El parque móvil en 2024
Si el mundo en general, y el de la automoción en particular, están revueltos, ¿cómo no iba a ser 2024 un año raro para mi parque móvil?
Lo de “raro” quiere decir, desde el lado práctico, que fui adaptando a lo largo de los meses los planes que elaboré a la realidad. Por ejemplo, si no conseguía vender el Corolla de todos los días porque el mercado está saturado por las ofertas de los flotistas, lo sigo usando y no lo sustituyo por algo con más emoción.
Porque no olvidemos que un Toyota Corolla Touring Sport 125H híbrido en color gris metalizado hace impecablemente su trabajo, aunque sin transmitir emoción alguna. Como mi lavadora. En 2024 lo hizo a lo largo de casi 16.000 kilómetros, en todos los usos comprendidos entre recados urbanos y viajes de ocio y de trabajo, y fue el transporte ideal de la Cannondale para mis carreras de bici de montaña. Como otra de sus características básicas es la fiabilidad, solo necesitó una revisión sencilla y económica en un concesionario de la marca para mantener su funcionamiento y la validez de su garantía.
Al acabar 2024 el Corolla había sobrepasado la barrera significativa de los 50.000 km, y hacía lo que se espera de un Toyota: lo mismo que antes, permanentemente joven. No hay ruidos sospechosos, ni desgastes aparentes, ni otros signos de edad como desgaste en la moqueta del lado del conductor, desajustes en los cierres de puertas o sudores de fluidos en el motor.
La BMW F750 GS de 2020 es igualmente sólida y polivalente, aunque con cierta dosis de emoción. También en 2024 fue un estupendo vehículo para todo, lo que incluye desde soportar los atascos de Madrid a permitirme disfrutar de las carreteras solitarias y retorcidas de la sierra.
Igualmente solo necesitó de su revisión anual en un concesionario BMW para seguir al cien por cien. En esta ocasión me fijé especialmente al ir al concesionario en el trato y las tarifas, ya que la competencia que llega de China comienza a enfrentarse directamente con BMW a precios bastante inferiores. En el trato se percibe un esfuerzo para justificar la calificación y el precio de la etiqueta “premium”, y es de agradecer el servicio de moto de sustitución: aunque la cobren, resulta más barato y rápido que un Uber y más sencillo que recurrir a alguien que me recoja al dejar la moto y que luego me lleve a por ella. Eso sí, el precio de la revisión es alto y hay detalles, como que la caja en la que se paga esté en el extremo opuesto de las instalaciones respecto a la recepción, impropio de una marca de nivel.
La mayoría de las experiencias que mi Cannondale Scalpel 2 y yo compartimos en 2024 quedó expuesta aquí. (Aparcamientos casi vacíos). Está claro que su capacidad es superior a la mía, y por eso disfruto de la sensación de seguridad que transmite. Una prueba de esa diferencia de capacidades es las pocas veces que recurro a usar la tija telescópica, pensada para bajar el sillín en maniobras complejas, como descensos pronunciados.
Lo único que pidió la Cannondale, a cambio de recorrer 1.430 kilómetros sin rechistar fue una revisión rutinaria y una cadena nueva. Las actuales bicis de montaña utilizan un único plato y doce piñones, lo que obliga a montar cadenas más estrechas que además trabajan algo forzadas cuando están engranadas en los piñones más grandes o en los más pequeños; de ahí que se considere que en estas bicis con los cambios llamados 1 x 12 que la cadena viene a durar entre mil y dos mil kilómetros, dependiendo del uso y del cuidado. En mi caso, montamos una Shimano nueva tras casi dos mil kilómetros.
El mantenimiento previo a cada salida no implica más que revisar presiones de neumáticos, a solo 1,3 bar delante y 1,5 detrás, y lubricar la cadena con cera. Y cada dos o tres meses toca ajustar la presión de aire de las suspensiones, para evitar que por las pérdidas se vuelva blanda y haga tope, especialmente detrás al bajar escalones altos.
Algunos de los viajes que realicé en 2024, profesionales o de ocio, me hicieron alquilar algunos vehículos, variados entre sí y que me causaron impresiones también diversas. El primero de ellos fue un Ford Fiesta, que me generó una sensación inicial negativa: no fui capaz de ponerlo en marcha cuando lo recogí, porque en ningún sitio señalaba que, con el mando a distancia en el bolsillo, debía pisar a la vez el embrague y el freno, mientras presionaba el botón de arranque. Tampoco me gustó el tacto del cambio, sobre todo en las reducciones en zig-zag, es decir, de quinta a cuarta y de tercera a segunda. Por el contrario, me encantó el motor, que subía de vueltas como un molinillo, y el chasis, por encima de lo que se espera de un utilitario de 999 cc.
