• Category Archives Diseño en automoción
  • Coches y relojes: ¿caminos paralelos?

    La aparición de los relojes de cuarzo, baratos y precisos, obligó a la industria relojera tradicional a reinventarse. ¿Sucederá lo mismo con los coches deportivos a causa de la llegada de los eléctricos?

     

     

    Hasta la invasión del cuarzo, los relojes eran mecánicos, ya fueran manuales (había que darles cuerda) o automáticos (se cargaban con el movimiento de la muñeca del usuario). Esto les convertía, si querían ser precisos, en objetos caros; a cambio, eran la única manera de saber la hora, excepción hecha de los grandes relojes de los campanarios de las iglesias o de los edificios oficiales.

    Desde su llegada, los relojes de cuarzo fueron más pequeños, más precisos, más ligeros y más baratos que los mecánicos, lo que eliminó de repente la razón de ser de éstos. Solo que sus fabricantes crearon un nuevo motivo para su uso: ya no servían solo para saber la hora, se habían convertido en un complemento de moda, otro elemento del atuendo, como los zapatos, el cinturón o los gemelos.

    Unos años más tarde hubo que intensificar esta tendencia, ya que aparecieron relojes digitales por todas partes, hasta tal punto que, si uno lo piensa, se está casi siempre delante de un dispositivo que dice la hora: el teléfono móvil, el ordenador, la tableta, el televisor, el microondas, el coche y muchas de las pantallas de publicidad callejera nos recuerdan a la vez qué hora es y que no hace falta fijarse un reloj a la muñeca para saberlo.

    Por eso, a día de hoy la relojería de pulsera, en especial la de caballero, centra su diseño más en ser una declaración de intenciones que en envolver una máquina que dice la hora. Se comercializan relojes clásicos y réplicas de clásicos, cronógrafos discretos u ostentosos, fabricados en materiales tradicionales (acero), novedosos (titanio o fibra de carbono) o suntuosos (oro, platino, con añadidos de piedras preciosas), y se lucen lo mismo que las señoras pueden presumir de bolsos o chales.

    La razón de ser de los coches deportivos es ofrecer unas prestaciones superiores a las de los demás, se midan en velocidad máxima, aceleración, frenada, manejabilidad o estabilidad. Esas capacidades superiores justifican sus precios elevados, que a su vez crean la siempre importante exclusividad.

    A lo largo de los años hemos asociado ciertos valores relativos a esas prestaciones a determinados modelos, de modo que, por ejemplo, la velocidad máxima se asocia a Ferrari y Lamborghini, y la deceleración a Porsche. Y esos son los motivos que sitúan a sus fabricantes en una posición privilegiada de mercado. Hasta la aparición de los coches eléctricos.

    Un motor térmico aumenta su potencia y su par con el régimen de giro, lo que proporciona una buena aceleración solo cuando el motor está alto de vueltas. Un motor eléctrico ofrece todo el par disponible desde el arranque, por lo que la aceleración de un vehículo eléctrico es casi siempre superior a la de un térmico.

    Por otro lado, las circunstancias actuales del tráfico en Occidente (siento ser tan genérico) están dando cada vez más importancia a disfrutar de la conducción acelerando que por velocidad máxima. Esta se encuentra crecientemente limitada, lo que unido a la elevada densidad del tráfico y al mal estado de las carreteras, hace que no se pueda rodar deprisa de modo constante, y que se conduzca acelerando cuando se puede y despacio el resto del tiempo.

    Es decir, que allí donde tradicionalmente los fanáticos de los coches los disfrutan, las circunstancias obran a favor de los eléctricos, reyes en prestaciones puras. Da igual que valores de aceleración queramos medir, los primeros lugares de las clasificaciones los ocupan siempre los eléctricos: un Rimac Nevera alcanza los 100 km/h en 1,8 segundos, mientras que un envidiable Ferrari SF 90 Stradale necesita un 27% más. Si medimos el tiempo hasta alcanzar los 200 km/h, la diferencia es aún un 14%. Ante esta pelea desigual, parece que en lugar de plantar cara o rendirse, los fabricantes tradicionales tantean otro camino, como en su día la industria relojera: prioridad a las sensaciones, a mostrar la maquinaria, a disfrutar del sonido, la vista y el tacto.

    Ha sido la reciente presentación del Bugatti Tourbillon, el que sucede al Chiron, la que ha generado ese paralelismo entre la industria del automóvil y la relojera. Hasta la fecha, los Bugatti bajo la pertenencia al grupo VW basaban su existencia en un pliego de condiciones espectacular encaminado a conseguir unas prestaciones únicas. Un motor de 16 cilindros en W, de ocho litros de cubicaje, con cuatro turbos y toda la colección de radiadores, intercambiadores de calor y tubos necesarios para que ese despliegue termodinámico funcione sin autodestruirse. De acuerdo con que se alcanzaban las prestaciones deseadas, pero el peso total se acercaba a las dos toneladas, y había más de exhibición tecnológica que de sensaciones y disfrute.

    El nuevo Tourbillon monta un motor, sí, de 16 cilindros y 8,3 litros, solo que atmosférico y en V sencilla, lo que deja al peso, al eliminar turbos y otros complementos voluminosos, en 252 kilos, más o menos la mitad que su antecesor en W.

    Añade un funcionamiento híbrido a través de una batería, dos motores eléctricos en el eje delantero y uno en el trasero, para igualar las prestaciones del Rimac Nevera hasta 100 km/h, y dejar el peso total algo por debajo del que lastraba al Chiron.

    Hasta ahora, con lo descrito, el Tourbillon ofrece la emoción y el sonido de un vehículo térmico, el silencio de un eléctrico y la versatilidad de un híbrido, ya que permite escoger el modo de conducción.

    Y ahora añadimos el resto de las sensaciones: de cara a la vista, el motor térmico se puede admirar desde el exterior, al menos en la medida que lo permite la normativa de atropellos. Y el cuadro de mandos reproduce una tendencia reciente en la industria relojera, la de mostrar la maquinaria, móvil y en funcionamiento, como para evidenciar su dinamismo, la existencia de piezas mecánicas tangibles, al revés que en los elementos eléctricos, que son estáticos e invisibles, ya hablemos de relojes de cuarzo o de coches eléctricos. La tendencia a la que me refería se bautizó en inglés como “skeletonized” (¿”esqueletizado”?), porque parece una representación de un esqueleto humano, y en el Tourbillon está formado por 600 piezas fabricadas y montadas por relojeros suizos, en titanio, rubí y zafiros, que pesa solo 700 gramos, y tiene tolerancias de fabricación de entre 5 y 50 micras.

    Y no olvidemos que para cerrar el paralelismo entre relojes y coches, Bugatti ha escogido a propósito el nombre del modelo, tomándolo de un invento de 1795 de Abraham Louis Breguet, de profesión, claro, relojero, y fundador de la marca que todavía lleva su nombre. En aquella época no se había inventado el reloj de pulsera, y los caballeros los utilizaban de bolsillo, que se guardan fijos y en posición vertical. Colocados de ese modo, la gravedad influye negativamente en su precisión. El invento de Breguet, menos necesario en los relojes de pulsera, compensaba esa influencia, y se bautizó como Tourbillon, torbellino en francés.

    ¿Será el nuevo Bugatti una excepción, o se mantendrá este paralelismo entre coches y relojes? Si lo basamos en conceptos como piezas a la vista y peso total, algunos últimos lanzamientos como los GMA T.50 y T.33 de Gordon Murray, el Aston Martin Valkyrie y el Red Bull RB17, parece que sí. Ojalá se confirme, y volvamos a disfrutar más de las sensaciones que de los números.


  • Clases sociales y automóviles

    Existe un interesante paralelismo entre las clases sociales de los humanos y las de los automóviles: ambas se crean y se destruyen, tienen fronteras que se alzan y se difuminan, y las dos pasan por épocas, como la actual, de turbulencias e incertidumbres.

     

    Cuando hace más de un siglo se inventó el automóvil, su fiabilidad era baja y sus precios, por la producción manual, eran altos. Por tanto, los primeros compradores debían reunir dos características, la primera de las cuales se etiqueta, hoy en día, con ese anglicismo de “early adopters”, o sea, los valientes que para ser los primeros en tener lo último asumen los riesgos necesarios. La segunda peculiaridad de esos primeros compradores era, obviamente, tener mucho dinero, por lo que sus automóviles debieron reproducir los ambientes, materiales y lujos por los que se movían los clientes iniciales. El despliegue de cuero y madera del Bentley de la foto de más arriba es un buen ejemplo, porque recuerda a los exclusivos clubes británicos propios de un usuario de Bentley de los años ’30.

    Una vez que todos los “early adopters” con dinero que querían un coche ya se lo habían comprado, es decir, cuando se llenó ese nicho de mercado, la evolución lógica del sector del automóvil era iniciar la fabricación de vehículos más baratos para clases sociales menos pudientes o, en otras palabras, fabricar coches para la burguesía, y no solo para la aristocracia y la realeza. Culminado ese paso se arrancó el siguiente, de modo que primero Henry Ford y su Ford T y más tarde Adolf Hitler y su “coche del pueblo”, el Volkswagen “Escarabajo”, extendieron el uso de automóviles a la mayor cantidad posible de personas.

    Con un espectro de posibilidades tan amplio, los fabricantes de automóviles tenían difícil ofrecer modelos para todas esas opciones, además de que ese abanico crearía una imagen de marca indefinida o hasta inexistente. Por eso cada uno prefirió especializarse en un solo lado del mercado.

    Corriendo el peligro de toda simplificación, vamos a decir que entonces aparecieron tres niveles de fabricantes, cada uno de los cuales se dirigía a un estrato social determinado o a quien quería parecer miembro de ese grupo. Empezando por arriba se sitúan las marcas de lujo como Rolls Royce, Bentley, Ferrari o Lamborghini. Se distinguen por sus precios elevados, producciones bajas para mantener la exclusividad, y la posibilidad de configurar el vehículo a medida. Solo fabrican vehículos lujosos o deportivos, siempre grandes y caros. Sus clientes habituales son lo que damos en llamar “ricos”, o quienes quieren parecerlo.

    Inmediatamente por debajo están los etiquetados como fabricantes “premium”, que son aquellos relativamente exclusivos, con producciones medias, precios altos, y muchos extras entre los que escoger para crear una cierta personalización. Los ejemplos habituales en Europa son los tres alemanes: Audi, BMW y Mercedes Benz. Se dirigen a un cliente que catalogaríamos como miembro de la burguesía, y solo fabricaban vehículos de tamaño grande o, como mínimo, medio.

    Y por fin los generalistas, que ofrecen vehículos más sencillos, en series grandes para reducir costes, con menos posibilidades de elección, precios dentro de lo que cabe accesibles, y fundamentalmente pequeños o, como mucho, medianos. Los fabricantes más conocidos por estos lares son SEAT, Ford, Renault, Opel y Toyota.

    Estas clases sociales se mantuvieron más o menos estables y separadas durante años, hasta que a principios de los ’90 del siglo pasado llegaron los fabricantes coreanos, como Hyundai o Kia. Gracias al bajo coste de la mano de obra de su país, y centrados en coches sencillos, muchas veces versiones de modelos occidentales ya descatalogados por los fabricantes originales, se situaron por debajo de los precios de los generalistas. La calidad de materiales y la innovación técnica no eran sus mejores bazas, claro, pero resultaban baratos y se hicieron un hueco en el mercado, que se bautizó como “low cost” o “value for money”, ya que su relación entre calidad y precio era buena.

    Los fabricantes generalistas europeos vieron en esta situación un peligro a medio y largo plazo: era cuestión de tiempo que los coreanos se asentarían en Europa e igualarían su calidad con la de los europeos, por lo que les iban a comer su mercado. También esa mejora de calidad en los vehículos coreanos era necesaria porque años después iban a llegar al Viejo Continente primero los chinos (que están llegando ahora) y posteriormente indonesios, hindúes y vietnamitas, que no tardarán. Es decir, el mercado empuja desde abajo, y obliga a los que ya están a subir o a perder cuota.

    La solución que se implantó desde el inicio por parte de los generalistas europeos consistió en elevar su nivel para acercarse a los “premium”, y ese fue el primer factor que diluyó la frontera que hasta ese momento separaba las dos categorías. La situación llegó al punto de que alguna marca generalista ha creado una sub – marca que se ubica en ese límite indefinido, como por ejemplo SEAT creando Cupra.

