Si se participa en maratones y ultramaratones de bici de montaña teniendo más de treinta años y no se vive en un gimnasio, en ocasiones se llega a la meta cuando el aparcamiento de participantes ya está casi vacío.
El abanico de participantes en rutas largas para bicis de montaña es más que amplio, y no hay más que mirar alrededor cuando se forma la parrilla de salida para confirmarlo. En las primeras filas se colocan jovencitos dispuestos a dar la vida en la carrera, los que parecen vivir en un gimnasio del que solo salen para competir.
Y en la parte posterior de la parrilla se dejan caer fundamentalmente grupos de amigos con, vamos a decirlo así, otro tipo de forma física, que además se detendrán en el recorrido a hacerse fotos, y convertirán los avituallamientos en tertulias.
Por lo general, los primeros están duchándose en su casa cuando yo llego a la meta, y me encuentro un aparcamiento en el que solo quedan los coches de los segundos.
Con cierta lógica, la proporción entre unos y otros depende de la dureza de la prueba: a mayor dureza, más ciclistas mejor entrenados, lo que para mí supone más posibilidades de terminar entre los últimos.
Arranqué la temporada de 2024 participando, con frío y tras mucha lluvia, en la Clásica de Valdemorillo. A lo largo de sus 33 ediciones, esta prueba se ha ido moviendo entre ruta popular para público en general y carrera exigente solo para tipos duros. En 2024 se acercaba más a la segunda opción, y ofrecían un recorrido largo que se me hacía excesivo, y uno corto en el que me inscribí. Lo que aumentó la dificultad fueron el granito mojado, el barro esporádico y los muchos vadeos de agua fría, como el que me mantuvo los pies helados desde poco después de la salida hasta que me di una ducha caliente ya en casa.
Un mes más tarde me esperaba la Marcha del Cocido. Tras unos años con salida y estupenda organización en Quijorna, para 2024 se trasladaba a Brunete, con un recorrido fundamentalmente nuevo de 52 kilómetros y 770 metros de desnivel acumulado, y un índice de dificultad moderado de 36 puntos en la escala IBP. En principio no iba a ser más que un paseo largo, solo que el viento y el barro se aliaron, y me hicieron falta algo más de tres horas y media para llegar a la meta, a menos de 15 km/h de media.
Mi revancha llegó unos días más tarde, en Los Molinos. Había participado en la edición de 2023, y como para 2024 se repetía el recorrido al milímetro, decidí analizar el resultado anterior con el objetivo de mejorarlo. Los 37,1 km del trazado se formaban con la exigente subida desde el pueblo de Los Molinos hasta el Alto del León, para luego abordar una bajada rápida, y unos kilómetros finales de sube-baja, hasta totalizar 957 metros de desnivel acumulado, con un IBP de 66 puntos.
El año anterior me habían hecho falta 2 horas y 51 minutos para llegar a la meta, y al repasar ese tiempo y lo que hice en él, localicé tres posibilidades de mejora. En primer lugar, la crema de protección solar que me había dado antes de la salida de 2023 me había caído sobre los ojos, y me produjo una irritación que me obligó a parar en tres ocasiones. La grabación del Garmin y mi memoria decían que el largo y rápido descenso desde el Alto del León hasta el pantano de La Jarosa se podía hacer más deprisa arriesgando algo más. Y por último, organizar mejor los avituallamientos permitiría hacer solo dos en lugar de tres. Con todo ello, concluí que el objetivo para 2024 era presentarse en meta 2h y 45’ después de salir.
Mentalizado de este modo y dosificando la energía en la subida larga, le puse interés y algo de atrevimiento en la bajada para presentarme en el segundo y último avituallamiento antes de lo previsto. Esta motivación añadida me permitió ir deprisa en los kilómetros finales y llegar a la meta en 2h 39’.
Eso sí, mientras yo, tan cansado como satisfecho, hacía estiramientos en la zona en la que aparcamos los participantes, estaban llegando los veinteañeros que ya se habían hecho la ruta larga.
La cuarta del año se me atragantó. Sabía que la ruta de Aldea del Fresno, con 57,4 km, 1.055 metros de desnivel y un IBP de 57 iba a ser difícil. Lo que no esperaba era que el precioso recorrido a través de paisajes fantásticos estuviera tan dañado por las lluvias torrenciales de los últimos meses de 2023. Encontré multitud de senderos y hasta caminos que para mi nivel no eran ciclables, de modo que recogí mi medalla de “finisher” a las 4h y 10’ de salir, y cargué la bici en un aparcamiento casi vacío.
Durante el verano me empezó a tentar la posibilidad de entrenarme para participar en alguna prueba especialmente larga y renombrada. Me topé con la dificultad de que estas carreras más duras se organizan pensando en participantes con más nivel y menos edad que yo, de modo que se me hacen incómodas, por decirlo delicadamente. Sin embargo, en mi búsqueda me topé con una tradicional, la Talajara, que parte de Talavera de la Reina y recorre la comarca de La Jara, en la provincia de Toledo, de ahí su nombre. Los 59 puntos de dificultad del recorrido en la escala IBP no vienen, claro, de los solo 846 metros de desnivel acumulado; se deben a los 87 km. de pistas que hay que recorrer. Es un tipo de trazado lejos de mis costumbres porque la Sierra del Guadarrama, en cuyas cercanías vivo, es más de senderos y desniveles para hacer recorridos cortos, que de pistas tirando a planas que invitan a kilometrajes largos.
Planeé por tanto un entrenamiento diferente, centrado en recorridos sencillos y largos, que empezaría a finales de Agosto y debería ir endureciéndose hasta la fecha de la Talajara, prevista para el 5 de Octubre. Solo que el calor tórrido de los últimos días del verano y los viajes de trabajo de Septiembre dificultaron la puesta en práctica de la totalidad del plan.
Había intercalado en el entrenamiento la participación en la ruta larga de La Mequera, tras haber participado en la corta dos años antes. El recorrido previsto era más de senderos y desniveles que el de la Talajara, pero su IBP de 53 puntos serviría de preparación. Lo malo es que me topé con los mismos caminos destrozados por la DANA que en Aldea del Fresno, y a mitad de los 55 km. me encontraba cansado. Por fortuna, me recuperé en los tramos de pista sencilla que venían a continuación, y aunque se me atragantaron los repechos finales de los kilómetros 46 y 49, llegué a la meta con la sensación de haber hecho un buen entrenamiento. No puedo ignorar que llegué a esa conclusión optimista en un aparcamiento casi vacío, porque el nivel medio de los participantes era claramente superior al mío.
Con la sensación de que no había completado el entrenamiento como me gustaría, me presenté en la salida de la Talajara. A falta de preparación física, había estudiado el recorrido para tener claro cómo afrontarlo: mucha calma para no calentarse en los primeros 17 km., totalmente planos; dosificar el esfuerzo en las subidas de los km. 17, 32 y 55; arriesgar lo justo y necesario en las bajadas de los km. 22, 47 y 60 y, si llegaba entero, rodar sin piedad desde el km. 68 hasta la meta. Ese planteamiento me sugería un tiempo de 5 h 30’, a una media de 15,8 km/h.
Lo mejor de todo es que conseguí ajustar esa teoría a la práctica: rodé ligero y sin estridencias las primeras horas, incluyendo la larga subida del kilómetro 32 al 40, y aproveché las llanuras posteriores sin desfondarme en los siguientes repechos. De este modo me planté en el km. 68 con sensación de que me quedaban fuerzas y ganas.
Las piernas decían que podían tirar en los 19 km. que faltaban, y el Garmin marcaba que hasta ese momento la velocidad media era de 15,1 km/h, así que me puse como límite 150 pulsaciones hasta el km. 80 y 155 hasta la meta, y ajusté el ritmo.
Poco a poco la velocidad media iba subiendo y veía que era posible alcanzar la meta en el tiempo objetivo. Y como 19 km. bien hechos dan para mucho, finalmente crucé bajo el arco de llegada en 5 h 18’ a 16,1 km/h de media.
Comí algo, hice estiramientos, recogí la medalla de “finisher” y mi Cannondale Scalpel y yo fuimos al aparcamiento de participantes. Quedaban muchos coches, algo que cuantifiqué esa tarde al consultar la clasificación oficial: unos doscientos corredores llegaron a la meta después de mí.
Con los objetivos de 2024 conseguidos, empieza la búsqueda de los desafíos de 2025.
En los ’80, yo asistía como aficionado a las carreras de lo que entonces se llamaba Mundial de Velocidad. A principios de los ’90, seguía asistiendo, entonces como reportero Tribulete o como miembro de un equipo. Después de tres décadas viendo las carreras solo por televisión, he vuelto a un circuito a ver lo que ahora se llama MotoGP. ¿Qué cambios he encontrado?
Los cambios se pueden resumir en una frase: lo de antes eran carreras de motos a las que asistían aficionados, que en muchas ocasiones iban al circuito en moto; lo de ahora es un espectáculo que se centra en motos que corren mucho, al que acude público en general. Lo pintó con precisión uno de los pilotos participantes durante una entrevista el sábado por la tarde, cuando le preguntaron qué esperaba del domingo: “Vamos a hacer un buen show”.
Está claro gran parte del cambio no surge de las carreras de motos, es un cambio de costumbres y modos de vida. El punto clave es que, en nuestra sociedad, lo importante es vivir experiencias y, sobre todo, contarlas; es decir, que el organizador debe ofrecer mucho más que una carrera de motos (o tres, como es el caso), y a la vez permitir que los asistentes cuenten su experiencia a través de la otra novedad importante: las redes sociales. La consecuencia es que el espectáculo que se ofrece ha de ser participativo, de modo que el espectador no solo lo mire, sino que lo viva, como consecuencia lo grabe y entonces lo comparta. Todo esto condiciona y define lo que ya es la puesta en escena de un espectáculo, algo que va más allá de las carreras de motos.
La actividad comienza ahora el jueves por la tarde, cuando se abre temporalmente la línea de boxes al público para que se haga el pit lane walk: los asistentes lo recorren móvil en mano, fotografían las motos que los equipos han aparcado a la puerta de cada box y las suben a las redes sociales. Muchos de ellos consideran que lo importante es que ellos estén allí y no el Gran Premio en sí, de modo que las fotos que se hacen son selfies en los que aparecen en primer plano ellos y luego las motos.
Algunos pilotos salen a saludar al público y, en medio del revuelo, se hacen unos cientos de selfies más, porque lo importante no es ver al piloto o hablar con él, sino mostrar en las redes sociales que uno está allí, en el espectáculo.
Para entretener al público desde el jueves hasta el domingo, hay una zona cercana a las tribunas llamada Fan Festival, que está formada por Gastro Land, Pit Stop, Fun Land y RockLand. En otros términos y respectivamente, unos chiringuitos para comer, una zona en las que sentarse, algunas atracciones de feria y un escenario en el que a lo largo de los días se turnan pilotos, músicos, DJs y otros artistas, junto a un photo call.
En los tiempos que quedan entre sesiones de entrenamientos o entre carreras, para mantener al público entretenido, las pantallas gigantes del circuito lanzan iniciativas como enfocar con las cámaras al alguien del público para que se ponga a bailar (lo llaman dance cam) o muestran los selfies que el público se ha hecho en el circuito y ha subido a una aplicación a través de un código QR (lo llaman Fan View).
Y el domingo, tras acabar la última carrera, la de MotoGP, se permite una invasión organizada de la pista, de modo que el público que aprovecha esta oportunidad llega a colocarse al pie del podio. Esto genera otro éxito para el organizador en forma de eso a lo que se aspira llamado trending topic, o aparecer muchos en redes sociales, en forma de nueva avalancha de selfies, en los que lo importante no es el podio en sí, lo fundamental es mostrar que se está junto al podio.
Con todo, lo que más me llamó la atención en esta invasión controlada es que muchos espectadores se la tomaron como una peregrinación a un lugar con un significado especial, nada menos que la recta de meta de un circuito de MotoGP, y con ello la parrilla de salida. Hacía mucho que había concluido la ceremonia del podio, y aun había cola para hacerse selfies en la pole position, ese lugar privilegiado de la parrilla en el que se coloca quien ha conseguido el mejor tiempo en los entrenamientos.
Me llamó igualmente la atención que, con ese complejo de inferioridad de los españoles, que nos hace valorar lo que viene de fuera por el mero hecho de que venga de fuera, las novedades se bautizaban en inglés. A estas alturas del texto, la entrada acumula doce anglicismos diferentes, incluyendo el del título. Y dado que noté más espectáculo que carreras de motos, cuantifico ahora que tras unas 800 palabras aun no se ha hablado de motos. Vamos a ello.
