio y la agilidad son el antídoto ideal para los crecientes atascos de Madrid.

    En Noviembre le sustituyó la versión de 2015, lo que significa que viene equipado con las tecnologías que marcan la ruta hacia el coche autónomo: sistema de precolisión, aviso de cambio involuntario de carril, cambio automático de luces, y aparcamiento automático. El uso frecuente de un vehículo así (ya llevo más de 6.000 km) no genera las mismas sensaciones que una simple prueba en pista cerrada de esas tecnologías. Dedicaré una entrada exclusiva al asunto porque este equipamiento es el embrión nítido del coche autónomo, y la vida diaria con él genera curiosas reflexiones.

    El otro apartado que llama la atención al conducir un híbrido es que la obtención de un bajo consumo se convierte en una obsesión para el conductor. Queda claro que el objetivo real de los híbridos es reducir las emisiones, y reducir consumos no es más que una consecuencia. Pero el conductor se obsesiona, y se apoya con fervor peligrosamente cercano a la distracción en las cada vez más abundantes pantallas de información. Se pueden ver los flujos de energía, los consumos instantáneo, acumulado y desde el último arranque, así como el kilometraje desde el último repostaje y la autonomía remanente.

    Hasta tal punto es real esta obsesión que he decidido no comparar los consumos que obtengo con los híbridos con los que obtengo con los demás coches. Porque con los híbridos me apoyo en las inercias, redondeo las trazadas, abro con suavidad al salir de las curvas, me anticipo a los desniveles, levanto en los llanos, y mil trucos más para reducir el consumo. Mientras que ahora en el M3, y antes en el Celica, me limito a disfrutar.

    No recuerdo haber pisado a fondo en tráfico abierto un híbrido, al saber que hay una ganancia de velocidad inferior al aumento de consumo; pero qué festival de placer es, con los fluidos a temperatura de servicio y el agarre necesario, llevar hasta abajo el acelerador en el M3, y sentir la espalda pegada contra el respaldo del asiento mientras disfruto del sonido del seis en línea.

    El Land Cruiser HDJ80 de 1991 vivió dos episodios complicados, uno antes y otro después del viaje a Marruecos que se contó en este blog. Aproveché el repaso previo al viaje para reparar el aire acondicionado, que enfriaba poco. Afortunadamente se debía a una fisura en un tubo de aluminio que se pudo reparar, porque ya no hay recambio original.

    En Agosto, el paso anual por la misma ITV de siempre generó una gran sorpresa: esta vez al técnico se le ocurrió medir, y encontró una cantidad desmesurada de incumplimientos: altura total, altura del paragolpes trasero, peso, existencia de un cubrecárter, suspensiones modificadas, … No tenía mucho sentido discutir para no agravar la situación, así que me limité a preguntar por qué los años anteriores no se habían detectado incumplimientos y sí habían sellado la inspección. No hubo respuesta.

    Menos mal que un amigo que se dedica profesionalmente a estas lides me sacó del lodazal burocrático que supone el trance: pesamos el vehículo y medimos muchos de sus componentes, como el cubrecárter, las espiras de los muelles o el diámetro de los vástagos de los amortiguadores. Con eso se elaboró un proyecto, al que acompañaba un estudio técnico de un laboratorio autorizado, en este caso Idiada. Y todo ello abundantemente ilustrado con fotos y dibujos de llantas, neumáticos, separadores, más vistas de frente, de costado y de perfil, como si el pobre Land Cruiser fuera un concejal de Urbanismo presunto culpable de algo.

    Unos días después de entregar el cartapacio, comparecimos el Land Cruiser y yo en la ITV, donde se dedicaron durante casi dos horas a comprobar que las medidas consignadas en el proyecto y en el estudio coincidían con la realidad. Evito algunos detalles escabrosos y llego al final: vuelve a ser legal que ruede por vías públicas con un Land Cruiser que ahora sé que mide 2,02 m de alto y pesa 2.415 kg.

    Otra entrada en este blog narró la temporada de maratones en bici de montaña con la Ghost AMR 7 de 2015. Con 1.100 km recién cumplidos pasó por el taller de Cross Chicken para una revisión. Y salió con una cadena y unos cuantos retenes cambiados preventivamente en las suspensiones Fox. El neumático Schwalbe Rocket Ron trasero tenía 1 mm de profundidad, pero en un otoño anormalmente seco me había llevado algún susto y aproveché para cambiarlo. Al delantero aún le queda vida, quizá hasta más allá de la primavera.