    Hay quien también ha trabajado en el sentido contrario, es decir, una marca generalista que genera una sub – marca “low cost” para hacerse la competencia y, además, dotar a su concesionario de medios para satisfacer las necesidades de clientes con diferentes poderes adquisitivos. El ejemplo más claro es el de Renault, que compró la marca rumana Dacia para relanzarla con vehículos de nivel y precio inferior al propio.

    Mientras tanto, los “premium” pensaban en lo contrario: introducirse en el mercado de los coches de tamaño medio, sin reducir la calidad, para ofrecer una gama más amplia en tamaños y precios. Este movimiento se puso en marcha en 1982, cuando se lanzó ¡un Mercedes pequeño! Esa fue la percepción del mercado, entonces más rígido y clasista que ahora, al anunciarse que Mercedes Benz, nada menos, iba a lanzar un modelo por debajo de su gama de la época, al que se bautizó como Mercedes 190, código interno W201. En contra de los vaticinios de los pesimistas, el 190 fue un éxito arrollador, debido en parte al excepcional trabajo de Bruno Sacco, el respetadísimo director de diseño de la marca.

    A la vista del resultado de la apuesta, Mercedes ha ido ampliando su gama por abajo, lo mismo que los otros dos fabricantes alemanes “premium”: al 190 (luego llamado “Clase C”) han seguido las clases A y B, en BMW aparecieron las Series 1 y 2, y Audi ha multiplicado su oferta inferior al A4 con los A3, A2 y A1. Evidentemente, al llegar la moda de los SUV, todas las berlinas mencionadas han encontrado su paralelo “todocamino” en forma de la lista completa de X1 a X7 en BMW, de Q2 a Q8 en Audi, más sus equivalentes en Mercedes. Los que se han unido al club “premium”, como Volvo o Jaguar, han fotocopiado la iniciativa y las gamas.

    En todo caso, para que una marca suba de clase social no solo debe desearlo, contarlo en los medios de comunicación y divulgarlo en redes sociales. Hay que adaptar el producto, la gama, el diseño, su línea de comunicación, la red de distribución, la atención al cliente y hasta la manera de hablar de los empleados de los concesionarios. Y todo ello obviamente sin dejar de cumplir con las exigencias de la clase social que deja más abajo. Es decir, si a un generalista se le presupone que el coche no se avería demasiado en sus primeros años de vida y que si sucediera se respetarían las condiciones de garantía, el “premium” y el de lujo como mínimo han de cumplir con eso. Y no vale decir que el cliente de un Aston Martin tiene varios coches más en casa, y una avería en el Vantage le obligará a ir en metro a trabajar; ha pagado por una exclusividad, puede entender que el coche se avería, pero habrá que disculparse, diagnosticar correctamente a la primera, y asegurarse de que el incidente no se repetirá.

    En paralelo a estas cuestiones sociales e industriales, apareció en Europa una novedad fiscal que influyó de modo rotundo en el “emborronamiento” de estas clases sociales: el coche de empresa. Cuando un cliente privado compra un coche, sea al contado o financiado, la categoría y el precio del vehículo se relacionan con su capacidad económica, y por tanto le sitúa socialmente como imagen: en la España de finales de los ’80, en la era de los “yuppies”, no era lo mismo moverse en un Renault 18 que en un BMW Serie 3. Además, esa dificultad de acceso creada por la diferencia de precio, hace que una marca “premium” siga siendo exclusiva, un factor que se une al prestigio de ser visto conduciendo uno de esos coches.

    Todo esto cambió cuando el coche de empresa comenzó a establecerse como forma de retribución en especie en muchas compañías, que lo incluían como gasto; también los profesionales independientes se acogieron a esta fórmula. Tanto los bancos como las financieras se unieron a la corriente, y crearon todo tipo de fórmulas más o menos complejas y siempre adaptadas a las necesidades de los clientes y a las variables políticas fiscales de cada país: “renting”, “leasing”, más o menos flexible u operativo, de duraciones variables, incluyendo o no seguros y mantenimientos, … las combinaciones son incontables.

    La consecuencia sobre el mercado, que se mantiene hoy en día, es que la diferencia de cuota mensual entre un vehículo generalista y su equivalente “premium” ya es poco significativa. El motivo es que, si bien la diferencia de precio de compra es elevada, también lo es el valor residual, es decir, el precio de mercado del coche una vez que acaba el periodo de uso. La consecuencia lógica es que, medido en la cantidad de la cuota mensual, hay poco salto entre generalistas y “premium”, lo que ha generalizado (valga el juego de palabras) la presencia de los “premium” hasta situarlos, en muchos casos, por encima de los generalistas.

    Puesto en cifras, vemos que en el mercado español de 2023 Mercedes Benz vendió más unidades que Citroën, y Audi y BMW estaban por encima de Fiat y Ford.

    El fenómeno es más intenso en el mercado británico, donde en 2023 la tercera marca más vendida fue Audi y la cuarta BMW, con Mercedes Benz en noveno lugar encajada entre Nissan y Hyundai.

    Esta situación elimina o, como mínimo, reduce el tamaño de una de las características que separan a las “premium” de las generalistas: la exclusividad. ¿Dónde está esa exclusividad si en número de unidades vendidas se igualan, si “cualquiera puede tener un BMW”?

    Atendiendo a la situación en los concesionarios, no se pueden pretender muchas diferencias si el número de ventas se iguala. Por un lado, habrá tantos concesionarios de marcas “premium” como de marcas generalistas, otro factor en contra de la exclusividad, y el estilo de la venta será similar, al centrarse en el volumen de unidades a vender, y con ello en el precio. No puedo dejar de mencionar una visita que realicé a un concesionario BMW ubicado en una zona cara de Madrid en las cercanías de un “Black Friday”: sobre el parabrisas de cada coche expuesto había un enorme cartel de cartón, de colores vistosos, en el que con un rotulador gordo se había escrito el PVP y, con caracteres voluminosos, el descuento. Vistos en los Series 2 y 3 quedaba feo, en un Serie 7 o un Z4, era casi insultante.

    Esto va en contra de lo que el cliente de lujo espera, que es una decoración sobria, y un ambiente delicado y relajante, con pocos colores y algunos detalles sencillos, música suave, flores naturales y ninguna presión de venta: el cliente quiere comprar, no que le vendan; suele ser un directivo o un profesional independiente acostumbrado negociar y cerrar acuerdos, que va al concesionario a hacer un negocio, en el que el objetivo es su propio transporte y su disfrute personal, y quiere transparencia, confianza, sinceridad y ninguna presión.

    De cara a la postventa, se repite la situación, ya que la misma recepción del mismo concesionario atiene al BMW Serie 1 con motor diésel pequeño que se paga esforzadamente y por los pelos, que al Serie 7 de motor V8 del Vicepresidente Ejecutivo. Y además en unas instalaciones tan masificadas como las de un concesionario Renault.

    Si los fabricantes chinos empujan hacia arriba a los generalistas europeos y coreanos, y éstos a los “premium”, era de esperar que los “premium” lanzaran productos de mayor nivel que traspasaran su frontera superior e invadieran el territorio de lujo. De ahí que aparecieran modelos como los sucesivos Audi R8 o que Mercedes lanzara Maybach como submarca. La consecuencia es que los propios fabricantes de lujo también han crecido por arriba, y han creado ramas aun más exclusivas, a través de las que lanzan series especiales muy cortas, o incluso pueden desarrollar modelos únicos. Al que le parezca poco un McLaren puede ponerse en contacto con MSO (McLaren Special Operations), si la exclusividad de Rolls Royce se le queda pequeña a alguien, siempre existe “Bespoke”, y el mismo tipo de división se ha creado ya en Ferrari, Lamborghini o Pagani.

    En paralelo comienzan a abundar esas series limitadas que están vendidas en el momento de anunciarse, como el reciente Aston Martin Valiant o los coches con precios de siete dígitos.

    Este nuevo fenómeno del “ultralujo” se asocia a la aparición de “súper-ricos” en países como China o la zona del Golfo Pérsico, y a la utilización de los automóviles como activos de inversión en épocas de baja inflación o de inestabilidad económica.

    Estas indefiniciones en las clases sociales del automóvil continuarán en los próximos años por motivos variados. La llegada de nuevas marcas por abajo ya está forzando a los generalistas a subir, la minimización de la clase media impulsa a los tres “premium” alemanes a mirar cada vez más a China como mercado, y el subsector del ultralujo continuará creciendo. ¿Quién dijo que el mundo es estático?


  • Marcello Gandini: ciao, maestro!

    El pasado 13 de Marzo nos dejó, a sus 85 años, Marcello Gandini, al que muchos consideran el mejor diseñador de coches. Un repaso a sus obras lo confirma.

     

    Aun a riesgo de simplificar, puede decirse que hay tres campos básicos de actuación en el trabajo de un diseñador de automóviles, cada uno con sus peculiaridades. El primero son los prototipos que, aunque no entran en producción, crean tendencia, marcan caminos y hacen soñar. Hace falta imaginación no desbordante para triunfar en este apartado, que cuenta con la ventaja de no estar limitado por las normativas de homologación ni por los costes y cortapisas de la producción.

    El segundo campo son los coches de serie limitada y precio ilimitado, esos que se aparcan en los garajes de pocos y habitan en los sueños de muchos. Respecto al apartado anterior se distinguen en que sí han de ser “fabricables” y matriculables, aunque el coste sea una barrera menor.

    Y finalmente el grupo de producción en grandes series, que debe satisfacer necesidades tan variadas como coste razonable, que guste a muchos, y reparabilidad sencilla, además de todo eso de la facilidad de producción y la homologación.

    Quienes saben de diseño de automóviles aseguran que para triunfar en el gremio hay que hacerlo en estos tres apartados, como muestra de la adaptabilidad y la visión amplia.

    A la hora de juzgar la obra de Marcello Gandini bajo este prisma, debemos considerar que gran parte de su carrera profesional se desarrolló como consultor independiente que trabajaba en proyectos encargados por fabricantes conocidos. Eso significa que aproximadamente dos terceras partes de ese trabajo están bajo secreto profesional. Teniendo en cuenta esta limitación, si juzgamos su trabajo conocido, es automático concluir que sí, que es uno de los grandes.

     

    Alfa Romeo Carabo (1968)
    Lancia Stratos Zero (1970)
    Lancia Stratos (1973)

    Demostrarlo repasando su obra permite utilizar el filtro de mis gustos personales, y escoger mis favoritos entre sus creaciones. Empezando por los prototipos, me quedaría con el Alfa Romeo Carabo (1968) y el Lancia Stratos Zero (1970). El Carabo se construyó con la limitación de su base, el chasis del Alfa Romeo 33 Stradale, y anticipó dos elementos de diseño que crearon escuela: las puertas de tijera y el diseño en cuña (“wedge design”), que siguió todo tipo de fabricantes. El único ejemplar del Carabo que se fabricó puede disfrutarse actualmente en el Museo Storico Alfa Romeo de Arese (Italia), y con sus solo 99 cm. de altura parecía un coche bajo hasta que apareció el Lancia Stratos Zero, que mide nada más que 864 mm. Con el Stratos Zero, Gandini dio un paso más en el diseño en cuña y apuró el concepto de limpieza de líneas. Dio la casualidad de que en ese momento Lancia quería regresar al Mundial de Rallies con un coche específico, por lo que Gandini recibió el encargo de transformar su prototipo en un coche de calle. El resultado fueron las 492 unidades fabricadas entre 1973 y 1978, que en la versión de carreras patrocinada por Alitalia y con los colores de la bandera local forma parte de la iconografía del automóvil.

    Lamborghini Miura, boceto.
    Lamborghini Miura, detalle de los faros.

    Ya dentro del capítulo de vehículos de serie limitada, la obra de Gandini arranca con uno de los mejores diseños de todos los tiempos: el Lamborghini Miura. El motor V12 de Paolo Stanzani montado sobre el chasis de Gianpaolo Dallara se presentó en el Salón de Turín de 1965 con un éxito tal que a Ferruccio Lamborghini no le quedó otra que terminar el trabajo e iniciar la producción. Para definir el aspecto exterior, contrató los servicios de la empresa de diseño de Nuccio Bertone, que encargó el trabajo a un Marcello Gandini recién llegado a la casa. Es imprescindible destacar que cuando el resultado final se presentó en el Salón de Ginebra de 1966, Dallara y Stanzani tenían 30 años, y Gandini y Wallace, el ingeniero de pruebas, solo 28. Eso es precocidad.