El cambio básico es la enorme complejidad técnica de las motos actuales. Cuando salí del Mundial entraba la electrónica, y ahora lo ha desbordado hasta tal punto que un error en la coordinación de algunos de los diversos sistemas electrónicos (por ejemplo, el sistema antirrebote del embrague y el selector del cambio) puede arruinar una carrera. También mi oído notó el cambio, porque me fui en pleno esplendor del motor de dos tiempos ahora extinguido. Las Moto3 de ahora me recordaban a aquella iniciativa británica llamada Sound ofSingles, una estupenda idea para entretener a pilotos y mecánicos con escaso presupuesto. Las Moto2 me sonaban a una moto de calle con escape bueno y muy afinada, y siento decir que las MotoGP no me sonaban como esperaba, y menos comparadas con las 500 c.c. de dos tiempos. Quizá el motivo es que son tan, pero tan potentes, que ese sonido que se genera a plena carga y máximo régimen solo aparece en una pequeña parte del circuito, mientras que aquellos aullidos de las 500 se oían con más frecuencia. Me viene a la memoria auditiva la Honda NSR500 de Wayne Gardner subiendo gas a fondo desde la profundidad del bosque rico en oxígeno de Brno, haciendo eco entre los árboles y en la boca de mi estómago.
Por fortuna, además del espectáculo que deseaba hacer el piloto de la entrevista del sábado, vi carreras de motos, de las entretenidas. Y, como remate, la de MotoGP la ganó Marc Márquez.
En el fondo, lo que busca un peregrino es comprobar si lo que encuentra en el lugar de peregrinación es lo que imaginaba antes de salir de casa. Si para los anglófilos aficionados al mundo del motor Inglaterra es tierra de peregrinación, ¿lo que he vivido en el viaje de este verano es lo que esperaba?
Hace una media hora que he recogido un Nissan Juke manual de alquiler de las oficinas de Avis cercanas a la terminal 5 del aeropuerto de Heathrow, y no me duelen los nudillos de la mano derecha. Esto funciona.
En anteriores experiencias conduciendo por la izquierda, todo había ido bien hasta el momento de cambiar de marcha. Por una reacción instintiva, tras décadas conduciendo con la palanca a mi derecha, cuando el oído me decía que había que cambiar de marcha la mano derecha salía disparada buscando la palanca de cambios y golpeaba con el guarnecido de la puerta. Después de tres o cuatro errores, el dolor en los nudillos me recordaba que la palanca estaba al lado izquierdo.
Esta vez no solo he aprendido, también conduzco concentrado para evitar este tipo de confusiones, y a la hora de cambiar de marcha solo me encuentro con una dificultad, simplemente ergonómica: el movimiento de la mano izquierda para reducir de marcha impar a par (5ª a 4ª, y 3 a 2ª) no es natural, y debo hacerlo con un cuidado especial: a la vez hacia abajo y alejándola del cuerpo, hacia la izquierda.
También centro la atención en las enormes y complejas rotondas británicas en las que además se circula en sentido horario, al revés que en el continente. Muchas de las que encuentro están en lo que por aquí llamamos autovías, lo que garantiza la existencia de muchos carriles y tráfico abundante, que además viene “por el otro lado”.
Solo hay un punto al que no me termino de acostumbrar: el retrovisor interior está, claro, a mi izquierda, y más de una vez, buscándolo a la derecha, me he topado con el oportuno adhesivo de Avis que me recuerda “Drive on the left”.
El otro punto que me llama la atención a la hora de rodar por las carreteras inglesas es el modo de conducción de los conductores locales: se respeta escrupulosamente la velocidad máxima autorizada en cada lugar, sean 20 millas por hora en zona urbana o 70 en autovías. Es más, cuando alguien se coloca en el carril derecho para adelantar (sí, que no se nos olvide que se adelanta por la derecha), los que vienen detrás no se pegan a él, agobiándole para que despeje de inmediato el carril. Al contrario, esperan con paciencia y a distancia, sin presionar, y solo cuando se acaba la maniobra de adelantamiento, aceleran para recuperar su ritmo.
También se respeta, y mucho, la distancia de seguridad, independientemente del tipo de calzada y de la velocidad a la que se ruede. Y al crearse estos amplios huecos entre coches, se facilita la incorporación de los que se unen a la carretera, porque tienen fácil ocupar esos huecos.
Hace tiempo que la prensa británica del motor insiste en el mal estado de sus carreteras; lo recuerdan especialmente cuando vienen a disfrutar de las vías españolas en las abundantes presentaciones a la prensa que se convocan por aquí. De ahí que no me sorprendiera toparme con tal cantidad de baches, agujeros, parches y ondulaciones, especialmente en las carreteras secundarias, lo que allí llaman “B-roads”.
Sí hubo otras dos peculiaridades que me llamaron la atención. En primer lugar, que muchas de esas carreteras no solo no tienen arcén, es que la calzada está limitada por un bordillo. Esto significa que, en caso de apuro, no solo no contamos con un metro más de anchura de calzada, es que el bordillo será un tope con el que chocarse si pilotamos una moto, o que puede ayudarnos a volcar si conducimos un coche.
El otro punto que me sorprendió es la casi ausencia de señalización horizontal, de líneas pintadas en el suelo. Estoy acostumbrado a utilizarlas como referencia para ubicar el vehículo en el carril, y me sirven de guía de cara a trazar las curvas, pero su práctica inexistencia me obligaba a tomar como referencia el bordillo, el coche que rodaba por delante (si había alguno y lo hacía bien) o mi intuición. La falta de línea central continua en las calzadas de un carril por sentido me preocupaba especialmente, porque esa es mi referencia al conducir por el otro lado: si me siento a la derecha del coche y conduzco por el carril izquierdo, debo ver con claridad esa línea y no pisarla nunca con las ruedas, porque eso significaría que estoy invadiendo el carril contrario. Usar el bordillo como referencia es más difícil y menos seguro, porque lo tapa el coche propio y su color no destaca contra el asfalto.
Para quienes alimentamos la pasión por las motos y los coches fundamentalmente a través del Reino Unido, recorrerlo ofrece la posibilidad de visitar esos lugares que nos muestran, por ejemplo, las revistas especializadas o “You Tube”. Uno de esos sitios es “Caffeine&Machine”, punto de reunión de los aficionados que necesitan pocas excusas para lucir sus juguetes con ruedas mientras cenan y toman unas cervezas. El pretexto el día de mi pereginación a “The Hill”, el local de “Caffeine&Machine” cercano a Statford-upon-Avon, era una reunión de propietarios de Aston Martin.
Ver en España un coche de esta marca se etiqueta como sorpresa o acontecimiento; es de imaginar mi cara cuando, al llegar, conté más de veinte. A falta de los cotizadísimos DB5 y DB6, había unas cuantas unidades de cada uno de los modelos que se lanzaron después, incluyendo los últimos DB11 y DB12. Y hasta dos unidades de la recién lanzada serie limitada “DB11 F1 Edition”, uno en el verde metalizado de los Fórmula 1 de Alonso y Stroll, y otro en verde satinado. No fui capaz de decidir cuál me gustaba más.
Como remate de las rarezas, tres orgullosos propietarios aparecieron con unidades del Rapide, ¡tres! Para ser la primera ocasión en que me topo con un Rapide en vivo, ver tres juntos fue todo un choque. Y por cierto, es tan elegante por fuera como escaso de espacio en las plazas traseras.
En general, el entorno de “Caffeine&Machine” era una versión muy británica de eso que se llama “mezcla de tradición y modernidad”: el edificio de “The Hill” fue primero residencia familiar de un terrateniente local, y luego una venta, lo que por Inglaterra se llama “bed&breakfast”. Enclavado entre colinas perennemente verdes, está a solo dos millas de Stratford-upon-Avon, donde nació William Shakespeare. En las mesas de los alrededores del edificio, desde las que contemplo los Aston Martin, hay grabado un código QR que permite acceder a la carta del “pub”, realizar pedidos y pagarlos. Además funciona, porque sin moverme de la mesa y sin dejar de admirar los coches, me traen una pinta y unos sándwiches.
Parece obligatorio que una peregrinación automovilística por Inglaterra incluya una visita a una de esas fábricas desconocidas por la mayoría y adoradas por el resto, como Morgan. Aun conservan y utilizan la nave original en la que Harry Morgan arrancó la producción de sus coches allá por 1914. El resto de la zona de fabricación son igualmente naves de ladrillo oscuro, ideales para ambientar películas de la era de la revolución industrial, y ubicadas en las afueras de un pueblo llamado Malvern. Dentro de esas naves conviven tecnologías de muchas décadas diferentes. Por un lado, los motores, los cambios y la electrónica son de origen BMW, lo que significa que hay muchos, pero que muchos cables. Esos motores y sus transmisiones se montan sobre bastidores monocasco elaborados según técnicas aeronáuticas: chapas plegadas de aluminio que se unen entre sí mediante adhesivos y roblonado.
Hasta aquí la modernidad, porque ese conjunto se cubre con una carrocería de chapa de aluminio formada a mano sobre un bastidor de madera. De hecho, las naves en las que se fabrica y monta la carrocería utilizan los mismos utillajes de carpintero que un taller de carruajes y diligencias. Visualmente el resultado final es un coche de aspecto tradicional, solo que con luces de leds y tripas actuales.
A lo largo de la visita nos topamos con el prototipo terminado y las dos primeras unidades de producción del Midsummer, lo que empezó como una charla durante la visita de personal de Pininfarina a Morgan, y acabó como un proyecto conjunto limitado a cincuenta unidades. Que, por cierto, se habían vendido 48 después de anunciarse. Sobre la base del Morgan actual, Pininfarina ha creado una carrocería más envolvente y a la vez más sencilla, destacando el uso de la madera a base de dejarla vista en el habitáculo. Toda una delicia para los fanáticos, y una colección de dudas para quien juzgue estos coches desde un punto de vista objetivo, como iba a descubrir al día siguiente.
Me gusta mantenerme cerca de la realidad mezclando, en las proporciones adecuadas, la teoría con la práctica. Para ello había alquilado, durante un día, un Morgan Plus Four, el modelo actual con motor BMW de dos litros y 255 CV para solo 1.007 kilos.
A la hora de montarse se ha de salvar el ancho estribo lateral, y meter la pierna entre la banqueta del asiento y el volante. Una vez dentro, el codo derecho roza con el guarnecido de la puerta, y la rodilla de ese lado queda encajada entre la propia puerta y la columna de dirección.
Para facilitarme la conducción, había escogido la versión con cambio automático, que me ofrecía una ventaja adicional: en una unidad con volante a la derecha, como ésta, la presencia de la caja de cambios deja poco sitio en la zona de los pedales, y solo caben el del acelerador, el freno y un reposapié para el izquierdo. Si el cambio es manual, hace falta un pedal de embrague, y el pie izquierdo se queda sin apoyo.
Al acabar la visita a la fábrica el día anterior había confirmado la reserva del alquiler, y solicitado consejo sobre rutas de los alrededores en los que disfrutar del Morgan Plus Four. De modo que al recoger las llaves me encontré en recepción un sobre a mi nombre con rutas sugeridas, que incluían dos puntos de alto interés. El primero era recorrer “The Costwolds”, una zona que admite la definición de “todo lo que el que no sea inglés imagina como el típico pueblo inglés”. El área cubre cinco condados y efectivamente responde al tópico, como iba a comprobar en la ruta: casitas construidas en piedra color miel, rodeadas de pequeños jardines y enclavadas en pueblos tan idílicos, que estaban a punto de pasar a ser cursis. Lugares donde ancianitas bien arregladas pasean a sus perros y meriendan en grupos de amigas, calles en las que un Ranger Rover parece el coche ideal, un Aston Martin DB11 no desentona, y hasta un McLaren en color naranja papaya está en su ambiente.
El segundo punto a destacar en la ruta propuesta a través de “The Costwolds” es que incluía la recomendada carretera A 46 entre Stow-on-the-Wold y Tewksbury, sobre la que había encontrado elogios en la web “Driven to Write”.
Según me explicaron en la entrega del Morgan, la disposición de los faros y de las aletas delanteras tiene sus ventajas, aun cuando uno vaya sentado sobre el eje trasero y el morro del coche se vea lejos: desde el puesto de conducción los faros y las aletas, que son el punto más adelantado y el más ancho del coche, respectivamente, y son la referencia ideal para situar el Morgan en el carril y maniobrarlo a la hora de aparcar.