    Los usuarios de vehículos con motor se guían mucho en la conducción por los ruidos que genera el coche o la moto. El motor, el cambio, las transmisiones, los frenos, el chasis o carrocería, hasta las suspensiones emiten sonidos que, correctamente interpretados, dan pistas válidas sobre el estado del vehículo, sus virtudes o defectos, o averías en ciernes. Y esos usuarios suelen criticar que las bicis son mudas a ese respecto. Pues siento decir que están confundidos.

    Sí es verdad que los sonidos son distintos, más sutiles y con muchos menos decibelios, pero igualmente esclarecedores. En una bici no emite el mismo ruido de arrastre una cadena recién lubricada, al iniciar una ruta, que una cadena poco engrasada o ya seca y sucia al final de un maratón. Y el desviador delantero o el cambio trasero hablan mucho de su estado de ajuste cada vez que se cambia de marcha. Cuando están limpios y engrasados, cada cambio suena como un disparo seco, un sonido nítido y rotundo. Una sesión de barro cambia el sonido a arrastrado y dubitativo, preludio de una marcha que no entra.

    También el sonido de rodadura de los neumáticos tiene su significado. Si es limpio y fino dice que las presiones son correctas; si la carcasa se deforma por falta de presión el ruido es más grave y arrastrado. Y si ese tono se escucha en un giro, es que hay insuficiente presión, el neumático necesita jubilarse, ¡o vas demasiado deprisa!


  • ¿Por qué nos gusta ir a Marruecos en los Land Cruisers?

    Porque le sacamos partido a los coches, les buscamos las cosquillas, nos las buscamos a nosotros, nos desplazamos no entre vallas y señales sino entre incertidumbres e improvisación, con GPS, brújula y mirando al sol, con sentido de la orientación, preguntando por la ruta a desconocidos en idiomas que no conocemos, y nos sonreímos y nos damos las gracias, y nos despedimos llevando la mano al corazón; porque lo mismo vas en primera corta con los diferenciales bloqueados y el estómago encogido, y al coronar el paso la pista se transforma en una carretera tan recientemente abierta que no aparece en el mapa. Ni el Google Earth. Todo es improvisación, imprevistos, soluciones y risas.

    Cualquier nimiedad se puede complicar, cualquier problema se resuelve solo. El cruce de la frontera de Melilla, que generalmente requiere poco más que algo de paciencia frente a la burocracia, fue esta vez una pesadilla de tres horas que estuvo a punto de impedir el viaje. Ese retraso y una vuelta por Chefchaouen nos hicieron llegar tardísimo a hotel de Azrou. Y de repente, de noche en medio del Atlas, no tenemos donde dormir porque el del hotel ha ocupado nuestras habitaciones alegando no se qué excusas.

    Un rato más tarde, en un hotelito cercano y también lleno, nos habilitan una sala y una jaima para que durmamos los siete viajeros, y nos preparan una exquisita cena que nos hace olvidar cómo se había torcido un día sencillo.

    Sonrientes y desayunados con generosidad afrontamos los deslumbrantes paisajes del paso de Agoudal, o cómo cruzar el Atlas por pistas solitarias a 3.000 metros de altitud, admirando vistas de tratado de geología o de película de dinosaurios. En esa pista estrecha, colgada sobre un precipicio al que no se le ve el fondo, vienen de repente y de cara un vetusto Peugeot 205, un minibús y unos alemanes en BMW GS que, por su cara, deducimos que ahora se están dando cuenta de dónde se han metido. Y para rematar la visita a este Marruecos menos conocido, dormimos en Les 5 Lunes, en plena garganta del Dades.

    El Marruecos más previsible, el de la hamada de piedra y el paisaje llano sin fin es el de la mañana siguiente, en un bucle entre Erfoud y Zagora, ya asomados a Argelia. Paramos a improvisar un bocadillo de jamón en una llanura y descubrimos un suelo tapizado de fósiles, como si alguien hubiera tirado por el suelo las existencias de un museo arqueológico. Algo más allá, un control militar: la siempre difusa y desde los ’90 conflictiva frontera entre Marruecos y Argelia es ahora un lugar muy vigilado: no solo hay que evitar el contrabando de tabaco y combustible como antes, es una de las barreras básicas para evitar la llegada de yihadistas a Occidente, y el ejército marroquí ha dispuesto controles visibles y puestos de vigilancia discretos. Rodando por el fondo de un valle árido, me siento seguido por prismáticos desde lugares que solo intuyo. En los controles, entre risas y bromas, toman notas sobre viajeros, vehículos, nacionalidades y destinos. Y llaman al siguiente puesto de control para avisar de nuestra llegada. Me hace sentirme seguro, porque si un pinchazo o algo más grave nos sucediera, una patrulla militar aparecería antes o después.

