En el verano de 2017 elaboré y puse en marcha un plan de renovación de mi parque móvil. No voy a discutir ahora sobre si era realista o excesivamente ambicioso, era el que creí más oportuno en aquel momento. Por el lado de las bicis de montaña incluía vender la Ghost y comprar una Orbea Oiz; y en lo tocante a deportivos, suponía dejar el M3 en estado de concurso, hacer un viaje de una semana por carreteras formidables de España con él y venderlo. Por el lado del Land Cruiser HDJ80 de 1991, tocaba disfrutar de un viaje final por Marruecos en la primavera de 2018 y venderlo al regreso.
La parte de las bicis se cerró con retraso, aunque ciñéndome al plan, en Octubre de 2018, y desde entonces disfruto de una Orbea Oiz. Lo del M3 se contó en este blog, incluyendo que me lo quitaron de las manos a buen precio en Enero de 2019.
Lo del Land Cruiser no fue tan sencillo, aunque mis expectativas eran las contrarias. Suponía que, en un mundo en el que los todoterrenos de verdad están en peligro de extinción, uno de la vieja escuela y en buen estado se vendería con facilidad. Al regreso de Marruecos, una vez repasado y bien limpio, colgué los correspondientes anuncios en Auto Scout 24, Wallapop y Mil Anuncios, y me puse a esperar ilusionado. Era el otoño de 2018.
¡Menudo chasco! Un parte notable de quienes se ponían en contacto conmigo dejaban claro que no sabían qué es un HDJ80, y no caían en que tenía casi treinta años. De ahí que me lanzaran preguntas del tipo si el embrague es el original (¿después de 30 años?), si había cambiado una aleta (¿sin golpes en 30 años?), o parecía que la pintura tenía poco brillo (¿brillo original tras ese tiempo?), … También recibía ofertas económicas de esas que se lanzan por si cuela, que rechazaba con diplomacia en la respuesta y mal humor por dentro. Otros, por el contrario, pedían informaciones detalladas, fotos precisas, hasta vídeos del motor o del interior.
Muchos de estos interesados no daban señales de vida más allá de ese primer mensaje, pero pasaban las semanas y los meses y me empezaba a cansar de responder correos que se quedaban en el vacío.
Un año y medio con tanto trabajo y sin frutos me hizo repensar muchas cosas, por ejemplo, el precio. Cierto que un HDJ80 se cotiza más que otros TT de la misma edad, pero los que estaban anunciados por toda Europa, ya que hasta ahí había ampliado mi campo de búsqueda de comprador, se movían en una horquilla de precios amplísima. En su parte baja estaban los descuidados, los de más de medio millón de kilómetros, o con cambio automático fallando, u óxido generalizado por vivir en zonas húmedas, … Y en la alta, los ya restaurados, con el motor hecho, la carrocería pintada, los asientos retapizados, … No quería caer en el error de precipitarme y malvenderlo por bajar el precio, cuando de repente el mundo se paró: llegó el coronavirus, gran parte de la población mundial se quedó encerrada en casa con tiempo de sobra para brujulear por Internet, y se multiplicaron los contactos de interesados en el Land Cruiser. Fuera por teléfono, WhatsApp, Wallapop o correo electrónico, de repente la venta del Land Cruiser comenzó a ocuparme horas cada día, aunque sin avances prácticos. Estaba claro que algunos se habían topado con mi anuncio en medio del confinamiento y claramente no tenían intención de comprar, o al menos eso me parecía a mí. Eso sí, los trataba en mi respuesta como si fueran a pagar de inmediato el precio anunciado.
Otros sí tenían interés, o con eso me ilusionaba, pero no avanzaban en la negociación por culpa del Covid, ya fuera por imposibilidad o dificultad o miedo en el desplazamiento a Madrid, o dudas sobre su situación económica actual o futura. Y la venta del Land Cruiser se convirtió en una peculiar manera de relacionarme con desconocidos, como si Mil Anuncios o Auto Scout 24 se hubieran convertido en filiales de Tinder o eDarling. Traté con una parejita joven de Barcelona a la que le encantaba el coche, pero se estaban emancipando y el presupuesto no les llegaba a todo; un andorrano afincado en Galicia que me contó su vida por teléfono; y un alemán que buscaba un TT de siete plazas, pero que antes debía vender un UZJ100 o un HZJ77, ambos biplaza.