    Hay poco que añadir a los que se ha escrito sobre el Miura: creó escuela, generó una nueva categoría de coches para la que se acuñó el término “supercar”, y su combinación de curvas cóncavas y convexas sigue enamorando. Sin olvidar las anécdotas asociadas a un desarrollo atropellado, para que entrara cuanto antes en producción: desde las pestañas que camuflaban el origen humilde de los faros, a la escasa resistencia torsional de las primeras unidades, que Dallara resolvió aumentando el espesor de la chapa. Faltaba mucho para que llegaran el cálculo de estructuras por ordenador y los bancos de pruebas de chasis.

    Lamborghini Countach, prototipo
    Lamborghini Countach (1974), ya con los «cajones» para refrigeración
    CiZeta Moroder V16 T (1991)

    El mérito del sucesor del Miura, el Lamborghini Countach (1974 – 1990), reside en no ser un mero sucesor. Gandini podía haber repetido la fórmula de las curvas infinitas y, sin embargo, se fue al lado contrario: una forma en cuña creada a base de rectas o curvas de gran radio, claramente asociada al brutalismo que triunfaba en la arquitectura de la época. El prototipo del Countach es el que mejor expresa la idea basada en la limpieza de formas, con el añadido dramático de las puertas de tijera.

    El sobrecalentamiento del motor en la fase de pruebas obligó a mejorar su refrigeración, por lo que se añadieron unos cajones sobre los pasos de rueda traseros, que interrumpen visualmente la cuña. Con todo, la evolución en los 16 años de producción fue a peor, hasta llegara a la desafortunada versión final sobrecargada de Horacio Pagani, cuando aún trabajaba en Lamborghini.

    La marca volvió a fichar a Gandini para encargarse del sucesor del Countach. Solo que entregó el trabajo cuando la propiedad pasó a manos de Chrysler, y desde Detroit decidieron retocarlo. El resultado, que llegó a la serie como Lamborghini Diablo, quedó tan reblandecido que Gandini nunca lo reconoció como suyo. Sin embargo, la idea no acabó en el olvido. Poco después, Giorgio Moroder (compositor, productor musical, creador de la música disco y coleccionista de coches) se unió a Claudio Zampolli (ex ingeniero de Ferrari afincado en California) para crear el CiZeta Moroder V 16T: CiZeta viene de las iniciales en italiano de Claudio Zampolli, Moroder puso su apellido, y el motor que idearon estaba formado por dos V8 que se unían al cambio en forma de T. Del diseño se encargó Gandini, que aprovechó su propuesta rechazada del Diablo y los adaptó a las nuevas dimensiones, especialmente a la muy voluminosa parte trasera.

    Alfa Romeo «Montreal», prototipo (1967)
    Alfa Romeo Montreal, detalle de los faros.

    El largo historial de diseño de Gandini es también ancho, porque no solo hay deportivos biplaza de motor central. El capítulo de los Gran Turismo, esos coches de cuatro plazas, dos puertas y altas prestaciones, pensados para viajes largos, queda cubierto con el Alfa Romeo Montreal y los Lamborghini Marzal y Espada.

    En el Salón de Montreal de 1967, Alfa Romeo presentó un prototipo sin nombre. El punto más impactante eran unas tapas que cubrían parcialmente los faros, nada más que un truco para, manteniendo una forma visualmente agradable, cumplir con las normas de la época sobre altura de faros. Cuando los faros, que eran fijos, se encendían, las tapas bajaban y se ocultaban, dejando iluminar a la totalidad del faro.

    El éxito de ese prototipo “de Montreal” fue tan grande que Alfa Romeo decidió llevarlo a la serie, y convirtió el apodo en su nombre comercial. El vehículo inicial montaba un motor de cuatro cilindros en línea y solo 1.600 cc, que permitía un capó bajo y plano. Como la potencia que proporcionaba era escasa para un GT prestigioso, en el de serie se instaló un V8 a 90º de 2.600 cc, que obligó a crear una fea chepa en el capó para hacerle sitio. Con el objetivo de disimularla, Gandini añadió una toma NACA no operativa; no olvidemos que este tipo de tomas de aire, proveniente de las investigaciones de la NASA, aparecerían cuatro años más tarde en los laterales de otro proyecto de Gandini, el Countach.

    Lamborghini Marzal (1967)
    Lamborghini Marzal, perfil
    Lamborghini Espada (1968)

    En esos mismos años se presentó otro GT, esta vez de Lamborghini: el Marzal. Se vio por primera vez en el Salón de Ginebra de 1967, lucía el perfil en cuña que se iba a poner de moda, y unas puertas acristaladas que aligeraban la forma. En paralelo el periódico británico “The Daily Mail” había encargado a Bertone que diseñara “el coche ideal”, y el resultado se presentó en el Salón de Londres también de 1967 bajo el nombre de Bertone Pirana o Piranha, que las fuentes no se ponen de acuerdo sobre el nombre original.

    Cuando Ferruccio Lamborghini decidió llevar a la producción su GT, le dio el nombre de Espada (1968 – 1978), y Gandini cogió ideas del Marzal y del Pirana o Piranha. Eso sí, el acristalamiento inferior de las puertas no llegó a la serie, porque al Sr. Lamborghini no le parecía bien que se les vieran las piernas a las señoras que montaban en sus coches. No olvidemos que en aquellos tiempos, los pantalones eran minoría respecto a las faldas en el armario de la ropa de las mujeres, y la minifalda ya se había inventado.

    El tercer posible campo de actuación de un diseñador de automóviles es el de vehículos de precio asequible producidos en grandes series, y también aquí brilló Marcello Gandini.

    Renault 5, 2ª generación (1984)
    Volvo Tundra concept (1979)
    Citroën BX (1982)

    Quizá el más popular, y que menos se le atribuye, sea la segunda generación del Renault 5 (1984 – 1996). Pretendía heredar el buen nombre de la primera, y aunque su arquitectura era por completo distinta, la recuerda a la vez que la moderniza. Hay que tener en cuenta que el Renault 5 inicial, rompedor en su estética, se basaba internamente en el R 4, con su motor delantero longitudinal, con la caja de cambios por delante, lo que condicionaba enormemente la pugna entre habitabilidad, dinamismo y proporciones: avanzar el conjunto motor – cambio – transmisión ganaba espacio interior a cambio de alargar el morro y la distancia entre ejes; atrasarlo mejoraba el aspecto y la agilidad, comprometiendo el espacio. Aun así, el resultado fue formidable.

    El punto de partida de la segunda generación era la plataforma compartida con los Renault 9 y 11, con motor y transmisión en ubicación transversal, que facilitó el compromiso entre habitabilidad, dinamismo y proporciones.

    Otro éxito de elevada producción de Gandini para una marca francesa fue el Citroën BX (1982 – 1994). Hacía falta un heredero asequible de joyas del diseño como el DS o el SM, y Gandini se basó en dos trabajos previos que no llegaron a la serie: el FW11 (1977) que Reliant estaba desarrollando para la marca turca Otosan, y el Volvo Tundra concept (1979). El resultado fue una mezcla de diseño en cuña con recuerdos de sus antecesores, basado en formas planas, que no simples, fáciles de estampar.

    Autobianchi A112 (1969)
    Fiat 132 (1972)
    BMW Serie 5 (E12) (1972)

    No podían faltar vehículos italianos entre la producción en serie de Gandini. Recordemos el pequeño Autobianchi A112 (1969 – 1986) sobre una plataforma encogida de Fiat 128, que únicamente se vendió con carrocería de tres puertas. Debido a su éxito, aguantó muchos años en el mercado, y hubo que desarrollar el Y 10 (vendido como Autobianchi o como Lancia) para que cesara su producción.

    Y del prototipo Autobianchi A112 Runabout, del propio Gandini, se derivó el X 1/9, fabricado entre 1978 y 1982 por Fiat, y desde entonces hasta 1989 por Bertone. Era una versión a escala de los superdeportivos de la época, con motor central transversal, línea en cuña, biplaza y con faros escamoteables. A cambio de no tener apertura exótica de puertas, era descapotable.

    Rematamos el repaso de los subjetivamente mejor de la obra de Gandini con la mención de dos berlinas de segmento D producidas en gran cantidad. La primera es el Fiat 132, fabricado y vendido también como Seat en España, en un intento de ambas marcas por ascender en la pirámide social del automóvil.

    La segunda es el BMW Serie 5 código interno E12 (1972 – 1981), prueba de que Gandini trabajó también con alemanes. Aunque para ser más preciso habría que decir que trabajó para alemanes, ya que el E12 se desarrolló bajo la supervisión del francés Paul Bracq, que llegó en 1970 a BMW para cubrir la baja por jubilación de Wilhelm Hoffmeister, el que inventó el montante en C con esa peculiar forma que le hace llamarse “Hoffmeister kink”. Bracq había triunfado en Mercedes (1957 – 1967), de donde salió para diseñar el TGV, el tren de alta velocidad francés. Cuando legó a BMW se encontró con la propuesta inicial de Gandini, basada en el BMW 2200 tii Garmisch presentado en Ginebra en 1970, y que el propio Gandini había diseñado en Bertone. El resultado final fue un digno sucesor del rompedor “Neue Klasse” (1962 – 1972) y marcó el aspecto de las berlinas medias de BMW hasta hoy.

    Es difícil encontrar, en un único diseñador, una obra tan amplia y variada, por tipos de vehículos, arquitecturas, lenguajes de diseño y tipos, En esta época de sequía de ideas y exageración de formas, echaremos de menos al maestro Gandini.

     


  • Los que diseñan coches y motos no los lavan, y viceversa.

    Lavar en casa, con calma y a mano, tanto coches como bicis y motos, permite aprender sobre ingeniería y diseño de vehículos. Y además los deja limpios.

    Es posible que lo de lavar, en casa y a mano, coches, motos y bicis, sea otra de esas actividades en vías de extinción, como leer revistas en papel o hablar respetando las reglas de la gramática. En mi caso, lo hago no solo porque me guste conservar limpio el parque móvil, también porque sirve para repasar su estado. Deslizar la mano que maneja una esponja o un cepillo por un vehículo permite, al tacto y al oído, notar desajustes y juegos; y si por ejemplo al limpiar el interior de un coche se encuentran agua o polvo, está claro que hay gomas o juntas que no están en buen estado.

    Más allá de estas labores de mecánica preventiva, la limpieza del parque móvil me ilustra sobre la evolución del diseño, tanto en forma como en materiales. Los coches sencillos de los ’80, con estampaciones de chapa poco elaboradas, tenían muchas superficies planas, fáciles de limpiar. Sí requerían más tiempos los paragolpes y los biseles cromados de los faros y pilotos, o los tornillos que fijaban estos últimos, que aun se roscaban desde el exterior. Como siempre, hay excepciones: limpiar los huecos interiores de los pilotos traseros de mis Mercedes Benz W123 lleva su tiempo. Para compensar, los tapacubos de plástico de las llantas de chapa requerían de poco esfuerzo.

    En la actualidad, las formas angulosas de las carrocerías siempre tienen huecos que se escapan a los cepillos de los túneles de lavado, e incluso en el lavado a mano aparecen dificultades. Están en primer lugar los abundantes pliegues de carrocería, o los cambios de superficie cóncava a convexa o viceversa, en los que se acumulan las salpicaduras de agua. No podemos olvidar detalles como los capós que ahora carenan el alojamiento de los limpiaparabrisas: en ese hueco se acumulan suciedad y hojas, difíciles de sacar.

    Otro punto conflictivo son las zonas bajo el alerón trasero en las carrocerías “hatchback”; esos alerones prolongan el techo sobre la luneta, y al hueco que crean no solo no llega el cepillo del túnel de lavado, es que lavando a mano hay que esforzarse por limpiar la parte superior de la luneta y la cara inferior del alerón, sin olvidar que por ahí se esconden la tercera luz de freno, que también merece cuidado, y hasta el lavaluneta trasero.

    Si pasamos a la aerodinámica frontal, ahora tenemos una colección de apéndices de plástico en forma de faldones, que además incorporan huecos, la mayoría de mentira, para permitir la refrigeración de frenos, motor y otros. Limpiar esas superficies casi a la altura del suelo, llenas de recovecos, requiere de paciencia, y permite comprobar la cantidad de roces contra los bordillos que los faldones se llevan al aparcar.

    Hace años, esta zona de los coches era metálica y formaba parte de la carrocería, además de situarse a mayor altura que en la actualidad. Por ello era más difícil que recibiera golpes y, si eso sucedía, había que recurrir al chapista. En la actualidad, esta zona es una gran pieza plástica, sujeta con tornillos y grapas a las zonas frontal y lateral de la carrocería. Por reducción de costes de fabricación y de producción, cada vez se fija con menos elementos, y al pasar la mano, con esponja o cepillo, se perciben unas deformaciones inimaginables en los coches de hace cuarenta años.