Sí que eché de menos esa época en que se recogían los coches de alquiler en estado impecable y con el depósito lleno: me entregaron el Fiesta con 18 meses y 45.000 km ya con pequeños golpes en la carrocería y las llantas marcadas. Para colmo, la limpieza exterior era solo la justa, el parabrisas estaba sucio por dentro y la autonomía al recogerlo era de solo 100 km. ¡Ah!, y el mando a distancia no tenía siquiera un llavero.
Unos meses más tarde repetí la experiencia de alquilar un coche pequeño, esta vez en circunstancias y con resultados diferentes. Un Nissan Juke con volante a la derecha me permitió recorrer parte de Inglaterra en un viaje que comenté aquí (Peregrinaciones (laicas) por Inglaterra), y que incluyó una inolvidable sesión de conducción en un Morgan Plus Four por los alrededores de su fábrica.
El Nissan hizo lo que se esperaba de él sin más, que es la máxima expectativa hoy en día para un vehículo generalista. El cambio de seis marchas era suficientemente preciso como para no dar guerra manejándolo con la mano izquierda, y el motor corría más de lo poco que se puede correr en el Reino Unido, que es más bien poco. La incomodidad vino del molesto aviso sonoro que aparece cuando se sobrepasa la velocidad permitida en cada zona, sean la velocidad y la zona las que sean. Se puede desactivar manualmente, pero se reactiva solo cada vez que se para el motor. Malditas normas.
El tercer y último vehículo que alquilé en 2024 resultó ser el que mayor huella dejó, y no solo por su enorme tamaño: una autocaravana Camper Castle. La primera impresión fue, obviamente, el tamaño en sus tres dimensiones: 6,98 m de longitud, 2,32 m de anchura y nada menos que 2,84 m de altura. Pedí amablemente que me la sacaran de la nave en que estaba aparcada, porque no me atrevía a que mis primeros metros conduciendo semejante aparato fueran maniobrando marcha atrás en una nave. Sin embargo, y ya en el exterior, la combinación de posición de conducción elevada, enorme parabrisas y los no menos enormes espejos me hicieron cambiar de opinión: conducirla no es tan difícil como parece. Y ya en autovía la conducción es sencilla, mientras uno no olvide que con esa anchura queda poco sitio a cada lado del carril.
A cambio de ese volumen exterior, la comodidad interior es fantástica, tanto al conducir como al dormir, cocinar o utilizando el comedor. Y si el tiempo lo permite, extender el toldo genera una formidable terraza exterior.
Tras algo más de dos años en casa, mis Mercedes CE280 de la Serie W123 me dejaron; conté aquí (hipervínculo) los últimos meses que pasamos juntos. Reconozco que fue una relación inestable, con un fuerte flechazo inicial seguido de momentos de tensión en los largos meses iniciales de trabajo (y de gasto) intenso de mejora. La reconciliación llegaba después, en cada paseo, en cada asistencia a una reunión de vehículos clásicos o especiales en que me permitían presumir. Fueron, en resumen, algo más de cinco mil estupendos kilómetros, que recuerdo mientras les busco un sustituto.




















































A finales del 2019, esos atascos ya obsesivos para ir y volver del trabajo habían pasado de incomodidad anecdótica a problema estructural: un mínimo de dos horas por cada día laborable, que llegaban fácilmente a tres, y me castigaban con madrugones crueles y llegadas a casa tardías y malhumoradas. El primer remedio que se me ocurrió fue un scooter sencillo de segunda mano, pero supondría el riesgo de rodar por los arcenes o entre coches sin el placer de una moto. Y no me iba a apetecer salir los fines de semana a hacer curvas con él, luego lo iba a percibir como un gasto para ir a trabajar con menos esfuerzo, y no como una inversión para disfrutar.
Una vez recogida mi moto resplandeciente, el mismo día del estreno del Lexus UX, los primeros kilómetros supusieron un cúmulo de sensaciones. Por ejemplo, confirmar desde la visión de la moto que en los atascos los automovilistas leen el periódico, desayunan, se maquillan, envían mensajes, … y a veces hasta conducen. También que algunos motoristas, en medios de esos mismos atascos, circulan por los arcenes a velocidades para mí insanas. Por prudencia, cuando esto me sucedía, me echaba a un lado en el primer hueco y les dejaba pasar.