La primera sensación al arrancar es de crudeza, de sentir realmente el motor y la rodadura. Al ir sentado tan atrás, parece que hay muchos metros de coche por delante, como gobernando un buque desde el castillete de popa, con el largo capó oficiando de cubierta. Los apenas mil kilos y la estrechez hacen que el Morgan se sienta ágil y maniobrable al salir del aparcamiento de la fábrica y cruzar Malvern camino de las carreteras en las que se va a sentir a gusto.
Las millas van transcurriendo y, mientras disfruto de la conducción y de los paisajes de “The Costwolds”, pienso si conducir un Morgan por estas carreteras tan británicas es lo que imaginaba meses atrás, cuando organizaba el viaje. Las carreteras están tan descuidadas como me habían pintado, los conductores son más educados de lo que esperaba, y los pueblos que cruzo son exactamente lo que me habían anunciado, el pueblecito británico ideal entre colinas verdes.
Llueve durante casi todo el día (también lo esperaba de Inglaterra) y eso me permite comprobar el mal ajuste de la capota del Morgan, que genera ruido al agitarse con el viento. No olvidemos que es solo una simple capota de tela, de accionamiento manual, y no una de esas elaboradas cubiertas de muchas capas que protegen a algunos descapotables alemanes. Su ruido se suma al aerodinámico, al de rodadura y al de motor, causados por la falta de aislamiento del entorno. Todo ello, con la capota cerrada por culpa de la lluvia, genera una cierta sensación si no de claustrofobia sí de encierro.
Con los limpiaparabrisas continuamente activados, me doy cuenta de un detalle curioso: como el parabrisas es muy bajo, los limpias han de ser cortos para no salirse por arriba, y por ello hacen falta tres para barrer todo el parabrisas.
Por otro lado, el tamaño contenido del vehículo y la relación entre el peso y la potencia, junto con precisamente esa falta de aislamiento, hacen que la conducción sea ligera, viva y directa, que haya conexión entre la carretera, el coche y mis sentidos, y disfrute a bordo.
Para romper el tópico, y ya en plena A 46 saliendo de Stow-on-the-Wold, deja de llover. Tardo nada y menos en plegar y asegurar la capota, y conduzco las últimas millas hasta Tewksbury y la fábrica Morgan dejando que el olor a campo húmedo entre en el habitáculo, y con las nubes altas por techo. Ahora la sensación es otra, el habitáculo es menos opresivo y el coche parece hasta más ágil.
Aun así, ni con este retorno al aire libre dejo de pensar que su utilidad es tan limitada que no me compraría uno, aun teniendo el dinero necesario y pudiendo aguantar la lista de espera. Es demasiado crudo para viajes largos, vulnerable en tráfico urbano y seco en conducción deportiva. Eso sí, no hay nada más británico que un Morgan, ¿o sí?
Es lo que voy pensando mientras, unos días más tarde, conduzco el Nissan Juke de alquiler con rumbo a Hethel, la eterna sede de Lotus, esa marca que en su día fundó Colin Chapman y que, tras pasar por mil manos y otras tantas crisis, es ahora parte del grupo automovilístico chino Geely.
Lotus nación para la fabricación artesana, por el propio Chapman, de coches de carreras. Con los años entró en el mercado de los coches de calle, y su Esprit de 1976 llegó a ese alto honor de ser el coche de James Bond en una de sus películas: Roger Moore paseó a Barbara Bach en “La espía que me amó” en un Lotus Esprit S1.
También la rama de competición de la marca creció hasta llegar a la Fórmula 1, donde el equipo participó durante desde 1958 hasta 1994 con pilotos tan renombrados como Graham Hill, Sir Stirling Moss o Nigel Mansell.
Con el equipo de Fórmula 1 cerrado y la producción de vehículos de calle repartida entre Hethel y China, lo que se puede visitar son las naves de producción del Lotus Emira, porque las del Evija son confidenciales, y el resto de la gama (Eletre y Emeya) se fabrican en las plantas locales de Geely. También es visible el “Lotus Heritage Centre”, la cercana sede en las que se guarda y mantiene en uso una colección de Lotus de F1, propiedad de la marca o de clientes.
La primera impresión que se lleva el peregrino al entrar le deja sin palabras, por la calidad, cantidad, variedad y estado de los coches presentes. Nos recibe el Lotus 49 de finales de los ’60, con los colores de Gold Leaf, y frente a él están esas decoraciones que se han quedado grabadas en nuestra memoria de aficionados: el oro y negro de John Player Special, el amarillo apagado de Camel, …
Mientras Scott, el guía, nos va presentando cada coche, tengo la misma sensación que si estuviera leyendo un fabuloso libro ilustrado con la historia de Lotus, solo que en lugar de leerlo Scott me lo va contando, y en vez de mirar las fotos tengo delante de mí el coche real.
Nos rodean vitrinas con trofeos de carreras y monos de pilotos, maquetas de coches y estanterías llenas de piezas. Con todo, lo que más me atrae son unas hojas sueltas junto a unos lápices y un par de compases: son notas manuscritas de Colin Chapman, en concreto los cálculos de una barra de torsión de uno de sus F1, rodeadas por sus objetos de escritorio.
Después de este viaje a un episodio concreto de lo mejor del pasado de Lotus, recorrer las naves en las que se fabrica el Emira palidece. Sí, me encantan el coche, su tecnología y el método de producción, y me encantaría tener uno a pesar de que está vendida la producción de los dos próximos años. Pero es menos Lotus que un Esprit o un Elan. Claro, que es bastante más utilizable que un Morgan Plus Four.
Sea como fuere, no he ido a Inglaterra de compras sino de peregrinaje, y he regresado anglófilo y convencido. A pesar del estado de las carreteras y con los nudillos de la mano derecha enteros.
El pasado 13 de Marzo nos dejó, a sus 85 años, Marcello Gandini, al que muchos consideran el mejor diseñador de coches. Un repaso a sus obras lo confirma.
Aun a riesgo de simplificar, puede decirse que hay tres campos básicos de actuación en el trabajo de un diseñador de automóviles, cada uno con sus peculiaridades. El primero son los prototipos que, aunque no entran en producción, crean tendencia, marcan caminos y hacen soñar. Hace falta imaginación no desbordante para triunfar en este apartado, que cuenta con la ventaja de no estar limitado por las normativas de homologación ni por los costes y cortapisas de la producción.
El segundo campo son los coches de serie limitada y precio ilimitado, esos que se aparcan en los garajes de pocos y habitan en los sueños de muchos. Respecto al apartado anterior se distinguen en que sí han de ser “fabricables” y matriculables, aunque el coste sea una barrera menor.
Y finalmente el grupo de producción en grandes series, que debe satisfacer necesidades tan variadas como coste razonable, que guste a muchos, y reparabilidad sencilla, además de todo eso de la facilidad de producción y la homologación.
Quienes saben de diseño de automóviles aseguran que para triunfar en el gremio hay que hacerlo en estos tres apartados, como muestra de la adaptabilidad y la visión amplia.
A la hora de juzgar la obra de Marcello Gandini bajo este prisma, debemos considerar que gran parte de su carrera profesional se desarrolló como consultor independiente que trabajaba en proyectos encargados por fabricantes conocidos. Eso significa que aproximadamente dos terceras partes de ese trabajo están bajo secreto profesional. Teniendo en cuenta esta limitación, si juzgamos su trabajo conocido, es automático concluir que sí, que es uno de los grandes.
Demostrarlo repasando su obra permite utilizar el filtro de mis gustos personales, y escoger mis favoritos entre sus creaciones. Empezando por los prototipos, me quedaría con el Alfa Romeo Carabo (1968) y el Lancia Stratos Zero (1970). El Carabo se construyó con la limitación de su base, el chasis del Alfa Romeo 33 Stradale, y anticipó dos elementos de diseño que crearon escuela: las puertas de tijera y el diseño en cuña (“wedge design”), que siguió todo tipo de fabricantes. El único ejemplar del Carabo que se fabricó puede disfrutarse actualmente en el Museo Storico Alfa Romeo de Arese (Italia), y con sus solo 99 cm. de altura parecía un coche bajo hasta que apareció el Lancia Stratos Zero, que mide nada más que 864 mm. Con el Stratos Zero, Gandini dio un paso más en el diseño en cuña y apuró el concepto de limpieza de líneas. Dio la casualidad de que en ese momento Lancia quería regresar al Mundial de Rallies con un coche específico, por lo que Gandini recibió el encargo de transformar su prototipo en un coche de calle. El resultado fueron las 492 unidades fabricadas entre 1973 y 1978, que en la versión de carreras patrocinada por Alitalia y con los colores de la bandera local forma parte de la iconografía del automóvil.
Ya dentro del capítulo de vehículos de serie limitada, la obra de Gandini arranca con uno de los mejores diseños de todos los tiempos: el Lamborghini Miura. El motor V12 de Paolo Stanzani montado sobre el chasis de Gianpaolo Dallara se presentó en el Salón de Turín de 1965 con un éxito tal que a Ferruccio Lamborghini no le quedó otra que terminar el trabajo e iniciar la producción. Para definir el aspecto exterior, contrató los servicios de la empresa de diseño de Nuccio Bertone, que encargó el trabajo a un Marcello Gandini recién llegado a la casa. Es imprescindible destacar que cuando el resultado final se presentó en el Salón de Ginebra de 1966, Dallara y Stanzani tenían 30 años, y Gandini y Wallace, el ingeniero de pruebas, solo 28. Eso es precocidad.
Hay poco que añadir a los que se ha escrito sobre el Miura: creó escuela, generó una nueva categoría de coches para la que se acuñó el término “supercar”, y su combinación de curvas cóncavas y convexas sigue enamorando. Sin olvidar las anécdotas asociadas a un desarrollo atropellado, para que entrara cuanto antes en producción: desde las pestañas que camuflaban el origen humilde de los faros, a la escasa resistencia torsional de las primeras unidades, que Dallara resolvió aumentando el espesor de la chapa. Faltaba mucho para que llegaran el cálculo de estructuras por ordenador y los bancos de pruebas de chasis.
El mérito del sucesor del Miura, el Lamborghini Countach (1974 – 1990), reside en no ser un mero sucesor. Gandini podía haber repetido la fórmula de las curvas infinitas y, sin embargo, se fue al lado contrario: una forma en cuña creada a base de rectas o curvas de gran radio, claramente asociada al brutalismo que triunfaba en la arquitectura de la época. El prototipo del Countach es el que mejor expresa la idea basada en la limpieza de formas, con el añadido dramático de las puertas de tijera.
El sobrecalentamiento del motor en la fase de pruebas obligó a mejorar su refrigeración, por lo que se añadieron unos cajones sobre los pasos de rueda traseros, que interrumpen visualmente la cuña. Con todo, la evolución en los 16 años de producción fue a peor, hasta llegara a la desafortunada versión final sobrecargada de Horacio Pagani, cuando aún trabajaba en Lamborghini.
La marca volvió a fichar a Gandini para encargarse del sucesor del Countach. Solo que entregó el trabajo cuando la propiedad pasó a manos de Chrysler, y desde Detroit decidieron retocarlo. El resultado, que llegó a la serie como Lamborghini Diablo, quedó tan reblandecido que Gandini nunca lo reconoció como suyo. Sin embargo, la idea no acabó en el olvido. Poco después, Giorgio Moroder (compositor, productor musical, creador de la música disco y coleccionista de coches) se unió a Claudio Zampolli (ex ingeniero de Ferrari afincado en California) para crear el CiZeta Moroder V 16T: CiZeta viene de las iniciales en italiano de Claudio Zampolli, Moroder puso su apellido, y el motor que idearon estaba formado por dos V8 que se unían al cambio en forma de T. Del diseño se encargó Gandini, que aprovechó su propuesta rechazada del Diablo y los adaptó a las nuevas dimensiones, especialmente a la muy voluminosa parte trasera.
El largo historial de diseño de Gandini es también ancho, porque no solo hay deportivos biplaza de motor central. El capítulo de los Gran Turismo, esos coches de cuatro plazas, dos puertas y altas prestaciones, pensados para viajes largos, queda cubierto con el Alfa Romeo Montreal y los Lamborghini Marzal y Espada.
En el Salón de Montreal de 1967, Alfa Romeo presentó un prototipo sin nombre. El punto más impactante eran unas tapas que cubrían parcialmente los faros, nada más que un truco para, manteniendo una forma visualmente agradable, cumplir con las normas de la época sobre altura de faros. Cuando los faros, que eran fijos, se encendían, las tapas bajaban y se ocultaban, dejando iluminar a la totalidad del faro.