    Las formas geométricas y los filos en estas formas de los coches actuales producen sensaciones bruscas en las muñecas al lavarlos con una esponja o secarlos con una gamuza. Justo lo contrario que sucede al lavar vehículos de formas fluidas, casi orgánicas. Me vienen a la memoria otros juguetes que han vivido en mi garaje, como un Toyota Celica Sainz Replica, o una Honda CBR 1000F de 1990. Recuerdo esta moto con especial interés al hablar de su limpieza, porque el carenado integral estaba formado por una sucesión de curvas suaves, y resultaba tan agradable como fácil de dejar impecable. Eso sí, la suciedad acumulada en su interior solo se quitaba de verdad desmontando algunas de sus piezas. Y los sucesivos montajes y desmontajes, más los años y los kilómetros, deterioraban las uniones de las piezas de tal modo que tuve que repararlas varias veces.

    La limpieza de las llantas de aleación merece párrafo exclusivo. Lo mismo que unas llantas de aleación bonitas embellecen cualquier vehículo, unas llantas sucias destacan negativamente. Y es una obviedad decir que las llantas se ensucian con facilidad, porque están en el suelo y también porque reciben el polvo grisáceo de las pastillas de freno, especialmente en las ruedas delanteras.

    Una llanta de cinco radios, gruesos y separados, es fácil de limpiar, porque hay huecos grandes entre los radios y éstos no suelen tener formas convexas que acumulen suciedad. Otra historia bien distinta son las llantas de muchos radios pequeños, como las preciosidades de 19” que montaba mi M3 E46. Dejarlas limpias suponía no solo utilizar un producto limpiallantas y algunos cepillos específicos para tal uso; recurría además con frecuencia a uno de los elementos para limpieza más útiles que hay: los cepillos de dientes que he desechado de su uso principal.

    También las llantas de moto tienen sus peculiaridades a la hora de dejarlas bonitas. La dificultad en las delanteras suele residir en que los discos de freno molestan al limpiar el buje y el arranque de los radios, lo mismo que el guardabarros, la horquilla y las pinzas de freno crean complicaciones para limpiar el aro.

    Detrás el problema es otro: la mayoría de las motos transmiten la potencia a la rueda trasera mediante una cadena, que conviene tener engrasada. Solo que la cadena salpica por centrifugación el aro de la llanta y la ensucia. ¿Cómo es posible tener la cadena engrasada y la llanta limpia? La Honda CBR 1000F que mencioné antes montaba una llanta especialmente bonita, además de color blanco. Mi procedimiento pasaba por eliminar las manchas de la llanta con una combinación de Fairy y paciencia, para luego aclarar con agua y secar con gamuza. Para engrasar la cadena sin salpicar la llanta recién limpiada, subía la moto al caballete lateral, arrancaba el motor, metía primera, sujetaba con una mano un cartón cuidadosamente recortado a medida entre la corona y la llanta, y con la otra lubricaba con aceite en aerosol la cara interna de la cadena. El procedimiento no solo funcionaba, es que además conservo los diez dedos de las manos.

    La otra cara de la limpieza de las motos aparece cuando las carrocerías no son integrales (las actuales “motos transformer” son un buen ejemplo), ya que existen superficies interiores claramente visibles y sin embargo difíciles de limpiar: parte posterior del bloque motor y superior del cárter, interiores de cúpulas, la parte posterior del cuadro de mandos que se ve a través de la cúpula, los soportes de maletas y cofres, … hay una multitud de zonas de difícil acceso que son complicadas de limpiar, más allá de con agua a presión.

    La lista de herramientas que empleo en estas funciones de limpieza se inicia, claro está, con una manguera estrecha, más ligera y fácil de manejar que las gruesas de jardín, y con menos tendencia a enredarse, equipada con una pistola de salida con ángulo de chorro regulable. No puede faltar una Kärcher con sus accesorios: pistola de presión igualmente regulable, y depósito para champú de carrocerías incorporado, para esas limpiezas intensas y a la vez delicadas.

    El capítulo de herramientas de mano lo cubro con un juego de cepillos variados originalmente pensados para bicicletas de montaña, y que dan un servicio excelente también a coches y motos. Utilizo complementos menos habituales, como cepillos de dientes dados de baja para limpiar pequeños huecos, como llantas de muchos radios, o sábanas viejas troceadas que sirven como trapos para limpiar cristales.

    Por lo que se refiere a los productos, soy más práctico que escrupuloso: champú para carrocerías como base, limpiador desengrasante para la bici, y limpiacristales.

    Al entrar a hablar del interior de los automóviles, el trabajo de limpieza cambia. A la hora de limpiar moquetas y tapicerías, dan igual la edad y el estilo del vehículo: simplemente se coloca la boquilla más adecuada en el mástil del aspirador, y a trabajar con paciencia para asegurar el éxito. Solo puede haber dificultades en los estrechos y eternos huecos entre asientos y consolas, mandos de freno de mano, anclajes de cinturones, etc.

    Los coches más veteranos utilizan interruptores y botones, tanto en los paneles como en las puertas, y éstos presentan huecos en los que se acumulan polvo y suciedad. Qué difícil se hace dejar limpio el entorno de los pulsadores de una radio de los ’70 o los ’80, o los mandos giratorios que controlan la temperatura de la calefacción.

    Claro que eso no es nada comparado con las infinitas pantallas táctiles de los coches actuales, en las que se acumulan las huellas dactilares de los usuarios, por más frecuencia con que se limpien. Es decir, que solo están limpias los segundos posteriores a pasar un paño, o durante la sesión de fotos del catálogo para el fabricante.

    Como limpiador esporádico de motos, bicis y coches, ¿podría hacer alguna sugerencia a sus diseñadores e ingenieros? Sí, unas cuantas, como no exagerar el hueco del portón trasero entre la luneta y el alerón, o hacer más fluidas las falsas entradas del alerón frontal, de modo que no acumulen suciedad. O dejar huecos de más de dos centímetros entre el anclaje del carril de los asientos y sus laterales, o diseñar soportes de cúpulas, carenados y portaequipajes de motos que permiten limpiar sus interiores, o pensar en cómo acceder a las roldanas del cambio de las bicis para quitarles el barro, …


  • El tamaño y el peso importan

    Un comentario habitual entre los aficionados a los automóviles gira en torno a lo mucho que pesan y lo grandes que son los coches actuales. Vamos a cuantificar esas sensaciones, y a poner las dimensiones en relación con el entorno en el que actualmente se mueven los coches.

     

    Que los automóviles actuales son más pesados y más grandes que los de hace, digamos, cincuenta años, es una realidad. Sin embargo, la mayoría de los comentarios que van en esa línea se quedan ahí, o como mucho continúan con recuerdos referidos a viajes de la infancia en familia, con muchas personas y numerosos bultos a bordo de un SEAT 600 o un Renault 8 a través de las carreteras de la época.

    Demos un paso más allá y cuantifiquemos esas impresiones. Para ello, he tomado un ejemplo genérico, el Volkswagen Golf, que se lanzó en 1976 y se sigue comercializando con el mismo nombre, ya en su octava generación. Para tener datos comparativos, siempre que he conseguido cifras me he centrado en la versión GTI con carrocería de tres puertas, cambio manual si había otros disponibles, y el motor menos potente que se comercializaba con esa denominación en caso de que hubiera más de uno.

    El resultado, como era de esperar, es que un Golf GTI Mk VIII es más pesado y más grande que un Golf GTI Mk I, no podía ser de otra manera: de 3.820 mm y 840 kilos hemos pasado a 4.287 mm y 1.570 kilos.

    Lo importante llegados a este punto es pasar a las causas de esos incrementos. Por lo que se refiere al peso, la clave está en el incremento de equipamiento, las medidas de seguridad, y en que las subidas de peso se retroalimentan.

    Sobre el equipamiento, debemos tener en cuenta que tomamos como referencia los vehículos de la posguerra europea, el momento en que el automóvil comenzó a democratizarse en nuestro continente, aun sin haber salido por completo de una mentalidad de supervivientes. En ese momento, los niveles de equipamiento eran tan escasos, que un elevalunas manual que ocultara por completo una ventanilla dentro de la puerta delantera era un lujo frente a una ventanilla plegable manualmente, como la de un 2CV. Por tanto, comparar el contenido de aquellos coches con los actuales genera una larga y pesada lista de elementos, que a día de hoy nos parecen imprescindibles o simplemente son obligatorios por ley: equipo de sonido con al menos cuatro altavoces, muchas pantallas, asientos confortables, plegables y regulables, aislamiento acústico, guarnecidos integrales (no se ve la chapa ni en el maletero), sistema de climatización, elevalunas eléctricos, cierre centralizado, …

    Por el lado legal, el de las medidas de seguridad, hacen falta cinco cinturones de seguridad autoenrrollables y bloqueables, cinco reposacabezas, muchos airbags, tres retrovisores, zonas de deformación programada delante, detrás y en ambos lados, ABS, control de tracción, control de estabilidad, …

    Aumentar estos equipamientos no solo eleva el peso por sí, además genera un círculo vicioso. Si ponemos como ejemplo un equipo de climatización, vemos que lo forman un compresor accionado por el motor, al que roba potencia, más un radiador y un evaporador, tuberías de gas, conducciones de aire, un mazo de cables, la unidad electrónica de control y el sistema de mando. Si con estos elementos aumentamos el peso y además robamos potencia al motor, nos hará falta un motor más potente que suele ser más pesado, y a continuación reforzar los soportes de los elementos mencionados, y montar mejores frenos y suspensiones más resistentes.

    Si trasladamos este razonamiento a números, vemos que como media el paso de cada generación de VW Golf a la siguiente ha generado un incremento de peso de cien kilos; aunque hay que reconozcer que el Golf GTI Mk I tiene un equipamiento irrisorio bajo los estándares actuales, y no pasaría las normas de homologación con mucho.

    La conclusión es, por tanto, que los coches han ganado obviamente mucho peso, que los motivos técnicos y legales son claros, y que dudosamente los clientes de la actualidad renunciarían a las ventajas aparejadas a ese incremento a cambio de reducciones de consumo y emisiones, y una mejora en el comportamiento dinámico. A menos que sean seguidores de Lotus.

    SI pasamos a analizar el crecimiento en dimensiones externas, es mejor ir por partes y contemplarlas primero de una en una. En el ejemplo que nos ocupa, el de las ocho generaciones del VW Golf, la altura ha pasado de los 1.400 mm de 1976 a los 1.478 de la actualidad; nada más que un 6%, ya que el vehículo original tenía suficiente habitabilidad vertical, y el incremento de altura penaliza en aerodinámica y con ello en consumos y emisiones.

    La longitud total ha crecido desde los 3.820 mm del original hasta los 4.287 del actual, un 12%, en la línea del segmento C europeo, que antes se situaba por debajo de los cuatro metros, y ahora los supera. Este incremento está provocado fundamentalmente por la existencia de zonas de deformación controlada, creadas para superar las normas de impacto EuroNCAP, que en cada revisión van siendo más estrictas. También influye la normativa de las aseguradoras, de impactos delantero y trasero a baja velocidad, que retranquea capó, maletero y pilotos y hace sobresalir los paragolpes, de cara a abaratar las reparaciones.

     

    El crecimiento en anchura es un dato que se debe analizar con especial cuidado. Si nos seguimos ciñendo al ejemplo del Golf, la variación va de los 1.630 mm del Mk I a los 1.789 del Mk VIII actual, 159 mm que representan un 10%. Solo que en este capítulo de la anchura me gustaría considerar otros factores, como la ergonomía y la relación con el medio.

    La sensación de anchura en un espacio cerrado es fundamentalmente eso, una sensación, más que un hecho medible. Dos personas corpulentas en un SEAT Panda rozan con sus hombros exteriores con las puertas, y con los interiores entre sí; si simplemente el coche crece cuatro centímetros a lo ancho, los roces desaparecen, y con ellos gran parte de la sensación de estrechez.

    Asociado al aumento de calidad de vida desde la posguerra hasta la actualidad están conceptos como el confort, que encuentran eco en los coches. A mediados de los ’70, mis Mercedes C123 eran vehículos de ricos, y por eso la distancia entre los guarnecidos de las puertas delanteras es de 146 cm y, sentado al volante, acabo de medir 14 cm entre mi hombro izquierdo y el cristal de esa ventanilla. En 2023, un Toyota Corolla es un utilitario, y sin embargo las mismas mediciones dicen que hay 150 cm de anchura entre guarnecidos, y 18 cm entre el hombro y la ventanilla. Es decir, un utilitario de hoy es más cómodo y amplio que un coche lujoso de hace cincuenta años.