Igualmente la vida de la Orbea Oiz en 2020 quedó condicionada por el coronavirus, porque el confinamiento limitó su uso y prácticamente toda la temporada de carreras quedó suspendida. Antes de que se parara el mundo me había inscrito en La Matanza, una prueba con fama de buena organización y recorrido espectacular aunque difícil. El punto clave de lo que me pasó en esa gélida mañana de Enero consistió en la mezcla de la dificultad del recorrido con un viento fuerte y racheado: cada vez que salía de una zona protegida por rocas o árboles, el viento me tambaleaba, y me daba miedo que me tirara en zonas de escalones o roca suelta. Con casi una hora de carrera llegó una caída en la única zona sin piedras desde la salida, y empecé a preocuparme. Y media hora después, en una zona de inacabables losas de granito, un participante que rodaba por delante de mi acabó igualmente en el suelo. No tenía ganas de volver a casa vendado y en una ambulancia de Protección Civil, justo en aquel punto veía, unos kilómetros a la derecha, el pueblo de Valdemanco, donde estaba aparcado mi Lexus UX, y monte arriba me parecía adivinar una carretera que debía llevar al pueblo. Decidí que era mejor aparcar el amor propio y optar por la seguridad, y por segunda vez en mi vida me retiré de una carrera de bicis de montaña.
Otro de los puntos clave del parque móvil en el año de Covid fue la venta del Land Cruiser HDJ80, cerrada finalmente en Septiembre después de casi dos años de esfuerzos. Muchos de los curiosos detalles de ese proceso se contaron en una anterior de entrada de este blog. La consecuencia inmediata de la venta del Land Cruiser es que mi parque móvil está en mínimos desde hace dos décadas, con un garaje con cierta tristeza por los huecos. Con la economía en fase de incertidumbre no es momento de aventuras, solo de mantenerse al día de la evolución del mercado. Sí tengo claro que el mundo de la automoción está cambiando, y pasan a ser especies en peligro de extinción los vehículos con motor térmico y cambio manual. Por ello, el pliego de condiciones que ha de cumplir el vehículo que ocupe el hueco del garaje empieza por motor de gasolina, atmosférico, con un mínimo de seis cilindros. Y continua por un cambio manual, propulsión trasera y poca electrónica. Además, debe ofrecer muchas sensaciones y elevada implicación al conductor, sin olvidar que debe ser una compra emocional, un flechazo que ilusione. Como remate, debe ser un vehículo con la fiabilidad necesaria para permitir un uso frecuente, lo que se expresa en un mínimo de comodidad, maletero para un equipaje de fin de semana largo de dos personas, aire acondicionado y calefacción que funcionen, y una relación impecablemente directa entre girar la llave de contacto y que el motor arranque. No hay tantos candidatos que cumplan todas las condiciones, quizá en doce meses uno de ellos esté en mi garaje.









Sí, porque su orden de salida era el contrario al de llegada de la etapa de la mañana. Eso quiere decir que hice unos estiramientos en los que me crujieron todas las articulaciones y se quejaron todos los músculos, engullí un plato de macarrones, y volví a subir a la bici.

Era un recorrido distinto de los que habitualmente hago por la Sierra de Madrid, que suelen tener sus desniveles altos y trialeras estrechas. La adaptación empezó en Noviembre de 2017, y mezcló las pocas pistas anchas y rápidas que encontré en las cercanías de casa con la participación en maratones algo distintos de la carrera de Navalcarnero. Una de éstas fue el MSO, el Maratón Sierra Oeste de Navalagamella, en el que cometí un error de principiante: inscribirme mirando solo el recorrido y el desnivel, 52 km. y 1.304 m., respectivamente. En principio parecía simplemente duro, un buen entrenamiento para mi objetivo, solo que se me atragantó. Lo pasé realmente mal para llegar a meta, a mitad de la carrera ya estaba agotado y hacía muchas subidas empujando la bici. Al llegar al último avituallamiento, llevaba 3 h y 15’ de carrera, y nos dijeron que había un atajo hasta la meta. Alguno de los presentes lo tomó, y sin embargo yo preferí desechar la idea, al fin y al cabo no quedaban más que 12 km. Me hicieron falta una hora y 20 minutos para recorrerlos, por lo que totalicé 4h y 35’ de carrera y dos días de dolor muscular. Cuando llegué a meta los organizadores estaban terminando de desmontar el arco de llegada, y cuando llegué a casa entendí el porqué de mi agotamiento: calculé el IBP Index, el índice de dificultad del recorrido, justo lo que no había hecho de modo preventivo antes de inscribirme, y resultó un valor de 103, ¡la carrera más dura que jamás había hecho! Por ponerlo en perspectiva, la Carrera Africana de La Legión tenía un índice de 64.