El éxito de ese prototipo “de Montreal” fue tan grande que Alfa Romeo decidió llevarlo a la serie, y convirtió el apodo en su nombre comercial. El vehículo inicial montaba un motor de cuatro cilindros en línea y solo 1.600 cc, que permitía un capó bajo y plano. Como la potencia que proporcionaba era escasa para un GT prestigioso, en el de serie se instaló un V8 a 90º de 2.600 cc, que obligó a crear una fea chepa en el capó para hacerle sitio. Con el objetivo de disimularla, Gandini añadió una toma NACA no operativa; no olvidemos que este tipo de tomas de aire, proveniente de las investigaciones de la NASA, aparecerían cuatro años más tarde en los laterales de otro proyecto de Gandini, el Countach.
En esos mismos años se presentó otro GT, esta vez de Lamborghini: el Marzal. Se vio por primera vez en el Salón de Ginebra de 1967, lucía el perfil en cuña que se iba a poner de moda, y unas puertas acristaladas que aligeraban la forma. En paralelo el periódico británico “The Daily Mail” había encargado a Bertone que diseñara “el coche ideal”, y el resultado se presentó en el Salón de Londres también de 1967 bajo el nombre de Bertone Pirana o Piranha, que las fuentes no se ponen de acuerdo sobre el nombre original.
Cuando Ferruccio Lamborghini decidió llevar a la producción su GT, le dio el nombre de Espada (1968 – 1978), y Gandini cogió ideas del Marzal y del Pirana o Piranha. Eso sí, el acristalamiento inferior de las puertas no llegó a la serie, porque al Sr. Lamborghini no le parecía bien que se les vieran las piernas a las señoras que montaban en sus coches. No olvidemos que en aquellos tiempos, los pantalones eran minoría respecto a las faldas en el armario de la ropa de las mujeres, y la minifalda ya se había inventado.
El tercer posible campo de actuación de un diseñador de automóviles es el de vehículos de precio asequible producidos en grandes series, y también aquí brilló Marcello Gandini.
Quizá el más popular, y que menos se le atribuye, sea la segunda generación del Renault 5 (1984 – 1996). Pretendía heredar el buen nombre de la primera, y aunque su arquitectura era por completo distinta, la recuerda a la vez que la moderniza. Hay que tener en cuenta que el Renault 5 inicial, rompedor en su estética, se basaba internamente en el R 4, con su motor delantero longitudinal, con la caja de cambios por delante, lo que condicionaba enormemente la pugna entre habitabilidad, dinamismo y proporciones: avanzar el conjunto motor – cambio – transmisión ganaba espacio interior a cambio de alargar el morro y la distancia entre ejes; atrasarlo mejoraba el aspecto y la agilidad, comprometiendo el espacio. Aun así, el resultado fue formidable.
El punto de partida de la segunda generación era la plataforma compartida con los Renault 9 y 11, con motor y transmisión en ubicación transversal, que facilitó el compromiso entre habitabilidad, dinamismo y proporciones.
Otro éxito de elevada producción de Gandini para una marca francesa fue el Citroën BX (1982 – 1994). Hacía falta un heredero asequible de joyas del diseño como el DS o el SM, y Gandini se basó en dos trabajos previos que no llegaron a la serie: el FW11 (1977) que Reliant estaba desarrollando para la marca turca Otosan, y el Volvo Tundra concept (1979). El resultado fue una mezcla de diseño en cuña con recuerdos de sus antecesores, basado en formas planas, que no simples, fáciles de estampar.
No podían faltar vehículos italianos entre la producción en serie de Gandini. Recordemos el pequeño Autobianchi A112 (1969 – 1986) sobre una plataforma encogida de Fiat 128, que únicamente se vendió con carrocería de tres puertas. Debido a su éxito, aguantó muchos años en el mercado, y hubo que desarrollar el Y 10 (vendido como Autobianchi o como Lancia) para que cesara su producción.
Y del prototipo Autobianchi A112 Runabout, del propio Gandini, se derivó el X 1/9, fabricado entre 1978 y 1982 por Fiat, y desde entonces hasta 1989 por Bertone. Era una versión a escala de los superdeportivos de la época, con motor central transversal, línea en cuña, biplaza y con faros escamoteables. A cambio de no tener apertura exótica de puertas, era descapotable.
Rematamos el repaso de los subjetivamente mejor de la obra de Gandini con la mención de dos berlinas de segmento D producidas en gran cantidad. La primera es el Fiat 132, fabricado y vendido también como Seat en España, en un intento de ambas marcas por ascender en la pirámide social del automóvil.
La segunda es el BMW Serie 5 código interno E12 (1972 – 1981), prueba de que Gandini trabajó también con alemanes. Aunque para ser más preciso habría que decir que trabajó para alemanes, ya que el E12 se desarrolló bajo la supervisión del francés Paul Bracq, que llegó en 1970 a BMW para cubrir la baja por jubilación de Wilhelm Hoffmeister, el que inventó el montante en C con esa peculiar forma que le hace llamarse “Hoffmeister kink”. Bracq había triunfado en Mercedes (1957 – 1967), de donde salió para diseñar el TGV, el tren de alta velocidad francés. Cuando legó a BMW se encontró con la propuesta inicial de Gandini, basada en el BMW 2200 tii Garmisch presentado en Ginebra en 1970, y que el propio Gandini había diseñado en Bertone. El resultado final fue un digno sucesor del rompedor “Neue Klasse” (1962 – 1972) y marcó el aspecto de las berlinas medias de BMW hasta hoy.
Es difícil encontrar, en un único diseñador, una obra tan amplia y variada, por tipos de vehículos, arquitecturas, lenguajes de diseño y tipos, En esta época de sequía de ideas y exageración de formas, echaremos de menos al maestro Gandini.
Estas tres palabras no son sinónimas, y sin embargo coinciden en el punto en común de las tres exposiciones, exhibiciones o entretenimientos relacionados con coches y motos que he visitado recientemente.
A pesar de los enormes esfuerzos que realizan los burócratas de Bruselas junto a una legión de desinformados, el sector de la automoción, sobre dos o cuatro ruedas, continúa vivo, es la base de la movilidad mundial y arrastra una buena masa de aficionados, dispuestos a reunirse alrededor de celebraciones que festejan su pasión.
Y también en contra de algunas opiniones, los jóvenes, entendiendo por tales a los menores de treinta años, se unen a estos actos, una alegría por lo que supone de relevo generacional.
Por simple casualidad, he visitado en el transcurso de pocas semanas tres exposiciones o exhibiciones, en principio sin relación alguna entre ellas, aunque obviamente con elementos en común, más allá del protagonismo de coches y motos.
La primera a la que acudí, en orden cronológico, fue “Formula 1: the exhibition”, la exposición sobre la Fórmula 1 que el organizador del campeonato inauguró en Ifema, Madrid, en parte para apoyar la candidatura del lugar y de la ciudad de cara a albergar una carrera allá por 2026.
A la vista del rumbo que Liberty Media está dando al campeonato, más cerca de la exhibición y el espectáculo que del deporte, mis impresiones fueron mejores de lo esperado. Sobre todo, porque no confiaba en encontrar referencias ni a la larga historia del campeonato ni a sus aspectos técnicos, y sin embargo ambos se mostraban con generosidad.
La exposición está montada con material actual cedido por los equipos participantes (salvo Aston Martin, que estaba muy ocupado en la pre-temporada), y por un gran número de empresas y coleccionistas.
Destaca, claro, lo más reciente, como un Alpha Tauri actual con el que deleitarse hasta el dolor de cabeza analizando la compleja aerodinámica de los F1 de hoy en día. No son solo los elementos básicos (bigotes, alerón o pontones), los que llaman la atención por su complejidad; es el elevado número de pequeños complementos que tienen éstos o que aparecen por todas partes para guiar el aire, eliminar vórtices o controlar la capa límite. Por ejemplo, delante de cada pontón hay un cajón triplano con una deriva vertical central y pequeños huecos en la deriva exterior, y entre este cajón y la rueda, uniéndose al fondo plano, un complejo cajón frontal doble con ¡once derivas verticales!
Rodean al Alpha Tauri expuesto maquetas, secciones y vídeos sobre cuestiones técnicas, explicadas para el público en general, como aerodinámica, unidades híbridas de potencia o cajas de cambio de toma constante.
La siguiente sala sorprende, ya que mostrar los restos del Haas tras el horrible accidente que sufrió con él Romain Grosjean en el GP de Bahréin de 2020 es casi una invitación al morbo, y sin embargo las explicaciones se centran en la seguridad de los coches actuales, gracias a la capacidad de absorción de energía de los monocascos de carbono, la protección del Halo o las medidas implantadas en los circuitos. Todo esto no quita que el visitante sienta encogerse el estómago al ver otra vez el vídeo del accidente de Grosjean junto a lo que quedó del monocasco y del volante.
Otro momento inesperado en la exposición surge al ver la atención que se presta a la historia del campeonato. No son solo las decenas de cascos de pilotos de todos los tiempos que se exponen; son, especialmente, los coches y las piezas de éstos que llenan las salas. Es fantástico ver de nuevo un Lotus con la publicidad de la tabaquera Gold Leaf, o motores tan emblemáticos como los primeros indomables Renault Turbo, o los TAG – Porsche de los McLaren Marlboro.
El salto a la segunda de las visitas en enorme, ya que solo tiene en común con la primera que ambas son exhibiciones de vehículos. La Guardia Real es el cuerpo militar de las Fuerzas Armadas españolas responsable, desde que en 1504 la fundó Fernando el Católico, de la seguridad del Rey y de su familia.
Hoy en día sus instalaciones se encuentran en El Pardo, en las afueras de Madrid, donde una nave moderna alberga la “Sala Histórica de la Guardia Real”. Se puede visitar previa petición, y es un placer hacerlo tanto para los aficionados a la historia en general como para los seguidores de la historia de la automoción.
La visita guiada se inicia en la planta superior, que alberga uniformes, cuadros, documentos y otros recuerdos de los más de cinco siglos de historia del cuerpo. Resulta ser un agradable paseo ilustrado por la historia de España, un interesante repaso para los entendidos, y un descubrimiento para los profanos.
La planta baja es la que despertó mi interés, ya que contiene vehículos que se han utilizado oficialmente en la Jefatura del Estado español desde finales de los años ’30 del siglo pasado hasta ya iniciado el XXI. Así de amplio en el tiempo y así de genérico.
La indudable estrella es el Mercedes W31, tipo G4, del que se dice es el único modelo de la marca que no se expone en el Museo Mercedes de Stuttgart. Este W31, tipo G4, es un camión de tres ejes, el delantero directriz y los dos traseros motrices; es decir, un 6×4, con un motor de gasolina de ocho cilindros en línea (código interno M24), nada menos que 5.920 mm de longitud y 3.700 kilos de peso. Fue fabricado entre 1934 y 1939 solo para el ejército alemán, nunca para su venta al público, y la producción fue solo de 57 unidades.
La que se expone en la Sala Histórica de la Guardia Real se fabricó en 1939; al ser de las últimas, monta la versión M24-II del motor, con 5,4 litros de cilindrada y 115 CV, muy poco para mover tanto peso, por lo que el consumo puede llegar a los 38 litros cada 100 kilómetros, y la velocidad máxima no pasa de 65 km/h.
Del total de 57 unidades parece que solo quedan tres en su estado original. Una de ellas sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, se transformó a su término en camión de bomberos, para luego ser restaurada y donada al Sinsheim Auto&Technik Museum, en Austria. Otra se expone en el Lyon Air Museum, de Santa Ana, California (EE. UU.), y la tercera es la que está en Madrid.
Y a partir de aquí pasamos de los hechos a la leyenda, que cuenta que Adolf Hitler ordenó fabricar tres unidades especiales (¿qué las hacía especiales?) para tres destinatarios igualmente significativos: Benito Mussolini, Francisco Franco y él mismo. Parece ser que, una vez que le entregaron su camión, a Franco no le gustó el regalo en sí y, según se entraba en la década de los ’40 y avanzaba la II GM, no le apetecía que se le viera utilizando un regalo hecho por los posibles perdedores de la contienda. De modo que, tras pocos kilómetros de uso, el camión Mercedes fue arrinconado.
Cuenta también la leyenda que, al ser el único superviviente de los tres especiales, Mercedes Benz intentó comprarlo con un cheque en blanco a Patrimonio Nacional, la institución responsable de él, que rechazó amablemente la oferta precisamente por eso, por ser el camión patrimonio nacional y parte de la historia de España. Entonces Mercedes se ofreció a restaurarlo en su Mercedes Benz Classic Center, y aprovechó para levantar planos del vehículo, que se habían perdido en la guerra. De este modo, en 2002, y con su matrícula M-4200-AD de 1974, el W31, tipo 4 quedó de nuevo en el estado en que salió de la fábrica 63 años antes. Para asegurarse de que se mantendría así, los mecánicos de la Guardia Real recibieron una formación específica en el Classic Center de Mercedes.