    La siguiente sorpresa nos espera al llegar al Auberge du Sud: lo que hemos reservado para esa noche no es una habitación en ese hotel, cercano a las dunas del Erg Chebbi, si no una jaima en las dunas, a la que solo se llega en camello. De modo que metemos todo lo necesario para la noche en una mochila pequeña, y diez minutos de Land Rover más tarde nos subimos a los camellos. ¡Qué sensación disfrutar de un anochecer entre dunas a lomos de un camello! El sol se va acostando mientras la pequeña caravana serpentea por el erg. A oscuras, manteniendo el equilibrio y parte de la dignidad, pierdo el sentido de la orientación mientras subimos y bajamos dunas. Las luces tenues que se empezaron a ver hace un rato se van convirtiendo en un campamiento de jaimas, eso sí, con camas de verdad y baño en el interior.

    Los golpes contra una sartén nos despiertan cuando aun es de noche, nos calzamos las botas y a la luz de la luna trepamos por la duna enorme que cierra el campamento por el este, para llegar a la cumbre a tiempo de ver amanecer. El sol comienza a deslumbrar desde Argelia, asomándose desde más allá del Erg Chebbi y dotando de forma a las llanuras de la hamada primero y a las dunas después. Estas cambian de color según las ilumine la luna o el sol aun anaranjado. Allí abajo, en el campamento, los camellos que nos trajeron anoche aun dormitan. Respiramos muy hondo, disfrutamos del momento, de la sensación de estar en otro planeta y casi en otra época.

    De regreso al campamento comprobamos el hambre que da trepar por las dunas, y van cayendo las tortitas del desierto bien cargadas de miel, los vasos de zumo de naranja y los tazones de café con leche. Repetimos al revés el desplazamiento de ayer: algo más de una hora de camello, esta vez con luz, diez minutos de Land Rover y volvemos a nuestros coches para tomar la carretera hasta Taouz, donde se acaba el asfalto. Allí nos topamos con guías interesados que nos atemorizan con malas noticias: nuestra idea es hacer un recorrido por pistas hasta Zagora, y nos insisten en que es fácil perderse, que los caminos están poco marcados, que el paso del oued en Hassi Ramlia es imposible, que nos es imprescindible un guía, y que yo soy guía, … Una llamada a través del móvil a un amigo marroquí cambia las perspectivas: las pistas están claras, no hay dificultades ni peligros, el único punto difícil es cruzar el oued en Ramlia, cuando lleguéis al pueblo buscáis a cualquier chaval, le decís que vais de mi parte, y por 20 € os guía por un paso que, de lo contrario, es imposible.

    Confiando en nuestro amigo, el instinto y el GPS, nos adentramos en las pistas con rumbo Oeste. Con buen ritmo y pistas claras llegamos pronto a Hassi Ramlia, donde el oued Daoura ha bajado violento durante el invierno, y el antiguo cruce sencillo del río es ahora es ahora un infierno de arena en el que penan muchos embragues de atrevidos. Pero con Hamid a bordo es fácil: nos guía a través de un largo rodeo por el N del pueblo, entre trampas de arena, pistas duras del palmeral y la erosión del río desbordado que ha llenado de escalones la antigua llanura. Los Land Cruiser se mueven con soltura por la zona, aun sin bloqueos y con presiones altas, y media hora más tarde, Hamid nos deja en la pista al otro lado del problema, ya apuntando hacia el Tafilalet. Nos da apuro verle bajarse del coche, en plena hamada, pero nos mira con sonrisa de tranquilidad: está en su hábitat natural, se siente seguro. “Y ahora, ¿cómo vuelves?”, le preguntamos con preocupación. “Andando”, dice con naturalidad. “O guiando a otro coche”, añade, y lo subraya con una sonrisa.

    Los tiempos en Africa son impredecibles. Los de la burocracia, las visitas, los repostajes y los viajes. No hay quien estime el tiempo necesario para cualquier función, sea sencilla o complicada. Continuábamos por la pista clara aunque algo lenta, pensando en al posible dificultad del paso entre el Djebel Rhart y el Djebel Tadrart, cuando de repente ¡asfalto! La pista desemboca en ¡una rotonda!, correctamente señalizada, de la que salen otra pista y una carretera impecable y recién asfaltada. Como esta novedad no coincide ni con el mapa Michelin 742 ni con ningún navegador, y veo un camión de obra en las cercanías, llegamos hasta él. El camionero y yo no tenemos más idioma en común que el de la amabilidad, y eso basta para dejar claro que la carretera llega a Zagora, nuestro destino del día. En resumen, que la etapa que, según los guías interesados de Taouz era imposible, acaba muchas horas antes de lo previsto en la piscina del Riad Lamane.