El ”plan Renove” del parque móvil que inicié en 2017 abarca también a las bicis y, tras unos meses anunciada en las páginas digitales apropiadas, la Ghost encontró un nuevo hogar al terminar Agosto. La sustituta escogida hacía mucho tiempo era la Orbea Oiz M50, de cuya versión 2018 estuve perdidamente enamorado hasta que se presentó la versión de 2019. Con el dinero de la venta de la Ghost caliente en el bolsillo, corrí a mi tienda habitual y me topé con las contradicciones del actual mercado de las bicis de montaña: las diferencias entre las versiones de 2018 y 2019 se centraban en detalles decorativos insignificantes y el paso de un cambio 2×11 (en concreto, Shimano SLX/XT) a 1×12 (Sram NX Eagle), la última tendencia, solo que en la tienda quedaba una unidad de 2018 con un descuento tentador, y las unidades de 2019 tenían casi cuatro meses de lista de espera y un descuento poco más que simbólico.
La vida del Land Cruiser HDJ80 en 2018 fue más que sobresaltada, y no solo por lo que sucedió en el viaje marroquí de Mayo que ya se narró en este blog. Los años le pesan, y de vez en cuando da trabajo.
Tampoco el M3 tuvo un año tranquilo. El cuadro de mandos decía que le quedaban 200 km para la revisión, de modo que decidí pedir cita en un Concesionario BMW. Al ser un M no hay menú de precios en Internet, de modo que fui en persona al Concesionario. Repasando el historial en la base de datos de la marca, vimos que tenía hecha en Marbella la campaña de casquillos de biela, y pendientes las dos de airbag, tanto la de sustitución del inflador del acompañante como la de conexiones del del conductor. ¡Y BMW no me había dicho nada! El recepcionista me explicó que la del conductor se refería a las conexiones eléctricas, y la del acompañante se debía a la degradación del propelente del inflador que, al desplegarse, podría generar metralla. La explicación del segundo caso fue técnicamente correcta aunque innecesariamente morbosa.
El vehículo de sustitución había sido un BMW X2 recién lanzado al mercado y recién matriculado, un 2,0 diésel de tracción delantera; es decir, todo lo contrario a lo que antes era un BMW. Ni un reproche a los acabados, a los materiales o a los ajustes; la estética es excelente en vivo, con un equilibrio entre la expresividad de las líneas de tensión y la sobriedad que se espera de un vehículo alemán, más un añadido contundente: el efecto que causa el logotipo de la marca en la base del montante C, que es elegante y enfatiza un punto clave del diseño de la marca desde hace más de medio siglo. Por dentro, el iDrive, el mando rotatorio multiuso es bastante más lógico (o se ajusta más a mi lógica) que sus primeras generaciones. Sí le pongo pegas a la mezcla de tracción delantera y motor con mucho par, por más que el cambio automático (o secuencial) de ocho marchas haga grandes esfuerzos por suavizar una relación tensa: en curvas, sobre todo lentas, la dirección nota la influencia del par, y en los atascos la suavidad en el inicio de la marcha no es su mayor virtud. El programa “Confort” atenúa estas reacciones y cualquier otra, porque genera una conducción anestesiada, y el programa “Sport” (el motor estira más, los cambios de marcha son más rápidos) las acentúa y acelera sensiblemente el ritmo.
Unos días después afronté el siguiente paso en el proceso de venta del M3, porque las preciosas llantas de 19” presentaban posibilidades de mejora. En primer lugar, había desagradables marcas en los bordes, consecuencia de alguna maniobra de aparcamiento demasiado cercana al bordillo. Además, el anterior propietario había decidido unificar en color titanio el aspecto de las llantas de todos los coches de su colección, lo que chocaba con mi querencia a mantener de estricta serie todos los que tengo. A través de un Concesionario de Toyota, me puse en contacto con taller especializado en estas lides, que en apenas tres días hizo un resultado excelente, aunque no del todo barato. Pulieron las llantas para eliminar la pintura que no me gustaba, repararon los daños, y aun fueron capaces de equilibrar, y de reponer los pequeños escuditos con la M. Una vez montadas, el M3 recuperó el aspecto original, con un brillo luminoso en las ruedas contrastando con el color oscuro “Diamantschwarz Metallic” de la carrocería y el negro de la capota, y a juego con los cromados discretos, en especial el de las aletas delanteras que homenajea al maravilloso 507 del Conde Albrecht von Goertz.