Aunque a su lado los otros quince coches y camiones expuestos palidezcan, merecen al menos una mención. Hay curiosidades como un Cadillac descapotable y blindado (¿) de 1948, fabricado en Detroit (EE. UU.), blindado en Trubia (Asturias) y carrozado en la Unidad de Automóviles del Ejército en Torrejón de Ardoz (Madrid). Aun conserva su matrícula ET-42922-O. Junto a él posan varios compatriotas suyos, como un Buick del ’49, un larguísimo Cadillac Eldorado convertible de 1970, un Fleetwood del ’73 y un Lincoln Continental del ’78.
Lo que más llama la atención son los dos Rolls Royce Phantom IV expuestos, uno cerrado y otro descapotable. Pertenecen a una serie limitada de 18 unidades, fabricadas entre 1950 y 1960, de las que 17 fueron adquiridas por mandatarios de diversos países, y se conservan 16. Algunos de los propietarios iniciales fueron Mohamed Reza Pahlevi (Sha de Persia), el Aga Khan III y el Rey Faisal II de Irak.
En su momento España compró tres unidades: una limusina de cinco plazas y otra de siete, y un descapotable de cuatro, todas entregadas en 1952.
No quiero dejar de lado las motos expuestas, fundamentalmente Harley-Davidson y BMW. Las Harley lucen la cantidad esperada de cromados, que es mucha, y el escudo real pintado sobre el depósito. Las BMW pertenecen en su mayor marte a la desaparecida Serie K, la de motor tumbado y refrigerado por agua, de tres o cuatro cilindros, más alguna bóxer.
La primera edición de Autopía tuvo lugar el 24 de Septiembre de 2022 en Boadilla del Monte (Madrid), como se narró en estas páginas virtuales. A pesar de algunos errores en la organización, decidí asistir a la segunda que se celebró en el mismo lugar a finales del pasado mes de Abril. En parte, el motivo de mi nueva asistencia fue participar exponiendo uno de mis Mercedes clásicos, de los que también se ha hablado aquí.
Destacar lo mejor de entre los más de 800 vehículos expuestos es, a la vez, arriesgado y subjetivo. De modo que empiezo por reconocer que lo que voy a mencionar no es necesariamente lo mejor, más valioso o más importante, es solo lo que más me gustó o me llamó la atención.
Hay que empezar, claro, por el homenaje a los pilotos españoles que han participado en las 24 Horas de Le Mans, la carrera que este año celebra su centenario. Para decorar, se mostraban el Audi TDi de Ivan Capelli, Allan McNish y Tom Kristensen, y el Epsilon Euskadi 1, que tomó parte en la edición de 2005.
No lejos de ellos se podían contemplar tres motos de GP: las Honda de MotoGP de Marc Márquez y Dani Pedrosa, con sus dorales 93 y 26, junto a una Derbi 50 cc. de Angel Nieto. Ya se nos olvidaba lo minúsculas, en todos los sentidos, que eran estas cincuenta: neumáticos estrechos, manillares aun más estrechos, sillín mínimo y retrasado, los diámetros de barras de horquilla y basculante parecen de broma, … y, a pesar de ello, ¡cuánto corrían!
En el capítulo de los coches que me llamaron la atención favorablemente situaría las dos unidades de Porsche 959, y los dos BMW 3,0 de la Serie E9, uno en versión CS y otro como CSL, el conocido como Batmobile. Igualmente fue agradable ver unos cuantos Lotus, entre los que destacaba un Esprit V8 blanco.
La organización mejoró mucho respecto a la anterior edición. Con más asistentes y más vehículos expuestos, el tiempo de acceso a las instalaciones como participante bajó de 30 minutos a solo cinco; y había más música y más actividades para niños. Esta vez no se acabó la comida, aunque aun queda por mejorar el tiempo para conseguirla: una hora y media de cola para alcanzar una hamburguesa es excesivo.
No me atrevo a lanzar una conclusión única de tres eventos tan diferentes en contenido y objetivos, aunque sí hay que destacar que la abundante y alegre respuesta del público asistente deja claro que la automoción goza de una estupenda mala salud.
El museo Guggenheim de Bilbao acogía este verano una exposición que relacionaba el automóvil con el arte y la arquitectura. El prestigio del museo y el del comisario de la exposición, el arquitecto Norman Foster, así como las opiniones de los críticos, aseguraban el éxito.
En 1998 el Museo Guggenheim de Nueva York organizó una exposición de motos que posteriormente se mostró en el Field Museum of National History de Chicago y en los Guggenheim de Bilbao y Las Vegas. Tuve el acierto de asistir a la exhibición española, y me impresionó lo bien que establecía la relación entre las motos de cada época y su momento social y económico; era la primera vez que visitaba una exposición de motos organizada desde el lado de la cultura y no, como es habitual, desde y para aficionados a las motos.
Animado por la posibilidad de que la exposición “Motion. Autos. Art. Architecture”, pues ese es su nombre completo, fuera tan buena como la de motos, busqué opiniones, y las que encontré no podían ser más favorables: hasta Harry Metcalfe, de “Harry’s Garage”, le dedicó elogios, y la prensa especializada invitaba a asistir.
Una vez decidido a ir, preferí comprar anticipadamente el catálogo, un libro sólido y contundente de casi 300 páginas. Está editado por Ivorypress, que pertenece a Elena Ochoa, la esposa de Foster. Entremezcla los coches y las obras de arte expuestas con fotos e ilustraciones de cada época. Los textos corren a cargo, entre otros, de Sir Jackie Stewart (tres veces Campeón del Mundo de Fórmula 1), el Duque de Richmond y Gordon (organizador del Festival of Speed de Goodwood) y el propio Lord Norman Foster of Thames and Bank, OM.
Establece una evolución, en orden cronológico, desde los inicios de automóvil, marcado por una réplica del Benz Patent Motor Car (1886), hasta el inicio de los años ’70, aunque se añada el Mercedes Benz AMG de Fórmula 1 de 2020. Es significativo que se detenga en ese punto en el tiempo, quizá un signo de que la evolución del automóvil como concepto se ha desacelerado.
Dado que el promotor y comisario de la exposición es una arquitecto, no podían faltar referencias a la relación entre automóviles y arquitectura. Por eso aparecen Le Corbusier y su Voiture Minimum (1936), o los planos de la exposición de Jaguar que Frank Lloyd Wright diseñó para Max Hoffmann en el 430 de Park Avenue, Nueva York, de la que ya se habló en este blog.
También se citan algunos edificios corporativos de empresas del sector, como el General Motors Technical Center de Eero Saarinen (1956), la Torre Pirelli de Milán (1958) de Gio Ponti y Pier Luigi Nervi, y el McLaren Technology Center (1998) del propio Foster.
Si de entre todas las fotos del libro debiera escoger una, me quedaría con la terriblemente sesentera de Helen Stewart (ver arriba), esposa de Jackie Stewart, cronometrando a su marido en el circuito de Silverstone, en 1967. Comparar el vestuario, la puesta en escena y la tecnología con la actualidad, da vértigo.
Sillas de la época; Tatra T87 y Chrysler Airflow; maqueta del Chrysler Building, Nueva York.
La zona de la exposición que, a mi juicio, mejor relacionaba automóviles, arte y arquitectura estaba en la sección “Beginnings” (Inicios). Junto a una maqueta del edificio Chrysler, construído en Manhattan en 1930, con sus gárgolas Art Deco y los arcos de las últimas plantas que recuerdan radiadores de coches. A su lado, fotografías de sillas diseñadas en la época por Marcel Breuer, Mies van der Rohe y Mart Stam, cutas réplicas todavía se fabrican. Y frente a ellos, un Chrysler Airflow (1934) y un Tatra T87 (1948), que reproducen en sus carrocerías aerodinámicas las formas del edificio Chrysler, y en sus asientos las sillas de moda en aquellos días.
Es tan subjetivo como arriesgado escoger “los mejores coches” de una exposición como ésta; por ello me limitaré a citar los cinco que más me llamaron la atención.
Cerca del Rolls Royce lucía el Pegaso Z-102 Cúpula (1952), con su perfil al estilo de los Ferrari “breadvan” (la furgoneta del panadero) y unas formas casi escultóricas. Este proyecto de Pegaso fue una excelente maniobra de imagen para mejorar la posición en el mercado de una fábrica de camiones de un país aíslado en la guerra fría; lástima que quedar solo en eso.
Citroën 2CV «Sahara»; Lancia Stratos Zero.
En 1939 debutó como prototipo el Citroën “Toute Petite Voiture”, pero se ocultó a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y reapareció en 1938 como 2CV. Es una gran obra de Flaminio Bertoni, que se mantuvo años en producción.
En un momento de esa larga existencia, la administración francesa solicitó un vehículo barato de tracción a las cuatro ruedas para su uso en las colonias de Africa noroccidental, lo que ahora son Argelia, Marruecos, Mauritania, Senegal y Malí. Citroën presentó un 2CV con un segundo motor en el maletero, lo que obligó a colocar el depósito de combustible bajo los asientos delanteros, añadir salidas de refrigeración en algunos paneles de carrocería y otros mil cambios. Esta peculiar versión llegó a España en pequeñas cantidades para su uso por la Guardia Civil, y su cotización, en toda Europa, está muy por encima de la de un 2CV convencional.
En la lista de coches que me llamaron la atención no podía faltar el único presente diseñado por Marcello Gandini, el Lancia Stratos Zero (1970). En vivo, con sus planos enlazados por líneas rectas, parece más una escultura o un trabajo de origami que un automóvil, aunque de perfil dé la sensación de ser un animal agazapado dispuesto a saltar.
Una vez superada la pregunta inicial (“¿Y cómo se monta uno ahí?”), lo más llamativo son los solo 84 cm. de altura total, el insólito ángulo del parabrisas y el acristalamiento lateral por debajo de la línea de cintura. Ha pasado más de medio siglo desde su presentación, y sigue pareciendo moderno.
No puedo negar que los 38 vehículos expuestos merecen estar, aunque me gustaría mencionar que, en mi opinión, no están todos los que son. El propio Foster comentó las limitaciones de espacio que planteaba el Guggenheim, con lo que quedan disculpadas las ausencias. Si me pidieran una lista de vehículos a añadir, más por su importancia social y en el diseño que por mis gustos, citaría a los Lamborghini Miura y Countach, algunas obras de Battista Pininfarina, el BMW Neue Klasse de Michelotti y Hofmeister, el primer Range Rover de David Bache y Spen King, y el Hummer H1.
Citroén DS 21 «Decapotable usine» de Henri Chapron: exterior.
Me reservo para el final la mención al coche, de entre los expuestos, del quinto de mis seleccionados, el que me llevaría a casa y conduciría con frecuencia. El Citroën DS, conocido en España como “Tiburón”, supuso un enorme impacto en su presentación en el Salón de París de 1955. La ingeniería, a cargo de André Lefèbvre, era rompedora para la época, con un sistema hidráulico común para los frenos y una suspensión autonivelante nunca vista hasta el momento. El diseño de Flaminio Bertoni (el mismo del 2CV) rompía con las tendencias de la época, y dejaba entrever su debilidad por la escultura.
Las formas del DS pronto se asociaron tanto al lujo francés como a las figuras de renombre que lo utilizaron; entre ellos, el mismísimo Charles de Gaulle, Presidente de la República Francesa, que sobrevivió a una atentado de la OAS hace ahora justo sesenta años, cuando viajaba en su DS oficial.
Modificar un DS está, por tanto, más cerca de la herejía que del atrevimiento, pero el carrocero parisino Henri Chapron se lanzó a convertirlo, nada menos que en un descapotable de dos puertas. La escasa producción (1.365 unidades) se realizó entre 1963 y 1972, y el modelo expuesto en el Guggenheim pertenece a la serie limitada “Palm Beach”. Es el último de los 32 fabricados, y mantiene sin restauración el interior original y la pintura de carrocería “Gris Tudor”.
Cuenta la leyenda que, en 1961, cuando no se había iniciado la producción y solo se habían mostrado prototipos, Cary Grant pidió a Citroën una unidad para el rodaje de la película “That Touch of Mink”, que iba a protagonizar junto a Doris Day. La marca le cedió un coche de exposición, que apareció de modo destacado en la película. Se estrenó en 1962, cuando el “DS Décapotable usine” ya estaba a punto de iniciar las ventas. La película llegó a las pantallas españolas como ”Suave como el visón”.
A día de hoy los pocos DS descapotables de Chapron que sobreviven se cotizan en números de seis cifras, sea en dólares, euros o libras esterlinas. No es el más exquisito, caro, potente o exclusivo de los que se mostraban en el Guggenheim, y aun así, insistiría en escogerlo como mi coche favorito de una exposición excelente.