    Seguimos con lo impredecible: planteamos una larga etapa de dos días, con campamento nocturno en el lago Iriki, a través de los 442 km entre Zagora y Ouarzazate, que incluyen los 128 km de pista que hay entre Mhamid y Foum Zguid. El asfalto se acaba en Mhamid, justo al borde del río Draa. Un invierno lluvioso ha hecho que el deshielo de la primavera multiplique los caudales de los ríos, que se han llevado por delante puentes que construyeron los franceses en la época colonial. Como el que deberíamos utilizar justo ahora. Pero los locales nos aseguran que el lecho del río es de piedra, y que la profundidad es escasa. Pasamos un rato mirando cómo cruzan burros y camellos, y memorizando el recorrido zigzagueante a seguir. Solo que una vez en el Land Cruiser, por no molestar a unos camellos que cruzaban en el otro sentido, me desvío un metro, solo un metro, de la ruta ideal, y el panorama cambia: el lecho cede, el agua comienza a pasar sobre el capó, y no me queda tiempo más que para pisar el acelerador a fondo, girar hacia la zona de menos profundidad y confiar en mi buena suerte. Cuando el segundo coche llega a la otra orilla, preguntamos para confirmar la pista hacia Foum Zguid, y no nos queda otra que reírnos: está al otro lado del río, no hacía falta haberlo cruzado. Repetimos el vadeo, y esta vez yo acierto con la zona de baja profundidad, y el Land Cruiser KDJ120 se sale de ella, de tal modo que parece sumergirse como un buzo para luego surgir de las aguas.

    La pista está muy clara y conducimos en silencio expectante por la inmensa llanura de este lago casi siempre seco. Hay tramos especialmente lisos en los que los coches parecen flotar, y tras muchas horas a baja velocidad por pistas rizadas nos atrevemos a poner cuarta y hasta quinta. Lo que contraría es el viento, que difumina el horizonte y, sobre todo, porque dificultaría enormemente la acampada prevista. Durante varias horas avanzamos intercambiando posibilidades por la radio e imaginando cómo montar las tiendas con esta ventolera, y cómo preparar y disfrutar una cena. En realidad, el objetivo de la acampada era disfrutar de las sensaciones más que de los hechos: montar el campamento, cocinar, hacer una hoguera bajo las estrellas … y si eso no es posible, con tristeza y decepción debemos buscar una alternativa. Que surge al parar algo más adelante: si en el cerro vemos un puesto militar, es que hay alguien con conocimiento del terreno y muchas ganas de hablar. El militar que baja desde el altozano nos explica sus duros turnos de trabajo, habla de soledad y de echar de menos a la familia. Y también de que la tormenta de viento no va a amainar, que no nos recomienda acampar, y que aun llegamos con luz a Foum Zguid, pero mejor por la pista nueva que se abre a nuestra derecha, y no por la que figura en los mapas, que está machacada por los camiones.

    El consejo resulta ser utilísimo, porque la pista nueva nos permite llegar, aun de día, a Foum Zguid, como nos había asegurado. En el control militar a la entrada de la ciudad, casi nos reciben con un pésame: éramos por completo ajenos a que el Real Madrid jugaba esa tarde con la Juve en Turín, y más aun a que había perdido por dos a uno. Pero aquellos militares estaban al tanto, y al ver la E de nuestras matrículas, nos supusieron aficionados al fútbol y seguidores del Madrid.

    Vivimos un Marruecos distinto, montañoso y rebelde al llegar a Telouet varios días más tarde. La mayoría de los viajeros visita Aït Benhaddou, cercana a Ouarzazate y accesible por carretera. Pocos llegan a Telouet, porque hay casi 80 km de curvas asfaltadas desde Ouarzazate o tramos sin asfaltar y en mal estado si se llega desde Tizi’n’Tichka. Mejor que no vengan, para así visitar en silencio y soledad la kashba del pasha Glaoui, o lo que queda de ella. Muchas zonas del inmenso palacio de adobe se han derrumbado, y las que quedan en pie impresionan por el trabajo de estuco, los techos de cedro policromado y los mosaicos de zelj. Sorprendidos por la belleza del edificio y entristecido por su estado, volvemos a los Land Cruiser para acometer el final del viaje: los algo menos de 140 km hasta Marrakech, cruzando el Atlas por el puerto de Tichka, lo que supone afrontar las obras de mejora de la carretera y las de reparación de los daños del invierno. Al caer la noche, una parrillada de sardinas en un chiringuito en la estruendosa plaza Djemaa el Fnaa nos quita las penas y nos ensordece. Entre risas, concluimos de nuevo que nos gusta viajar por Marruecos con los Land Cruiser. ¿Cuándo volvemos?