Otro contacto curioso fue el del vicepresidente de una compañía constructora de Virginia (Estados Unidos), que hacía muchas obras en Washington D.C., al que la pandemia le impidió continuar con la negociación. Con todo, el contacto más peculiar fue el de un violoncelista bielorruso de una orquesta de Stuttgart, al que el confinamiento le cogió en su casa de Minsk. Estaba francamente interesado, hasta tal punto que llegó en enviarme una señal por PayPal, y me llamaba casi cada 48 horas. En condiciones normales la venta no habría sido tan compleja, porque el violoncelista pasaba largas temporadas en Stuttgart, que tiene buena comunicación con Madrid, y además disfrutaba de los veranos en la casa de unos amigos en Castellón. Hubo que esperar hasta el 1 de Julio a que se abriera el espacio aéreo y volara desde Minsk hasta Stuttgart, desde donde condujo de una sentada hasta Castellón. Allí dejó a la familia, continuó hasta Madrid, vio el Land Cruiser, y dijo que no pasaría la ITV alemana de históricos y que no lo compraba. ¡Otra decepción!
Retomé los contactos que estaban en marcha, y seguí hablando con belgas, austriacos y más alemanes. Como Oliver, bastante pesado, que dudaba entre mi HDJ80 y otro similar a casi el mismo precio, que había localizado en Mallorca. O como Christian, alemán afincado en Canarias que le compraba Land Cruisers a un amigo, este sí residente en Alemania, que los restauraba. Crucé con Christian decenas de mensajes por WhatsApp, tuvimos casi diez llamadas de teléfono, y terminé enviándole en total una descripción detallada del coche, tres vídeos específicos que me pidió y un total de 67 fotos. Y desapareció.
En paralelo trataba con un francés afincado en Cataluña, al que su exceso de trabajo le impedía responder a mis WhatsApp en menos de quince días; si necesitaba dos semanas para contestar a un mensaje, ¿de dónde iba a sacar el tiempo para venir a Madrid a recoger el coche en caso de comprarlo?
La conversación digital cuando el supuesto interesado demostraba desconocimiento solía ser más leve, como por ejemplo ésta:
- “Buenas estoy interesado en el hdj cada cuantos meses pasa ITV”, así, con un irreverente ahorro de tildes y signos de puntuación.
- “Buenos días, el HDJ80 pasa la ITV cada doce meses, la actual es válida hasta Noviembre de 2020.”
- “De motor embrague trasmisiones chapa podridos que le as reparado”, manteniendo la economía en el uso hasta de las haches.
- “Te paso un resumen del estado del coche que responderá muchas de tus preguntas”, y le adjuntaba una descripción digna de la venta de una Aston Martin DB5 exBond. Y añadía; “Y no tiene óxido”. Por supuesto, el diálogo acabó aquí.
De Berlín llegó otro interesado bastante distinto, sobre el que un paseo por Google me dio un punto de vista fascinante: Andreas (por discreción me guardo el apellido) es un educado y culto arquitecto berlinés, cuyo interés en mi Land Cruiser quedó frenado, como el de tantos otros, por las restricciones generadas por el coronavirus. Pero me encantó descubrir a y tratar con una persona cuya foto en el perfil de WhatsApp le presenta asistiendo a un concierto de música clásica, y abarca profesionalmente un amplio tipo de obras y diseños. La que más me gustó fue la restauración de unos baños diseñados por Karl Reichle y Karl Badberger y abiertos en 1938 al sur de Berlín, que incluían la mayor piscina cubierta de Europa en su momento. Originalmente fueron utilizados como lugar de entrenamiento del SS Leibstandarte, y posteriormente por las tropas aliadas estacionadas en Berlín.