En 2017, el ingeniero de Fórmula 1 Adrian Newey escribió su autobiografía bajo el título original en inglés de “How to make a car”. Se publicó en 2018, y su edición en español fue lanzada con una traducción directa, “Cómo hacer un coche”, en 2019. Acabo de leerla y disfrutarla, por la amena mezcla de contenidos personales y profesionales de un personaje conocido y a veces polémico en el campo de la ingeniería de los coches de competición.
Por ser autobiográfico está redactado en orden cronológico, y combina episodios de su vida privada con otros de las carreras, algunos ya conocidos y otros que revelan la cara interna de la competición. Sorprende la sinceridad, y a veces hasta la crudeza de Newey cuando narra hechos íntimos, especialmente viniendo de un británico, a los que según el tópico se les supone discretos en ese campo. Por ejemplo, en ocasiones durante su infancia las relaciones entre sus padres eran tensas, con episodios esporádicos de violencia, que el autor describe así: “Digamos que (mi madre) a menudo se veía obligada a usar gafas de sol durante varios días”.
Como la afición a los coches, y a “enredar” en ellos la heredó de su padre, cita los vehículos que había en casa hasta con la matrícula: Riley RMF VCD256, Ducati 900 SS CNP617S o Lotus Elan amarillo GWD214K.
Otras referencias duras a su vida personal se refieren a las dificultades para conciliar la vida familiar con las exigencias propias de un ingeniero puntero en la competición, no solo en el número de horas de trabajo, sino en la cantidad y la duración de los viajes, que describe así: “(Estaba) en la ingeniería de Michael Andretti en las carreras de la IndyCar (en EE.UU.), volando de regreso, conduciendo hacia Heathrow para investigar y diseñar el coche de 1987 y yendo a las carreras de Fórmula 1 para ser ingeniero de Patrick Tambay; además, haciendo grandes esfuerzos para mantener mi matrimonio unido e intentando ser un buen padre primerizo.” Estas situaciones no siempre conducen al éxito, como señala unas páginas más adelante: “Corría el mes de Julio de 1989 cuando volví a mi casa en Marsh Gibbon, y la encontré vacía. Solo una nota de Amanda, que comenzaba con un “Querido Adrian” y en la que me decía que se había ido a casa de sus padres en Devon. Me dejaba”.
La parte profesional de Adrian Newey es la más conocida, especialmente su habilidad para encontrar rendijas en los reglamentos técnicos que le permiten desarrollar soluciones que a otros ingenieros no se les ocurren También se sabe que sigue dibujando a mano en tablero de dibujo, en plena era de ordenadores, CAD y CFD; de hecho, el libro se ilustra con algunos de esos dibujos realizados a lo largo de los años, de los que se han escogido los de esta reseña. Su capacidad de generación de ideas, y por tanto de elaboración de dibujos, es elevada: “Un ejemplo de lo rápido que puedo trabajar cuando estoy agotado es que puedo tener al menos a dos personas ocupadas en pasar mis dibujos en papel al CAD. Y me refiero solo a los dibujos que creo que vale la pena transcribir. Por lo general, se necesitan varios caminos para llegar a ese punto; mi consumo de gomas de borrar solo es comparable a mi consumo de minas de lápiz”.
No se deja de lado un episodio destacadamente triste en la vida profesional de Newey: el horrible fin de semana del GP de San Marino, en el circuito de Imola, en 1994. En los entrenamientos del viernes, Rubens Barrichello, a bordo de un Jordan, sufrió un grave accidente del que salió ileso. El sábado, en el entrenamiento oficial, Roland Ratzenberger, con un Simtek, tuvo un accidente mortal. Y el domingo, en la carrera, Ayrton Senna, sobre un Williams diseñado por Adrian Newey, falleció. Aparecen en el libro numerosas menciones a la responsabilidad de ingenieros y mecánicos de competición en relación con los accidentes en general; hay también comentarios sobre el análisis técnico que se hizo en Williams sobre el accidente de Senna, y sobre las complejas cuestiones legales relacionadas, tanto desde el punto de vista de la FIA como ante los juzgados italianos.
Resultan interesantes los planteamientos de Newey a lo largo del libro sobre cómo resolvió las dificultades de cada coche en cada temporada, dependiendo del reglamento técnico vigente, del presupuesto disponible y, por supuesto, de la tecnología de cada momento. La aerodinámica es su especialidad, y por ello dedica muchos comentarios al trabajo en el túnel de viento. En 1989, su Leyton House AN 881 no daba el rendimiento esperado, y varios meses de trabajo duro en el túnel de viento de Southampton no resolvieron el problema. Hasta que a principios de 1990 se fueron a trabajar al túnel de Comtec en Brackley y los resultados fueron distintos por completo, lo que le lleva a dar esta explicación: “Todos los buenos túneles de viento para coches de carreras tenían una cinta transportadora en movimiento, parecida a la del supermercado. El motivo de ello es el marco de referencia. En la vida real, un automóvil pasa a través del aire estacionario y el suelo. En el túnel de viento, el modelo se mantiene estacionario, por lo que, para poder reproducir correctamente la realidad, tanto el aire como el suelo deben moverse a la misma velocidad, independientemente de la maqueta. Debajo de la cinta transportadora debía de haber una placa perforada con muchos agujeros pequeños, con la parte inferior de la placa conectada a una caja de succión. El objetivo era evitar que la baja presión generada bajo el modelo succionara la correa hacia arriba alejándola de la placa. En Southampton la placa era de aluminio, pero lo que no sabíamos era que debajo de ésta había tablas de roble atornilladas, a través de las cuales se habían perforado los agujeros de succión. Con el tiempo, la madera se había arqueado, creando un listón bimaterial. El resultado neto era que el plano de tierra, en vez de ser plano, era ligeramente cóncavo. Esta forma, naturalmente, había descargado el difusor, lo que nos llevó a desarrollar una forma más agresiva que no podía hacer frente a la realidad”.
No deja de lado Newey la vida interior de las carreras, lejos del encanto y la perfección organizativa que desde fuera se les supone. Valga como ejemplo un desplazamiento al túnel de viento de Kensington, con la maqueta del prototipo en el maletero de un viejo Chevette: “Madrugábamos, porque toda la operación se debía hacer bastante deprisa. Una mañana particularmente helada, atravesé el Chevette en el cruce de la salida a la M4, y di en el guardarraíl con la parte externa del coche. Retiramos el paso de rueda para que no rozara con el neumático, volvimos a montarnos en el coche tiritando y seguimos adelante.”
O los primitivos sistemas de seguimiento de las carreras en sus inicios, concretamente en las 24 Horas de Daytona de 1983: “En esos días no teníamos un sistema de cronometraje oficial. En vez de eso, los equipos dependían de esposas y novias para apuntar los dorsales de los coches cuando pasaban por los boxes y, así mantener un control de las vueltas. Las esposas y novias buenas eran increíbles. Desafortunadamente las nuestras no eran buenas, y en una hora de carrera ya no teníamos ni idea de nuestra posición”.
Es de esperar que un coche de Fórmula 1 sea una máquina perfecta, en la que no hay detalle que no se haya pensado una y mil veces. Solo que no es así, y puede que el Leyton House AN 881 tenga la peculiaridad de que no queda hueco para que la mano de Iván Capelli, el piloto, quepa entre el monocasco y la palanca de cambio, y ¡no pueda cambiar de marcha!. Era la primera carrera de la temporada, en Imola, y esto es lo que sucedió la noche del sábado: “Recuerdo muy bien esa noche. Practicamos un boquete en el costado del monocasco, hicimos que Iván se sentara dentro y fuimos expandiendo el agujero para que tuviera suficiente espacio para cambiar de marcha. Cuando lo logró, cogí un poco de cera y la moldeé sobre sus nudillos, le mandé salir del coche y reforcé la cera colocando temporalmente fibra de vidrio por dentro, y luego una fina malla de fibra de vidrio y relleno en el exterior para suavizar la forma”. Y continúa: “Cuando se veía armoniosa y con buen aspecto, saqué el molde. Ya eran las dos de la madrugada, así que envié a todos a su casa mientras hacía una nueva ampolla con fibra de carbono, usando todo el conocimiento y experiencia que había acumulado trabajando en mis maquetas y en el Lotus de mi padre, sin mencionar un trabajo de verano en Southampton donde en una ocasión me tocó hacer peceras de fibra de vidrio. El sol estaba a punto de salir en Bolonia cuando soldé la nueva ampolla a un lado del habitáculo, le puse un poco de pintura azul Miami, y me aparté para admirar mi trabajo. Cuando los mecánicos llegaron por la mañana, me elogiaron silenciosamente, ¡lo que en la mecánica de la Fórmula 1 es un gran cumplido!”
Y también se hace mención a las fiestas posteriores a las carreras, que no siempre acaban bien, como la del GP de Mónaco del mismo año ’88: “Esa noche se celebró una fiesta en el barco de Akagi (propietario y patrocinador del equipo). Algo típico de la Fórmula 1; las cosas pronto se salieron de madre. Debido a la dificultad de moverse por Mónaco, alquilamos algunos scooters pequeños en una empresa de alquiler local. Eran bastantes viejos y estaban hechos polvo, pero esa noche, habiendo bebido demasiado y debido a un reto con los mecánicos, me lo llevé al puerto. No fue lo más inteligente que pude hacer. En primer lugar, el agua estaba muy fría; y en segundo lugar, no soy buen nadador, especialmente si voy completamente vestido y borracho”.
El único punto negativo del libro es la baja calidad de la traducción al español. Un libro sobre algo tan concreto como ingeniería de monoplazas de competición utiliza, como es obvio, una jerga concreta, que se debe traducir con precisión para no caer en errores, imprecisiones, pérdidas de credibilidad o, directamente, para no confundir. Algunos de estos errores de traducción se deben al uso de términos del español de América, como “parte” por “pieza”. Otras son traducciones directas que resultan incorrectas, porque un monoplaza tiene un “habitáculo”, no una “cabina”; en inglés es “cockpit”, pero se traduce como cabina en aeronáutica y habitáculo en automoción. Por último, aunque es español el término revista es femenino, las referencias a una edición determinada se hacen en masculino: “¿Has leído el “Autopista” de esta semana?”. En el libro se hacen muchas referencias a la biblia semanal de las competiciones, la revista británica “Autosport”, a la que el traductor se refiere siempre como ”la Autosport”.
La autobiografía de Newey detalla los cuatro dobletes, títulos de piloto y de fabricantes, conseguidos con Red Bull y Sebastian Vettel, así como las ofertas rechazadas de Mercedes y Ferrari, en la época de Luca di Montezemolo. Y termina con el proyecto de lo que luego se bautizó como Aston Martin Valkyrie, la ilusión de Newey por aplicar sus conocimientos a un coche de calle, que se materializó a través de RBAT (Red Bull Advanced Technologies) y mediante un acuerdo entre el director deportivo del equipo, Christian Hormer, el propio Newey, y Andy Palmer, por entonces consejero delegado de Aston Martin.
En conclusión, y dejando de lado la baja calidad de la traducción, la casi 400 páginas de la autobiografía se hacen breves y amenas, los episodios anecdóticos quitan glamour al mito de la F1, y las explicaciones técnicas de Newey son todo un curso de ingeniería de automoción.
En España no hay un museo oficial de la moto, a pesar de la importancia que tuvo su industria y de la gran afición que existe. Solo hay museos privados o colecciones particulares, la mayoría de ellos con mucha ilusión y medios insuficientes.
El apoyo del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, en Madrid, permitió inaugurar el pasado mes de Diciembre una exposición que llena parcialmente este vacío: se expone una selección de motos españolas provenientes de dos de las mejoras colecciones particulares de España, con vocación de convertirse en museo permanente.
La mayoría de las motos provienen de la colección de los hermanos Luis y Rafael Lozano, nacidos ambos en Alcalá de Henares, junto a muchos ejemplares propiedad de Ignacio Medina, de Rodamientos Medinabí. También han cedido unidades otros coleccionistas, como Estanis Soler, Fernando de Portugal (CEO de Last Lap, empresa organizadora de la exposición) y los restauradores Juanjo Blanco y Dani Navarro.
Es imprescindible señalar que lo expuesto, algo más de 300 motos, es nada más que una pequeña parte de las colecciones mencionadas, ya que solo la de los hermanos Lozano tiene más de 900 ejemplares, y que la limitación viene dada por las dimensiones del local, la antigua fábrica de Jabones Gal.