    Este aumento de volumen interior se ha conseguido, claro está, a costa de una mayor anchura exterior. Y a este factor hemos de añadir que los retrovisores exteriores son, en la actualidad, mucho más grandes que antes; es más, hoy en día es obligatorio montar dos retrovisores exteriores, mientras que antes era opcional el del lado del conductor, y el del l ado del acompañante ni se mencionaba. Pues bien, la comparación entre el Mercedes y el Corolla es demoledora: si montara un retrovisor, la anchura exterior máxima del CE280 sería de 1.870 mm, y la del Corolla 2.100 mm; es decir, 230 mm.

    Unamos ahora todos estos números y pongámoslos en relación con el entorno en el que se mueven los coches: plazas de aparcamiento y sus pasillos de acceso, y carriles de calles y carreteras.

     

     

     

     

    Las carreteras, especialmente las autovías, son ahora más anchas que las carreteras nacionales de hace medio siglo, por lo que la sensación de que los coches no caben no es cierta en este entorno. Si entendemos por huella el producto de longitud por anchura, la huella de un Golf Mk I era de 6,23 m2, y la de un Golf Mk VIII de 7,67 m2, un 23% más, y sin embargo el actual se desenvuelve con soltura salvo en los trazados más angostos.

    Las dificultades, y con ello las sensaciones al volante, aparecen en entornos urbanos y en aparcamientos, porque ni la normativa es rígida, ni se ha adaptado con el tiempo. Parece que el asunto viene de antiguo, y resulta premonitorio que en 1497 los Reyes Católicos dictaran una norma sobre conservación de caminos que, al tratar de su anchura, decía así:

    Mandamos a las Justicias y Concejos que hagan abrir y adobar los carriles y caminos, cada Concejo en parte de su término, por manera que sean del ancho que deban, para que buenamente puedan pasar, e ir y venir por los caminos”.

    Medio milenio más tarde las normas viene a decir lo mismo, es decir, prácticamente nada: las plazas de aparcamiento, dependiendo de la ciudad, deben medir entre 4.500 y 5.000 mm de longitud, entre justas e insuficientes para según qué coches. La anchura es igualmente variable y escasa, porque fluctúa entre 2.200 y 2.500 mm. ¿Alguien se plantea aparcar un Q7, por poner un ejemplo, en una plaza de 4.500 x 2.220 mm?

    Más grave es lo referido a los espacios entre plazas de aparcamiento: el Ayuntamiento de Madrid dice que para aparcar en batería el espacio ha de ser de seis metros, cuatro para aparcamiento en espiga y tres si se aparca en línea. Con estos datos se empieza a entender la cantidad de vehículos que se ven en las grandes ciudades con daños en retrovisores, paragolpes y aletas.

    Con todo, el aspecto más interesante llega al analizar la anchura real de los carriles de las calles frente a la anchura real de los coches, con sus dos retrovisores y considerando la visibilidad del conductor. Continuando con el ejemplo de Madrid, muchas calles del centro de la ciudad tenían dos carriles de libre uso y un tercero solo para autobuses y taxis, separados entre sí por líneas pintadas en el suelo, o lo que en la jerga del sector se llama señalización horizontal. En la actualidad, y como se ve en la parte derecha de la foto superior hay, de derecha a izquierda, un carril bus, una gruesa línea continua, un carril bici, un separador vertical, y dos carriles de libre uso. Por supuesto que se cumple la normativa de anchura, porque el ancho mínimo de un carril es de 2.500 mm, solo que rodar con unos 200 mm libres por lado, entre coches que realizan movimientos impredecibles, está más cerca del trabajo de los especialistas de cine que del conductor normal, que además va escuchando las noticias o hablando por el móvil.

    ¿Cuál es la consecuencia? También se ve en la foto de arriba: se conduce dejando no solo distancia de seguridad hacia delante y detrás, también sin coche en el carril contiguo, para evitar sustos; en otros términos, conducción al tresbolillo. Con ello, la densidad del tráfico, es decir, el número de vehículos por unidad de superficie desciende inmensamente, mucho más que el crecimiento de la huella de los coches.


  • Solo un retrovisor

    Mal deben andar las cosas en el diseño de automóviles cuando lo que más me ha llmado la atención en lo que va de año es nada más que un retrovisor exterior. Eso sí, es el del Aston Martin DB12.

     

    El punto clave del diseño de automóviles en los últimos años ha sido el exceso, tanto el de formas como el de ficciones. Por el de las formas, había una exageración en eso que unos llaman líneas de tensión y otros de líneas de carácter, que terminaban por dar la sensación de coches tallados a hachazos, desbordados por líneas rectas y bruscas que se cruzan y lanzan, no siempre con sentido.

    Lo de las ficciones, muy propio de nuestra época, consiste en añadir elementos falsos y presuntuosos, como falsas entradas de refrigeración de motor o frenos, o falsos difusores traseros.

    Un tercer punto por destacar no es responsabilidad de los diseñadores, porque si los coches se parecen cada vez más entre sí, es al menos parcialmente a causa del exceso de normativas a cumplir, y por el sentimiento de culpa del sector y su miedo a correr riesgos, que ha conducido a fabricar productos conservadores cuya venta está asegurada.

    Lo de la avalancha de reglamentaciones no es asunto baladí: para su homologación y venta, un automóvil no ha de cumplir solo con normativas de emisiones o impactos cada vez más atenazantes; además hay normas como las de atropello a peatones, que dejan escasa libertad en las formas de los frontales, por no mencionar los métodos de evaluación de riesgos de las aseguradoras, que limitan igualmente y de tal modo las formas del frontal y de la parte posterior, que dejan poco margen de maniobra.

    Ahí van un ejemplo de cada una: si en la normativa de atropellos se mide la deceleración del potencial impacto de la cabeza del atropellado sobre el capó del vehículo, hay solo dos opciones para cumplir la norma. La primera, que por coste solo se puede aplicar a los coches caros, es situar sensores de impacto en el capó, que disparan sus anclajes en la base del montante A; de este modo, el capó bascula desde ese punto, y al elevarse permite amortiguar el impacto sin que al ceder el capó llegue a tocar con la culata del motor. La segunda, que es a la vez la barata y la mayoritaria, implica arquear la forma del capó, para que absorba suficientemente el impacto y ceda sin llegar a la culata. La consecuencia obvia es que casi todos los coches tienen joroba en el capó.

    Respecto a la normativa de evaluación de las aseguradoras, obliga implícitamente a que, en los impactos leves, como alcances en atascos, el daño se limite a piezas plásticas o atornilladas, por reducción de costes, y no a las estructurales ni a los sistemas de iluminación. De ahí que los paragolpes sobresalgan, delante y detrás, y se retranqueen faros, pilotos, capós, radiadores y portones. La consecuencia obvia es que casi todos los coches tienen paragolpes salientes y una larga lista de elementos retranqueada.

     

     

    Entre los últimos lanzamientos hay vehículos que no merecen mención alguna, como el Ford Mustang Mach-E y el Citroën C5 X. Otros llegan intentando ofrecer algo coherente, aunque los comunicados oficiales sean tan pretenciosos que, una vez eliminada la paja, casi no queda grano. Gilles Vidal, Vicepresidente de Diseño de Renault, comenta esto sobre el nuevo Rafale: “Es una poderosa ilustración del nuevo lenguaje de diseño de la marca Renault. Mantiene su ADN con curvas generosas trazadas con gran precisión, combinando líneas de tensión y detalles técnicos que añaden carácter y sofisticación al conjunto. Con su estilo novedoso, artesanía de calidad y proporciones, el completamente nuevo Renault Rafale asienta su poder y su personalidad en la carretera”.

     

     

    En las formas del Rafale sí se intuye que el exceso está llegando a su fin, y que los diseñadores se han dado por aludidos a la vista del éxito de Mazda y sus formas suaves, redondeadas, orgánicas y nada agresivas. Se han presentado recientemente dos modelos que dan lugar a esperanzas en este sentido ya que, aunque mantengan elementos criticables, la evolución respecto a sus respectivos predecesores es elogiable.

    La Serie 5 de BMW ostenta desde hace décadas el papel de berlina de representación de la marca, encontrando siempre su hueco entre la Serie 3 por debajo y la 7 por arriba. En Mayo pasado se presentó la nueva generación, cuyas entregas arrancan en el próximo mes de Octubre. El comunicado oficial habla de “elegancia deportiva y presencia impactante con un nuevo lenguaje de diseño”. Las formas mantienen los excesos en la parte frontal, ofreciendo a la vez un lateral más limpio, que cambia las rectas por curvas suaves de radios amplios, lo que reduce la agresividad y la contundencia, a favor de una limpieza de líneas.

    Eso sí, repite la característica habitual en los últimos tiempos de sustituir cada modelo por otro más grande: respecto a la generación anterior, la nueva es 97 mm. más larga, 32 más ancha y 36 más alta, resultando en 14,56 m3 de coche.

     

    La otra novedad interesante del semestre es la segunda generación del exitoso y discutido Toyota C-HR. Bajo la denominación C-HR prologue se presentó como prototipo el 5 de Diciembre pasado, y el 26 de Junio de 2023 ya como modelo de producción.

    No era sencillo sustituir a la primera generación de C-HR, y afortunadamente no se ha optado por el camino fácil, que hubiera sido simplemente dar un paso más en formas, ángulos y complejidad. Al igual que en el nuevo Serie 5 de BMW, hay un exceso de carga formal en las partes delantera y trasera, y una notable moderación de excesos en la vista lateral, que se agradece.

    Se ha suprimido el tirador de las puertas traseras, vertical y oculto en el pilar C, que montaba la primera generación. Es un truco que arrancó en el Alfa Romeo 156 de Walter de’Silva, con el objetivo de hacer menos obvia la existencia de cuatro puertas. Desde el punto de vista ergonómico, su posición vertical hace menos cómodo y natural el uso. Aun así, la vista de ¾ trasero sigue sobrecargada, a pesar de que la decoración bi-color disimula enormemente el exceso de líneas inconexas y formas superpuestas. La foto de la unidad monocolor desde ese ángulo lo muestra con claridad, y el sencillo análisis que se muestra a su lado destaca esa multiplicidad.

    No debemos olvidar, a la hora de juzgar la labor de quienes en la actualidad definen un producto en el mundo del automóvil, la dificultad que afrontan desde el punto de vista de la evolución del sector. Si estamos de acuerdo en que nos encontramos en un momento de cambio e incertidumbre, que la legislación a medio plazo es dudosa o coercitiva, y que los clientes andan igualmente despistados, ¿cómo definimos los coches que se venderán a finales de la década? Siguiendo con el ejemplo de la segunda generación del Toyota C-HR, y considerando que el prototipo final se presentó, como ya se ha mencionado, en Diciembre de 2022, no es aventurado pensar que el diseño se congeló en el verano de 2022, y que por tanto el trabajo arrancó, como muy tarde, a finales de 2021. Si se inician las ventas a principios de 2024 y estimamos una vida comercial de siete años, concluimos que alguien, en 2021, respondió a la pregunta de qué comprarían los clientes dentro de diez años. No conozco ningún curso de diseño, marketing, ventas o gestión del negocio que tenga una asignatura denominada “Bola de cristal”.

    Y en medio de estas neblinas, llama la atención el retrovisor exterior del nuevo Aston Martin DB12. El resto del coche responde a lo que se esperaba del sucesor del DB11: un exterior continuista, ya que no tenía sentido estropear un coche precioso; y un interior profundamente modificado, porque lo que había estaba claramente atrasado. Y a uno de los ingenieros (no de los diseñadores) del proyecto se le ocurrió darle la vuelta al actual concepto de retrovisor exterior, haciendo que se mueva el conjunto, y no solo el cristal. Me explico.

    Los retrovisores actuales están formados por una carcasa fija (aunque plegable por su base debido a la normativa de atropello a peatones) que tiene función aerodinámica, y alberga el espejo y su mecanismo de orientación; esto hace que la sección total del conjunto sea mayor que la del espejo, con lo que a su vez supone de incremento de sección frontal y de interrupción de la visión lateral del conductor a izquierda y derecha.

    En el DB12 se mueve el conjunto y la carcasa no rodea al espejo, lo que disminuye la sección frontal y mejora la visión lateral del conductor, una de esas ideas que nos hacen exclamar: “¿Y por qué no se le había ocurrido antes a nadie?”