Tras Andreas, llegó Claus August, igualmente alemán, educado y abierto, además de muy interesado en mi HDJ80. Hizo muchas preguntas y pidió muchas fotos, y en paralelo organizaba su viaje a Madrid para recoger el coche y me remitía copia de su pasaporte para iniciar el papeleo de la compra. A cambio me solicitó mis datos y copia de mi documentación, porque se la solicitaba su banco. Ese fue mi error, porque poco más tarde me enteré de que Carl August existía pero no era la persona con la que yo trataba, que alguien había conseguido copia de su pasaporte para hacerse pasar por él, que ese alguien había colgado las fotos de mi Land Cruiser en eBay, que lo estaba subastando haciéndose pasar por mí, y que quien lo compró en la subasta ingresó el valor de la puja en una cuenta corriente abierta a mi nombre. Todo un timo internacional elaborado y documentado brillantemente para obtener unos miles de Euros.
Me asusté y me preocupé a la vez, y no quedó otra que pedir a eBay que cerrara la puja (demasiado tarde), denunciarlo a la Guardia Civil, y ponerme serio cada vez que, desde ese momento, alguien me pedía información sobre el coche; pensé que todos querían timarme.
En esas llegó Tobi, otro alemán educado, al que de inmediato relacioné con una posibilidad de timo, por lo que me negué a darle copia de la documentación del coche, en la que figuraba que todas las modificaciones realizadas estaban legalizadas. Tobi rompió mis dudas poniéndose en contacto conmigo esta vez a través de LinkedIn: su perfil era antiguo, por lo que me pareció menos probable que se hubiera creado exprofeso para un timo, además de que hacía referencia a instituciones académicas y empresas reales. Debo mencionar que esta extrema sensibilidad a los timos que desarrollé en el momento de la falsa subasta de mi coche en eBay, coincidió con el disfrute de ver las cuatro temporadas de una formidable serie francesa de TV a la que su título en español desprestigia. “Oficina de inflitrados” es un título más propio una serie cutre de Tele 5, y sin embargo es, para muchos, la mejor serie francesa de la historia, una formidable exploración sobre los servicios de inteligencia y la política internacional y el comportamiento humano. Después de unas semanas frente al televisor aprendiendo cómo se crea una persona (su vida, su historia, su familia, sus documentos, …) para luego infiltrarlo como agente en otro país, ni un impecable perfil antiguo de LinkedIn ni una charla por teléfono con un número de Munich me disipaban todas las dudas.
Por eso mis dudas, el Land Cruiser y yo nos presentamos una mañana de Septiembre en un triste y vacío aeropuerto de Barajas, dispuestos a venderle el coche a Tobi, o a lo que resultara de la cita. Tobi repasó cuidadosamente el coche por arriba y por abajo, por dentro y por fuera, lo probamos, acordamos un precio y llegó el momento del pago.
Una parte la hizo en efectivo, y cuando iba a hacer el resto del pago a través de PayPal, ¡nos falló la informática! A partir de ahí, entramos en una mañana absurda, tirando de teléfonos e Internet, dando vueltas por Madrid en busca de cajeros automáticos que le permitieran sacar algo más de efectivo, comprobando por PayPal, banca electrónica, WhatsApp y Hotmail que una mezcla de medios digitales y buena voluntad podían cerrar una venta difícil que se acercaba a su segundo año.
Finalmente, Tobi pagó una parte en efectivo con dinero que había traído de Munich, otra con efectivo que sacó de un cajero de la calle de Alcalá, algo más con una transferencia suya de PayPal, otro poco con una transferencia de PayPal hecha por su hermano, y la remató su cuñada también a través de PayPal. Cuando me monté en el Hyundai de Uber camino de casa, tenía sentimientos enfrentados: había dado un paso más, importante y duro, en mi plan de renovación del parque móvil, y a la vez cerraba veinte años de presencia de Land Cruisers en mi garaje.
Unos días después, Oliver, el alemán pesado, me volvió a escribir: enviaba un informe detallado sobre el HDJ80 de Mallorca y casi treinta fotos, que mostraban fallos eléctricos y bastantes puntos de oxidación. Fue todo un placer responder a su pregunta “¿Está tu coche mejor que éste?” diciendo que sí, pero que ya lo había vendido.