La exposición ofrece una visión bastante equilibrada del mundo de la moto en España desde la posguerra hasta la desaparición de las marcas nacionales más destacadas, sucedida a finales del siglo XX. Es decir, muestra una industria autárquica, un mercado encerrado en sí mismo por culpa del proteccionismo, y a unos aficionados hipnotizados por esas motos, por la únicas que podíamos comprar, o las únicas con las que nos atrevíamos a soñar.
De ahí que no solo sea una exposición con valor histórico o industrial, es también un viaje sentimental a través de nuestro pasado, recorrido en las motos que tuvimos o quisimos tener, las que probamos, las que nos prestaron, y los recuerdos que esas motos llevan aparejadas.
La exposición se abre en la posguerra, con motos sencillas, en muchos casos poco más que bicicletas con un motorcito acoplado; en la mayoría de las ocasiones este motor es importado, como en el caso de las Villiers, o está fabricado bajo licencia, por ejemplo en Orbea.
El apartado de las motos de carretera está representado por uno de los mitos de la época, la Ducati 24 Horas, junto a modelos más prácticos como las Bultaco Mercurio y Metralla GTS, o la eterna Montesa Impala. Les acompañan la más prestigiosa MV Agusta Deva 235 cc, las eternas Sanglas y la prometedora Derbi 2002 de 1977.
Las motos de campo fueron puntal básico de la industria española de la moto, por lo que hay una gran variedad de modelos que, además, representan la aparición y la evolución de las distintas especialidades: se comienza con motos de campo que no eran más que motos de carretera levemente adaptadas, con manillares algo más anchos, un poco más de recorrido de suspensión y neumáticos con dibujo pronunciado.
De ahí se pasa a distinguir las tres especialidades básicas: enduro (que entonces se llamaba TT o todo terreno), trial y motocross, con ejemplares que comienzan a diferenciarse técnicamente, lo que supone la aparición de gamas comerciales distintas, cada una con su denominación.
Y posteriormente llegamos a las antecesoras de lo que ahora denominamos trail, como las Bultaco Alpina y las Montesa King Scorpion.
Es decir, que por el lado del trial se exponen varias generaciones de Bultaco Sherpa y Montesa Cota, junto a las OSSA M.A.R. (Mick Andrews Replica), más las que conocimos como “amarilla” y “naranja”.
En el lado del cross encontramos las distintas generaciones de Bultaco Pursang, Montesa Cappra y OSSA Phantom, y en el TT no podían faltar las Montesa Enduro, las Bultaco Frontera y las OSSA Dessert.
En paralelo a estas motos más deseables, e inalcanzables para muchos, la industria nacional se apoyó en los sencillos ciclomotores para la motorización rural y económica, gracias a una favorecedora normativa técnica y de permisos de conducción. Los ejemplares más conocidos son las muchas generaciones de Vespino, junto con su rival de Derbi, la Variant; a su lado, las versiones de empleo rural o para aprendices de todo-terreneros, como las Puch Dakota y Minicross normal y Super, o la Derbi Diablo.
No pueden faltar, claro, los scooters en su definición histórica, no en la actual. Fueron comunes en nuestras carreteras porque tanto las Vespa como las Lambretta se fabricaban y modificaban en España, y se mantuvieron vigentes incluso cuando dejaron de ser el coche de los pobres.
Un punto especialmente destacado de la exposición lo representan los prototipos que nunca llegaron a la serie, fueran de marcas establecidas o de las que ni siquiera llegaron a nacer. En algunos casos, son ejemplares únicos, que tras ser presentados a la prensa o en algún salón de la moto, han pasado al olvido y solo ahora, décadas después, se ven en público. Una de ellas es la Sanglas 500 TT, presentada en 1979, cuando el mercado tradicional de la marca estaba bajando, su oferta comercial había quedado anticuada y nacían las trail. Sanglas intentó colarse en ese mercado emergente con una adaptación de su eterno motor monocilíndrico al segmento trail, pero tenía muchas carencias: motor obsoleto, refrigerado por aire y con arranque por pedal, y estética conservadora.
A su lado posa otro modelo único, de origen similar, la MTV Yak 410 también de 1979. Mototrans Virgili, de ahí las siglas, fue la empresa que en Barcelona fabricó durante años las Ducati bajo licencia. Una vez concluido el contrato con la marca italiana, y tras unos intentos de sobrevivir fabricando ciclomotores, intentaron igualmente unirse al carro de las trail con una monocilíndrica de diseño propio, aunque basado en Ducati y con distribución desmodrómica. Con un aspecto algo más ligero y moderno que el de la Sanglas, tampoco pasó de prototipo.
La tercera rareza expuesta es, a decir de algunos, una moto que no llegó a existir, y lo que se ve es el resultado de unir las piezas que se llegaron a fabricar con otras elaboradas en la actualidad según los planos de la época: la Bultaco Streaker 350. En 1977 Bultaco lanzó un nuevo modelo, la Streaker, en cilindradas de 75 y 125 cc. que rompió moldes: aunque aprovechaba el motor ya existente en las Frontera pequeñas, montaba un bastidor multitubular de tubos rectos, llantas de aleación y frenos de disco delante y detrás, todo ello avanzado para la época. También causó sensación la elección de colores: negro y oro en chasis, llantas y carrocería. Un año más tarde apareció una segunda serie, en blanco, negro y oro, ya con faro cuadrado y pequeños cambios en el motor; pero la salud económica de Bultaco era mala, y la producción cesó en 1979, cuando se estaba desarrollando su hermana mayor, con el motor mk15 refrigerado por agua que no llegó a venderse. Lo que se expone como Streaker 350 es por tanto una sana mezcla de piezas reales del prototipo y otras que se han fabricado recientemente según las ideas que en su día desarrolló Luis Carreras, del departamento de diseño de Bultaco.
Y si hablamos de prototipos y sueños, es evidente que el mayor de todos es la Yankee Z y su prima española, la OSSA Yankee. Cuenta la leyenda que un empresario estadounidense aficionado a las motos, de nombre John Taylor, estaba aburrido de aquellas primeras trail de origen británico, a su gusto escasas de potencia y sobradas de peso. Como importador para la costa este de EE.UU. de Bultaco, intentó que Don Paco Bultó le diseñara y fabricara una trail de dos tiempos de más de 250 cc, lo que a su juicio era la moto ideal para el campo en aquel momento. Como no lo consiguió, mantuvo en Daytona en 1966 una reunión con Eduardo Giró, ingeniero jefe de OSSA e hijo del propietario de la marca, al que encargó la fabricación de un motor bicilíndrico de dos tiempos de casi medio litro. Giró lo obtuvo partiendo de dos motores ya existentes de OSSA 230, que posteriormente crecieron hasta 488 cc. Cuando OSSA tenía ya fabricada la primera serie de motores, la situación económica de Taylor impidió el pago, por lo que su empresa, la Yankee Motor Company, produjo solo unas pocas unidades de la moto con la que soñaba Taylor: la Yankee Z. Tras unos años de negociación sobre los derechos del motor, OSSA los utilizó para fabricar, entre 1976 y 1979, la OSAA Yankee 500, una moto atractiva y prometedora que llegó tarde y con fiabilidad insuficiente a un mercado que estaba cambiando. Los mitos se forjan así.
La edición del año 2022 del Rally Dakar se presentaba con novedades de recorrido y de participantes, más el honor de la inauguración de un Campeonato del Mundo; a eso ha añadido sorpresas y alguna polémica. Sigue siendo el Dakar.
El Audi RS Q e-tron de Carlos Sainz y Lucas Cruz.
Las novedades relativas al reglamento técnico y a la puntuabilidad en un nuevo Mundial ya se comentaron en este blog, ver “Dakar, capítulo cuarto”. Y a pesar del interés del organizador francés, la ASO, por extender el recorrido a otros países, de nuevo la carrera se desarrolló solo en Arabia Saudí. La pandemia y la inestabilidad política limitaron el recorrido por el norte, a pesar de los rumores sobre la inclusión de Jordania; y la guerra parcialmente secreta contra los hutus de Yemen hacen inviable acercarse al sur de la península arábiga.
Por el lado deportivo, los inevitables imprevistos de una carrera de dos semanas por el desierto se han entremezclado con las dificultades propias de un reglamento cada vez más complejo, y en demasiadas ocasiones sujeto a interpretación. O dicho de otro modo, el Dakar comienza a acercarse en este aspecto a la Fórmula 1. Veamos un par de ejemplos.
Tradicionalmente, el libro de ruta de cada etapa (para los anglófilos, el “road-book”) se entregaba a los copilotos la tarde anterior, generalmente al llegar al campamento, y en formato físico, un cuaderno de anillas. A continuación los copilotos lo repasaban, lo que se suele representar en fotos y vídeos por un señor concentrado frente al cuaderno y rodeado de rotuladores de subrayado de diferentes colores, para destacar con un código propio lo más destacado del recorrido del día siguiente. En los equipos modestos, los que llegan más tarde al campamento, el copiloto tiene menos tiempo disponible y quizá hasta deba hacer de mecánico de su coche o al menos ayudar a los titulares; todo esto supone una desventaja para los de menos medios. En los equipos grandes, no solo el copiloto tiene dedicación exclusiva, además tiene ayudante que, con medios digitales, son capaces de proyectar los datos del libro de ruta sobre la cartografía digital, y multiplicar de ese modo la información que el copiloto tiene en sus notas.
El Toyota GR Hilux de Nasser Al-Attiyah y Mathieu Baumel.
Para evitar esta situación e igualar posibilidades, ahora el rutómetro es digital y se carga en las pantallas de los vehículos por la mañana, solo un rato antes de iniciar cada etapa. Aun así, su proceso de elaboración por parte del organizador de la carrera es el mismo, por lo que puede igualmente contener errores o, al menos, que alguna viñeta esté sujeta a diferentes interpretaciones. Esto es lo que sucedió en la segunda etapa, y muchos participantes de varias categorías cometieron errores de navegación que les hicieron perder una cantidad de tiempo que marcó el resto de la carrera. Uno de los pocos que no se confundió fue Mathieu Baumel, copiloto de Nasser Al-Attiyah, y uno de los que más el usualmente impecable Lucas Cruz, copiloto de Carlos Sáinz. Este hecho provocó duras críticas de Sáinz a la organización, y aún más duras de Sven Quandt, director del equipo Audi, propietario de X-Raid (el equipo que corre con los antiguos Mini oficiales), y miembro de la familia Quandt, que son los accionistas mayoritarios de BMW AG; si alguien buscaba una definición de conflicto de intereses, aquí tiene una muy buena. Quandt llegó a acusar a la organización de favoritismo, al haber avisado previamente a Al-Attiyah de las dificultades de esa viñeta y haberle indicado el recorrido correcto.
Team Audi Sport: la relación entre el tiempo disponible para el proyecto y el resultado ha sido formidable.
La segunda situación que generó discusiones tiene también su origen en la complejidad del reglamento técnico. Para igualar las prestaciones de los motores, cuando todos eran motores térmicos, había limitaciones físicas indiscutibles basadas en cilindrada, alimentación atmosférica o forzada, o la presencia de bridas en la admisión que restringen el paso de aire. Una vez que se admiten los vehículos alternativos, sean eléctricos, híbridos o de célula de combustible, ese tipo de limitaciones no sirve; de ahí que sea obligatorio una caja de control que gestiona los parámetros que determinan si un vehículo tiene más potencia de la máxima autorizada por el reglamento.
Al-Attiyah: tan rápido como siempre, menos rompedor de coches que nunca.
El equipo Toyota comunicó a la organización que por un error humano el Hilux de Al-Attiyah había corrido con la caja desconectada, es decir, sin grabar los datos, porque un mecánico se había olvidado de conectarla por la mañana. Aclararon que para evitar problemas en la batería de 12 voltios por posibles consumos imprevistos, todos los equipos eléctricos y electrónicos se desconectan por la noche, al acabar de trabajar, y se conectan por la mañana, antes de iniciar la etapa. Con el reglamento en la mano, el organizador tenía la posibilidad de descalificar al líder de la carrera, pero admitió el argumento del error humano no intencionado, y se limitó a imponer un castigo económico.
Desde el lado técnico, había interés sobre la fiabilidad de los vehículos desarrollados deprisa y corriendo durante 2021, según el reglamento iba tomando forma; la inquietud era especial respecto al Audi, por lo avanzado y complejo de su tecnología, y por la desconfianza que genera la fiabilidad de sistema electrónicos en el desierto.