    Aunque reconozco que un retrovisor es poca cosecha de éxitos en seis meses de diseño, las perspectivas son esperanzadoras, sobre todo en China: tras unos años en fase de maduración y búsqueda de identidad, las innumerables marcas chinas han pasado de imitar o dudar a liderar, y lo que llega a Europa en breve plazo hará replantearse ideas a los fabricantes locales.


  • Exposiciones, exhibiciones y entretenimientos

    Estas tres palabras no son sinónimas, y sin embargo coinciden en el punto en común de las tres exposiciones, exhibiciones o entretenimientos relacionados con coches y motos que he visitado recientemente.

    A pesar de los enormes esfuerzos que realizan los burócratas de Bruselas junto a una legión de desinformados, el sector de la automoción, sobre dos o cuatro ruedas, continúa vivo, es la base de la movilidad mundial y arrastra una buena masa de aficionados, dispuestos a reunirse alrededor de celebraciones que festejan su pasión.

    Y también en contra de algunas opiniones, los jóvenes, entendiendo por tales a los menores de treinta años, se unen a estos actos, una alegría por lo que supone de relevo generacional.

    Por simple casualidad, he visitado en el transcurso de pocas semanas tres exposiciones o exhibiciones, en principio sin relación alguna entre ellas, aunque obviamente con elementos en común, más allá del protagonismo de coches y motos.

     

     

    La primera a la que acudí, en orden cronológico, fue “Formula 1: the exhibition”, la exposición sobre la Fórmula 1 que el organizador del campeonato inauguró en Ifema, Madrid, en parte para apoyar la candidatura del lugar y de la ciudad de cara a albergar una carrera allá por 2026.

    A la vista del rumbo que Liberty Media está dando al campeonato, más cerca de la exhibición y el espectáculo que del deporte, mis impresiones fueron mejores de lo esperado. Sobre todo, porque no confiaba en encontrar referencias ni a la larga historia del campeonato ni a sus aspectos técnicos, y sin embargo ambos se mostraban con generosidad.

    La exposición está montada con material actual cedido por los equipos participantes (salvo Aston Martin, que estaba muy ocupado en la pre-temporada), y por un gran número de empresas y coleccionistas.

    Destaca, claro, lo más reciente, como un Alpha Tauri actual con el que deleitarse hasta el dolor de cabeza analizando la compleja aerodinámica de los F1 de hoy en día. No son solo los elementos básicos (bigotes, alerón o pontones), los que llaman la atención por su complejidad; es el elevado número de pequeños complementos que tienen éstos o que aparecen por todas partes para guiar el aire, eliminar vórtices o controlar la capa límite. Por ejemplo, delante de cada pontón hay un cajón triplano con una deriva vertical central y pequeños huecos en la deriva exterior, y entre este cajón y la rueda, uniéndose al fondo plano, un complejo cajón frontal doble con ¡once derivas verticales!

    Rodean al Alpha Tauri expuesto maquetas, secciones y vídeos sobre cuestiones técnicas, explicadas para el público en general, como aerodinámica, unidades híbridas de potencia o cajas de cambio de toma constante.

    La siguiente sala sorprende, ya que mostrar los restos del Haas tras el horrible accidente que sufrió con él Romain Grosjean en el GP de Bahréin de 2020 es casi una invitación al morbo, y sin embargo las explicaciones se centran en la seguridad de los coches actuales, gracias a la capacidad de absorción de energía de los monocascos de carbono, la protección del Halo o las medidas implantadas en los circuitos. Todo esto no quita que el visitante sienta encogerse el estómago al ver otra vez el vídeo del accidente de Grosjean junto a lo que quedó del monocasco y del volante.

    Otro momento inesperado en la exposición surge al ver la atención que se presta a la historia del campeonato. No son solo las decenas de cascos de pilotos de todos los tiempos que se exponen; son, especialmente, los coches y las piezas de éstos que llenan las salas. Es fantástico ver de nuevo un Lotus con la publicidad de la tabaquera Gold Leaf, o motores tan emblemáticos como los primeros indomables Renault Turbo, o los TAG – Porsche de los McLaren Marlboro.

    El salto a la segunda de las visitas en enorme, ya que solo tiene en común con la primera que ambas son exhibiciones de vehículos. La Guardia Real es el cuerpo militar de las Fuerzas Armadas españolas responsable, desde que en 1504 la fundó Fernando el Católico, de la seguridad del Rey y de su familia.

    Hoy en día sus instalaciones se encuentran en El Pardo, en las afueras de Madrid, donde una nave moderna alberga la “Sala Histórica de la Guardia Real”. Se puede visitar previa petición, y es un placer hacerlo tanto para los aficionados a la historia en general como para los seguidores de la historia de la automoción.

    La visita guiada se inicia en la planta superior, que alberga uniformes, cuadros, documentos y otros recuerdos de los más de cinco siglos de historia del cuerpo. Resulta ser un agradable paseo ilustrado por la historia de España, un interesante repaso para los entendidos, y un descubrimiento para los profanos.

    La planta baja es la que despertó mi interés, ya que contiene vehículos que se han utilizado oficialmente en la Jefatura del Estado español desde finales de los años ’30 del siglo pasado hasta ya iniciado el XXI. Así de amplio en el tiempo y así de genérico.

    La indudable estrella es el Mercedes W31, tipo G4, del que se dice es el único modelo de la marca que no se expone en el Museo Mercedes de Stuttgart. Este W31, tipo G4, es un camión de tres ejes, el delantero directriz y los dos traseros motrices; es decir, un 6×4, con un motor de gasolina de ocho cilindros en línea (código interno M24), nada menos que 5.920 mm de longitud y 3.700 kilos de peso. Fue fabricado entre 1934 y 1939 solo para el ejército alemán, nunca para su venta al público, y la producción fue solo de 57 unidades.

    La que se expone en la Sala Histórica de la Guardia Real se fabricó en 1939; al ser de las últimas, monta la versión M24-II del motor, con 5,4 litros de cilindrada y 115 CV, muy poco para mover tanto peso, por lo que el consumo puede llegar a los 38 litros cada 100 kilómetros, y la velocidad máxima no pasa de 65 km/h.

    Del total de 57 unidades parece que solo quedan tres en su estado original. Una de ellas sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, se transformó a su término en camión de bomberos, para luego ser restaurada y donada al Sinsheim Auto&Technik Museum, en Austria. Otra se expone en el Lyon Air Museum, de Santa Ana, California (EE. UU.), y la tercera es la que está en Madrid.

    Y a partir de aquí pasamos de los hechos a la leyenda, que cuenta que Adolf Hitler ordenó fabricar tres unidades especiales (¿qué las hacía especiales?) para tres destinatarios igualmente significativos: Benito Mussolini, Francisco Franco y él mismo. Parece ser que, una vez que le entregaron su camión, a Franco no le gustó el regalo en sí y, según se entraba en la década de los ’40 y avanzaba la II GM, no le apetecía que se le viera utilizando un regalo hecho por los posibles perdedores de la contienda. De modo que, tras pocos kilómetros de uso, el camión Mercedes fue arrinconado.

    Cuenta también la leyenda que, al ser el único superviviente de los tres especiales, Mercedes Benz intentó comprarlo con un cheque en blanco a Patrimonio Nacional, la institución responsable de él, que rechazó amablemente la oferta precisamente por eso, por ser el camión patrimonio nacional y parte de la historia de España. Entonces Mercedes se ofreció a restaurarlo en su Mercedes Benz Classic Center, y aprovechó para levantar planos del vehículo, que se habían perdido en la guerra. De este modo, en 2002, y con su matrícula M-4200-AD de 1974, el W31, tipo 4 quedó de nuevo en el estado en que salió de la fábrica 63 años antes. Para asegurarse de que se mantendría así, los mecánicos de la Guardia Real recibieron una formación específica en el Classic Center de Mercedes.

    Aunque a su lado los otros quince coches y camiones expuestos palidezcan, merecen al menos una mención. Hay curiosidades como un Cadillac descapotable y blindado (¿) de 1948, fabricado en Detroit (EE. UU.), blindado en Trubia (Asturias) y carrozado en la Unidad de Automóviles del Ejército en Torrejón de Ardoz (Madrid). Aun conserva su matrícula ET-42922-O. Junto a él posan varios compatriotas suyos, como un Buick del ’49, un larguísimo Cadillac Eldorado convertible de 1970, un Fleetwood del ’73 y un Lincoln Continental del ’78.

    Lo que más llama la atención son los dos Rolls Royce Phantom IV expuestos, uno cerrado y otro descapotable. Pertenecen a una serie limitada de 18 unidades, fabricadas entre 1950 y 1960, de las que 17 fueron adquiridas por mandatarios de diversos países, y se conservan 16. Algunos de los propietarios iniciales fueron Mohamed Reza Pahlevi (Sha de Persia), el Aga Khan III y el Rey Faisal II de Irak.

    En su momento España compró tres unidades: una limusina de cinco plazas y otra de siete, y un descapotable de cuatro, todas entregadas en 1952.

    No quiero dejar de lado las motos expuestas, fundamentalmente Harley-Davidson y BMW. Las Harley lucen la cantidad esperada de cromados, que es mucha, y el escudo real pintado sobre el depósito. Las BMW pertenecen en su mayor marte a la desaparecida Serie K, la de motor tumbado y refrigerado por agua, de tres o cuatro cilindros, más alguna bóxer.

    La primera edición de Autopía tuvo lugar el 24 de Septiembre de 2022 en Boadilla del Monte (Madrid), como se narró en estas páginas virtuales. A pesar de algunos errores en la organización, decidí asistir a la segunda que se celebró en el mismo lugar a finales del pasado mes de Abril. En parte, el motivo de mi nueva asistencia fue participar exponiendo uno de mis Mercedes clásicos, de los que también se ha hablado aquí.

    Destacar lo mejor de entre los más de 800 vehículos expuestos es, a la vez, arriesgado y subjetivo. De modo que empiezo por reconocer que lo que voy a mencionar no es necesariamente lo mejor, más valioso o más importante, es solo lo que más me gustó o me llamó la atención.

    Hay que empezar, claro, por el homenaje a los pilotos españoles que han participado en las 24 Horas de Le Mans, la carrera que este año celebra su centenario. Para decorar, se mostraban el Audi TDi de Ivan Capelli, Allan McNish y Tom Kristensen, y el Epsilon Euskadi 1, que tomó parte en la edición de 2005.

    No lejos de ellos se podían contemplar tres motos de GP: las Honda de MotoGP de Marc Márquez y Dani Pedrosa, con sus dorales 93 y 26, junto a una Derbi 50 cc. de Angel Nieto. Ya se nos olvidaba lo minúsculas, en todos los sentidos, que eran estas cincuenta: neumáticos estrechos, manillares aun más estrechos, sillín mínimo y retrasado, los diámetros de barras de horquilla y basculante parecen de broma, … y, a pesar de ello, ¡cuánto corrían!

    En el capítulo de los coches que me llamaron la atención favorablemente situaría las dos unidades de Porsche 959, y los dos BMW 3,0 de la Serie E9, uno en versión CS y otro como CSL, el conocido como Batmobile. Igualmente fue agradable ver unos cuantos Lotus, entre los que destacaba un Esprit V8 blanco.

    La organización mejoró mucho respecto a la anterior edición. Con más asistentes y más vehículos expuestos, el tiempo de acceso a las instalaciones como participante bajó de 30 minutos a solo cinco; y había más música y más actividades para niños. Esta vez no se acabó la comida, aunque aun queda por mejorar el tiempo para conseguirla: una hora y media de cola para alcanzar una hamburguesa es excesivo.

    No me atrevo a lanzar una conclusión única de tres eventos tan diferentes en contenido y objetivos, aunque sí hay que destacar que la abundante y alegre respuesta del público asistente deja claro que la automoción goza de una estupenda mala salud.

     

     


  • ¿A quién quieres más: a papá o a mamá?

    Algo más de tres meses después de que llegaran a casa, tras algo de trabajo y unos cuantos kilómetros de disfrute al volante, llega el momento de decidir cuál de los dos Mercedes conservo y cuál vendo.

    La serie W123 de Mercedes – Benz es un excelente ejemplo del “over-engineering” de la marca, esa predominancia de ingenieros sobre contables y comerciales que llevó a fabricar vehículos complejos, de alta calidad, casi irrompibles, con aspecto sobrio, que definieron a Mercedes durante años. Los coupés de esa serie W123 ofrecen, además, la exclusividad de su menor producción y el hecho de que su equipamiento, tanto el de serie como el opcional, era más generoso que el de sus hermanos berlinas y familiares.