El resultado ha sido que los Toyota y los Prodrive han rodado sin dificultades en toda la carrera. En el caso de Toyota, las prisas han sido dobles, ya que debían desarrollar y fabricar los cuatro coches del equipo de fábrica, más los de los privados de alto nivel de Hallspeed en Suráfrica y de Overdrive en Bélgica; el resultado ha sido excelente, porque el vencedor ha sido el dúo de Nasser Al-Attiyah y Mathieu Baumel con el coche de Toyota Gazoo Racing, y el tercer clasificado fue el local Yazed Al-Rajhi con un Hilux T1+ de Overdrive.
Prodrive presentó un BRX resultado de la evolución del modelo de 2021 de T1 a T1+ que permitió a Sébastien Loeb ser segundo.
Sorprendentemente en los Audi ha funcionado lo que se esperaba que fallase, y las averías han venido de elementos supuestamente fiables: los amortiguadores. En varias ocasiones, se doblaron de modo visible los amortiguadores Reiger, los que utilizan muchos de los equipos, lo que supuso retrasos de varias horas en las etapas en las que sucedió. Sin embargo, toda la colección de sensores, cableados y centralitas ha soportado el maltrato; esto hace pensar que, una vez solventados los fallos de juventud, los Audi pueden ser un rival temible en la edición de 2023.
La otra avería de los Audi, el triángulo de suspensión doblado en el coche de Peterhansel, tiene solución sencilla: la avería se produjo al meterse una piedra entre el chasis y el triángulo en un tope de extensión, que dobló el triángulo en el posterior aterrizaje; es de suponer que carenando esos brazos de suspensión quedará resuelto el asunto.
El podio final: Loeb y Lurquin, 2º con Prodrive; Al-Attiyah y Baumel, ganadores con Toyota oficial, y Al-Rajhi y Orr, 3º con un Toyota de Overdrive.
No se puede determinar que el resultado final haya sido justo o no. Toyota presentó un coche nuevo poco atrevido con pilotos y copilotos de confianza, mientras que Audi arriesgó en los coches y no en el lado humano. El desierto pesó mucho en el desarrollo de la carrera, el reglamento y las decisiones del organizador también tuvieron su parte, y ahora queda la duda abierta para la siguiente edición. Como siempre ha sido el Dakar, desde el 23 de Diciembre de 1978.
A nivel mundial, las competiciones de Cross Country o Raids para coches han tenido una consideración desigual: desde la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) se convocaban dos torneos que no tenían categoría de campeonato ni seguimiento fiel, y sin embargo la prueba estrella de la especialidad, el Rallye Dakar, ni era puntuable ni siquiera se encontraba bajo el paraguas de la FIA. Todo esto cambia, y a mejor, desde 2022.
Thierry Sabine creó el Rallye París – Dakar más como una aventura que como una competición automovilística. Aquel lejano 23 de Diciembre de 1978 reunió en el Trocadero de París más a aventureros y románticos que a pilotos profesionales y sus ingenieros. En los años transcurridos, el Dakar ha evolucionado primero hacia los raids y luego hacia los rallyes, hasta que las últimas limitaciones técnicas y de navegación lo recondujeron.
El organizador del Dakar desde hace años es Amaury Sport Organisation (ASO), una empresa francesa especializada en organizar pruebas deportivas de alto nivel al aire libre, como el Tour de Francia o la Titan Desert. Esto otorga al Rallye Dakar un indudable respaldo de seriedad y repercusión en los medios.
Por su lado, la FIA venía convocando tradicionalmente dos torneos anuales con la categoría de “Copa del Mundo”, que es inferior a la de “Campeonato del Mundo”: eran la de Bajas y la de Rallyes Cross Country. Ambas Copas del Mundo tenían reglamentos técnicos y deportivos iguales entre sí y similares a los del Rallye Dakar, pero ninguna de las dos atraía a pilotos, marcas, medios ni patrocinadores con la fuerza del Dakar, a pesar de extenderse por el planeta y por el calendario, y contar con el amparo de la FIA. Es más, las participaciones de las marcas en esas pruebas de las Copas del Mundo se debían más a acciones de interés local o para utilizarlas como entrenamientos de cara al Dakar: era habitual que las primeras pruebas de los coches del Dakar se hicieran en la Baja Aragón, en España, en Julio, y las últimas en la Baja Portalegre, en Portugal, en Octubre.
A finales de Julio pasado la FIA hizo público que unificaba las dos Copas y elevaba el torneo a la categoría de Campeonato del Mundo desde 2022, para formar un calendario liderado por el Rallye Dakar más una serie de pruebas más, aun por determinar, y muy probablemente a escoger entre las mejores de las que formaban las Copas del Mundo. De este modo, este recién nacido Campeonato del Mundo de Rallyes Cross Country sería el séptimo convocado por la FIA, junto con los de Fórmula 1, Rallyes (WRC), Resistencia (WEC), Fórmula E, RallyeCross y Karting. De este modo, el Rallye Dakar avanzaría en su transformación por la supervivencia hasta su cuarto capítulo: tras el africano, el americano y el saudí, ahora toca las galas del Mundial.
En paralelo, la FIA anunció que la promoción del nuevo Campeonato correspondía a la ASO según un contrato firmado para cinco años, y válido por tanto para el periodo de 2002 a 2026. En principio se mantienen las categorías T1, T2, T3 y T4, según el tipo y preparación de los vehículos, y se convocaban Campeonatos del Mundo de pilotos, copilotos y marcas.
La idea de la ASO de cara al futuro es crear una pirámide de evolución similar a la que existe en MotoGP, con sus tres categorías en orden creciente: Moto3, Moto2 y MotoGP, que podría arrancar con los side-by-side o algún otro buggie sencillo, para luego pasar a los T2 (vehículos de serie mejorados) y terminar con los prototipos en T1, ya sean 4×4 o buggies 4×2.
Aquí se topa con las dificultades que plantea el reglamento técnico de la categoría máxima en sus esfuerzos por equilibrar las ventajas y los inconvenientes de los dos tipos de vehículos: 4×4 y buggies. En principio, los 4×4 son algo más pesados, aunque superiores cuando el terreno se vuelve más complicado por trialeras o zonas estrechas, y tienen más posibilidades de salir de un mal paso una vez atascados. Los buggies, más ligeros, son superiores en pistas rápidas. A lo largo de los años, y atendiendo a la evolución técnica de cada uno, el reglamento ha diferenciado las dos categorías, y hasta 2021 permitía a los buggies menor peso, más recorrido de suspensión (350 mm frente a 280 mm) y mayores neumáticos: 17” de diámetro de llanta (16” en los 4×4) y mayor diámetro exterior (940 mm frente a 890 mm). Además, para ayudarles a franquear las zonas más complicadas, o salir de ellas una vez atascados, permitía montar un sistema de hinchado y deshinchado de neumáticos desde el interior. De este modo, podían bajar la presión al llegar, por ejemplo, a una zona de dunas, para estar seguros de no atascarse, y subirla a la salida.
Este planteamiento es correcto hasta que llegamos a los detalles prácticos. En una carrera de muchas pistas rápidas y pocas dunas, los buggies juegan con ventaja, al contrario que en una con montañas, dunas y trialeras. Por otro lado, como ha sucedido especialmente en el Rallye Dakar de 2021, los neumáticos estrechos de los 4×4 tenían una elevada tendencia a pinchar, especialmente por los flancos. En esa carrera, tanto para los Toyota como para los Prodrive, los pinchazos se convirtieron en una pesadilla. Daba igual que montaran los BF Goodrich KDR22+ (goma blanda con carcasa blanda, para arena) que los KDR22 (goma media con carcasa dura, para piedra suelta y etapas rápidas): la posibilidad de pinchar seguía siendo elevada.
De cara a 2022 y siguientes años, y para complicar más el panorama técnico, Audi anunció que dejaba la Fórmula E y que correría el Dakar con un eléctrico. En realidad, dado el kilometraje de las etapas y la autonomía de los eléctricos, iban a preparar un híbrido, para el que no hay un reglamento específico.
Por este motivo, y a toda prisa, la FIA ha reconstruido el reglamento técnico, y ha creado la categoría T1+, que en la práctica unifica las anteriores de T1 para 4×4 y buggies. El cambio más importante es que la anchura máxima pasa a ser de 2.300 mm, 300 mm más que hasta ahora. Para ponerlo en perspectiva, son 114 mm más de anchura que un Humvee o que su versión civil, el Hummer H1. Recordando mis sensaciones el día que probé un H1 por carretera abierta, me da miedo pensar en el manejo de un coche 116 mm más ancho por según qué pistas. Además, el recorrido de suspensión para todos es de 350 mm, el peso máximo sube hasta los 1.950 kg, y todos llevan neumáticos en llanta de 17” y diámetro exterior máximo de 940 mm, equivalente a 37” frente a las 35” anteriores de los 4×4. Son verdaderos “ruedones”, lo que se percibe si pasamos las medidas a las unidades tradicionales en Europa: aproximadamente 295/85 x 17”
A los buggies de esta nueva categoría T1+ se les permite montar sistema de hinchado y deshinchado de neumáticos desde el interior; será su única diferencia con los 4×4.
Además, se ha creado la categoría T1-E, para dar cabida a vehículos híbridos y eléctricos. Desde el punto de vista técnico, los T1-E deben cumplir el reglamento de los buggies de T1+, aunque tengan tracción a las cuatro ruedas.
Este cambio de reglamento ha hecho que tres de las cuatro marcas presentes en el nuevo Campeonato lancen vehículos nuevos: Prodrive, Toyota y Audi.
A la izquierda, el Prodrive BRX Hunter de 2021 en acción y en el estudio; a la derecha, el de 2022.
A la izquierda, el Hilux de 2021; a la derecha, el prototipo de 2022, aun en pruebas.
La primera de ellas ya ha presentado fotos del coche, sin dar más detalles. En Toyota están trabajando en un Hilux de 2,3 m de ancho con un nuevo motor: hasta el momento utilizaban el V8 atmosférico de cinco litros del Lexus RC-F (código: 2UR-GSE), que va a dejar paso al 3.500 cc biturbo del Lexus LS500 (código: V35A-FTS). De hecho, un Hilux 2021 T1 con este motor ya participó, antes del verano, en una carrera del campeonato de Suráfrica, el SACCS.
Por el lado del novedoso Audi, la información llega con cuentagotas, en parte por discreción y en parte porque el coche ha evolucionado según le permitía un reglamento que se estaba creando. Se han confirmado sus enormes dimensiones: 4,5 m de longitud, 3,08 m de batalla, 1,95 m de altura y los 2,3 m de anchura máxima permitida. Monta dos motores generadores (MGU) tomados de las Fórmula E, de 250 w y 33 kg cada uno. Se coloca uno en cada eje, para crear un vehículo de tracción a las cuatro ruedas. Estos motores se alimentan de una batería de 13 módulos, con 266 células por módulo, para totalizar 52kWh y 375 kg. La carga de esta batería se realiza de tres maneras: enchufándola (como en un eléctrico convencional o un híbrido enchufable), a través de la frenada regenerativa con los dos MGU (igualmente como en un híbrido o un eléctrico) o porque un motor de inyección directa de gasolina y dos litros de cilindrada (el TFSI del Rallyecross) mueve un tercer motor generador eléctrico (lo que convierte al Audi en un range extender, como el primer Chevrolet Volt, el de 2013, o algunas versiones del BMW i3).
Para alimentar al motor térmico, se monta un depósito de combustible de 295 litros de capacidad. Como el motor TFSI no mueve las ruedas, no es necesaria una curva de potencia amplia, y girará solo entre 4.500 y 6.000 rpm.
Audi RS Q e-tron
Con todo, lo realmente complicado de este coche, a lo que están dedicando su tiempo los ingenieros de Audi, es el programa de gestión y coordinación de los elementos físicos (eléctricos y mecánicos) citados hasta ahora. No olvidemos que el diferencial central es virtual, no hay diferenciales en los ejes, la instalación eléctrica funciona con 12, 48 y 800 v, y hay que gestionar la carga de una batería que tiene tres fuentes de energía: un motor térmico auxiliar, dos motores generadores y un enchufe.
Prueba de esta complejidad es que, comprobada la fiabilidad inicial, las primeras pruebas se han centrado en los programas informáticos que coordinan todas estas funciones.
El lado de Mini se encuentra en una situación diferente. Cuenta con apoyo decreciente de la marca madre, BMW, y el equipo encargado de desarrollo y mantenimiento, el X-Raid, es el que se ha responsabilizado de los nuevos Audi. Por ello, van a evolucionar los coches y ofrecerlos en venta o alquiler a privados de primer nivel. Entiendo que primer nivel de pilotaje y de disponibilidad económica.
Este es el panorama a tres meses y medio de la primera carrera del nuevo Mundial: no hay calendario y los coches están en desarrollo. Seguro que el 1 de Enero de 2022, en Hail (Arabia Saudí), todo estará listo.