    Conducirlos en la actualidad es realizar un viaje a través de la clase media-alta de la automoción de hace cuatro décadas, y a la vez por los sueños de los conductores de la época que se debían conformar, en la mayoría de los casos, con utilitarios sencillos.

    Precisamente esos utilitarios básicos era lo que yo conducía cuando los coupés CE280 salían de la fábrica de Stuttgart, y rodar con éstos en 2023 me ha permitido una doble comparación: con los coches de los ’80 y con los actuales.

    Rodar con mis Mercedes pensando en los utilitarios ochenteros me hacía sentirme superior, por disponer y disfrutar de lo que para otros era un sueño: un coche grande, cómodo, potente y atractivo, con un equipamiento cercano a la fantasía; viajar sin cansancio, con la temperatura interior bajo control; sin problemas de espacio para el equipaje gracias a un maletero enorme … Con casi 180 CV en el pie derecho, puerto de montaña suena más a diversión que a agobio, y con esos butacones un viaje largo es más placer que castigo.

    Uno de los elementos que diferenciaba en aquella época a los coches “malos” de los “buenos” era la servodirección. Los vehículos normales no tenían asistencia a la dirección, de modo que era la fuerza física del conductor la que movía las ruedas, algo cansado y hasta en algunos casos penoso, sobre todo en las maniobras de aparcamiento. Para compensar a base de aumentar el brazo de palanca, se montaban volantes de gran diámetro.

    Los coches de cierto nivel, como estos Mercedes, contaban con un sistema hidráulico que ayudaba al conductor en esa tarea, y le libraba de casi todo el esfuerzo físico. Solo había dos pegas: por un lado, el sistema de dirección era aún el antiguo de recirculación de bolas, lo que disminuye a la vez el tacto y la precisión de la dirección. Y en segundo lugar, la servodirección era una novedad técnica recibida con cierta desconfianza por algunos usuarios, que planteaban qué pasaría en caso de fallo, es decir, cómo mover la dirección de un coche con la servodirección averiada. La solución de Mercedes fue seguir equipando los coches con volantes grandes, lo que se convirtió en imagen de la marca durante años: si falla la dirección asistida, se mantiene el brazo de palanca casi de camión.

    Cuando de niño viajaba en coche, jugaba a adivinar en qué lugar del depósito estaba la boya que indica el nivel de combustible. Era sencillo, porque el sistema que se empleaba entonces también lo era: una boya o flotador dentro del depósito sube o baja dependiendo del nivel de combustible en cada momento; la boya está unida mediante una varilla a un potenciómetro o resistencia variable, que cambia su valor dependiendo de la altura de la boya, y con ello varía la posición de la aguja del indicador que hay en el cuadro de mandos. Como en las frenadas el combustible se desplazaba a la parte delantera del depósito y en las aceleraciones a la trasera, y en las curvas la fuerza centrífuga la movía hacia los lados, hasta un niño adivinaba, asociando los movimientos del coche a los de la aguja, dónde estaba el flotador que indicaba el volumen.

    Con el paso de los años, y para evitar esa lectura de nivel de combustible engañosa, se añadió un circuito electrónico que filtra esos movimientos, de modo que la aguja solo se mueve cuando hay una variación de lectura prolongada en el tiempo, y no si ésta es repentina.

    Mis Mercedes son aún previos a esa filtración, y al conducirlos ahora disfruto retomando un juego inocente, de niños que descubren la tecnología.

    Sin embargo, lo que más me ha hecho reflexionar al volante de los Mercedes es ponerlos frente a los coches de hoy en día o, para ser más preciso, comparar la conducción de ambos. El punto clave es que el camino hacia el coche autónomo se inició hace tiempo, aunque no nos demos cuenta, y un coche actual ya hace muchas cosas por sí mismo; puestos a cuantificar, y tirando de la tabla elaborada por la SAE (“Society of Automotive Engineers”), según la cual un vehículo de nivel 5 te lleva al destino mientras te echas la siesta en el asiento de atrás, los vehículos que hoy se venden están en los niveles 2 y 3 y, mis Mercedes, obviamente, en el cero riguroso.

    Es más, la automatización de los vehículos es tan elevada en la actualidad que no somos conscientes de ella, de cuántas acciones que antes realizaba el conductor las hace ahora el coche, así que no estará de más un recordatorio. Hace años, antes de montarse en el coche, se desplegaba a mano la antena de la radio que, una vez encendida, se sintonizaba a mano. Para entrar en el coche se metía la mano en el bolsillo, se sacaba la llave de las puertas y se abría la del conductor para, una vez dentro, abrir igualmente a mano los pestillos del resto de las puertas que hubiera que abrir. Luego se introducía la llave de contacto (distinta a la de las puertas) en el cláusor y, si hacía falta, se recurría al sistema, manual claro, de arranque en frío, que había que anular cuando el motor cogía temperatura.

    Una vez en marcha, los intermitentes se quitaban a mano, y las luces largas se encendían y apagaban a mano. Las pocas posiciones del parabrisas eran elegidas y cambiadas por el conductor, y a falta de equipo de climatización, se desempañaba el parabrisas con un trapo, mientras se agarraba el volante con la otra mano.

    Y al llegar al destino, se cerraban ventanillas, puertas y maletero, se enclavaba el freno de estacionamiento, se cerraba la puerta del conductor y se plegaba la antena de la radio.

    Por supuesto ningún sistema controlaba los frenos, la tracción o la estabilidad, no había nada que nos guiase al destino salvo un mapa y el sentido de la orientación, y en caso de accidente el habitáculo no se llenaba de bolsas de aire.

    El otro apartado al que daba vueltas en la cabeza mientras reparaba o conducía los Mercedes era cuál conservar y cuál vender. Y no era sencillo, porque los dos, aun siendo parecidos, tienen diferencias notables. El de carrocería azul, que le da un aspecto serio, ofrece un contraste con su tapicería de color beige en material M-B Tex, ese velour que imita tan bien al cuero que muchos lo confunden. El aire acondicionado que monta es el original, con el enorme compresor York que convierte al habitáculo en una nevera. En el interior destacan el apoyabrazos central y los cuatro reposacabezas, el cierre centralizado, los elevalunas eléctricos delanteros y ¡la bocina de dos tonos!, uno para uso urbano y otro de mayore volumen para carretera.

    Por su lado, el de carrocería verde luce una preciosa tapicería mixta de tela y cuero, la radio Becker Grand Prix original, techo corredizo eléctrico, y el complicado sistema que limpia y lava el parabrisas y los faros delanteros, que finalmente conseguimos que funcionara.

    Una cuestión común a ambos coches que surgió al conducirlos se refiere al uso del pedal del embrague. Desde el sur de Europa, los estereotipos nos hacían ver a alemán medio de la época como más alto que su equivalente español. Si unimos a este factor las temperaturas inferiores en el norte de Europa, concluimos que el calzado en Alemania tiende a ser más voluminoso que en España. Entonces, ¿por qué el guarnecido bajo la columna de la dirección deja tan poco sitio alrededor del pedal del embrague que con frecuencia se me engancha el zapato a la hora de soltarlo?

    Tras mucho reflexionar, y aun con algunas dudas, lavé cuidadosamente la carrocería de uno de ellos, limpié de modo minucioso el interior, hice abundantes fotos genéricas y de detalle, redacté un texto convincente y subí el anuncio a las webs oportunas. Ojalá que el desfrute que me proporcione el que recogí en Marbella sea mayor que la pena de vender el que compré en Castellón.


  • Buscando un clásico, capítulo y III: “Uno de estos días”

    Se empezaban a acumular los meses de búsqueda y, aunque era consciente de que perseguía una rareza, me preocupaba la dificultad para encontrarla. Entonces, una neurona traviesa me recordó esa canción de Eagles titulada “One of These Nights”, que habla de atreverse a convertir los sueños en realidad: “One of these nights / one of these dreams / one of these lost and lonely dreams, now / we’re gonna find one / oh, one that really screams”.

    Con ese sonido de guitarras de fondo apareció un CE280 verde metalizado y aspecto formidable cerca de Marbella. El propietario era un aficionado que tenía una interesante colección de coches y motos formada por diez vehículos, y que lamentablemente había fallecido, aun joven, a finales del verano. La unidad a la venta era una de las primeras producidas, allá por 1977, y tenía 149.000 km: un manual de cuatro marchas, con ITV al día, techo eléctrico, aire acondicionado, una enorme batería original Mercedes Benz y la preciosa radio original y opcional Becker Grand Prix.

    Mientras cruzaba mensajes con el vendedor para ir a verlo, y quizá a comprarlo, apareció otro ejemplar tentador: en azul marino metalizado y cerca de Castellón, una unidad de 1980 con aire original y además elevalunas eléctricos, en manos de un coleccionista en fase de renovación de su parque móvil. Me gustaron el color y el aspecto impecable de la carrocería, el interior en cuero beige, y que perteneciera a un aficionado cuidadoso, lo que podía asegurar un mantenimiento correcto.

     

    Preferí resolver la duda entre el de Marbella y el de Castellón yendo a ver los dos, a pesar de las dificultades de los desplazamientos y del tiempo que me iban a llevar. Y en el momento en que, en una urbanización tan lujosa como discreta en las cercanías de Marbella, llegué frente a la casa y vi el Mercedes verde metalizado bajo el sol del Mediterráneo, supe que iba a ser difícil resistirse, y volvió la canción de Eagles para decirme que había encontrado mi sueño.

    Un vistazo detenido y una breve prueba dinámica lo confirmaron: pintura y carrocería en buen estado, lo mismo que los guarnecidos, arranque a la primera, aire que enfría, cambio de marchas suave y sin ruidos, suspensiones sin crujidos, dos llaves, y algunas facturas del concesionario Mercedes de la zona. Por supuesto que encontré alguna cosa que no me gustó, como los neumáticos pasados de fecha que se empezaban a cuartear, o la antena eléctrica de la radio con el mástil roto. Había algún cromado de carrocería desajustado, y los guarnecidos de los anclajes de los cinturones delanteros con alguna fisura. Con todo, lo que más me llamó la atención fue que, al arrancar en frío, el ralentí se iba a las dos mil vueltas, y bajaba progresivamente hasta situarse a mildoscientas al llegar a la temperatura de servicio. Nada de eso enturbiaba el flechazo.

    Unos días más tarde entraba en una nave en un polígono industrial cerca de Castellón y me quedaba bloqueado al ver la colección de coches que albergaba. En el centro me estaba esperando un Mercedes Benz CE280 azul de 1980, y a su alrededor reposaban un GR Yaris, un Lexus IS-F y un LS400, cinco Land Cruiser de la serie 60, un Porsche 996 turbo, un Audi S3 de 500 CV, un Citroën DS rojo, un Subaru WRX, un Golf GTi Mk.II, y así hasta cuarenta coches.

    Me concentré en el Mercedes que había ido a comprar, y vi una carrocería en muy buen estado y un precioso interior en cuero beige; el motor arrancó a la primera sin humear, y rápidamente se estabilizó en frío a 1.200 rpm. Al probarlo noté que estiraba sin dudas hasta más allá de cinco mil vueltas. El cambio era lento y de recorrido largo, como era de esperar, y al meter cuarta rascaba el sincro salvo que se pusiera mucho cuidado. Funcionaban el equipo de climatización y el aire acondicionado, y solo me contrariaron dos puntos. En primer lugar, los neumáticos conservaban el dibujo, pero las fechas de fabricación invitaban a un cambio inmediato. Y en segundo lugar, el ruido del primer silenciador, el que va debajo de los pies del acompañante, era demasiado alto, lo que indicaba que al menos había un fisura, si no algo peor.

    Ese ruido fue lo único que me incomodó en los más de 400 kilómetros que lo conduje hasta casa. Junto con la iluminación de los faros halógenos, que nos parecen quinqués a los que nos hemos acostumbrado deprisa a los LEDs. Pero los asientos eran butacones, la dirección suave, la pisada firme, y a 3.500/4.000 rpm en cuarta se rodaba en el límite de lo legal, con la sensación de que se podría llegar al fin del mundo.

    Al final de esa misma semana estaba de nuevo en la urbanización discreta de Marbella y el CE280 verde me esperaba bajo el sol del Mediterráneo. Cuando conduzco coches veteranos me gusta situarme en su época, en los clientes que los compraron nuevos y en los recorridos que pudieron hacer. Afortunadamente las carreteras españolas han mejorado mucho desde que en 1977 se fabricó este coche, pero la radio Becker Grand Prix ya no sintoniza Onda 2 para escuchar “Dominó”, de Gonzalo Garrido. Al menos, camino de casa me puse unas gafas de sol Persol iguales a las que llevaba Steve McQueen, y me sentí como un adinerado de finales de los ’70 estrenando su Mercedes coupé.

     

     


  • Buscando un clásico, capítulo II: «Esa chica no te conviene»

    Vagar por las páginas digitales de compraventa me llevó a un coche cuya mejor definición es una frase de madre dirigida a un hijo hechizado por una chica tan atractiva como poco recomendable: “Esa chica no te conviene”.

    En mi caso, el coche atractivo y poco recomendable que me hechizó fue un rarísimo FIAT 130 coupé manual, una preciosidad a la que acercarse boquiabierto y de la que huir escaldado.

    La historia de este controvertido modelo se inicia a mediados de los ’60, cuando la familia Agnelli, propietaria de FIAT, contempla cómo su marca triunfa en casi todos los segmentos del mercado. Solo se les resistían las berlinas de alto nivel, un área de mercado copada entonces por BMW, Mercedes y, en menor medida, Jaguar. Deciden entonces arrancar el proyecto de una berlina de lujo que terminaría llegando al mercado en 1969 como FIAT 130, bajo el diseño de Gian Paolo Boano. Como no había en el catálogo de la marca un motor adecuado para mover debidamente un coche de este porte, encargaron un V6 a 60º nada menos que a Aurelio Lampredi, que se había encargado de los motores de calle y de carreras de Ferrari de 1946 a 1955. Como si este despliegue fuera poco ambicioso, FIAT decidió también lanzar una versión coupé del 130, cuyo diseño exterior no asumió el Centro Stile FIAT, si no que se subcontrató nada menos que a Pininfarina. Y dentro de este equipo, el proyecto se encomendó a Paolo Martin. Para entonces, Martin ya había diseñado vehículos de serie y prototipos para Ferrari, BMC o Bentley, ya fuera desde el Studio Tecnico Michelotti, Carrozzeria Bertone o Pininfarina, y ese mismo año de 1970 salieron de su tablero de dibujo dos vehículos excepcionales: el FIAT 130 coupé y el Ferrari Modulo.

    La producción del 130 coupé se llevó a medias entre las plantas de FIAT en Turín y de Pininfarina en Grugliasco. Arrancó en 1971, justo cuando la crisis del petróleo se llevó por delante los coches de motores grandes y gran parte de la economía mundial. Por ello la producción total, que se cerró en 1977, fue de solo 4.294 ó 4.491 unidades, dependiendo de las fuentes. De ellas, nada más que un 15% montaban un cambio manual.

    Por tanto, ese coche atractivo y poco recomendable que me tentaba desde una web se relacionaba con la aristocracia del automóvil, y correspondía a una tirada aun más corta que algunos Ferrari o Lamborghini.

    Me precipitaron a la dura realidad las informaciones que localicé a continuación: es prácticamente imposible encontrar un parabrisas, los problemas de oxidación están casi asegurados, la instalación eléctrica tiene un funcionamiento caprichoso, …

    Para colmo, el taller de un polígono de Albacete que lo vendía, tras dirigirme dos veces a él, solo me dio por respuesta un número de teléfono y un “Está perfecto de todo. Llámame”. Cerré el mensaje y reanudé la búsqueda.

     

    En el nuevo intento de búsqueda, aprovechando la flexibilidad que ofrecen los filtros de las páginas web, expandí el abanico hacia el pasado, hasta 1975, entre otros motivos para alejarme de la burbuja de precios. Y de repente apareció un candidato inesperado.

    No oculto mi debilidad por los coches alemanes, especialmente si son Porsche o BMW. Y, a la vez, reconozco que me atraen poco los Audi (salvo los familiares con motores exagerados, como los RS4 y RS6 Avant), y que no consigo despojar a los Mercedes de su aureola de coche cómodo para señor mayor.

    De ahí que me sorprendiera a mí mismo cuando me quedé mirando fijamente la foto de un W123 coupé en la pantalla del ordenador: aspecto sobrio aunque no simple, mezcla de rotundidad y elegancia, y esa maravillosa ausencia de montante B, que aligera el perfil y le hace parecer un descapotable sin serlo, o al menos destaca que es nada menos que un coupé.

    Poco después de este descubrimiento investigué sobre esta serie W123 de Mercedes, y me leí del derecho y del revés “Mercedes – Benz W123. The Complete Story”, de James Taylor, para comprender su importancia.

    A principios de los ’70, la gama de la marca estaba formada por la Clase S y por lo que ahora llamaríamos Clase E, en sus versiones W114 (con motores de seis cilindros) y W115 (cuatro cilindros de gasolina, o cinco en ciclo diésel), fueran berlinas o coupés.

    Para suceder a estos dos últimos con un único proyecto, se pusieron manos a la obra Hans Scherenberg como responsable técnico de la marca y Friedrich Geiger al frente del equipo de diseño. Cuando Geiger se retiró en Diciembre de 1973 y le sustituyó Bruno Sacco, el proyecto estaba prácticamente cerrado, y Sacco respetó el trabajo de Geiger. La impresionante huella de Sacco en el lenguaje de diseño de Mercedes arrancó justo tras el W123, se plasmó inicialmente en el Clase S de 1979 (W116) y se extendió hasta su jubilación en 1999.

    El resultado del trabajo de Scherenberg y Geiger en el W123 se materializó en tres carrocerías (berlina, coupé y familiar) y diez motores, fabricados en tres países: Alemania, Suráfrica y China. En total, la producción entre 1976 y 1985 en Alemania (hasta 1988 en los otros dos países) ascendió a 2.775.092 unidades. A día de hoy, tras años sirviendo como taxis en Europa Central, muchos W123 berlina con motor diésel siguen batallando como taxis en Africa.

    La versión que me había cautivado, la de carrocería coupé, solo se fabricó en Alemania, y en cantidad bastante limitada: 84.375 vehículos. Y si me fijaba en las que llevaban el motor de seis cilindros en línea de gasolina de 2,8 litros con inyección K-Jetronic, la buena, hablamos de solo 32.138 coches, nada más que el 1,6% de la producción.

    Había encontrado, otra vez, el coche clásico que buscaba; ya solo faltaba localizar una unidad en buen estado y a precio razonable. La primera dificultad con la que me topé se refería a cómo nombrar el coche: en algunos anuncios se clasificaba como CE280 sin mencionar la serie W123, en otros al revés, o aparecía como 280 lo que en realidad era un 250, o una berlina figuraba bajo el filtro de los coupés. Una vez que aprendí a filtrar en las diversas webs, me fijé en un ejemplar excelente, ubicado en Torremolinos, en un precioso color verde oscuro metalizado, con opciones tan tentadoras como aire acondicionado original, llantas de aleación y techo corredizo. Solo que se anunciaba como restaurado y con un precio de partida de 16.000 €. Lo archivé.

    El siguiente candidato tenía un perfil distinto, al ser casi un “barn find”. El propietario de varios coches, digamos, veteranos, había fallecido tras unos cuantos años sin darles uso, y el que había comprado esa pequeña colección la puso a la venta. El CE280 en cuestión “tiene trabajo”, me confesó el vendedor: al menos la laca de gran parte de la carrocería estaba deteriorada, y en algunas zonas también la pintura, y la tapicería de cuero azul presentaba cortes en los dos asientos delanteros. El estado de la mecánica era un misterio, porque no existía historial de mantenimiento; además, sin ITV ni seguro, y ubicado “en un pueblo de Guadalajara”, el plan estaba más cerca de un viaje al que iba a seguir un traslado en grúa y una restauración, que al objetivo de disfrutar en un breve plazo de los placeres de un clásico.

    Por otro lado, una ilusión común a los seguidores de los coches clásicos es un “barn find”, encontrar un coche apetecible en estado malo aunque recuperable y, dedicándole tiempo y dinero, llevarlo de vuelta a su estupendo estado inicial. Con esta ilusión evalué costes de las intervenciones de carrocería y tapicería, más las de un mantenimiento integral, que abarcaría no solo cambiar todos los filtros y todos los fluidos, también un detenido vistazo a pastillas y latiguillos de freno, manguitos de refrigeración, y apoyos de goma de transmisión y suspensiones. Con los números iniciales delante, y con un precio de partida de 7.500 € no negociables, la posibilidad estaba fuera de mercado.

    Unas semanas más tarde entendí que la expresión “no negociable” tiene diferentes sentidos, según quién y cuándo la pronuncie, porque me llegó que la operación se cerró en 5.500 €. Partiendo de esa cantidad, mi esperanzado planteamiento de un “barn find” sí habría tenido sentido. Aprendí la lección.

    El tercer candidato fue el primero que vi y probé: una unidad de 1982, con 253.000 km en el marcador, techo eléctrico, carrocería blanca con llantas de chapa y esos preciosos tapacubos cromados y en el color de la carrocería; además, tapicería en tela verde, libro del usuario y dos llaves. Aunque el color me hacía sentir taxista rodando por Madrid mientras lo probaba, me gustó mucho. Además, el precio, también no negociable, era de 9.500 €. Solo me echaba para atrás que era un cuatro marchas sin aire acondicionado, y de cara a los posibles viajes me había puesto como condición que la unidad escogida debía cumplir al menos una premisa de las dos: cinco marchas o aire acondicionado, es decir, bajo ruido y menos consumo pasando calor en verano, o ruido y consumo pero fresquito.

    La frustración más intensa de todo el proceso de búsqueda llegó con el CE280 azul que localicé en Sevilla: una de las últimas producciones (1983) con tratamiento anticorrosión mejorado, 193.000 km., cinco marchas, aire original, elevalunas eléctrico, cierre centralizado, interior en tela beige y un razonable precio de salida de 12.000 €. Tras varios cruces de correos electrónicos, y cuando estaba a punto de comprar el billete de AVE que me llevaría a Sevilla a hacerlo mío, el dueño me dijo que se arrepentía y que no lo vendía.

    Paso de soslayo respecto a dos unidades que demostraron la baja profesionalidad de algunos de los autodenominados vendedores de clásicos. Localicé una estupenda unidad en Tenerife, pero el vendedor no respondió a mis correos ni a mis mensajes telefónicos. Y un ejemplar rojo que aparecía con un aspecto penoso y abandonado en las fotos de la web, merecía solo este esfuerzo por parte del vendedor: “Lo tendré aquí la semana que viene. Llámame y te cuento más cosas del coche”.

    Con escasa fe probé una unidad automática con carrocería color champagne o, en la denominación oficial de Mercedes, el código 419 “Ikonengold”, a la que acompañaba una curiosa historia. Había pertenecido a un señor que lo compró por capricho y que utilizó esporádicamente. Tras su fallecimiento, la viuda, también mayor, lo cubrió con una lona y lo dejó durante varios años en su plaza de garaje de un enorme estacionamiento en el centro de Madrid.

    Un buen día, otro usuario de ese estacionamiento se encontró, al aparcar su coche, con un gatito desvalido que se había colado en el garaje. Pensando en que al gatito le costaría trabajo encontrar la salida, si la encontraba, y con ello algo de comer, comenzó a perseguir al gato asustado para guiarlo hacia el exterior. En la persecución del gato se encontró con el CE280 con la lona cubierta de polvo y las ruedas deshinchadas. Se quedó prendado del coche y, a través del vigilante del garaje, se puso en contacto con la viuda. En principio, la señora no tenía interés alguno en venderlo, hasta que le preguntó al interesado cómo había localizado el coche y, al escuchar la historia del gatito perdido, se ablandó hasta tal punto que se lo vendió.

    Mientras yo lo probaba pregunté al propietario por qué ahora a su vez él lo vendía, y me confesó: “Tengo cuatro hijos, dos perros y una empresa, y no me da la vida.”

    El estado general del coche, producción de 1978, era bueno, solo que se acumulaban un montón de pequeños peros: puerta derecha repintada sin igualar el color, golpecitos en las dos aletas traseras, aire acondicionado original con un compresor que no arrancaba, el velocímetro sí funcionaba y el odómetro no, cambio automático angustiosamente lento, guarnecido de la puerta izquierda roto y holgura de dirección. La prueba fue agradable, me sentía cómodo en el coche, me cautivó su confort, su buen rodar, su maletero enorme, … pero había mucho trabajo por delante y no encajaba con los 10.000 € que pedían.